Testimonio recibido de un enfermero anónimo.
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Una de las primeras clases a las que asistí cuando comencé la carrera nos habló del cuidado. ‘’El deber de nosotras, las enfermeras, es el cuidado del paciente’’, especificó la profesora, Concepción, si no recuerdo mal su nombre. En aquel momento, una pregunta revoloteaba sobre mi cabeza ‘’¿por qué nos llama enfermeras, en femenino, cuando profesionales que salen de Medicina son llamado médicos, en masculino, cuando más de un 70% de los profesionales de allí son mujeres?’’. La respuesta la hallé años más tarde, indagando en diversos libros acerca de la crisis de los cuidados a la que se enfrentan las mujeres hasta el día de hoy, desde el hogar hasta familias ajenas, que se aprovechan de la situación precaria de muchísimas inmigrantes para destinarlas a trabajos de esta índole. Qué irónico que una profesión cuyo objetivo es el cuidado, sea tratada de forma general con una connotación femenina, junto a limpiadoras, secretarias y diversos trabajos que se identifican como ejercicio de servicio, frente a otros puestos superiores que, por supuesto, están masculinizados, pero es harina de otro costal. Es lo que se llama como feminización de los trabajos de cuidados.
Ojalá nos hubieran avisado, ya que Concha especificaba todas las reglas de Nightingale, Henderson y cualquiera de los procesos de cuidados del paciente, sin llegar a contarnos que una vez acabase nuestra carrera y nos sumerjamos en el mundo laboral, íbamos a encontrar un sistema absolutamente parasitado y tendríamos que comprar experiencia y puntos para poder conseguir un puesto acorde a nuestro trabajo.
Lo último que podría pensar al acabar esta carrera es que de verdad importa tu origen, pues si tu origen es humilde te costará muchísimo ahorrar la suma de dinero que cuesta el fraude de los pósters en los congresos sanitarios, a los que el baremo del Sistema Nacional de Salud puntúa de una forma exponencialmente superior a la propia experiencia laboral.
Tampoco podía pensar entonces en que los compañeros de carrera que tuvieran conocidos o los tan famosos “contactos” en el mundo sanitario lo tendrían más fácil para acceder a los mejores puestos.
Como muchos de mis compañeros, tuve que emigrar para conseguir un puesto ‘’digno’’ y con cierta estabilidad laboral. Hemos escuchado la misma frase proveniente de profesionales durante nuestras prácticas, pero también desde nuestros mismos padres: ‘’es una experiencia, tienes que estar agradecido por lo que vas a vivir’’, un discurso emergido de una generación que ha tenido la oportunidad de prosperar desde cualquier estrato social, un discurso cómodo desde el mullido cojín que les proporciona una opinión ajena a lo que muchos hemos sentido. Un discurso que en pocas palabras nos sugiere que ‘’agachemos la cabeza y nos conformemos con lo que hay’, de la generación del 78 que considera que la lucha acabó en aquel momento, y que sólo somos unos críos que piden demasiado. Una generación que no tuvo que emigrar con una mano delante y otra detrás hacia un futuro incierto, hacia idiomas que no ibamos a soñar comprender hasta que la presión por sobrevivir nos obligase a ello, una generación que no tuvo que aguantar discurso xenófobos de distintos países de la UE (Inglaterra y Alemania principalmente) incrustando en nuestra mente la sensación de que habíamos llegado para quitar el trabajo a los ciudadanos de su país. En mi caso, emigré a Brighton, en Reino Unido, donde la enfermería está vista como una profesión de servidumbre, destinada a las clases más bajas y la que nadie quiere ejercer, de ahí que la demanda fuera tan alta, el paralelismo con los trabajos del campo en España es escandalosamente fuerte.
Tras años en los que tuve que aguantar tratos discriminatorios, una jerarquía más propia de una multinacional que de un hospital y todo tipo de comentarios despectivos, incluso al hablar con compañeros en mi propio idioma porque según otros compañeros era ‘’una falta de respeto porque se puede pensar que estamos diciendo algo malo acerca de ellos’’, decidí volver de la vieja capital imperialista.
Lo que encontré no fue la tierra prometida. Observé como antiguos compañeros de clase compraban a base de talonario puntos en el Sistema Nacional de Salud por medio de los mencionados pósters, que no tienen garantizada ninguna enseñanza, así como la dotación de nuevas capacidades de trabajo, y vi cómo mi experiencia en el extranjero no ponderaba ni un tercio de los puntos que daban gastar 210€ por póster. Comprobé cómo SATSE, el abanderado ‘’sindicato’’ de enfermería, poseía y publicaba las listas de contratación antes que la propia web del SAS (Sistema Andaluz de Salud). Es más, del propio SATSE hay portales de alquiler y venta de pisos de vacaciones alejadas totalmente de la actividad sindical, y si no estás afiliado, jamás recibirás los chivatazos sobre puestos que se ofertan en la Sanidad Pública, puestos que se han llegado a ofertar por medio de la entrega directa de CV, sin necesidad de estar inscrito en la Bolsa Pública de Empleo. Me consta que sucedió en la campaña de Navidad, sucedió en la campaña de Semana Santa, y por supuesto ha sucedido durante la presente pandemia. La realidad de la sanidad pública es que está sujeta a un concurso privado, y nadie nos contó nunca que dependiendo de cuánto pagáramos, nos clasificarían en profesionales y profesionales premium.
En España he trabajado en la cara privada de la sanidad, he tenido que presenciar, apático, como dos de las residencias en las que he trabajado, han tratado a nuestros mayores como meros números, recortando personal sanitario y poniendo en riesgo la atención de calidad de cada uno de ellos. Estas residencias han aparecido recientemente en los medios de comunicación por estar investigadas, ya que han estado ocultando su número real de muertes, pero lo cierto es que estas condiciones miserables que nuestros mayores están sufriendo en las residencias privadas lleva gestándose varios años.
Ayuso hoy recibía un baño de masas desde IFEMA, muchos valientes le reclamaban una sanidad pública decente, mientras otros caciques buscaban la foto con la señora presidenta. Seguramente, estos últimos sean los mismos que no tengan escrúpulos en dar la patada a los miles de profesionales que han plantado cara a este virus y han estado haciendo cuánto ha estado en su mano durante la pandemia. Muchos de ellos no cumplirán con el contrato acordado, ojalá recuerden todo esto. Ojalá cuando pase el Estado de Alarma y podamos salir a la calle sin riesgo alguno, nos reunamos los miles de afectados frente al ministerio de Sanidad, desde los que no hemos sido convocados para combatir esta pandemia, hasta los que se han visto infectados por el propio virus, sin disponer de las medidas de prevención necesarias, y podamos gritar juntos que nuestra vida no es un negocio, ni la vida de nuestros pacientes, ni la propia sanidad pública. BASTA YA.
Y por cierto, feliz día de la clase obrera, feliz 1º de Mayo.