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¿Y la ONU dónde está?

Esta pregunta ya no se la hace ni Dios desde que el «trío» de las Azores pasó por encima de ella para invadir Irak, creando el precedente de que la ONU es prescindible cuando los intereses de las potencias están en cuestión. En esta tónica, Rusia ha hecho exactamente lo mismo en la invasión de Ucrania.

La ONU sirvió de aval a la agresión estadounidense a Corea, después respaldó la de Vietnam; a comienzos de los 90 de siglo pasado apoyó la I Guerra del Golfo contra Irak, y ahora la opinión de la ONU es, en el mejor de los casos, consultiva y ni de lejos puede garantizar nada a través de los cascos azules: las guerras de los años 90 en África Central y en los Balcanes son buena prueba de su inoperancia cómplice.

La ONU fue construida cuando el mundo giraba alrededor de una gran potencia capitalista, los EUA, que solo tenía una relativa contestación por la URSS, que solía vetar todas las resoluciones que los EUA impulsaba en contra de ella.

Era una mecánica casi ritual; los EUA condenaban alguna acción de la URSS y ésta lo vetaba… Al final, normalmente el conflicto se resolvía por fuera de las normas de la ONU, en mesas de negociaciones. El mundo respiraba tranquilo porque las guerras, desde 1945, tenían un carácter interno, eran guerras revolucionarias (China, Corea, Vietnam) de liberación nacional, no entre estados soberanos.

Estas guerras se creían cosa del pasado, por eso la ONU tenía utilidad porque no enfrentaba guerras entre estados y, menos que menos, entre potencias imperialistas. La excepción a esta regla son las guerras promovidas por el estado sionista de Israel, quien tiene patente de corso para incumplir sistemáticamente las resoluciones de la ONU, puesto que fue un estado creado bajo un acuerdo entre los estados occidentales y la URSS.

La caída del Muro de Berlín generó el surgimiento de decenas de estados soberanos, con conflictos territoriales heredados o bien del pasado de la construcción europea, Rusia incluida -si moviéramos todas las fronteras que en los últimos 300 años se generaron en Europa, pocos estados actuales reconoceríamos-, o bien del pasado colonial en África u Oriente próximo con las fronteras diseñadas en las capitales europeas, con Londres y París al frente.

Estados que todos ellos son capitalistas, y dependientes de potencias también capitalistas. Y ya sabemos, cuando los estados capitalistas reclaman sus derechos sobre otros territorios, «la fuerza es la que decide» decía Marx. Si la fuerza económica o diplomática no basta, se pasa a la fuerza de las armas («la crítica de la razón es sustituida por la crítica de las armas»). En dos palabras, la guerra.

El mundo unipolar dentro del mundo capitalista, con un contrapeso que le daba estabilidad desde la URSS y su política de «coexistencia pacífica» construido tras los acuerdos de Yalta y Potsdam, base de la ONU como «garante de la paz» (el «ya no habrá más guerras» de su fundación), se ha ido por el desagüe.

La ONU es hoy un cascarón vacío de contenido, que como mucho sirve como altavoz de las exigencias de los diversos estados y para paliar las consecuencias de las guerras que son decididas en otros ámbitos, desde unas islas en medio del Atlántico hasta las capitales de las potencias que hoy se disputan sus «espacios vitales» -control de países dependientes-, sea Washington, Pekín, Moscú o Bruselas.

La OTAN está sustituyendo a la ONU como organismo mundial, porque estamos en una fase en la que la «fuerza» está sustituyendo a la negociación entre dos naciones que nunca se atacarían, los EUA porque sabían que les llevarían la guerra a su territorio, cosa que no sucede desde comienzos del siglo XIX, y la URSS, porque la burocracia mantenía sus privilegios sobre la base de la mencionada «coexistencia pacífica».

A la pasada, es una mentira de la propaganda occidental el que la URSS tuviera una política expansionista. El sistema burocrático soviético no tenía la menor intención de ocupar naciones y estados, salvo por un motivo defensivo; a diferencia de los capitalistas, cuya riqueza se basa en la conquista de nuevos mercados, de nuevos países a los que saquear las materias primas que alimenten su industria y la necesidad de plusvalía para acumular más capital, los burócratas basaban sus privilegios en el mantenimiento del control de los recursos del estado; no necesitaban el «camina o revienta» del capitalismo, les llegaba con ese control.

Por este motivo, la URSS defendía a capa y espada la política de «coexistencia pacífica» de la que la ONU era su piedra fundamental. Su colapso y la restauración del capitalismo en todos los estados «socialistas» la ha vaciado de contenido. Por su parte, a los EUA y la UE con su política «pasivo-agresiva» por mantener la hegemonía mundial, no les sirve de nada; solo son un escollo donde los pueblos del mundo pueden alzar la voz.

Sin embargo, para los trabajadores y trabajadoras del mundo y para los pueblos agredidos por las potencias imperialistas, desde Yemen hasta Ucrania, no es más que una cortina que les impide ver que el camino de su liberación no pasa por los vetos en el Consejo de Seguridad donde se reúnen algunos, no todos, de sus explotadores, sino por su lucha por la transformación socialista de la sociedad.

La ONU capitalista al servicio de las potencias imperialistas debe dejar paso a un mundo socialista, sin explotación ni opresión.

Galiza, 18/05/22

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