Putin intensifica sus ataques en Siria. A los bombardeos aéreos, ahora se suman los ataques con misiles desde las aguas del mar Caspio, a 1.500 kilómetros de distancia de sus objetivos. Militares rusos lanzaron este miércoles unos 26 misiles de crucero contra suelo sirio, disparados desde cuatro buques.
Estos ataques fueron coordinados y acompañaron una ofensiva terrestre de las fuerzas leales al dictador Bashar al-Assad.
Posteriormente, el Estado Mayor ruso aseguró haber golpeado a través de esta operación varios objetivos del Estado Islámico (EI) en las provincias de Raqa, Idlib y Alepo. Sin embargo, distintas fuentes presentes en el terreno, como el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, denuncian que los verdaderos blancos fueron las milicias rebeldes antidictatoriales, además de civiles inocentes.
En este sentido, altos mandos rusos anunciaron que en una semana de ataques sus bombas alcanzaron 112 posiciones del EI. El Departamento de Estado norteamericano, por su parte, contestó diciendo que 90% de los ataques rusos no impactan objetivos del EI ni de otros grupos en la órbita de Al Qaeda.
La cuestión es que la intervención de Putin no pretende combatir al EI sino apuntalar el régimen sirio. Esto es importante para preservar los intereses rusos en Siria y Medio Oriente.
En primer lugar, al régimen ruso le importa mantener la base naval de Tartus, la única a su disposición en el Mediterráneo. Por otro lado, está la cuestión de los yacimientos de gas descubiertos en el litoral sirio, cuya explotación se aseguraron varias compañías rusas durante los próximos 25 años. La supervivencia política de Assad es fundamental para asegurar dichos intereses. Esto, en realidad, no debería sorprender a nadie. Desde el comienzo del proceso revolucionario, Putin ha prestado a Damasco una vital ayuda financiera, militar y diplomática.
¿Por qué Rusia actúa directamente ahora y no lo hizo antes? La intervención rusa que estamos presenciando, más abierta y decidida, tiene que ver con la deteriorada situación del régimen sirio, altamente desgastado tras casi cinco años de enfrentar a la oposición armada. El dictador Assad no controla más que 25% del territorio. Si ha conseguido mantenerse en el poder es exactamente por el apoyo que ha recibido y sigue recibiendo de países como Rusia, Irán, China, la milicia libanesa Hezbolá, y hasta de gobiernos dichos “progresistas” como los de Venezuela y Cuba.
Otro elemento, cada vez menos considerado por los analistas internacionales y sobre todo por la mayoría de la izquierda mundial es el hecho de que la revolución, aunque con flujos y reflujos, continúa. Incluso fragmentada y sin el armamento pesado que necesita, la resistencia de facciones como el Ejército Libre de Siria y la de las milicias kurdas en el norte sigue firme. En los últimos meses, además, se evidenció el avance del llamado Frente de la Victoria (coalición entre grupos salafistas como Ahrar Al-Sham y el Frente Al-Nusra) hacia Latakia, el feudo del clan Assad. En síntesis, la lucha del pueblo sirio, aún con todas sus contradicciones y vaivenes, no ha sido derrotada.
En este marco, la franja mediterránea siria, al igual que el eje Damasco-Homs-Hama, deben conservarse cueste lo que cueste, pues en esa porción del territorio se concentran los intereses vitales del régimen sirio y también los de su aliado ruso: tanto la base naval de Tartus como los yacimientos de gas del Mediterráneo.
Teniendo en cuenta estos elementos, el “combate al terrorismo” del EI que esgrimen Putin y Assad es pura falacia. La verdad es que el EI viene prestando un servicio inestimable a la dictadura siria. Es el “peligro yihadista” que permite al dictador sirio mostrarse como un actor “necesario” ante las potencias imperialistas. Ser considerado aunque sea como un “mal menor” es muy importante para el régimen sirio, pues lo ayuda, como mínimo, a “ganar tiempo”.
Una posible “derrota” del EI, sin duda reduciría las expectativas de supervivencia de la dictadura siria y, por ende, implicaría un golpe a los intereses rusos en ese país y en la región. De ahí que los bombardeos de Putin tienen el propósito fundamental de frenar el avance de la revolución siria y “blindar” al máximo posible el régimen de Damasco.
La única salida progresiva para el pueblo sirio y de todo Medio Oriente y el Magreb pasa por el derrocamiento de la dictadura siria y la expulsión de todos sus aliados. Este sería un “punto de partida” fundamental. Por eso, es necesario oponerse tanto a los bombardeos rusos como a los de EEUU, que atacan a Siria desde hace más de un año. En este sentido, la unidad político-militar de las milicias árabes y kurdas para derrotar a Assad, el Estado Islámico y el imperialismo sigue siendo la clave de la victoria.