Debido a la crisis de la COVID-19, los servicios de salud se han visto aún más mermados. Es evidente que la crisis sanitaria ataca a la clase obrera impidiéndole el acceso a una atención de calidad. Con términos como esencialidad, se ha blanqueado uno de los grandes problemas de la sanidad pública: el acceso a la terapia psicológica.
«Trabaja 8 horas diarias, pero no salgas de tu hogar» Cuántas veces habremos oído esta frase desde que empezó la pandemia…. Y sí, hay que ser consciente de la realidad en la que vivimos y ser consecuentes, pero no a costa de nuestra salud mental.
La productividad no garantiza la seguridad, la inmunidad hacia la COVID… y, sin embargo, la juventud ha asumido un papel de culpa que no le corresponde. Desde los carteles propagandísticos de la Comunidad de Madrid (echando la culpa a los/as jóvenes de la gravedad de la pandemia) hasta la falta de recursos en una sanidad pública que garantice la ayuda gratuita y de calidad a los/as jóvenes, el estudiantado obrero se ha visto obligado a asumir responsabilidades que, lejos de ayudarles, les ha causado más disconformidad consigo mismos/as.
Numerosos estudios aseguran que somos la generación con menos acceso a puestos dignos, a salarios que nos garanticen una estabilidad mental y económica suficiente. Esto ya debería ser razón de peso para luchar por un sistema sanitario de la salud mental gratuito que garantice eficacia pero, como siempre, toca ponernos en lo peor.
Quizá somos más abiertos que las generaciones anteriores al hablar de nuestros problemas mentales o, quizá, solo estamos sometidos a más presión y exigencia productiva que hace años. Lo que es evidente es que las crisis del capitalismo han tenido consecuencias directas sobre nosotros/as.
La salud mental no solo pertenece a los servicios públicos que han sufrido recortes durante años; la salud mental es el gran olvidado de la Atención Primaria y de la sanidad. Al igual que la salud física, el poder decir que estamos sanos con nosotros/as mismos/as debería ser un objetivo primordial.
Actualmente, la salud mental no solo está sufriendo una crisis por los tratamientos ineficaces e insuficientes, sino que el capitalismo, y su afán porque continuemos siendo productivos, nos ha vendido la fórmula definitiva: el recetario arbitrario de antidepresivos y ansiolíticos.
Es muy sencillo mandar a un/a estudiante -cuyas condiciones son precarias- a casa con medicación, que prevenirle de los riesgos que ésta supone y tratarle acorde a unos servicios psicológicos (y que no sean privados) que le garanticen seguridad.
La COVID-19 solo ha puesto en evidencia la notable decadencia y la necesidad de un acceso libre, seguro y de calidad a la terapia. Una que asegure la calidad de vida; que no esté condicionada por el capitalismo y sus intereses; que permita a todo el mundo un servicio necesario.
–Ahora más que nunca necesitamos intervención en los institutos, prevención y cuidados que proporcionen ayuda REAL a los/as estudiantes.
–Necesitamos una lucha que incluya a las personas neurodivergentes y les proporcione seguridad y ayuda psicológica gratuita y de calidad.
–Necesitamos un plan de rescate para toda la clase trabajadora que incluya invertir en sanidad y, en particular, en salud mental.
Pero sabemos que no es posible priorizar la salud mental mientras la prioridad sea garantizar el pago de la deuda a la UE, los beneficios de las grandes empresas y los bancos, y el lucro de la gran burguesía en general. También sabemos que no hay terapia que cure el paro, la imposibilidad de estudiar, el miedo a no llegar a final de mes o la sensación de infancia eterna que nos da el no poder independizarnos ni construir planes de futuro.
El problema no somos nosotros/as, no somos débiles ni inútiles, este sistema provoca un malestar generalizado a la Humanidad y esto se refleja especialmente en la juventud.