La derecha y la ultraderecha han cobrado protagonismo por su histriónica campaña contra la investidura del nuevo gobierno, al que tachan de “traidor”, “ilegítimo” y apoyado por “terroristas”. Agitan la bandera rojigualda y se postulan como los defensores del Rey y la “unidad de España”.
La mugre franquista, producto de un régimen monárquico nacido del pacto de la Transición, con las élites franquistas en el timón, patalean ante el nuevo gobierno de coalición. Paralelamente, Vox se ha consolidado como la tercera fuerza electoral, obteniendo 52 escaños, canibalizando a C´s. El PP, por su parte, enseña su cara más ultra, intentando competir con la formación de Abascal.
Todo apunta a que viviremos una legislatura agitada en la calle por la derecha. El pasado domingo 12 de enero, ya vimos las primeras manifestaciones frente a los ayuntamientos.
¿El nuevo gobierno será un freno a la derecha?
Uno de los principales argumentos para el nuevo gobierno de coalición es que su presencia cierra el paso a que la derecha llegue al gobierno. Sin embargo, es posible que el nuevo gobierno sea quien les termine abriendo la puerta. Especialmente, si PSOE y Unidas Podemos defraudan las expectativas que ahora hay depositadas en ellos, es esperable que sus apoyos electorales puedan descender.
En un contexto de agitación derechista, y teniendo en cuenta lo ajustado del resultado, no es difícil que más pronto o más tarde podamos ver un nuevo gobierno de coalición… por la derecha esta vez.
¿La Constitución de 1978 es un arma para combatir a la derecha?
El hecho de que la ultraderecha pueda plantear sin problemas su agenda autoritaria, machista, racista y homófoba en las instituciones, mientras se niega a millones la posibilidad de decidir sobre Monarquía o República, o la relación entre los pueblos del Estado, da una idea del verdadero rostro de la «democracia» del Estado Español.
Esto no debería ser ninguna novedad, sin embargo, la izquierda parlamentaria –con la Constitución en la mano– lejos de practicar esta crítica a la farsa de Transición, ha contribuido a extender la idea de que pueden lograrse transformaciones profundas dentro de los márgenes de este régimen.
Pablo Iglesias ha pasado de impugnar el Régimen del 78 a defender que dentro del mismo, y basándose en los artículos “sociales” de la Constitución, puede defenderse a la mayoría trabajadora. Sin embargo, este planteamiento se olvida de que los artículos “sociales” del texto constitucional no pasan de ser un catálogo de buenas intenciones, sin aplicación legal directa.
Lo que sí es obligatorio es cumplir con el pago de la deuda a las entidades financieras, sobre cualquier gasto social. Tampoco es una broma el artículo 8, que encomienda al ejército la “defensa de la unidad española” y del “orden constitucional”.
Además, los aparatos del Estado, como el sistema judicial, siguen firmemente dominadas por fuerzas reaccionarias, que trabarán o bloquearán cualquier avance democrático o social que se plantee.
¿Ser oposición de izquierda al gobierno hace el juego a la derecha?
Por su sumisión a las normas financieras de la UE, por su sumisión al aparato de Estado y por el propio carácter social y político del PSOE, pensamos que el próximo gobierno no va a satisfacer, en lo fundamental, las reivindicaciones sociales. Por ello pensamos que no debemos cejar en levantar las mismas reivindicaciones que llevamos defendiendo los últimos años, aunque esté “la izquierda” en el gobierno.
Hacerle el juego a la derecha sería, precisamente, rebajar nuestras demandas para defender a toda costa al nuevo gobierno. Esta actitud abre la puerta para que la demagogia ultraderechista cale entre la población de clase trabajadora.
La primera tarea para combatir a la ultraderecha es no darles respiro. Confrontar en cada espacio con su propaganda, no dejarles entrar en nuestros barrios o en nuestras empresas. Denunciar su autoritarismo, su machismo y su racismo. Pero una segunda tarea es mantener, frente al nuevo gobierno, la lucha obrera y popular.
La posible falencia del nuevo gobierno nos debe encontrar levantando con claridad una alternativa independiente desde la izquierda, que permita que la gente trabajadora que quede desencantada no busque salida a su derecha, sino en posiciones revolucionarias.