El pasado 9 de noviembre se cumplieron 32 años de la caída del muro de Berlín, y, con él, la caída de los regímenes autoritarios de la Europa del Este. Aprovechamos la fecha para publicar el prólogo al libro «El veredicto de la Historia» escrito en 2017 por nuestro compañero y teórico de la LIT-ci (Liga Internacional de Trabajadores-cuarta internacional) Martín Hernández, en el que profundiza sobre qué pasó con los Estados en los que, en el pasado, se expropió a la burguesía. Particularmente en la ex URSS y el resto del Este europeo, así como en China y en Cuba.

El Veredicto contiene varios trabajos elaborados entre los años 1994 y 2001. Por lo tanto, ya pasaron más de 20 años de las primeras elaboraciones que realicé, conjuntamente con un gran número de camaradas y amigos, sobre un tema tan polémico y apasionante: Revolución y restauración en los ex Estados obreros.

En estas dos décadas fueron muchos los cambios que ocurrieron en esos Estados, lo que me podría haber llevado a realizar una actualización de este libro y no simplemente una reedición. Sin embargo, me incliné por esta última alternativa por considerar que las observaciones y conclusiones hechas hace veinte años en lo esencial se han mostrado correctas, lo que no significa, obviamente, que las mismas no requieran de varias aclaraciones, actualizaciones, e incluso correcciones.

Cuando estos textos fueron escritos, en la década de 1990, había un gran debate entre la intelectualidad y las organizaciones de izquierda sobre el significado de los procesos del Este. Ese debate se mantiene hasta hoy y no sería de extrañar que, dada la importancia del tema, se siga desarrollando por algunas décadas más.

Sin embargo, en aquellos años el debate adquiría formas diferentes a las actuales. Se discutía, centralmente, si en los Estados obreros se había restaurado o no el capitalismo, y era a partir de allí que se sacaban una serie de conclusiones, siempre muy polémicas.

Nuestras elaboraciones se enfrentaron con la amplia mayoría de las existentes, porque ya a partir del año 1994 (por cierto con bastante atraso) comenzamos a señalar que en todos los Estados obreros se había dado un cambio cualitativo en lo que se refería al carácter de esos Estados, pues habían pasado de Estados obreros degenerados (en el caso de la ex URSS) o de Estados obreros burocratizados (los restantes) a Estados capitalistas y, a partir de allí, con diferentes ritmos, se había iniciado la restauración del capitalismo.

En este marco, también en contraposición con casi todas las organizaciones y los intelectuales de izquierda, señalábamos que la restauración del capitalismo no se había iniciado en la URSS a partir de la Perestroika de Gorbachov sino en China, a partir de las llamadas “Cuatro Modernizaciones” votadas por el Partido Comunista chino en el año 1978.

También en contra de la idea muy difundida de que habían sido las masas, con su movilización, las que habían acabado con los Estados obreros del Este europeo nosotros señalábamos que antes de las grandes movilizaciones los Estados habían cambiado su carácter, de manera tal que las grandes movilizaciones no se habían enfrentado a Estados obreros sino a Estados capitalistas, y lo que ellas habían derrumbado eran los regímenes dictatoriales, de carácter burgués, encabezados por los partidos comunistas.

En aquellos años habían muchos (no todos) que reconocían que el capitalismo había sido restaurado en la ex URSS, pero prácticamente ningún sector de la izquierda reconocía que lo mismo había ocurrido en China, en Vietnam y en Cuba.

Esta diferencia de análisis expresaba una profunda diferencia política. Las corrientes estalinistas, o profundamente influenciadas por ellas (como muchas organizaciones “trotskistas”), que afirmaban que las movilizaciones de las masas habían posibilitado la restauración del capitalismo, no tenían cómo explicar la restauración en aquellos países en donde no habían existido tales movilizaciones, como era el caso de Vietnam o el de Cuba, o en donde esa movilización había sido derrotada, como era el caso de China.

Creemos que la propia realidad fue confirmando nuestros análisis de tal forma que hoy son muy pocos los que consideran que en China o en Vietnam no se restauró el capitalismo, a la vez que crece el número de personas que se rinden ante las evidencias y reconocen en que en Cuba ocurrió lo mismo.

Ya en lo que se refiere a la periodización del proceso en el Este europeo (primero cambió el carácter de los Estados y a posteriori se dieron las grandes movilizaciones contra los regímenes) sigue habiendo, hasta hoy, una gran resistencia a reconocer este hecho, por otra parte muy simple de comprobar. Basta estudiar las fechas de los acontecimientos. La resistencia a aceptar la realidad continúa siendo muy fuerte.

Pero, como decía anteriormente, nuestros análisis y conclusiones requieren algunas precisiones, e incluso correcciones.

El Veredicto… tiene el mérito de señalar que la restauración del capitalismo no se inició en la ex URSS ya que un proceso de ese tipo había ocurrido, una década antes, en China. Sin embargo, el texto no lleva en consideración que ya en la década de 1960, en la Yugoslavia de Tito, con la política autogestionaria, se habían dado los primeros pasos para la restauración del capitalismo. Si los marxistas hubiésemos estudiado esta realidad en profundidad, difícilmente hubiésemos sido sorprendidos, como lo fuimos, con los procesos de China y del Este europeo, porque todo indica que lo ocurrido en Yugoslavia anticipó lo que más tarde habría de ocurrir, aunque con otras formas, en el conjunto de los ex Estados obreros.

También, desde el punto de vista del análisis, es necesario destacar algo que si bien está señalado en el libro no está claramente desarrollado y, más aún, a veces aparecen formulaciones contradictorias. Me refiero a la relación entre el cambio del carácter del Estado (de obrero a capitalista) y la restauración del capitalismo.

En el libro se crea una cierta confusión porque, por momentos, se coloca un signo de igualdad entre estos dos conceptos.

No queda suficientemente claro que la restauración del capitalismo surge como producto del cambio del carácter del Estado, cuando la burguesía, por medio de sus agentes, recupera el poder. Y tampoco queda claro que la toma del poder de la burguesía se da en un determinado momento (en una fecha) pero, por el contrario, la restauración del capitalismo es un proceso que se va a desarrollar a través del tiempo.

Ya Trotsky, en la década de 1930, previendo la restauración, alertaba sobre este tema. “Si una contrarrevolución burguesa tuviese éxito en la Unión Soviética, por un largo periodo de tiempo el nuevo gobierno tendría que basarse en la economía nacionalizada[1]. Esto es lo que ocurrió en todos los ex Estados obreros aunque no fuese por “un largo periodo de tiempo”.

Esta precisión es importante porque la incomprensión sobre la relación entre estos dos conceptos llevó a que muchos consideraran (yo entre ellos, hasta el año 1994) que continuaban habiendo Estados obreros porque la restauración no había culminado o estaba “empantanada”, sin ver que, a partir del cambio en el carácter de clase del Estado, la restauración era inevitable a no ser que una revolución de carácter social la evitase.

Por fin, es necesario identificar que existe un error en El Veredicto…, que si bien es común a la casi totalidad de las organizaciones que se reivindican trotskistas no por eso deja de ser un error.

Los procesos del Este, sin ninguna duda provocaron una gran confusión entre las organizaciones que se reivindicaban trotskistas, lo que llevó a crisis, rupturas y disgregaciones. Esta realidad nos hizo decir algo que, en ese momento, a todos nos parecía obvio: existe “una profundización de la crisis de la dirección revolucionaria…”. Estas son las palabras que aparecen en el prefacio del primer trabajo de El Veredicto…, que data de 1995.

Esta idea es profundamente equivocada. Trotsky, en el año 1938, constatando la debilidad de la dirección revolucionaria en relación con la socialdemocracia y el estalinismo señaló, con mucha razón: “La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria[2].

Esta crisis tenía dos componentes. Por un lado, la debilidad extrema de la dirección revolucionaria y, por el otro, el fortalecimiento de la dirección contrarrevolucionaria ya que, a la traidora socialdemocracia se le había sumado el estalinismo.

Esta crisis de la dirección revolucionaria se profundizó después de la muerte de Trotsky. Por un lado, por su propio asesinato, como parte de genocidio de una generación de revolucionarios y, por el otro, por el fortalecimiento del estalinismo después de la Segunda Guerra Mundial, en función del papel jugado por la URSS (a pesar de Stalin) en la derrota del fascismo. Es justamente por eso que, en la posguerra, en el marco de un gran ascenso revolucionario se profundizó, como nunca, la crisis de la dirección revolucionaria, pues hubo un fortalecimiento cualitativo de la dirección contrarrevolucionaria.

Los procesos del Este, con la caída del aparato estalinista por la acción revolucionaria de las masas, fueron en sentido inverso a lo ocurrido en la posguerra pues, si bien no hubo un importante crecimiento de la ya débil dirección revolucionaria, hubo un debilitamiento cualitativo de la poderosa dirección contrarrevolucionaria, y eso despejó, en gran medida, el camino para intentar dar solución a la principal contradicción de la humanidad señalada por Trotsky.

El desafío programático

Las profundas transformaciones ocurridas en los ex Estados obreros les plantearon dos grandes desafíos a los marxistas.

Por un lado estaba la necesidad de entender lo que realmente había ocurrido (que es a lo que me estaba refiriendo anteriormente) y, por el otro, la necesidad de sacar las conclusiones con relación a la prueba a que fue sometido nuestro programa.

Con la ruptura de la socialdemocracia con el marxismo y la degeneración que significó el estalinismo, quedó en manos de Trotsky y sus camaradas hacer una interpretación de lo que ocurría en la ex URSS y sus consecuencias a nivel internacional, así como las tareas que para el proletariado se desprendían de esta comprensión. De esta forma, en contraposición con la socialdemocracia y con el estalinismo, en la década de 1930 quedó diseñado el programa del trotskismo.

Lo ocurrido con los ex Estados obreros, particularmente en la ex URSS, pusieron a prueba ese programa.

Dar una respuesta a esta cuestión era la preocupación central del libro que, justamente por eso, lleva el nombre El Veredicto de la Historia, pues es de ello justamente que se trataba: dar un veredicto, a partir de los acontecimientos, sobre la validez y la actualidad, o no, del programa trotskista que, tal como lo señaló en tantas oportunidades Nahuel Moreno, era, y es –agrego yo–, la única corriente marxista de la actualidad.

La prueba de los hechos

La Revolución de Octubre posibilitó que la burguesía fuese expropiada, que la economía de mercado fuese reemplazada por una economía centralmente planificada, y que el comercio exterior fuese monopolizado por el nuevo Estado obrero. Esto posibilitó un desarrollo espectacular de la economía y la cultura de la URSS, cosa que llevo a Stalin, ya en los inicios de la década de 1930, a afirmar que la URSS ya era un Estado socialista que caminaba en dirección al comunismo.

Trotsky, en su libro La Revolución Traicionada, y en otros trabajos, abordó en profundidad este tema, señalando que la URSS no era aún un Estado socialista (estaba en transición en esa dirección) pero que los resultados obtenidos en menos de dos décadas mostraban “el derecho a la victoria del socialismo”, pues nunca en la historia de la humanidad un país atrasado había alcanzado tal desarrollo en tan poco tiempo.

Sin embargo, al mismo tiempo que señalaba esto, decía que si la burocracia estalinista continuaba al frente del Estado, lo que estaba planteado no era el camino hacia el socialismo y el comunismo sino el retorno al capitalismo:

El pronóstico político tiene un carácter de alternativa: o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más el órgano de la burguesía mundial en el Estado obrero, destruye las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir al país en el capitalismo, o bien la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino del socialismo”.[3]

Trotsky hacía esta afirmación porque detrás de la política del estalinismo existía una teoría/programa. Era una teoría para justificar los intereses de una casta parasitaria surgida en el interior del Estado obrero. Fue la famosa teoría, inventada por Stalin, contra toda la tradición marxista, del “socialismo en un solo país”, que tenía un contenido: el abandono del triunfo de la revolución mundial para pasar a defender, a partir de un Estado aislado, la “coexistencia pacífica con el imperialismo”.

Los acuerdos con Hitler primero y con los americanos en ingleses después, así como el asesinato, por orden de Stalin, de centenas de miles de obreros y campesinos, entre ellos los que dirigieron la Revolución de Octubre de 1917, fueron para sustentar esta política y, seis décadas después de formulada, el mundo pudo contemplar sus resultados: en el país “socialista” de Stalin, que caminaba en “dirección al comunismo”, el capitalismo fue restaurado, y la restauración no vino por medio de una invasión militar del imperialismo sino, tal como lo anticipó Trotsky, a partir de una opción de la burocracia gobernante.

La realidad confirmó la disyuntiva planteada por Trotsky, pero el programa trotskista no se limitó a presentar pronósticos alternativos sino que tuvo una estrategia para el triunfo de la alternativa progresiva. Esa alternativa fue la defensa de una revolución dentro de la revolución. Una revolución política, la cual debería preservar las conquistas de Octubre que aún se mantenían (centralmente las empresas estatizadas, el monopolio del comercio exterior, y la economía centralmente planificada) pero debía expulsar a la burocracia del poder para que sea la clase obrera con sus organismos, los soviets y el partido revolucionario, se pusiese a la cabeza del Estado.

Por defender el derrocamiento de la burocracia Trotsky fue acusado de contrarrevolucionario por los estalinistas, a la vez que muchos de sus seguidores se alejaron de él por entender que capitulaba al estalinismo por defender, frente al imperialismo, el Estado obrero, aun degenerado.

El veredicto de la historia fue demoledor. La clase obrera, a pesar de sus intentos (levantamientos revolucionarios en Alemania Oriental, Hungría, Polonia y Checoslovaquia), no consiguió aplastar a la burocracia y así, tal como lo señaló Trotsky, la burocracia, convertida en “el órgano de la burguesía mundial en el Estado obrero, destruyó las nuevas formas de propiedad y volvió a hundir al país en el capitalismo”.

La restauración del capitalismo significó un retroceso brutal de la economía en los ex Estados obreros, que ya son o están en camino de convertirse en semicolonias de las potencias imperialistas, lo que también confirma la corrección del programa trotskista de haber defendido, a pesar de su dirección, a esos Estados contra el imperialismo, pues eso significaba defender las conquistas de la Revolución de Octubre.

La burocracia consiguió derrotar la revolución política y, por eso, los Estados obreros fueron destruidos, cosa que vino a demostrar que solo los trotskistas tenían un programa para evitar la restauración del capitalismo y retomar el camino en dirección al socialismo.

Una aclaración necesaria

En nuestro libro definimos como “estalinista” no solo el gobierno encabezado por Stalin sino todos los gobiernos que le sucedieron y, con la misma definición, agrupamos a corrientes diferentes entre sí. Este tipo de definición seguramente va a sorprender al lector ruso porque no es de esta manera que en Rusia se ha identificado todo lo que vino a posteriori de la muerte de Stalin.

Esta amplia utilización de la categoría de “estalinismo” requiere, de nuestra parte, una explicación.

El llamado periodo de “desestalinización” iniciado a partir del XX Congreso del PCUS, en el cual Nikita Kruschev presentó su famoso informe secreto, en el que denunció los crímenes de Stalin, no significaron una ruptura con la esencia del estalinismo [es decir]: la coexistencia pacífica con el imperialismo, el abandono de la revolución mundial, la negación de la democracia obrera, la política internacional de colaboración de clases mediante los frentes populares y, a partir de todo eso, las sistemáticas traiciones a todas las revoluciones que amenazasen sus intereses y sus acuerdos con la burguesía y el imperialismo.

Por eso, a los gobiernos que sucedieron a Stalin, los denominamos de “estalinistas”, a pesar de sus denuncias contra Stalin. Porque esas denuncias no eran la expresión de una lucha contra la burocracia sino una lucha interburocrática por la sucesión de Stalin, en momentos en que el descontento de las masas crecía en varios países, incluso en la propia URSS.

De la misma forma, denominamos como estalinistas las diferentes corrientes que, identificándose o no con Stalin, defendían y defienden, en esencia, su mismo programa. Concretamente me refiero al titoísmo, el maoísmo y el castrismo.

En occidente se habla de diferentes corrientes del marxismo. Nos parece más justo hablar de diferentes corrientes del estalinismo. No es por casualidad que todas esas corrientes, con importantes diferencias entre sí, tuvieron una misma política para enfrentar las crisis en sus Estados. No fue la política de los bolcheviques, de buscar en la revolución mundial el auxilio necesario. Fue restaurar el capitalismo.

Por fin, para cerrar esta presentación, no podía dejar de repetir algo que está en la introducción del primer trabajo de El Veredicto…: El estalinismo y sus sucesores, con su régimen de terror, colocaron una barrera entre los marxistas revolucionarios del mundo capitalista y el Este europeo. Las revoluciones del Este comenzaron a derrumbar estas barreras pero, este “feliz reencuentro” no es fácil. Es que en todos esos años de dispersión se fueron construyendo diferentes lenguajes políticos, diferencias agravadas por las barreras idiomáticas que no son pocas ni secundarias. A esto hay que agregar que, por nuestra parte, los marxistas occidentales mantenemos, en muchos aspectos una visión –valga la redundancia– “occidental” sobre las realidades que vivían y viven esos países. Esto último nos obliga aún más a ser sumamente cuidadosos y abiertos en nuestras elaboraciones, y a pedir disculpas anticipadas a estos compañeros por los errores que seguramente cometeremos”.

Notas:

[1] TROTSKY, León. “¿Ni un estado obrero ni un estado burgués?, 25 de noviembre de 1937.

[2] TROTSKY, León. “El Programa de Transición para la revolución socialista”.

[3] TROTSKY, León. “El Programa de Transición…”, p. 70.