El único camino hacia la Europa del norte que les ha quedado a los miles de refugiados e inmigrantes procedentes de Siria, Afganistán, Iraq, Pakistán, Bangladesh y diversos estados de África que, durante este verano de 2015, están llegando por millares a las islas griegas, es el que pasa por Turquía y los Balcanes.
Sin embargo, de buena gana preferirían rehuirlo, porque saben que se exponen a sufrir percances muy desagradables con los traficantes de personas y, en general, con todo tipo de mafiosos. Pero en los campamentos de Líbano los refugiados son ya más numerosos que los habitantes del país y tanto las fronteras de este estado como las de Egipto están cerradas, volviendo tremendamente complicado pasar a Europa desde las costas de África del norte en dirección a Italia.
En consecuencia, las caravanas de desarraigados, donde los refugiados sirios son mayoría, comienzan su largo e incierto viaje encaminándose a Turquía, su primera parada. Desde allí, llegan a Grecia tras surcar el Egeo, cruzan la frontera con la Macedonia eslava, atraviesan Serbia y Hungría y continúan en dirección a su objetivo final: algún país de la Europa del norte o de Escandinavia, preferentemente Alemania o Suecia.
El nuevo “muro de la vergüenza”
El obstáculo más difícil de sortear en esta larga marcha es Hungría, cuya dura política de rechazo a los refugiados adquiere forma simbólica y material en el muro, de casi 170 kilómetros de largo, que sus autoridades están construyendo en la frontera con Serbia. Un nuevo “muro de la vergüenza” que o bien conseguirá detener las oleadas de refugiados o bien hará aún más oneroso el precio a pagar por alcanzar la Tierra de Promisión.
Mas la primera de las grandes pruebas que deben afrontar los refugiados de Oriente Medio es la travesía del Egeo, con las islas de Lesbos, Kos, Kios y Samos como principales escalas.
A mediados de agosto, estuvimos con refugiados sirios, en su mayoría personas jóvenes, en el campamento de Kará Tepés, situado a las afueras de Mitilini, la capital de Lesbos, donde suelen permanecer entre uno y dos días. Kará Tepés es una pista para aprender a conducir automotores, a diez minutos en autobús de la ciudad, donde se han instalado 60 grandes tiendas de campaña y unas cuantas más pequeñas. Aquí, al igual que a un olivar cercano, son conducidos exclusivamente los refugiados que proceden de Siria –en la segunda quincena del mes, su afluencia superó la “barrera” de las 2.000 llegadas diarias–.
Las infraestructuras de servicios higiénicos son rudimentarias, el agua disponible es escasa –y llega caliente a través de una manguera–, mientras que aquí y allá pululan los vendedores ambulantes que ofrecen agua, café, sándwiches e, incluso, ropa. Según los datos proporcionados por el Dispensario de Solidaridad Social de Tesalónica, las gastroenteritis, las quemaduras producidas por el sol y las alergias son las enfermedades que afectan con mayor frecuencia a las personas que llegan a este campamento.
Cercos policiales y pesadilla húngara
“Si me van a detener en Hungría para meterme en la cárcel, en ese caso preferiría volver a Siria”, nos dice Ahmed, un chico de 26 años, natural de Alepo, que, en compañía de su padre, intenta llegar a Alemania. El viaje desde Siria hasta Turquía puede durar entre una semana y diez días, depende del medio de transporte y de los controles armados que uno se encuentre por el camino. Ahmed y su padre tuvieron que pasar por sucesivos controles del ejército sirio, de los combatientes extranjeros que luchan en sus filas, de los guerrilleros kurdos del Partido de la Unión Democrática, (PYD, rama siria del PKK, Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y de los islamistas de ISIS. Su primer intento de entrar en Grecia lo realizaron por Kastaniés, en el extremo norte de Tracia, pero se dieron de bruces con una patrulla alemana de FRONTEX que los rechazó, literalmente, a puntapiés. Se vieron obligados a volver sobre sus pasos hasta Adana, en el sur de Turquía y, desde allí, finalmente llegaron en barca a Mitilene, pagando mil dólares por el “billete”. Los niños, tienen tarifa reducida: pagan sólo el 50%.
Un viaje de alto costo
En total, el viaje desde Siria hasta el norte de Europa sale a un precio considerable. Se necesitan por lo menos 4.000 dólares, de los cuales la mitad se gastan en el trayecto hasta Grecia. Aquellas personas que no pertenecen a las capas altas o medias de la sociedad se ven abocadas a quedarse en Siria o bien a viajar a pie durante meses o a procurarse algún medio barato de transporte. “Después de cuatro años de guerra, no soportábamos más. Vendimos todo lo que teníamos, cambiamos nuestro dinero por dólares, a razón de 300 libras sirias por dólar, y nos fuimos”, nos cuenta Hasán, un damasceno que viaja con otros cinco amigos.
Amer procede de Homs. Está en Kará Tepés con su mujer y su hijo.
Homs, Beirut, Adana, Mitillini; luego Tesalónica y, última estación en suelo griego, el paso fronterizo de Evzoni. Amer y su familia se sienten aliviados tras haber dejado a sus espaldas el infierno de la guerra, pero saben que su viaje aún no ha concluido. “Todos los que han conseguido llegar hasta aquí se sienten afortunados de pisar suelo europeo”, observa el abogado Aléxandros Tzenos, que trabaja en Mitilini a cuenta del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. “Se hacen la ilusión de que su objetivo está ya al alcance de la mano, pero antes de llegar a Hungría tienen que encontrar los medios para atravesar las fronteras de la Macedonia eslava y de Serbia en 72 horas”. En Hungría, los controles son especialmente severos. Con la aprobación o por la fuerza, se les toma las huellas dactilares y a quienes se sorprende intentando cruzar ilegalmente la frontera húngara, se les devuelve al país de primera acogida…
Escasas peticiones de asilo
Pero, ¿cuál es el país de primera acogida? “La Convención de Dublín establece que los refugiados tienen derecho a presentar una solicitud de asilo en el país de acogida”, nos explica el señor Tzenos. Pero son poquísimos los refugiados que solicitan asilo en Grecia. En Mitilini, los refugiados permanecen durante unos pocos días, sólo hasta recibir el documento policial que certifica que tienen cita para presentarse, semanas más tarde, en el Servicio de Extranjería de la calle Petros Ralis, en Atenas, tras lo cual podrán acceder a un permiso de residencia de un mes de duración. Pocos acuden a esta cita, pues la mayoría quiere marcharse de Grecia lo antes posible y se encaminan directamente a los pasos fronterizos con la Macedonia eslava.
“Ilotas”* en Estambul
Quienes no disponen de medios para pagar a los traficantes de personas y atravesar el mar, se ven obligados a vivir en barrios de chabolas y buscarse el sustento en curtidurías, talleres textiles y otras empresas del sector secundario en las afueras de Estambul, donde han proliferado muchas “zonas grises”, con condiciones de vida y trabajo cercanas a la esclavitud. Uno de los que pasó por esta experiencia es Hamid, un chico afgano que, desde hace algunos años, reside en Mitilini y ahora coopera en la recepción y alojamiento de refugiados. Su viaje hasta llegar a Grecia duró dos años y medio. Tras cuatro intentos de ingresar al país desde Turquía, seguidos de otros tantos arrestos, finalmente, al quinto lo consiguió. Para los afganos hay dos rutas: la primera pasa por Irán y Turquía; la segunda, comprende también a Pakistán.
El viaje puede durar desde unos veinte días, para los más afortunados, hasta varios meses o incluso años para los que no tienen dinero, como fue el caso de Hamid, que contaba 19 abriles cuando comenzó su periplo. “La etapa más complicada del trayecto es Irán”, nos dice, “porque si viajas ilegalmente te expones a un peligro de muerte. Mientras atravesábamos una montaña vimos un montón de piedras apiladas, como una tumba, y el guía nos dijo que se trataba de un emigrante clandestino que había sido tiroteado por una patrulla del ejército. Murió sin que nadie lo auxiliara y lo enterraron allí mismo, bajo aquel montón de piedras”.
Hamid intentó pasar el mar utilizando un bote de remos, un medio más barato que una barca con motor, por lo cual pagó algo más de 300 dólares, pero fueron interceptados por la guardia costera y obligados a volver a Turquía. En Estambul, trabajó en curtidurías, cumpliendo turnos de doce horas con dos pausas de quince minutos, hasta que reunió el dinero necesario para volver a intentarlo. En esta ocasión, el grupo en el que se integró probó cruzar el Hebro (el río que divide la Tracia griega de la turca). No hubo suerte. Fueron detenidos, les requisaron el dinero y los teléfonos móviles y el resto de pertenencias se las tiraron al río. Permanecieron arrestados durante una semana hasta que los devolvieron al otro lado de la frontera. Hamid hizo aún otros dos intentos fallidos. Como anotamos antes, al quinto lo consiguió.
Ya desde la pasada primavera, la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados advertía que, durante los meses de verano, podía producirse una avalancha humana en el Egeo. Según cifras oficiales, desde enero del presente año hasta el 14 de agosto, han entrado a Grecia por vía marítima 180.000 inmigrantes y refugiados, frente a los 32.000 registrados en el mismo período de 2014.
La travesía del Egeo se ha convertido en un negocio muy rentable para los traficantes de personas de ambas orillas, que colaboran en perfecta avenencia y se benefician de la falta de convenios estatales que permitan el movimiento de refugiados dentro de un marco legal.
No parece que haya nada capaz de cortar los flujos migratorios. Ni siquiera la interceptación y devolución “en caliente” en alta mar, práctica a veces realizada por personal y embarcaciones que no llevan ninguna identificación, algo que, según la guardia costera, “se está investigando”.
Tras el cambio de gobierno producido en el mes de enero, la táctica del rechazo inmediato en el mar, oficialmente, ha dejado de aplicarse, pero hay numerosas denuncias que afirman que sigue vigente extraoficialmente. Cientos de personas han perecido ahogadas en el Egeo en lo que va de año, aunque sin llegar a las abrumadoras cifras que se registran en aguas italianas.
En las islas, la lógica que ha prevalecido entre los jerarcas locales es que, si se proveyesen las infraestructuras necesarias para acoger a los inmigrantes, éstas funcionarían como “efecto llamada”, con el consecuente perjuicio para el turismo. Pero también esta forma de ver las cosas ha demostrado su ineficacia para contener las oleadas de refugiados, que siguen llegando una tras otra.
En Mitilene, el registro y clasificación iniciales de los refugiados e inmigrantes tiene lugar en el edificio de la Aduana. La delegación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, propuso a la Autoridad Portuaria instalar, al menos, un toldo que resguarde del inclemente sol estival a los cientos de personas que esperan durante horas para ser fichados; pero la Autoridad Portuaria rechazó esa propuesta, con el argumento de que “no se ajusta a la imagen del puerto de la isla”.
Con todo, los colectivos y las Organizaciones no gubernamentales, tanto de Grecia como del extranjero, que se ocupan activa y sistemáticamente con los refugiados, constituyen un núcleo lo bastante fuerte como para evitar que se hayan manifestado en Mitilini episodios virulentos de xenofobia y racismo, similares a los que sí se han producido en Kos. El problema básico que presentan las organizaciones de voluntariado es su coordinación –y, en ocasiones, la competencia que surge entre las más grandes y mejor estructuradas. Por su parte, la Secretaría General del Egeo ha constituido un Comité de Coordinación para los Refugiados, pero su primera sesión de trabajo no se materializó hasta el 15 de agosto.
En Mitilini, encontramos a mucha gente que intenta con todas sus fuerzas hacer algo más llevadera la dura vida cotidiana de los refugiados. El cura Stratos es una figura emblemática del movimiento de voluntarios de la isla –paradójicamente, su presencia entre los refugiados resalta con mayor nitidez la ausencia de la iglesia oficial, representada en Lesbos por dos obispos metropolitanos –. Una organización independiente, el colectivo “Todos a una”, administra y mantiene en funcionamiento, en el antiguo local del Instituto de Seguridad Social, una casa de acogida ejemplar para refugiados que han cursado solicitud de asilo o que forman familias monoparentales o están a la espera de la reunificación familiar. Incluso hay casos de turistas que, al regresar a sus países, han enviado importantes sumas de dinero para reforzar la labor de los voluntarios.
Como suele ocurrir en situaciones límite, tanto en Mitilini como en las demás islas del Egeo, encontramos conductas canallas e individuos a los que sólo mueve el afán de lucro. Pero también ejemplos meridianos de solidaridad, de altruismo y de verdadera grandeza humana.
* El subtítulo del texto griego es “Manoladas en Estambul”, en referencia a la zona agrícola de Nueva Manolada, situada en la región de Élide, en el Peloponeso, “famosa” por emplear como mano de obra a cientos de inmigrantes con salarios muy por debajo del mínimo establecido en los convenios. Las condiciones de semiesclavitud en que trabajaban saltó a la luz pública tras los incidentes ocurridos en abril de 2013, cuando tres capataces hirieron de bala a una treintena de inmigrantes asiáticos.
Traducción del griego: Carlos R. Méndez
Kostís Kekeliadis es periodista griego