Si no se han enterado de que la izquierda solo tiene opciones del llegar al gobierno, y ya no digamos al poder, con la sociedad movilizada, es que no han entendido nada de la historia política. La desmovilización social y el culto al voto como herramienta del cambio, es patrimonio de la derecha.
Por Roberto Laxe
Al fin y al cabo, el voto sigue siendo relativamente censitario. Las revoluciones burguesas impusieron, no el sufragio universal, sino el censitario, como una manera «civilizada» de resolver los problemas entre las fracciones de la clase dominante, frente al guerrerismo de la aristocracia; solo podían votar los hombres libres y propietarios. La clase obrera, las mujeres y por supuesto los esclavos, no tenían derecho al voto, y solo fue tras durísimas luchas que se consiguió el sufragio universal.
La burguesía, en su decadencia, querría volver a sus orígenes, como está haciendo con otros derechos conquistados por la sociedad, como la sanidad o la educación públicas, sustituidas por las viejas sociedades filantrópicas, hoy conocidas como ONGs. Pero el sufragio universal no pueden anularlo por decreto, salvo que instauren una dictadura, entonces se buscan las vueltas legales y económicas para limitarlo lo más posible.
Leyes como la ley de partidos, limitaciones legales para formalizar candidaturas, y sobre todo, el apoyo mediático y financiero. La burguesía utiliza el lema de «lo que no se habla no existe». Solo existen aquellos que ellos, los propietarios de los medios de comunicación, quieren que existan; los demás están excluidos por definición.
Claro está que los medios ponen condiciones, y la principal es que el discurso del que quiera salir en los medios se adecue al nivel de tolerancia de los medios, de cada uno de los que se manifiesta las diferentes fracciones del capital.
Este nivel de tolerancia varía entre la extrema derecha y la derecha civilizada, como mucho el progresismo liberal; pero está claro que nunca, bajo ningún concepto, los medios en todo el arco ideológico, admitirán en su seno el discurso de la única clase social que puede acabar con el dominio de los medios por el capital, la clase obrera.
La clase obrera nunca existe en los medios, son «clases medias pobres», son «excluidos sociales», son «sindicalistas en huelga» (como si las huelgas la protagonizaran los liberados sindicales), son cualquier cosa menos clase obrera.
De alguna manera volvemos al voto censitario; ahora no de una manera legal, sino por la vía del silencio y los apagones informativos.
Los politólogos y académicos de la política, que se han encaramado en las cumbres de las fuerzas del «cambio», con su desconcierto ante los resultados electorales, solo están demostrando que deberían estar suspendidos en su carrera, pues desprecian verdades políticas descubiertas por los marxistas hace muchos años, y la principal es que la sociedad está dividida en clases sociales, los que son propietarios (y sus gestores, técnicos y demás) de los medios de producción y distribución, viviendo de las rentas del capital, y los que viven de la venta de su fuerza de trabajo por un salario, es decir, de las rentas del trabajo.
Que los medios de comunicación son parte de los intereses de los primeros, no se les puede engañar pues tiene claro a quien sirven, y no regalan nada. Es más, «Roma no paga traidores», y una vez que los que les han servido, no cumplen ya ningún papel, se deshacen de ellos como quien tira una colilla.
Así que dejemos las explicaciones académicas de los acontecimientos y vayamos a la realidad. El voto bajo el régimen burgués, en el que el individuo como tal se enfrenta a la sociedad, es un mecanismo que fomenta el conservadurismo de las personas (cómo yo, un individuo, puedo cambiar nada con mi voto, como mucho puedo evitar males mayores; este es el mensaje del voto individual), y por ello no sirve para cambiar nada; solo sirve para, en campaña electoral, agitar por otro tipo de sociedad. Solo eso.
El voto adquiere fuerza cuando es expresión de la voluntad colectiva de la clase obrera y de los pueblos; cuando con el voto se refuerza la unidad para luchar contra el sistema a través de las asambleas obreras y populares, de la organización colectiva de los oprimidos y los explotados. En este momento el voto es la reafirmación de la voluntad de lucha frente al sistema, que solo puede ser derrotado con la acción colectiva.
Fomentar el voto individual como herramienta de cambio en si mismo es lo más reaccionario que puede hacer una fuerza que promete «transformación» social, pues engaña con su quehacer a la población. Es como si a una plantilla de trabajadores se les dice que van a construir una casa con cortauñas… Cada herramienta tiene su utilidad.
Estas son cuestiones básicas en política, conceptos que su desprecio solo llevan al desconcierto cuando la realidad choca con las fantasías del academicismo.