En los años 70, cuando el mundo se debatía entre una profunda crisis económica después de los “gloriosos” años 60, y la extensión de los procesos revolucionarios a todo mundo, que comenzaran con el mayo del 68, teniendo como momento cumbre la derrota de los EEUU en un pequeño país del Extremo Oriente, Vietnam, el imperialismo vio peligrar su poder.
Por Roberto Laxe
Para superar esta peligrosa combinación de crisis económica y crisis política, y a lo largo de la década, se sucedieron unas políticas erráticas, de golpes de estado (Chile, Argentina) combinados en otros casos con la desviación de los procesos revolucionarios al pantano de la democracia parlamentaria (Portugal, Grecia, Estado Español), buscando el pacto y la integración de la izquierda en la gestión de un sistema en crisis, una política que algunos llamamos “reacción democrática”, por oposición a la contrarrevolución abierta que supone un golpe de estado.
El temblor
Desde la capital del mundo en aquél momento, Washington, hubo en verdadero temblor. La guerra en Extremo Oriente había atizado un proceso de movilización social en su interior desconocido, que empalmó directamente con la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana. La combinación de ambos procesos había dado al traste con la presidencia de Nixon, que se vio obligado a dimitir.
La crisis económica, por su parte, anunciaba el comienzo de la decadencia de los EEUU; era la manifestación de que las bases económicas e institucionales que habían permitido los “30 gloriosos” tras la II Guerra Mundial, entraban en crisis. Los EEUU no podían sostener la ligazón de su moneda con el oro, que había dado origen a los pactos de Bretton Woods (y sus manifestaciones institucionales, el FMI y el BM), y para recuperar la tasa de ganancia, rompieron esos acuerdos, de manera que provocaron una devaluación de su moneda. De esta manera buscaban recuperar la competitividad perdida además de abaratar la “factura petrolera”, debilitando a los países productores agrupados en la OPEP.
Pero esto no bastaba, había que derrotar a la clase obrera a nivel mundial, despojarla de sus conquistas de las décadas anteriores; una clase que estaba protagonizando grandes movilizaciones revolucionarias. Por no ser exhaustivo, citaré algunos casos: además de los ya mencionados, Vietnam, o mayo del 68, sumaré Chile, Argentina, Portugal, Grecia, Estado Español, en 1969 la oleada de ocupaciones de fábricas en el norte de Italia, conocido como el “octubre rojo”, la revolución centroamericana con guerrillas de masas en El Salvador, Guatemala y, sobre todo, Nicaragua, donde derrotarán la dictadura de Somoza. Pero no solo, en el mundo soviético, cuya política de “coexistencia pacifica” garantizaba a Occidente que no se extendería la revolución, comenzaban los problemas con la primavera de Praga del 68.
Esta oleada revolucionaria tenía que ser derrotada como fuera, y como la fuerza militar no bastaba, Vietnam demostraba como un pequeño país atrasado podía vencer al todopoderoso ejercito norteamericano, había que desviar el ascenso hacia los marcos del régimen.
La política de “coexistencia pacifica” de la burocracia soviética en sus relaciones con el imperialismo, suponía que los PCs se implicaban en la versión interna de la “coexistencia pacifica”, el “pacto social”, “el compromiso histórico”, o como se le llamara, con las burguesías nacionales correspondientes. Quién mejor explicitó este objetivo de mantener las revoluciones dentro de los marcos del sistema fue Fidel Castro, cuando tras el triunfo de los sandinistas en Nicaragua, afirmó: “Nicaragua no será otra Cuba”.
Esta política de integración en el marco parlamentario de las fuerzas insurgentes, provocó que acabaran aceptando los sucesivos pactos, Camp David entre Israel y la OLP, Contadora entre las guerrillas centroamericanas y sus regimenes pro imperialistas, de la Moncloa entre el PCE español y el régimen franquista,…. y así consiguieron ir reconduciendo la explosiva situación. En todos los casos, los pactos era fruto de la combinación del “palo y la zanahoria”, que obligaba a estas organizaciones a aceptarlos so pena de llevarlos a un enfrentamiento que ni ellos querían.
Una vez integrados todos los procesos por la política de reacción democrática, el imperialismo pudo dar un segundo paso, en este caso económico e ideológico, bajo el nombre de “neoliberalismo”. El imperialismo no habría sido capaz de imponer el desmantelamiento de las conquistas sociales si previamente no hubiera desactivado la explosividad revolucionaria de los años precedentes. El “triunvirato” Reagan/Thatcher/Juan Pablo II fue la cabeza de esta política y esta ideología neoliberal a lo largo de los 80, que dio un salto de cualidad con la implosión de la URSS y la restauración del capitalismo en los llamados “estados del socialismo realmente existente”.
Que tiene que ver todo esto con Podemos
La metodología de la “reacción democrática”, de desviar al parlamentarismo un incremento de la movilización social en un tiempo de crisis económica y política, con el aval y la integración de las organizaciones que se decían de la clase obrera, permitió al capitalismo, a sus gobiernos e instituciones, retomar la iniciativa tras la derrota del Vietnam, e imponer salvajes retrocesos a las poblaciones. La derrota de la clase obrera norteamericana y británica con el despido de miles de controladores en huelga y de miles de mineros; la reconversión industrial total en el Estado Español… supuso el comienzo de las privatizaciones masivas y desmantelamiento de los servicios sociales. Solo en un puñado de países, europeos casi todos ellos, consiguieron evitar las formas más agudas de este vendaval neoliberal…
La crisis actual del capitalismo, aunque de otra manera, también enfrenta una combinación muy peligrosa de crisis económica y política, con manifestaciones revolucionarias o insurgentes en muy diversos lugares; desde Grecia hasta Wisconsin, desde Egipto hasta el Estado Español. Es cierto que el horizonte revolucionario no es el mismo que en los 70… Mientras en aquel momento se hablaba abiertamente de revolución socialista, hoy los límites subjetivos son los marcos del sistema capitalista. Aun así, el capital no quiere aventuras.
El Estado Español es, por su propia ubicación de imperialismo de segunda división en decadencia, y su pesada herencia franquista un eslabón débil en esta cadena. Cualquier ruptura de la confianza de las masas con el régimen -confianza que es canalizada a través de unos partidos fuertemente institucionalizados (el llamado “bipartidismo”)-, se ve como una sacudida que pone en riesgo todo el aparato del régimen; de aqui los histéricos ataques de los sectores más reaccionarios del bipartidismo a Podemos y cualquier otra alternativa a su control sobre la sociedad. Además, por su pasado, el Estado Español es una suma destartalada de naciones y regiones, unidos por el miedo que todos los capitalistas, sean de donde sean, le tienen a la lucha social. Pero la crisis esta sacudiendo este edificio, tanto en lo que es la confianza de las masas con sus partidos, como se manifestó palmariamente el 15M, como la confianza entre los propios capitalistas de las diferentes naciones, que ven como la tarta se reduce, y tocan a menos a repartir.
Desde el 15M hasta el 22M el Estado Español vivió un ascenso de la lucha social que provocó, ni más ni menos, que la dimisión del “viejo” rey, sustituido por uno más presentable: en cualquier otro estado la dimisión del Jefe del Estado habría sido una sacudida tremenda, mientras que aquí todos se empeñan en minimizarlo. Una crisis que, además, atravesaba todas las instituciones del régimen, desde la citada Casa Real hasta la judicatura o los ya mencionados partidos del régimen, el PPSOE.
El 22M en Madrid fue un pequeño “Vietnam”, fue el aldabonazo que hizo temblar a todos los burgueses y sus partidos, cuando cientos de miles de personas no solo no condenaban los enfrentamientos con la policía en Madrid, sino que lo veían con buenos ojos. Se abría una puerta para el salto cualitativo en el carácter de las movilizaciones previas: el cuestionamiento de la legitimidad de la violencia policial contra los manifestantes. Era más de lo que podían soportar.
La dimisión del rey dio origen a manifestaciones espontáneas en todo el estado exigiendo el derecho a decidir el tipo de estado, si Monarquía o Republica, cuestionando otra de las verdades sagradas del régimen del 78.
El capital español se vio ante la necesidad de dar un giro en su política, tenia que integrar como fuera a esos miles de activistas que desde las PAHs, los sindicatos combativos y Marchas Por la Dignidad, etc. etc., ponían la movilización y la independencia política en el centro de su actividad. Había que canalizar esas fuerzas hacia el pantano del parlamentarismo… en pocas palabras, había que aplicar una política de “reacción democrática” que tan buenos resultados les diera en los 70 y 80.
Pero no tenían organizaciones de ese activismo con los que pactar. Tras sus pactos de los 70/80 el PCE estaba integrado y era la sombra del «viejo» PC que saliera de la dictadura, y el PSOE era parte activa del bipartidismo. Esto provocaba que los activistas que surgían, lo hacían con una profunda desconfianza hacia estas direcciones. ¿Con quién pactar, entonces?, puesto que la política de “reacción democrática” exige el aval de las organizaciones populares. A diferencia del golpe de estado, que se legitima por la violencia, la reacción democrática necesita una legitimación, valga la redundancia, democrática… y sin una oposición dispuesta a pactar, no hay política de reacción democrática.
Y en esto aparece Podemos
Frente a las teorías “conspiranoicas” de que Podemos es un invento de las “cloacas” del estado, la verdad es más complicada; este partido es una expresión organizativa de un sector de ese activismo que surgió tras el 15M, no fruto de las maniobras del estado ni de nadie para destruir al PC/IU, a la UPG/BNG o a todos los que han sido incapaces de canalizar la indignación social de los últimos años. Podemos no surge como un freno, sino como un intento de dar coherencia a las reivindicaciones de unas clases medias que el 15M rompieran con sus partidos, centralmente con el PSOE. Fue, en un primer momento, la expresión electoral de esa ruptura.
Una vez pasado este primer momento, la misma cúpula de Podemos se asusta del éxito obtenido y comienza una deriva hacia la derecha. Susto y prepotencia en igual proporción, porque desde un sector del capital español, en un visible apoyo a ese partido, se le fomenta como un acicate al PSOE para que este se regenere, y rompa con los viejos “felipistas”, quemados por la corrupción y el fracaso frente al PP, sustituyendo la cara de Rubalcaba por la más presentable de Pedro Sánchez.
Ese sector del capital español, con Atresmedia como “vocero”, hace lo posible para que Podemos se convierta en el receptáculo de los votos desencantados con el PSOE, una especie de IU de Llamazares.2. Recordemos que desde la VI Asamblea de IU, cuando Llamazares sustituye a Anguita, esta organización se convierte en la muleta del PSOE, recogiendo los apoyos que el PSOE no alcanza. Esta política servil frente al PSOE la terminará destruyendo…
Si a ello le sumamos que en el 2014 el PCE había resuelto romper la “disciplina constitucional”, es decir, los pactos que le ataban al régimen, se hacia evidente para ese sector del capital que era necesario buscar un recambio a la muleta; buscan una nueva que los “chicos” de la Complutense le facilitaron.
Con una fraseología construida a partir de los “significantes flotantes” del filosofo argentino E Laclau, que sirven para un roto y un descosido, basándose en una supuesta planificación de la actividad política, una hoja de ruta que no es tal (como teorizó el propio Pablo Iglesias, “no es lo mismo un programa para unas elecciones que uno para gobernar”); apoyándose en la profunda despolitización y desclasamiento de la sociedad española, especialmente de sus clases medias, educadas por el PSOE en que la política es la mera “gestión del sistema” sin alternativas sociales, y en la frase unamiana de “que inventen ellos”, es decir, reacia a debates políticos profundos y rigurosos, construyeron un discurso formalmente “radical” pero totalmente reaccionario, basado en ambigüedades tales como un “proceso constituyente”, del que no se sabía si se referían a “constituir un nuevo partido” o a una asamblea constituyente de un nuevo régimen.
La aparición de Podemos convierte toda la fuerza social que se había manifestado en la calle hasta el 22 M y las manifestaciones contra la entronización de Felipe, en una marea electoral y electoralista. Atizando las ilusiones en un cambio pacifico muy típico de las clases medias en las que se basa, Podemos crece exponencialmente, al tiempo que el PSOE se desinfla y a IU le estallan todos los conflictos latentes. La movilización en la calle es sustituida por la ilusión del voto, esta esa la esencia de Podemos. Por eso, es normal que a Carlos Taibo le preocupe que los dirigentes de Podemos ni se cuestionen porque no hay movilización social; no la hay porque ellos han sido parte activa de esa desmovilización, tiene el mismo papel desmovilizador que las cúpulas sindicales, solo que unos dirigidos a las clases medias “indignadas” y otros a la clase obrera.
Podemos es un factor activo de la reacción democrática en los primeros pasos de la II Transición, por eso, aunque mucho más débil, se le compara al PSOE de los 80, porque su papel es exactamente el mismo; integrar la indignación social en los estrechos marcos de la democracia parlamentaria española. Tanto uno como otro, son los principales enemigos de cualquier alternativa que se quiera construir en el camino de acabar con este régimen. Podemos, en concreto, tiene atrapado es sus redes sociales e ideológicas a amplios sectores que se han incorporado recientemente a la lucha política, que de otra forma se orientarían abiertamente hacia la izquierda, hacia la construcción de otro tipo de organización.
Sobre la base de las ilusiones de las clases medias en una vuelta al pasado de los años de los viajes a Cancún, y la “placidez” de la estabilidad económica, han construido su organización. El drama para esas clases medias es que la crisis capitalista, y sus consecuencias, no van a dejar de golpearlas en sus condiciones de vida, empobreciéndolas e incrementando la inestabilidad social que rompe su “placidez”. Pero la realidad es que estas condiciones no se combaten con una vuelta al pasado; por mucho que lo adornen con “nuevas formas de hacer política”, son una repetición, en farsa, de las viejísimas políticas social liberales de los PSs de los años 80, a los que dejan a su izquierda.
Podemos es reaccionario porque intenta frenar las agujas del reloj. Frente a esta misión imposible hay que ser categóricos, han pasado los años de la placidez del desarrollo capitalista, ni tan siquiera en sus versiones ultimas, neoliberales. El capitalismo ha entrado en una fase de decrepitud tal que la corrupción atraviesa el sistema hasta en sus símbolos más “modernos” y avanzados: el asunto de la Volkswagen y sus motores no contaminantes (sic) es la manifestación de esa corrupción de todo el sistema. Esta decrepitud no se combate con melifluos llamados a la cooperación, a la “economía del bien común”, a la “gente de bien” (en un llamamiento que suscribiría desde Donald Trump hasta Pablo Iglesias), sino con una apuesta clara contra las raíces del sistema, contra las relaciones sociales de producción sobre las que se construye esta corrupción.
Al no señalar esta contradicción entre el “bien común” y el sistema capitalista como tal, convierte el supuesto radicalismo de Podemos en un barniz del sistema. Ser “radical” es ir a la raíz de las cosas, y quedarse en las manifestaciones de la corrupción no ayuda en nada; genera ilusiones de cambio que no se van a producir, y las desilusiones de las clases medias en un cambio en su situación abre puertas muy peligrosas para la sociedad. No olvidemos nunca que la base social de los fascismos de entreguerras fueron las clases medias, la vieja pequeña burguesía, empobrecidos por la crisis del 29, que en un momento dado vieron como enemigos al capitalismo y al comunismo, a partes iguales.
Volviendo al comienzo… Tras la efervescencia revolucionaria de los años 60 y 70 vinieron los 80 y los 90. La victoria más duradera del capital en esos años fue la que se produjo a través de la reacción democrática; allí donde consiguieron integrar a las direcciones del movimiento obrero y popular en el proceso de paz, ya fueran las guerrillas o los PCs, la estabilidad social fue mucho mayor, pues provocaron una decepción de décadas y desprestigiaron la lucha social ante la clase trabajadora y los pueblos. La integración de esas direcciones fue acompañada, como es lógico en cualquier converso, de que éstas se convirtieran en los mejores propagandizadores de la derrota.
La reacción democrática es una de las políticas más devastadoras para la lucha social, pues auto destruye a las direcciones políticas y sindicales al hacerlas cómplices de la política burguesa. Para combatirla, y no caer en sus trampas, hay que saber diferenciar muy bien lo que son conquistas democráticas fruto de la lucha social, de lo que son concesiones envenenadas de la clase dirigente, destinadas a ocultar sus verdaderos objetivos, desmontar la movilización.
Solo con las herramientas de la independencia de clase frente a los aparatos del estado democrático, reconociendo en ellos instrumentos del capital y no entes neutrales por encima de las clases, apoyándose tanto en la movilización como en la política frente a ellos, y no perder de vista el objetivo final, la revolución socialista, es posible sortear ese campo minado que es la reacción democrática.