Dentro de la estación de metro de Barra Funda, en São Paulo, hay una pequeño kiosco de lotería. Allí nadie ganó nunca nada, pero siempre está llena. El éxito del emprendimiento no se debe a su buena localización, sino a su nombre: «¡Adiós, patrón!». El sueño de verse libre para siempre del trabajo de forma inmediata invade la cabeza de los que pasan y las ganas de probar suerte sencillamente se hace irresistible. Imagínate que ganas…
Por Henrique Canary – miembro de la Secretaría Nacional de Formación del PSTU (sección brasileña de la LITci)
Después del kiosco de lotería, se pasa por las catracas, se desciende la escalera mecánica y se entra en el vagón abarrotado. De repente, el sueño se desmorona. Se percibe que los R$ 2,00 de la apuesta han sido tirados a la basura. Es un hecho consumado que la inmensa mayoría de nosotros está condenada a trabajar la vida entera. Al final de nuestra existencia, habremos trabajado de 8 a 12 horas por día, 26 días por mes durante 35 a 40 años. El trabajo, nuestro medio de vida, nos habrá chupado nuestra propia vida. ¿Quién, en esas condiciones, no querría dar un adiós definitivo al patrón y disfrutar de la vida?
¿Pero por qué todo el mundo sueña con ganar la lotería y parar de trabajar? Está claro que el trabajo es duro, pero al mismo tiempo crea maravillas. Basta con mirar a nuestro alrededor. Cuando trabajamos, aún sin saberlo, somos parte de un todo único e indivisible llamado sociedad. El trabajo debería despertar nuestros trazos más humanos: la inteligencia, la cooperación y la solidaridad. ¿Por qué no pasa eso? La respuesta es evidente: porque en la sociedad capitalista el trabajo no es la realización de nuestras capacidades y talentos, sino un sufrimiento al servicio del lucro. El lucro de otro, del patrón.
El trabajo bajo el capitalismo
El capitalismo se caracteriza por presentar las relaciones entre el patrón y el trabajador como si fueran libres y justas: el trabajador no está obligado a aceptar la propuesta de empleo del patrón. Y aunque haya aceptado, puede abandonar el empleo en cualquier momento. El patrón, por su parte, tampoco está obligado a contratar al trabajador. Y aun habiéndolo contratado, no necesita mantenerlo. Pagando algunas multas, puede despedirlo en cualquier momento.
El contrato de trabajo también parece bastante justo: 8 horas de trabajo por día a cambio de un salario mensual que garantizará el sustento del trabajador e incluso de su familia. ¿Puede existir un cambio más justo? ¿Más democrático?
Comienza el trabajo. Las máquinas son conectadas, los engranajes giran, las palancas empujan. El cemento se mezcla, el petróleo se refina, los tejidos se cosen… Al final del día se puede ver la magia del trabajo: un piso nuevo donde antes sólo había armazones de hierro, una pila de ropas donde antes sólo había telas, un coche donde antes sólo había piezas sueltas, gasolina donde antes sólo había óleo bruto. Se crean así nuevas riquezas que no existían antes y que tienen un valor determinado: R$ 25.000,00 si se trata de un coche, R$ 25,00 si es una blusa, etc.
¿Dónde está la explotación?
La ironía del sistema capitalista es que la explotación se da exactamente a través del hecho más esperado por el trabajador: ¡el pago del salario! El sistema salarial es el mecanismo fundamental de la explotación capitalista. Si no hubiera salario, es decir, si la retribución al obrero por los servicios prestados tuviera que darse de otra forma, los capitalistas no conseguirían explotar el trabajador. Vamos a verlo.
La producción media de la industria automovilística, según los datos de la propia patronal, está hoy en 2,25 coches por trabajador por mes. Redondeemos a 2, sólo para facilitar las cuentas. Eso significa que, a lo largo de 1 mes, cada trabajador del sector produce una media de 2 coches. Suponiendo que el valor medio de esos coches, para tomar sólo los más baratos, sea de R$ 24.000,00, cada trabajador genera, a lo largo de 1 mes, un total de R$ 48.000,00 en nuevas riquezas que antes no existían. Supongamos también que el salario de ese trabajador sea de R$ 2.000,00 y que él trabaje, de hecho, sólo 24 días por mes, pues libra los domingos y algunos sábados. Dividiéndose los R$ 48.000,00 por los 24 días en que el trabajador trabaja, tenemos exactos R$ 2.000,00. Esto representa, como media, el valor generado por un trabajador de la industria automovilística en un único día de trabajo. Es decir, el trabajador medio de una montadora produce en un único día el valor de su propio salario mensual. Pero el contrato «justo y democrático» establecido con el patrón dice que el trabajador deberá trabajar no sólo 1 día, sino 24 días enteros. Solamente después de eso recibirá su salario. Esto significa que, en 1 mes, el trabajador trabaja 1 día para pagar su salario y los otros 23 días trabaja absolutamente gratis, sin ninguna contrapartida por parte del patrón.
O sea, en el sistema capitalista la explotación no está en el hecho del salario ser alto o bajo. ¡Qué bueno sería si el problema fuera solamente ese! Está claro que el aumento del salario del trabajador es un duro golpe en el patrón y reduce la explotación, pero no la elimina por completo. Si el salario de nuestro metalúrgico se duplicase hasta R$ 4.000,00, entonces trabajaría 2 días para pagar su salario y 22 días gratis para el patrón. Si se triplicase hasta R$ 6.000,00, trabajaría 3 días para pagar su salario y 21 días gratis, etc. Ningún aumento salarial jamás conseguirá eliminar la explotación. Siempre, independientemente del salario del trabajador, habrá una parte de la jornada que él trabajará gratis.
Es evidente que ese nivel de explotación cambia, dependiendo del ramo de la industria y de la profesión ejercida. Algunas categorías son más explotadas que otras, es decir, trabajan más tiempo gratis para el patrón. Otras menos, etc. Pero en toda y cada una de las empresas en las que los trabajadores venden su fuerza de trabajo durante un cierto tiempo a cambio de un salario, ese fenómeno se repetirá: trabajo gratuito para el patrón. Ahí reside la «mágica» del capitalismo: que el trabajo del trabajador genera mucha más riqueza de la que él recibe de vuelta en forma de salario. La diferencia entre lo que produce y lo que recibe como salario se llama plusvalía. Se trata del trabajo no-pagado por el capitalista.
En realidad no toda la riqueza generada de más por el trabajador se la queda el patrón. Toda empresa tiene lo que se llaman “costes de producción”: materias primas que deben ser repuestas, máquinas que se desgastan, etc. Una parte de la riqueza producida por los trabajadores va directamente para cubrir esos costes, sin siquiera pasar por el bolsillo del patrón. De cualquier forma, sigue siendo trabajo gratuito, por el cual el trabajador no recibe ni un solo centavo.
El lucro: resultado de la explotación
Como se ve, explotación y lucro son cosas diferentes. El lucro sólo refleja la explotación, pero no es la propia explotación. El lucro del patrón puede ser mayor o más pequeño en función de los gastos de la empresa, caída de los precios, etc. Es decir, es un problema de mercado. Ya la explotación es más profunda. Se da en el propio acto de la producción: el trabajador, en sólo 1 día, paga su salario y, sin saberlo, continúa trabajando 23 días más, creyendo que aún está en deuda con el patrón.
Cuando los trabajadores hacen huelga por un aumento salarial, los patrones muestran centenares de tablas para probar que el aumento que se pide es inviable, que la empresa va a quebrar, etc. Esas tablas son, en general, mentirosas, no porque las empresas no tengan gastos –que los tienen. Son mentirosas porque el aumento pedido por los trabajadores nunca llega a afectar los compromisos asumidos por las empresas junto a proveedores y bancos. Los aumentos pedidos por los trabajadores son, en general, bastante modestos y sólo afectan el lucro de la empresa, o sea, aquel dinero que va limpito para el bolsillo del patrón, ya descontados los gastos. Pero como el patrón no tiene la más mínima intención de deshacerse de ese lucro, intenta presentar su tragedia (disminución del lucro) como si fuera la tragedia de la empresa, pero en verdad son cosas bien diferentes.
Aunque hay una gota de verdad en los ríos de lágrimas llorados por los patrones. Y es la siguiente: de hecho, las empresas no soportan un aumento significativo de los salarios porque todo el sistema capitalista está basado en el trabajo gratuito de los trabajadores. Si los trabajadores tuviesen un aumento salarial más allá de un determinado nivel, todo el sistema se podría desmoronar porque no es sólo el dueño de la fábrica quien le chupa la sangre al obrero. También el banquero, el proveedor de materia prima, el gobierno y los accionistas viven del trabajo gratuito realizado por el obrero de la fábrica. Cuando el patrón habla en «pagar los gastos», quiere decir: «entregar a otros capitalistas una parte del trabajo gratuito que usted realiza aquí dentro de mi fábrica».
El problema es el propio capitalismo
Así, vivimos en una sociedad que vive del trabajo gratuito de una parte de la población. Esa inmensa mayoría, que trabaja la mayor parte del tiempo gratis sin ni siquiera saberlo, creyendo que está siendo pagada, sostiene los lujos de una ínfima minoría. Esa ínfima minoría se mantiene como una clase privilegiada sólo porque es propietaria de las fábricas, constructoras, refinerías, bancos, etc. ¿Pero cómo se hicieron propietarios? Esa es una pregunta que ni siquiera ellos sabrán responder. Hablarán de alguna herencia, de su «espíritu emprendedor», se enrollarán, tartamudearán, pero no conseguirán explicar el verdadero origen de su riqueza. ¿Y por qué? Porque saben que su riqueza tiene origen en el trabajo gratuito de los otros. Y sería muy vergonzoso admitirlo ante toda la sociedad: «soy rico porque exploto el trabajo de los otros, porque otros trabajan gratis para mí». Nadie quiere aparecer como chupa-sangre y parásito. No queda bien con la alta sociedad.
El capitalismo es, por lo tanto, un sistema que carga en su propio funcionamiento la lógica de la explotación. Por eso, bajo el capitalismo, es imposible erradicar ese mal. El desafío de nuestra clase es la destrucción de ese sistema y su sustitución por otro: un sistema fundado en el principio de que cada uno retira de la sociedad una cantidad de riqueza proporcional a su trabajo. El principio: para cada uno, según su trabajo y no según sus posesiones. En otras palabras, un sistema socialista, donde los trabajadores sean señores de su propio trabajo y puedan decir en alto y claro y a una única voz: ¡Adiós, patrón! ¡Hasta nunca más!
ANEXO
El papel de los sindicatos
Los sindicatos son las organizaciones creadas por la clase trabajadora para luchar por mejor remuneración y condiciones de trabajo dentro del sistema salarial. Por eso, sólo a través de la lucha corporativa, los sindicatos son incapaces de acabar con la explotación. Para ello, necesitarían volverse contra el propio sistema salarial, o es decir, contra el capitalismo. Mientras no hacen eso, su lucha se reduce a una lucha sólo por reducir la explotación, o sea, una lucha dentro del sistema. Esa lucha es fundamental, finalmente, hace mucha diferencia trabajar 36 ó 44 horas por semana, ganar R$ 1.000,00 o R$ 2.000,00 por mes. Pero es importante que todo activista y luchador social entienda esa limitación de los sindicatos, que, por lo menos hoy, no están volcados en una lucha contra el propio sistema, incluso aunque sean muy combativos y sus direcciones estén de verdad al lado de los trabajadores.
De cualquier forma, los sindicatos tienen un enorme papel. Todo sindicato, por ejemplo, debería suministrar a los trabajadores informaciones claras que permitieran calcular con precisión la tasa de explotación de determinada categoría, la cantidad de tiempo que se trabaja gratis en ésta o en aquella empresa. Eso puede ser hecho en cualquier categoría: en la construcción civil, estableciéndose el valor medio del metro cuadrado construido, el salario y la productividad media de cada obrero; en el sistema bancario, determinándose el volumen de tasas bancarias e intereses recogidos por los bancos en contraposición al salario medio del bancario, etc.
Es fundamental que los trabajadores exijan esas informaciones a sus sindicatos. La conciencia de que los trabajadores trabajan una parte de la jornada gratis es el primer paso para una conciencia verdaderamente clasista, socialista y revolucionaria.