A medida que pasan las semanas desde el catastrófico 29 de octubre, desaparece de los medios de comunicación la devastación de las zonas afectadas por la DANA y de las vidas de miles de trabajadores/as. El foco mediático se centra en el circo político que, como en toda catástrofe, busca asegurar el redito electoral y ocultar la incompetencia política y técnica, asegurando que la reconstrucción sirva para que unos cuantos poderosos puedan seguir con sus negocios. Los trabajadores no se quedaron callados: hemos visto manifestaciones masivas por la dimisión de Mazón, y como la rabia estallaba con el lanzamiento de barro cuando aparecieron el Rey, Sánchez y Mazón. Mientras ellos se paseaban por la zona con sus trajes limpios, la gente sigue limpiando barro con palas y cubos.

Es por ello que creemos imprescindible reflexionar en profundidad qué fue lo que permitió que una DANA sacudiera tan violentamente Valencia, quiénes son los/las responsables y las víctimas, y qué hacer para que no vuelva a suceder.

Por Corriente Roja

Las consecuencias de la DANA, que podrían haberse evitado en gran parte, se han traducido en 222 muertes, en Valencia, además de siete fallecidos en Castilla-La Mancha y uno en Andalucía; incontables daños materiales que afectan a 80 municipios del sur de Valencia y, con distintos niveles de gravedad, a 1,8 millones de personas.

A tres semanas de la catástrofe 16.000 menores siguen sin estar escolarizados. Más de 2.000 personas siguen sin hogar y se estima que hay unas 75.000 casas afectadas. Una docena de municipios todavía no disponen de agua potable y el lodo atasca unos 800 kilómetros de alcantarillas.

 A esto hay que sumarle el daño ecológico ocasionado. Los Arrozales del Parque Natural de la Albufera se han visto altamente dañados y el vertido descontrolado de hidrocarburos procedentes de los vehículos arrastrados por la Dana pone en alto peligro el hábitat de multitud de especies, así como los campos de cultivo.

Asistimos a la combinación de la catástrofe climática con la catástrofe de la economía neoliberal del ladrillo y el recorte de servicios públicos, de la planificación en base a los beneficios privados y no las necesidades sociales y ecológicas.

31 de octubre: ineptitud política, solidaridad obrera y salvaguarda de los beneficios privados

Muchos de los detalles de lo que ocurrió aquel fatídico día ya se han destapado, desvelando una incompetencia total por parte del gobierno de Mazón. Se ignoraron todas las alertas y no se tomó ninguna precaución. Fue tal el nivel de dejadez que el sistema de alerta en los dispositivos móviles que utiliza Protección Civil para casos de emergencias se envió cuando la tragedia era ya un hecho consumado. Al mismo tiempo las empresas no avisaron a sus trabajadores/as y les obligaron a mantenerse en sus puestos de trabajo.

Esto no es casualidad, si no consecuencia directa del negacionismo climático y ambiental (explicito o implícito) que lleva a menospreciar las alertas de la comunidad científica para evitar los riesgos ambientales. Negacionismo que expresa el deseo de grandes empresarios como Juan Roig (dueño de Mercadona) y sus secuaces políticos de seguir haciendo sus negocios como sea y evitar que se les señale como responsables de la inmensa mayoría de causas de esta catástrofe.

A la vez, la estrategia de Pedro Sánchez fue dejar que el gobierno autonómico del PP se cociese en su propia salsa, aun delante de una evidencia total de incompetencia y dejadez que condenaba a la muerte a cientos de personas y a la miseria de otras tantas.  El mismo PSOE que no reparó en apoyar la aplicación del artículo 155 para un gobierno autonómico (el catalán) que quería poner urnas, sin riesgo de muerte para nadie.

Llegamos así a la absurda situación en la que existen más medios técnicos que nunca para predecir catástrofes naturales y evacuar a la población y no se utilizó ninguno. Teníamos las predicciones meteorológicas que permitieron a la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) establecer la alerta roja a las 8:00h, había pluviómetros y sensores de cabal anunciaban la magnitud del fenómeno durante la misma mañana, incluso existían mapas de zonas inundables que, aunque superados por la realidad, permitían predecir cuáles eran las zonas con más riesgos. Y pese a todos estos medios, el 29 de octubre ninguno de ellos fue tomado en serio, mostrando una de las grandes contradicciones del capitalismo: frente a la crisis climática que el sistema mismo ha creado, llama a confiar en soluciones tecnológicas. Pero ni siquiera esas soluciones, que en ningún momento enfrentan el problema de fondo, se utilizan en el momento de la catástrofe.

Los días posteriores a la catástrofe asistimos a un auténtico esperpento de desorganización, incompetencia y desaprovechamiento de los medios públicos, de los medios privados y de la inmensa ola de solidaridad obrera que hubo.

La realidad mostró claramente cuáles son los intereses, preocupaciones y métodos de cada clase. Los/las vecinos/as que vivían en las plantas más altas acogían a todos/as los/las que se habían quedado sin casa o no podían acceder a ella; la clase trabajadora y la juventud acudía en masa para ayudar en las labores de limpieza, surgiendo iniciativas de autoorganización para el transporte y limpieza y, desde todo el estado, se organizaron recogidas de materiales y alimento que, a día de hoy, continúan. Un ejemplo de ello fue la campaña del sindicato COBAS, donde Corriente Roja participa, que se organizó con la Intersindical valenciana, para enviar y organizar ayuda y personas.

Al mismo tiempo, la patronal hotelera tenía sus hoteles vacíos y en ningún momento los puso al servicio de quién los necesitara. Miles de personas tuvieron que dormir durante muchas noches en albergues improvisados. Mercadona, que había obligado a sus trabajadores/as a ir al matadero el día de la catástrofe y que posee una red logística estatal de producción y distribución de alimentos y agua, no los puso gratuitamente al servicio de hacer llegar, de forma organizada, la ayuda del resto del estado, ni distribuir gratuitamente en la zona.

Los gobiernos callaban sobre todo lo que sucedía. Fueron incapaces de organizar la solidaridad de las masas al punto de llamar a restringirla. Rechazaron e infrautilizaron los cuerpos de bomberos que se pusieron a disposición desde distintas CCAA y en ningún momento se plantearon poner al servicio de la gestión de la catástrofe los medios de las grandes empresas, mostrando claramente que en cualquier situación su objetivo es siempre salvaguardar los beneficios de la burguesía. De esta forma, condenaron a muerte a cientos de personas y los abandonaron a su suerte mientras hacían todo lo posible para sacarse el lodo del cuello, alargando durante semanas las tareas de limpieza, cuando con la cantidad de medios que existían, puesto bajo control obrero, se podría haber hecho de una forma mucho más rápida y eficaz.

Una emergencia medioambiental que seguirá siendo ignorada por los gobiernos capitalistas

En el análisis de riesgos ambientales una de las fórmulas más utilizadas es la noción de que el grado de riesgo y probabilidad de catástrofe se define por la combinación entre la magnitud del fenómeno, su frecuencia y la vulnerabilidad de poblaciones e infraestructuras que se ven afectadas. Si analizamos cada uno de los factores, su combinación y la influencia del capitalismo sobre ellos, llegamos al anuncio de la catástrofe.

El clima mediterráneo se caracteriza en otoño por la formación de DANAs que generan episodios cortos de lluvias torrenciales y las riadas asociadas. Son este tipo de fenómenos que, a lo largo de miles de años, han generado la creación de los barrancos, como el del Poyo, que se convirtieron en el epicentro de la tragedia. Estos barrancos son canalizaciones naturales para las lluvias torrenciales que, por su intensidad, el suelo no las consigue absorber. Eso genera que haya zonas que puedan parecer seguras porque solo se inundan cuando se activan los barrancos.

Así llegamos al primer elemento de vulnerabilidad, esto es, la edificación en zonas inundables y alrededores, zona dónde no se debía construir. La especulación inmobiliaria y la economía del ladrillo hace que constructoras y bancos tengan ingentes beneficios y, para ello, construyen a costa de todo riesgo. Esto evidente en el suelo inundable que solía estar históricamente vacío, muestra de ello, es que los núcleos históricos de Paiporta o Xiva han sido las zonas menos afectadas. A la vez este suelo es más barato, y quién vivirá en estas zonas es la clase obrera y el pueblo pobre. El caso valenciano es el máximo ejemplo de esto, los pueblos afectados concentran las rentas más bajas del área metropolitana (verificar).

Siguiendo la lógica capitalista, la forma de gestionar estos riesgos es a partir de infraestructuras de obra hidráulicas como presas, canalizaciones o alcantarillado. Estas infraestructuras son necesarias, el problema es concebirlas como formas de eludir el riesgo cuando lo único que hacen es mitigarlo. Pero al considerar que el riesgo no existe se construye en esas zonas como si fueran completamente seguras. Eso se ve agravado porque, al mismo tiempo, se destruyen los mecanismos naturales de reducción de riesgos, se elimina vegetación y se canalizan los cauces aumentando la velocidad y magnitud de las riadas; se cementa suelo que puede absorber parte del agua de la lluvia y se eliminan las llanuras de inundación y pequeños cursos alternativos.

Si a ello le sumamos la crisis climática, que recordemos, es producto de la forma de producción capitalista, observamos cómo la costa mediterránea se ha convertido en un verdadero polvorín. Los subsidios del “gobierno más progresista de la historia” a los combustibles fósiles en 2022 alcanzaron los 25.968 millones de dólares.

Las conclusiones de los primeros análisis del impacto del cambio climático en la DANA de Valencia que analiza Maldita[1] en su artículo es que la magnitud de las lluvias tenía su base en una atmósfera con un 15 % más de humedad, producto de unas temperaturas hasta 3ºC más cálidas en la costa mediterránea produciendo una lluvia un 12% más intensa. De esta forma la DANA valenciana se basó en unas condiciones meteorológicas 50 veces más probables a causa del cambio climático.

Esto es la base para que se dieran precipitaciones con un periodo de retorno (cada cuánto tiempo se repiten) de más de 2000 años y que el caudal de la presa de la Forata fuera de eventos con un periodo de retorno de 5.000 a 10.000 años según la CHJ. Todo ello es un claro ejemplo de cómo la crisis climática genera eventos de mayor magnitud mucho más frecuentes de lo que fueron históricamente.

Y pudiera parecer que lluvias un 12% más intensas no es tanto, pero el problema es que toda la infraestructura y planificación se hace en base a los eventos más probables históricamente, con periodos de retorno cortos. En el momento en que el capitalismo ha destruido el equilibrio climático de los últimos 10.000 años, nos encontramos que los eventos históricamente improbables se empiezan a volver frecuentes. Frente a ellos, la capacidad de mitigación de las infraestructuras es reducida e incluso pueden tener el efecto contrario a nivel social. Toda infraestructura tiene un margen de tolerancia que puede soportar, cuando ese margen se supera, en la sociedad que vivimos, la tragedia está anunciada. Por una parte, porque se inutilizan, como pasó con el sistema de alcantarillado, que colapsó, o las presas, que se vieron obligadas a liberar agua para evitar riesgos de rotura. Por otra parte, porque se construyó como si fuera imposible que estos márgenes se superaran, no existían más medidas de mitigación y la exposición al riesgo era obligada.

De esta forma, a pesar de toda la ideología capitalista, observamos, como decía Engels, que “no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza.(…) A cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente”[2]

Ahora podemos ver claramente que, a pesar de que fue la clase obrera quién puso los muertos, en el aviso de la catástrofe y la gestión inmediata de sus consecuencias se ha desvelado la incompetencia y abandono de los gobiernos. En sus causas de fondo se muestra que no es casualidad sino producto directo del sistema capitalista y, concretamente, de los gobiernos, los ricos y empresarios. Por eso, el llamado a no buscar responsables o el ataque y derribo al signo político de turno son cortinas de humo para salvar su propio pellejo y garantizar una reconstrucción que no evita la repetición de la catástrofe sino la continuación de sus negocios. Mientras se hacen todos los esfuerzos para devolver los servicios básicos y garantizar que la población afectada pueda recuperar su vida, es necesario discutir cuál es la solución de fondo, tanto para reducir al mínimo los riegos de catástrofes como esta y como para que no vuelva a recaer en las espaldas de los/las trabajadores/as.


[1] https://maldita.es/clima/20241112/que-estudios-atribucion-dana-valencia/

[2] Engels, El papel de trabajo en el paso del mono al hombre.