“La posición de la mujer es el indicativo más claro y elocuente para evaluar un régimen social y la política del Estado”. León Trotsky, Escritos 1938.
Si nos guiamos por esta frase de Trotsky, el régimen social capitalista en el que vivimos y la política de sus Estados en todo el mundo, no pasan la prueba. Las estadísticas sobre violencia contra las mujeres, que sus propias instituciones –como la ONU– han calificado como una pandemia mundial, las cifras de pobreza que en el mundo indican a las mujeres como el 70% más pobre, los datos de muerte de mujeres por abortos inseguros, el número creciente de embarazos adolescentes no deseados, el recorte a sus derechos sociales producto de los planes de austeridad, y las escalofriantes cifras sobre la prostitución, la trata de personas y la explotación sexual infantil, son indicativos claros y elocuentes.
Por Rosa Cecilia Lemus
En la década del ’90 del siglo pasado, cuando se conoció de manera pública la restauración del capitalismo en los que fueron Estados obreros, la burguesía mundial no pudo esconder su regocijo y declaró a toda voz la “supremacía del capitalismo sobre el socialismo”. Su portavoz más osado, Fukuyama, se adelantó a sepultar la lucha de clases de una vez y para siempre. En su lugar tendríamos el reino de la reconciliación, el progreso y el bienestar para todos. ¿Se estará comiendo hoy sus palabras? ¿O dirá que las cifras de los organismos mundiales del imperialismo están equivocadas?
Como la realidad es la realidad y no se puede ocultar, desarrollaron y siguen desarrollando cambios profundos en el lenguaje, en los conceptos (significado), con la ilusión de que este cambie la realidad. Imposible. Sin embargo, ha tenido sus efectos, sobre todo en algunas clases, especialmente en la arribista pequeña burguesía y en la moderna clase media. Un ejemplo de ello es lo que sucedió este año en Grecia. Tsipras, primer ministro, y Varoufakis, su exministro de economía, centraron su primera negociación con el imperialismo europeo y lo mostraron como un gran triunfo en el cambio de nombres: “Troika por instituciones” e “imperialismo por socios”. Lo peor es que se comieron el cuento de que de ahora en adelante el imperialismo alemán y el francés los iban a tratar como “socios”. La realidad, muy tozuda por demás, ha demostrado que por más cambios en el lenguaje, los imperialistas los siguen tratando como un país semicolonial, en el que se hace lo que dice la troika.
La verdad, aunque parezca increíble, es que el enfoque es bien idealista. La idea no cambia la realidad, a no ser que se convierta en acción. La existencia determina la conciencia. En este laberinto, el lenguaje se ha convertido en un verdadero eufemismo. Al imperialismo le dicen “comunidad internacional”; a las clases sociales “estratos” o “castas”, o simplemente no las hay, solo somos ciudadanos; y a la prostitución, “trabajadoras del sexo”, con la ilusión de que al usar la palabra trabajadoras, porque el trabajo “dignifica” al hombre y a la mujer, desaparezcan por arte del lenguaje las profundas implicaciones sociales, económicas y psicológicas sobre las mujeres que la ejercen y sobre el conjunto de la sociedad. Un alivio, para la mala conciencia. Así, los hombres que las usan y las abusan se van tranquilos porque le dieron “trabajo” a una mujer que va a tener dinero con que comprarle comida a los hijos, y la mujer se siente bien porque estaba trabajando.
Sin embargo, más allá de las ideologías que cada uno de los implicados se haga de sí mismo, la realidad vuelve a poner las cosas en su lugar. Es una lacra de esta sociedad capitalista que millones de mujeres en el mundo tengan que vender su cuerpo para poder sobrevivir con sus familias si las tienen, o que exista un número creciente de niñas y niños que ni siquiera entienden por qué les toca hacer “eso”. Este sistema capitalista ni siquiera les ofrece la oportunidad de vender su fuerza de trabajo para que las explote un empresario, produciendo mercancías que les son enajenadas porque, a pesar de ser producto de su trabajo, no les pertenecen. Estos niños y niñas sometidos a esta esclavitud, no entienden por qué en lugar del juego y el disfrute de su inocencia tienen que ser explotados y usados por un adulto.
Esta realidad no se cambia por más que utilicen, para justificarla y legitimarla, políticas que van desde la legalización a la reglamentación y la penalización. El capitalismo y sus Estados son incapaces de erradicar esta forma de violencia contra las mujeres, las y los niños, los gays, las lesbianas y los transvestistas, porque les son funcionales a su sistema de explotación.
¿La “profesión” más antigua del mundo?
Los plumíferos a sueldo de la burguesía repiten, para comenzar, sus tratados sobre el tema: “la profesión más antigua del mundo”, y hasta la gente común y corriente se refiere a la prostitución de la misma manera. ¿Qué se esconde detrás de esta afirmación? Darle, en primer lugar, un significado de eternidad, es decir, que no se puede cambiar lo que la historia ha definido como un hecho “característico” y connatural a la especie humana. En segundo lugar, darle un sentido “respetable” de profesión u oficio. Sin embargo, desde el marxismo y a partir de las investigaciones hechas por destacados antropólogos como Morgan y Bachofen, Federico Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, muestra cómo la prostitución, que no existía en los primeros estadios del desarrollo de la humanidad, nace como un hecho social determinado por las condiciones de “producción y reproducción de la vida inmediata”, que provoca cambios en la superestructura institucional, familiar, y jurídica, y que se consolida con el surgimiento de la monogamia y de la propiedad privada de los medios de producción.
“Conforme hemos dicho, hay tres formas principales de matrimonio, que corresponden aproximadamente a los tres estados fundamentales de la evolución humana: en el salvajismo, el matrimonio por grupos; en la barbarie, el matrimonio sindíásmico;en la civilización la monogamia con sus complementos, adulterio y prostitución. Entre el matrimonio sindiásmico y la monogamia se deslizan, en el estadio superior de la barbarie, la sujeción de las mujeres esclavas a los hombres y la poligamia”(1). Editores Mexicanos Unidos, p. 83 (subrayado nuestro).
En esta misma obra, Engels afirma que “la abolición del derecho materno fue la gran derrota del sexo femenino”, refiriéndose al hecho de que en la medida en que se van desarrollando las fuerzas productivas, y con ellas la fortuna y acumulación, la definición del parentesco y de la herencia por línea materna comenzaba a aparecer como un obstáculo para los hombres, a quienes pertenecían los rebaños, pues los descendientes de los miembros masculinos no permanecían en la gens y por tanto no podían heredar.
Es así como, a la par que va desapareciendo el derecho materno, “se va quitando más y más a las mujeres la libertad sexual del matrimonio por grupos, pero no a los hombres”. Comienza a considerarse la infidelidad de la mujer como un grave crimen, mientras que en el hombre es visto como un comportamiento honroso.
Continúa Engels: “Pero cuanto más se modifica el hetairismo [prostitución] antiguo en nuestra época por la producción capitalista a la cual se adapta, más se transforma en prostitución descocada y más desmoralizadora se hace su influencia. Y, a decir verdad, más desmoraliza a los hombres que a las mujeres. La prostitución, entre las mujeres, no degrada sino a las infelices que a ella se dedican, y aún a estas en un grado mucho menos de lo que suele creerse. En cambio, envilece el carácter del sexo masculino entero” (2). Ídem.
¿Qué quiere decir Engels, con esta afirmación tan contundente de que la prostitución envilece al sexo masculino? En primer lugar porque el surgimiento de la prostitución aparece a la par de la necesidad del hombre por establecer el derecho de herencia de su propiedad privada a sus propios hijos y no a los de otros y, por tanto, necesita de la fidelidad absoluta de la mujer para garantizarlo. Pero él se reserva su libertad sexual completa a través de la poligamia y la prostitución. Esclaviza a la mujer doblemente, como propiedad privada para la reproducción de su prole y como prostitución pública para satisfacer su lujuria. En otro sentido, podríamos interpretar que la mujer que se ve obligada a prostituirse para poder sobrevivir, lo hace por necesidad; el hombre que paga por ello, para simple satisfacción de su deseo sexual, convierte de esta manera a la mujer en mero objeto, en una mercancía con valor de uso.
La prostitución y la monogamia en la moderna sociedad capitalista continúan siendo verdaderas antinomias, pero inseparables, dos polos del mismo estado social. ¿Podrá el capitalismo resolver esta contradicción que está en su base material? Creemos que no. Está contradicción se ha agudizado en los últimos tiempos. Por un lado, con su necesidad de incorporar a grandes masas femeninas a la producción social pero sin poder absorber a la totalidad, producto de las leyes capitalistas del mercado, deja enormes contingentes por fuera del aparato productivo, empujándolas a recurrir a la prostitución como forma de sobrevivencia. Por otro lado, ha creado verdaderas industrias del sexo, convirtiendo una necesidad humana en mercancía, profundizando la visión de la mujer como objeto sexual, como fuente de ganancia.
Carlos Marx, en sus escritos sobre la alienación del trabajo mostraba ya la esencia del capitalismo de una forma tan magistral que no pierde su vigencia.
“Llegó un tiempo en que todo lo que los hombres habían venido considerando como inalienable se hizo objeto de cambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el tiempo en que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban; se donaban pero nunca se vendían; se adquirían pero nunca se compraban: virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc., todo, en suma, pasó a la esfera del comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal,o, para expresarnos en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor de cambio, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor.“ Carlos Marx, La miseria de la Filosofía (subrayados nuestros).
Y esto que Marx señala como una característica de la sociedad basada en el modo de producción capitalista, cobra su máximo precio en la clase desposeída de los medios de producción, la clase obrera. El capital no solo los expropia del producto de su trabajo sino que somete sus vidas enteras a sus leyes de mercado, en la que los obreros hombres y mujeres no tienen más camino que vender su fuerza de trabajo como mercancía, por salarios miserables. ¿Qué les queda para el disfrute?
“Junto a los excesos del hábito de beber, los excesos sexuales constituyen uno de los principales vicios de muchos de los obreros ingleses. Es además una consecuencia fatal, una necesidad ineluctable de la situación de una clase abandonada a sí misma, que carece de los medios para hacer un uso conveniente de esta libertad. La burguesía solo le ha dejado estos dos goces, mientras que los ha colmado de todo tipo de desgracias y dolores: la consecuencia es que los obreros, para disfrutar aunque sea un poco de la vida, concentran toda su pasión en torno a estos dos placeres y se entregan a ellos con exceso y de la forma más desordenada. Cuando se pone a la persona en una situación que solo puede convenir a una bestia, no le queda más que rebelarse o sucumbir a la bestialidad. Y si, por añadidura, la misma burguesía contribuye encima directamente por su parte al progreso de la prostitución –¿cuántas de las 40.000 chicas que llenan cada noche las calles de Londres viven a cuenta de la virtuosa burguesía?, ¿cuántas deben a la seducción de un burgués el hecho de estar obligadas hoy a ofrecer su cuerpo a todo aquel que pase para poder vivir?– la burguesía tiene verdaderamente menos que nadie el derecho de reprochar a la clase obrera su brutalidad sexual.” (Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra).
Intento demostrar –y espero haberlo logrado–, para aquellos lectores con conciencia crítica, para aquellas mujeres trabajadoras a quienes les indignan las tragedias humanas, para aquellos y aquellas que no solo se complacen con contemplar el mundo sino que quieren transformarlo, que la opresión de la mujer y la prostitución, como una de sus expresiones más brutales, no es eterna ni es una profesión. Es una de las consecuencias más atroces de la opresión y la explotación capitalistas.
Las cifras de la prostitución, la trata y el negocio del sexo
Siguiendo varias investigaciones actuales de diferentes organismos, encontramos que casi todas coinciden en que el negocio del tráfico de personas, la internacionalización de las mafias que lo sostienen, la prostitución infantil, y el negocio de la pornografía, ha crecido a niveles escandalosos. Coinciden también en que la mayoría de las personas reclutadas de manera forzosa son mujeres y que entre ellas un alto porcentaje son menores de edad, y la finalidad del sometimiento es la explotación sexual. La gran mayoría proviene de países pobres de Asia, América Latina y el Caribe, y su destino son los países ricos de Europa, Japón y el Oriente.
El 1 de junio de 2012, la Organización Internacional del Trabajo [OIT] publicó su segundo estudio mundial sobre trabajo forzoso; este informe calcula que la esclavitud moderna alrededor del mundo cobra unos 20,9 millones de víctimas. Este resultado reconoce que la trata de personas se define por explotación, no por movimiento. La OIT calcula que 55% de las víctimas del trabajo forzoso son mujeres y niñas, y que 98% lo son para comercio sexual. El primer cálculo de la OIT sobre trabajo forzoso, en 2005, fue de 12,3 millones de víctimas entre este y la trata con fines de comercio sexual, es decir que en 7 años aumentó casi al doble. Por región, Asia y el Pacífico (que incluye el sur de Asia) siguen teniendo el mayor número de víctimas, aunque señala que en África ha crecido después de 2005.
La Relatoría Especial de la ONU, sobre la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía, en su informe de 2013 plantea lo siguiente: “Desde 2008, el mundo ha sufrido cambios considerables que han tenido importantes repercusiones en el alcance y el carácter de la venta y la explotación sexual de niños. El avance de la globalización, la continua expansión de la utilización de Internet, en particular en los países en desarrollo, el aumento de las migraciones –tanto internacionales como internas– debido en particular a la urbanización, la crisis económica y financiera, las catástrofes naturales, los conflictos y los cambios relacionados con el clima, son otros tantos factores que han incidido en la vulnerabilidad de los niños”.
El Informe Mundial sobre la Trata de Personas 2012, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito indica: “los casos detectados de trata de niños representaban el 27% en el período comprendido entre 2007 y 2010, proporción que fue del 20% entre 2003-2006”. Los datos muestran un aumento significativo entre los dos periodos referidos. En los últimos años, “el aumento fue mayor en el caso de las niñas. Entre 2006 y 2009, la proporción de niñas con respecto al número total de víctimas pasó de 13 a 17%. Dos de cada tres menores víctimas son niñas”. Y continua… “Aunque las tendencias no son homogéneas a nivel mundial, el informe indica que en más de 20 países se registró un claro aumento de la proporción de casos detectados de trata de niños en el período 2007-2010 con respecto al período 2003-2006. Es importante señalar que en África y en Oriente Medio, más de dos tercios de las víctimas de la trata detectadas son niños. A nivel mundial, la trata con fines de explotación sexual representa el 58% del número total de casos detectados”.
Como si fuera poco, en el Informe también se señala una modalidad escalofriante: el tráfico de órganos. “Según varios estudios sobre el tema, ha aumentado el “turismo” para trasplantes de órganos, (…). Personas procedentes de países de altos ingresos viajan a zonas pobres en que hay personas dispuestas a vender sus órganos para poder sobrevivir. En varios estudios se ha destacado que los miembros más vulnerables de la población resultan particularmente afectados por este delito”. Los miembros más vulnerables de la población, es decir los niños y las niñas, las mujeres, los jóvenes –por supuesto pertenecientes a la clase obrera y su ejército de reserva–, los desempleados, y los sectores populares más empobrecidos, que viven en la periferia de las grandes ciudades, dentro de las cuales está también la población negra.
Nuevamente, el Informe de la Relatoría Especial de la ONU se refiere a la modalidad de la pornografía infantil: “La utilización indebida de Internet para difundir pornografía infantil es muy frecuente. Según las estimaciones, el número de imágenes de abusos a niños en Internet es del orden de millones y el número de niños representados individualmente probablemente ascienda a decenas de miles. En general, la edad de las víctimas ha disminuido y las representaciones son cada vez más explícitas y violentas. Es cada vez más frecuente que las imágenes se difundan mediante redes de intercambio de archivos entre pares, lo cual hace más difícil su detección”.
Estimaciones de Naciones Unidas calculan que este “negocio” reporta anualmente ganancias de entre 5 y 7 billones de dólares. Según la revista Forbes, la pornografía mueve cada año alrededor de 60.000 millones de euros en el mundo y tiene unos 250 millones de consumidores. Y un dato interesante más, entre 1998 y 1999 comenzó a verse a mujeres de los países del Este ejerciendo la prostitución en las calles. Es decir, una vez restaurado el capitalismo. La prostitución y la trata están asociadas a negocios como el tráfico de drogas y el contrabando de armas.
Me he detenido en los informes de los organismos oficiales y las cifras que ellos mismos reconocen, para mostrar que no estamos exagerando cuando denunciamos esta cruda realidad. El capitalismo, que se fundó sobre los ideales de la revolución francesa que proclamaban “libertad, justicia y fraternidad”, ha demostrado y sigue demostrando que estos son aplicados solamente para los vencedores, es decir, para la burguesía mundial, que en la fase de desarrollo imperialista no deja piedra sobre piedra para mantener en alza sus tasas de ganancia. No se queda corta la expresión de los “esclavos del capital”, porque no solo en este terreno de la explotación sexual, sino incluso en importantes áreas y zonas del planeta, ramas de la producción social de mercancías están adoptando verdaderas formas de esclavitud, con las famosas maquilas y los barcos fábrica en alta mar. Esta sociedad capitalista está mostrando formas increíbles de barbarie; recordemos solo como un hecho más, los desastres provocados por el calentamiento global y las imágenes de los inmigrantes que llegan por miles a los países europeos y que son tratados a punta de represión. Cuántos de ellos son mujeres y cuántas de ellas serán empujadas a la prostitución.
La mujer como objeto sexual
La prostitución confirma, diariamente y a cada instante, que la mujer es convertida en una mercancía que puede ser consumida por los hombres para satisfacer sus apetitos sexuales. No importa su edad. Ahora también sectores de los LGBTT, son arrojados a la prostitución por la homofobia que los discrimina en el trabajo y en la sociedad. Otro de los sectores oprimidos que corre la misma suerte de muchas mujeres. Pero, ¡qué casualidad!, detrás de todos estos delitos, ya sean los relacionados con la prostitución, con la pederastia, con las violaciones sexuales, con la creación de redes de pornografía o con el uso de ellas, con las redes de trata, están los hombres casi en 100%. ¿Qué hay detrás de esta obsesión tan perversa y agresiva hacia el sexo?
Hay quienes argumentan que “estudios científicos” demuestran que los hombres y las mujeres poseen de manera “natural” diferencias importantes en cuanto a los deseos sexuales. Así, el deseo masculino es más fuerte, imparable, difícil de domesticar o, dicho de manera burda, “la testosterona alborotada, desatada, irrefrenable”. Más allá de los estudios serios de algunos sexólogos, volvemos a encontrar las explicaciones en la esfera de lo social, de la creación de la cultura.
Uno de los medios más utilizados hoy en día, por todas las ramas de la producción, es el de la publicidad, el marketing. Otro gran negocio para desarrollar a fondo la circulación de las mercancías, para utilizar las necesidades y crear otras nuevas, apoyándose en las imágenes, el lenguaje y sus efectos subjetivos en las conciencias o, dicho de modo más moderno, para influir o crear los imaginarios colectivos. Pero estos imaginarios colectivos, preconceptos que ya tienen sus bases objetivas, son llevados hasta el paroxismo por los medios masivos de difusión para llevar al límite las necesidades del mercado, de un capitalismo que con sus crisis recurrentes de sobreproducción busca en este el flujo desesperado de las mercancías con una vida útil más y más corta.
Así, pues, en este marco, entra con fuerza renovada la imagen de la mujer como símbolo sexual, como objeto usado para promocionar la venta de otras mercancías. Generalmente suele ser una mujer joven y bella, de proporciones exuberantes que bien aparece desnuda o escasamente vestida, o vestida de manera muy sugestiva. El efecto deseado es el de llamar la atención del sexo masculino, como reclamo erótico. Bien sea para promocionar un carro o una moto, esta mujer, que está fuera del alcance de muchos hombres, se convierte así en su imaginario, por arte y magia del mensaje subliminal, en un producto alcanzable si compra el producto que ella anuncia. La mujer sirve también como símbolo del éxito masculino, como un trofeo. Según la cultura machista de esta sociedad, cualquier hombre que se precie ha de tener al lado a una mujer de gran belleza, y distinción, signo externo de su riqueza. Así, la mujer se convierte en otra más de las posesiones que el hombre ha de tener para significar su posición social o su virilidad.
Esta cultura machista que golpea a cada minuto, en cada momento, las mentes de los consumidores con verdaderas ráfagas de imágenes, con el objetivo claro de reforzarla, de legitimarla, está en la base de lo que llaman “crímenes pasionales”, feminicidios; en realidad, violencia desatada por la idea de que “si esa mujer no es para mí, no es para nadie”, justificación registrada en las crónicas amarillistas de los diarios de todo el mundo, con este o con otro argumento también común: “cegado por la rabia de la infidelidad de su mujer”. Violaciones callejeras, agresiones verbales, psicológicas, miradas atrevidas, lascivas, en fin, todo este tipo de violencia, tan común y cotidiana, tiene como base de refuerzo este concepto de la mujer como objeto sexual.
La otra cara es la mujer símbolo ama de casa. En los comerciales aparece una mujer ataviada con su delantal, promocionando un producto de aseo o de cocina, o de comida para niños. Todos roles asociados con su papel de esclava del hogar, de señora de la casa, de madre. En este espacio ella es la que decide, y el hombre aparece con un papel secundario. Ella, además de ama de casa, también trabaja, es una mujer moderna, que después de valerse de los productos que el mercado le ofrece para “aliviar” sus labores del hogar, sale corriendo a trabajar. Es una mujer “empoderada”, es una guerrera que hace de todo y, además, se mantiene bella y bien cuidada. Y estas mismas ideas se repiten de manera infinita en las novelas, en las revistas, en las noticias, en el cine, en las canciones, en la educación. Es la reproducción de las ideas dominantes impuestas por la clase dominante por la fuerza de la costumbre.
¿Legalización o abolición?
“En el mundo hay cuatro enfoques para tratar la prostitución. El prohibicionista, basado en la represión penal por parte del Estado, donde el cliente es la víctima y se pretende salvaguardar la moral; el reglamentarista, que al no poder combatir la prostitución busca regularla; el abolicionista, que toma medidas penales contra los proxenetas y clientes, y el enfoque laboral o legalista, en el que la prostitución es valorada como un trabajo.” (Revista SEMANA Colombia 2015/08/18).
A propósito de la reunión de los delegados de Amnistía Internacional de todo el mundo, en el que esta ONG hace un llamado a aplicar una política de despenalización absoluta de la prostitución realizada con “consentimiento”, esta revista hace un artículo en el que contempla estos cuatro enfoques. Tendríamos que decir que son, por supuesto, cuatro formas en las que los Estados capitalistas están tratando el problema de la prostitución. Valga la aclaración, son políticas burguesas. El debate se ha puesto a la orden del día, producto de los informes de la ONU y la OIT, registrados en este artículo.
Gran parte de las ONGs que pululan en los diferentes países ha adoptado el enfoque “legalista”, en el que la prostitución es valorada como una “profesión”, y la argumentan desde una posición humanista de defensa de los derechos humanos, de respeto por los derechos sociales de quienes la ejercen y contra la discriminación de sus víctimas. Evidentemente, la visión también burguesa de considerar a los “clientes” como víctimas de la “tentación” que les provocan unas “inmorales mujeres”, merece nuestra condena por ser la expresión más pura de su doble moral, pues penaliza y persigue a las víctimas que ellos mismos crean y recrean. Es un caso parecido al del ladrón que se roba una gallina para darle de comer a sus hijos porque no tiene trabajo y es condenado a largos años de cárcel, mientras que a los ladrones de cuello blanco que saquean las arcas del erario público les dan su mansión por cárcel.
Por supuesto, también estamos de acuerdo con que todas, absolutamente todas las mujeres, tengan derecho a la previsión social y la asistencia médica, financiada y prestada por el Estado como una obligación, sin discriminación de ningún tipo, así como debe existir para el conjunto de la población, y con mayor razón para los trabajadores y los sectores más pobres. Estamos porque las mujeres dedicadas a la prostitución tengan, por parte del Estado, capacitación para el trabajo, y que su empleo sea garantizado también por el Estado. Si para tal fin se organizan, estaremos dispuestas a apoyarlas. De la misma manera que las defenderemos de cualquier tipo de represión y maltrato.
Pero, a partir de aquí, estamos absolutamente en contra de la legalización de la prostitución o de cualquier otra política burguesa para reglamentarla. Defendemos el fin de la prostitución y de todas las formas de mercantilización del cuerpo de la mujer. La política de Amnistía Internacional, de legalizarla para quienes la ejercen “con consentimiento” y penalizar la trata de personas, es una trampa.
Es falso que haya consentimiento de las mujeres dedicadas a ello, porque aunque en algunos casos sea producto de una decisión personal, esta se hace sobre la base de no tener más alternativas, obligadas por la falta de trabajo y por sus condiciones sociales de existencia. ¿Esta política elimina la existencia de proxenetas, o simplemente les cambiará de nombre; los llamarán, de manera respetable, “empresarios”? ¿Evitará acaso la violencia y el maltrato de los “clientes” hacia ellas? Acaso, dentro de la lógica del mercado, ¿el que compra una mercancía no tiene el derecho de “consumirla” como bien le parezca?
No solo gran parte de las ONGs sino incluso organizaciones políticas que se reclaman de izquierda defienden esta postura de la legalización con argumentos como, por ejemplo, que hay mujeres que se prostituyen por elección libre y con plena conciencia de su libertad sexual. Puede ser que exista alguna minoría que se prostituya por propia elección e incluso mujeres burguesas que lo hagan por la emoción de la aventura, para escapar de su vida inútil, poniéndole algo de adrenalina a la prostitución legal de su matrimonio por interés. Pero eso nada tiene que ver con la masiva prostitución que existe en la sociedad. La prostitución está íntimamente ligada a la explotación del hombre por el hombre; en nuestra época, a la explotación capitalista y la destrucción humana que esta produce.
Una prueba irrefutable la tenemos en Cuba: una de las mayores conquistas de la revolución fue que junto con la expropiación de la burguesía se acabó con la prostitución, no a partir de la represión sino a través de la reeducación y la ubicación en el trabajo productivo social a esas mujeres, que así recuperaron su dignidad. Mientras que con la vuelta del capitalismo, volvió también la prostitución y las “jineteras” se convirtieron en uno de los mayores atractivos del turismo social que ha proliferado en la Isla.
Pero hay aún más, estas mismas corrientes, utilizando la teoría marxista sobre la producción de mercancías, aducen: es un trabajo como cualquier otro, porque la mujer vende su fuerza de trabajo y produce plusvalía para un patrón. El problema es que las mujeres que son obligadas a prostituirse, no venden solo su fuerza de trabajo, venden sus cuerpos, su dignidad. Por eso, se asemeja mucho más a la venta de mujeres que se hacía durante la esclavitud. Y nosotros estamos totalmente en contra de legalizar y reglamentar la esclavitud, que solo beneficia a los esclavistas.
Investigaciones realizadas en algunos países, fundamentalmente los europeos, en donde la prostitución fue legalizada, demostraron que los principales beneficiarios de esta política fueron los “empresarios” del sexo; aumentaron las cifras de prostitución infantil y de mujeres. Su consecuencia fiscal fue el pago de impuestos, engordando las arcas del Estado. Resultó peor el remedio que la enfermedad.
Suecia, en donde existió la legalización hasta 1999, tomó una decisión drástica y cambió su legislación. La prostitución es ahora considerada como un aspecto de la violencia masculina contra las mujeres, niñas y niños. Es reconocida como una forma de explotación de las mujeres, y como un problema social significativo. Penaliza la compra de servicios sexuales, despenaliza la venta de dichos servicios, y, más recientemente, aprobó recursos para ayuda a las mujeres que quisiesen salir de su ejercicio, con planes de capacitación en un trabajo. El resultado es que los índices de prostitución han disminuido notablemente y la trata de mujeres y niñas casi ha desaparecido.
Esta experiencia, en un país capitalista, muestra que es posible avanzar en este sentido, y que la lucha por demandas democráticas de las mujeres, por ejemplo, el derecho al aborto legal, gratuito y libre, el derecho al trabajo en condiciones dignas, deben ser enarboladas y exigidas con fuerza por los trabajadores en su conjunto, y que no basta con bajar los índices de prostitución, hay que eliminarla completamente. Eso será posible en una sociedad en la que los medios de producción no estén en manos de unos pocos sino que pertenezcan al conjunto de la sociedad, en la que las mujeres participen de lleno en la producción social; como plantea Marx en el Manifiesto Comunista: “Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se derivan, es decir, la prostitución oficial y privada”.
Luchamos por una sociedad completamente diferente del capitalismo, una sociedad socialista en la que las relaciones humanas, y dentro de ellas las de los sexos, puedan ser fundadas sobre otra moral, la de la solidaridad y el bien común, verdaderamente libres de los condicionamientos económicos burgueses, libres de todo tipo de opresión y sometimiento, libres de la comercialización y la cosificación, en la cual transmitir, donar, entregar, adquirir, o en la que “cada cosa, moral o física” no esté sujeta a la miserable ley del valor capitalista.