En la parte I de este artículo sobre las dimensiones de género, raza y clase de la lucha ambiental, señalamos como los cambios climáticos afectan de manera distinta a los sectores más pobres y oprimidos y a los países periféricos.
Por: Laura Requena y Erika Andressy
A partir de estos hechos, algunas organizaciones políticas y sociales vienen afirmando que hay que incorporar la perspectiva de género en las políticas contra el cambio climático, lo que es totalmente cierto. Para ello, piden poner más mujeres en los órganos internacionales de gestión de los grandes acuerdos sobre el cambio climático – donde actualmente los hombres ocupan el 80% de los puestos de responsabilidad –, al igual que ocurre en las juntas directivas de las grandes compañías energéticas, que, de hecho, son extremadamente «masculinizadas«.
En esta línea, la organización She Changes Climate, organizó en la COP28, un debate on line (bastante polémico) entre la ex presidenta de Irlanda y enviada especial del clima de la ONU, Mary Robinson, y el magnate petrolero que preside la cumbre climática, el Sultan Ahmed Al Jaber. En su página web leemos que: “La crisis climática nos afecta a todos cada minuto de cada día, pero las perspectivas y las decisiones sobre cómo abordarla han sido tomadas principalmente por hombres. Las mujeres siguen estando marginadas de la esfera política debido a estereotipos de género, falta de acceso y barreras socioeconómicas y estructurales. Según ONU Mujeres, más de 150 países todavía tienen leyes que discriminan a las mujeres”.
Partiendo de hechos absolutamente correctos y amparándose en que en la COP27 las mujeres representaron sólo el 35% de los delegados y el 20% de los jefes de delegaciones, estas organizaciones presentan como alternativa para salvar el medio ambiente, poner más mujeres en puestos de liderazgo.
Nosotras creemos que es fundamental incorporar la perspectiva de género (así como de raza y clase) en los debates sobre medio ambiente y estamos de acuerdo con que las mujeres trabajadoras participen activa y masivamente de estos debates; además de defender la igualdad de oportunidades, incluso para que puedan acceder a puestos de liderazgo. Pero creer que las mujeres (genéricamente hablando) pueden cambiar el clima, o que una mayor participación femenina (burguesa) en los organismos internacionales (también burgueses) de gestión de los acuerdos climáticos y/o en la administración de las compañías energéticas capitalistas, va a salvar al medio ambiente, es mucha ingenuidad
Porqué “empoderar” a las mujeres, no va a liberar a las mujeres trabajadoras ni a salvar el planeta
Basta mirar la realidad para comprobar que la cosa es mucho más compleja de lo que proponen estas organizaciones. Primero decir que el objetivo de que cada vez más mujeres (burguesas) ocupen puestos directivos como salida para acabar con la desigualdad de género, hace años que viene siendo planteado por organismos internacionales (burgueses) como la ONU, sin que efectivamente se concretice. Las mujeres siguen siendo la excepción en estos cargos. Pero lo que es aún más tajante, es que la vida de quienes más sufren con la desigualdad y la opresión, las mujeres trabajadoras y pobres, del campo y de la ciudad, que por su condición de clase son doblemente oprimidas y explotadas, sigue siendo la misma.
Eso es así porque el índice de participación de mujeres en puestos de poder no es más que una expresión de la condición social de la mujer en el capitalismo y no la causa de la misma. La opresión de género no es un simple resquicio del pasado sistema patriarcal, sino que en el capitalismo, ganó otro significado y otra función. Las opresiones, con todos sus componentes – desigualdad, violencia, cosificación – son parte de la lógica capitalista porque sirven a su mantenimiento. La estratificación de los trabajadores no solo posibilita incrementar las ganancias capitalistas a través de la superexplotación de la mano de obra femenina (y/o negra, inmigrante, etc.) sino también rebajar el valor de la fuerza de trabajo por la existencia de un ejército de reserva presionando los salarios y el nivel de vida de toda la clase.
La naturalización de los cuidados de la casa y los hijos/as por la mujer, por otra parte, permite ahorrar costos con la reproducción de la fuerza de trabajo asalariada por medio del trabajo gratuito realizado por las mujeres en la esfera doméstica. Además, las opresiones mantienen nuestra clase dividida, dificultando la unidad necesaria para destruir el sistema de dominación burgués capitalista que fomenta y reproduce todas las opresiones. Que para eso sea necesario que la burguesía mantenga a una parte de su propia clase (las mujeres burguesas) alejadas de ciertos privilegios y/o en condición inferior, es solo un detalle de esta cuenta capitalista.
El enfoque de poner el acento en las desigualdades de género, sin conectarlas con la cuestión de clase, y sin explicar como el modo de producción capitalista – es decir, la propiedad de los medios de producción y el monopolio del poder en las manos de la clase burguesa – produce y alimenta todo tipo de desigualdad (de clase, pero también de raza, de genero, entre los países, etc.); no permite responder adecuadamente ni a la cuestión femenina (y racial) ni mucho menos a los problemas que los cambios climáticos imponen a los sectores oprimidos de la clase obrera y la humanidad como un todo.
Pero si sirve para cooptar las luchas y las direcciones de los oprimidos y de aquellos que están realmente preocupados con los efectos del desequilibrio ambiental sobre los más pobres y las mujeres, sacando sus reivindicaciones de las calles y encerrándolas en oficinas y departamentos de universidades, que se dedican cada vez más a producir teorías y políticas que quitan el contenido de clase de estas reivindicaciones –buscando revitalizar la economía burguesa, al coste de la incorporación masiva de mujeres sin cuestionar, o cuestionando muy de paso, pero sin presentar soluciones, el papel de la mujer trabajadora en la sociedad de clase: la doble jornada, la sobrecarga de cuidados, la sobreexplotación, etc.–. Hay todo un sector de la burguesía, que hace tiempo que se dio cuenta de que la retórica de la «igualdad» o «lo verde» pueden ser muy rentables.
Para ello se apoyan en teorías y políticas directamente burguesas como la del emprendimiento femenino. O en teorías reformistas que se presentan con un barniz aparentemente más progresivo, como la del “empoderamiento”-vendido como sinónimo de más autonomía-, condiscursos como el del “papel fundamental que las mujeres desempeñan en la respuesta al cambio climático”.
O en otras teorías de sectores feministas que incluso tienen una visión crítica del capitalismo, pero que al afirmar que el dominio del patriarcado sobre el cuerpo de las mujeres y el dominio del capitalismo sobre la naturaleza, tienen raíces comunes, concluyen que la sociedad en su conjunto está marcada por relaciones patriarcales en todos los ámbitos y dimensiones que enfrentan a hombres y mujeres, terminando así por lavarle la cara al propio capitalismo, ya que la contradicción principal que hay que superar según ellas es la de género y no la de clase. Algunas llegan incluso a tener posiciones reaccionarias al postular, desde un esencialismo naturalista, que las mujeres, por nuestra biología más próxima a la naturaleza, somos más sensibles, y por eso mismo estamos más concienciadas con los problemas medioambientales.
Dejando de lado la discusión climática, habría que se preguntar hasta qué punto el gobierno israelí de Golda Meir fue más “sensible” con el pueblo palestino, o si la “sensibilidad” de Margaret Thatcher le impidió aplastar a los sindicatos en Inglaterra, o donde está la “sensibilidad” de la vicepresidenta de los EE.UU, Kamala Harris, con la cuestión migratoria en su país.
Ninguna de estas teorías y políticas van a liberar a las mujeres trabajadoras, ni tampoco a salvar el planeta, porque no van a raíz del problema. En este sentido, el «empoderamiento» femenino o el «capitalismo verde» como estrategias para revertir los efectos de los cambios climáticos no pasan de ser una ilusión. Lo que el imperialismo intenta con estas políticas es convencernos de que es posible lograr la igualdad y salvar el medio ambiente sin enfrentar y romper con un sistema que destruye más de lo que produce y que conlleva NECESARIAMENTE unas relaciones de producción y reproducción social de explotación, dominación, alienación y subordinación de la mayoría y de la naturaleza de la que formamos parte, a un puñado de capitalistas, ya sean hombres o mujeres.
Como dijimos en el artículo anterior: los gobiernos de todo signo político (con hombres y mujeres en sus equipos), llevan años celebrando cumbres y conferencias del clima en las que se aprueban medidas y se contraen compromisos, que no solo son totalmente insuficientes, sino que ni siquiera se llevan después a cabo. Esto es así porque más allá de su retórica y demagogia, todos ellos son cómplices de las multinacionales y de las políticas responsables del problema medioambiental a las que sirven, cuyos intereses defienden y de las que en muchos casos terminan formando parte.
Aunque el capitalismo se vea obligado a poner en marcha una industria basada en energías renovables, de la misma manera que incorporan mujeres y personas racializadas en sus filas para lavarse la cara y aparecer ante los sectores oprimidos como más igualitarios, estamos ante un sistema económico que se apoya en la opresión y la desigualdad de todo tipo para perpetuarse. Que tiene como objetico un crecimiento ilimitado que no respeta los ciclos naturales y en el que el sistema de producción es caótico, porque no se produce para satisfacer las necesidades humanas, sino fundamentalmente para que unos pocos puedan mantener sus beneficios y seguir amasando fortunas inmensas, a costa del empobrecimiento cada vez mayor de una mayoría y de la destrucción del medio ambiente.
La dimensión de clase de las luchas ambientales y contra la desigualdad de género y raza
Siendo cierto que la dimensión de género y raza, etc., agravan la opresión de clase que sufrimos la clase trabajadora y el pueblo pobre en todos los ámbitos de la vida en este sistema capitalista, esta cuestión no puede ocultar que la contradicción principal en la que se apoya la sociedad burguesa capitalista y por lo tanto la que produce y reproduce todas las desigualdades y opresiones, es la división de clases. Por eso, incorporar más mujeres (burguesas) a puestos de poder en gobiernos, instituciones u organismos (burgueses) sobre el clima o en las juntas directivas de las multinacionales (capitalistas), donde se toman las decisiones económicas o sobre políticas medioambientales dentro de este sistema capitalista, no es la solución.
Una vez más vez repetimos, que no se trata de negar la importancia de incorporar la perspectiva de género y raza en los debates sobre medio ambiente ni la necesidad de que las mujeres trabajadoras participen activa y masivamente de estos debates. Tampoco de creer que la defensa de la igualdad de oportunidades, incluso para que las mujeres puedan acceder a puestos de liderazgo sea algo menor. Pero si de comprender que la lucha por igualdad y los derechos de las mujeres, así como la lucha contra el cambio climático y en defensa del agua, de los suelos y de los hábitats, tiene que ser parte de una lucha estratégica, de clases, por la destrucción del capitalismo y la construcción de una sociedad socialista.
Una sociedad basada en nuevas relaciones sociales de producción y reproducción y no sólo en una distribución “más justa” de la riqueza y los recursos. Que planifique la economía y que revolucione las fuerzas productivas colocando en el centro la vida, las necesidades sociales y la justicia social, en lugar de los beneficios privados.
Una sociedad nueva que permita superar la separación actual entre el campo y la ciudad, que ponga las bases para establecer una relación equilibrada con la naturaleza y para que en ella puedan florecer relaciones humanas nuevas e igualitarias, sin opresiones de ningún tipo. Solo un gobierno obrero y popular es capaz de hacer todo esto. Es en este sentido, que acordamos en que la lucha por la emancipación de las mujeres es un elemento clave. Porque no es posible llevar a cabo una revolución obrera y popular ni construir esa sociedad socialista, sin incorporar en pie de igualdad a hombres y mujeres a esta tarea estratégica que la clase trabajadora tiene por delante.
Este articulo fue publicado originalmente en www.litci.org el 22 de diciembre de 2023.