O SE ESTÁ CON PUTIN O CON LA RESISTENCIA
SOLO DESDE EL APOYO A LA RESISTENCIA UCRANIANA SE PUEDE COMBATIR A LA OTAN, EEUU Y LA UE
La guerra desatada tras la invasión rusa, como acontece en toda guerra, origina los juicios y posiciones más dispares y divide a las sociedades, incluidos a quienes conocemos como izquierda y defensores de la paz.
La invasión rusa ha desencadenado un movimiento masivo de rechazo a la guerra y defensa de la paz; más si cabe cuando jerarcas mundiales han llegado a hablar de riesgos de conflicto nuclear. El «No a la guerra» es también, para la gran mayoría, un repudio a la brutal invasión rusa y una abierta simpatía con el pueblo ucraniano masacrado. Compartimos plenamente este sentimiento así como discrepamos de aquellas corrientes políticas que, reclamándose del pacifismo, se colocan en una posición neutral en nombre de que “todas las guerras son iguales”.
No todas las guerras son iguales, del mismo modo que no es igual defender el «No a la guerra» en Moscú que hacerlo en las grandes capitales de la UE. En Moscú esta consigna no tiene nada de neutral: significa enfrentarse de cara a la invasión de las tropas de su país y, en consecuencia, ponerse del lado de la resistencia ucraniana. En Madrid, si no va acompañada de un apoyo claro al pueblo ucraniano, significa oponerse a la guerra «en general», sin entender que no puede haber una paz digna de tal nombre sin la derrota de la invasión rusa.
Por eso, cuando se inicia una conflicto militar es tan importante definir su naturaleza, pues de ello depende la postura a adoptar.
La invasión rusa es una guerra de agresión nacional contra Ucrania
Lenin, ante una guerra, se preguntaba: “¿Se puede explicar la guerra sin relacionarla con la política precedente de este o aquel Estado, de ese o aquel sistema de Estados, de estas o aquellas clases [sociales]? -y concluía-«esta es la cuestión cardinal, que siempre se olvida, y cuya incomprensión hace que de diez discusiones sobre la guerra, nueve resulten una disputa vana y mera palabrería”. Estas eran sus preguntas: «¿Cuál es el carácter de clase de la guerra, por qué se ha desencadenado, qué clases la sostienen, qué condiciones históricas e histórico-económicas la han originado?”.
Lo que tenemos ante nuestros ojos es una guerra de agresión nacional de la segunda potencia militar del mundo contra una nación mucho más débil a la que quiere someter por la violencia, con métodos de extrema crueldad. Ucrania, a lo largo de su historia, exceptuando el corto período inicial de la URSS en vida de Lenin, ha vivido sojuzgada, primeramente por el zarismo y después por la burocracia estalinista.
La intervención rusa en Ucrania es continuidad de la guerra y ocupación sanguinaria de Chechenia, de la intervención militar rusa en Georgia , del apoyo directo al dictador Lukashenko en Bielorrusia, de la anexión de Crimea y la ocupación del Donbass y de la intervención militar en Kazajistán este mes de enero para sofocar una revuelta popular contra la dictadura prorrusa.
Las ruedas de prensa de Putin con la imagen al fondo de Catalina la Grande, la gran figura de la expansión del imperio ruso en el siglo XVIII son toda una declaración de intenciones. La naturaleza de este conflicto es una guerra de agresión nacional, cuyo propósito es el control militar, económico y político de un país que es un enorme granero, tiene una ubicación geográfica fundamental para el transito energético y comercial, y una dimensión y recursos que el Kremlin estima esenciales para su proyecto capitalista de la Gran Rusia.
La invasión refleja, paradójicamente, la debilidad económica del capitalismo ruso, económicamente dependiente y dominado por un puñado de oligarcas cuyo papel en la división mundial del trabajo se reduce básicamente al de abastecedor energético. Sin embargo, el capitalismo ruso es, al mismo tiempo, una superpotencia militar nuclear heredada de la URSS que, para preservar sus intereses como potencia en lo que considera su espacio vital, debe recurrir a la fuerza militar, con la que sostiene a dictaduras sumisas.
Ante una guerra de agresión nacional como la actual, la única posición legítima desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora internacional es la solidaridad y el apoyo a la resistencia del pueblo ucraniano para derrotar la agresión imperial rusa. Por eso debemos estar en el campo militar del pueblo ucraniano. Esto es lo que nos enseñó Lenin[1] cuando escribió: «Si, por ejemplo, mañana Marruecos declarase la guerra a Francia; la India a Inglaterra; Persia o China a Rusia, etcétera, esas guerras serían guerras ‘justas’, ‘defensivas’, independientemente de quien atacara primero, y todo socialista simpatizaría con la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, menoscabados en sus derechos, sobre las ‘grandes’ potencias opresoras, esclavistas y expoliadoras”.
Es en el mismo sentido que León Trotsky[2] escribía en 1937: » No colocamos ni jamás lo hemos hecho a todas las guerras en el mismo plano. Marx y Engels apoyaron la lucha revolucionaria de los irlandeses contra Gran Bretaña, la de los polacos contra el zar -y añadía- aunque en ambas guerras los dirigentes eran, en su mayor parte, miembros de la burguesía y aun a veces de la aristocracia feudal… ,en todo caso, católicos reaccionarios.»
La guerra de Putin no tiene nada de «antiimperialista»
Polemizar con aquellos que apoyan a Putin porque es un «comunista» no merece la pena, pues su razonamiento responde, más que a una argumentación política seria, a algún cable suelto en el cerebro.
Hay otros, sin embargo, que llegan a la misma conclusión de apoyo a la brutal agresión de Putin recurriendo a la «teoría de los campos», tan querida al estalinismo, que la viene defendiendo desde hace casi un siglo. Según Stalin, el mundo estaba dividido en dos grandes campos, el «campo progresista«, que era el de los aliados de la burocracia del Kremlin, y el reaccionario, el de los que estaban en contra. En realidad, la composición de los campos fue variando en función de los intereses diplomáticos de Stalin. En los años 30 del siglo pasado, sus primeros aliados fueron el imperialismo británico y francés; después, de abril de 1939 a junio de 1941, lo fueron los nazis. Luego, tras la invasión nazi de la URSS, sus aliados pasaron a ser EEUU y Gran Bretaña, lo que duró hasta la llamada Guerra Fría. Entonces se estableció la llamada «coexistencia pacífica» con dos campos consolidados: el «campo de la paz«, el progresista, a la sombra del Kremlin, y el campo imperialista, encabezado por los EEUU. Por supuesto, la posición ante cualquier contienda internacional no venía dada por la naturaleza y los intereses de clase en conflicto, sino en función de la «amistad» con la burocracia del Kremlin.
Ahora, décadas después de que el capitalismo fuese restaurado en China y Rusia, los defensores de la teoría de los campos siguen proclamando que lo que define a un «antiimperialista» es estar en “el campo donde no esté la OTAN«. En base a esta argumentación, apoyan la guerra de agresión de Putin. Pero, en verdad, no es que estemos ante un problema ideológico, pues estas tesis se sustentan en regímenes capitalistas reaccionarios y antipopulares como los de Cuba, Nicaragua o Venezuela o el de la teocracia iraní, que buscan resguardo en la Rusia de Putin y en la China de Xi Jinping, a la que algunos, por cierto, han convertido nada menos que en el «socialismo real» de nuestros días.
En verdad, al apoyar la guerra de agresión de Putin, estas fuerzas favorecen a la OTAN y a las potencias imperialistas, permitiéndoles aparecer como defensoras del pueblo ucraniano y, como dice el manifiesto de la izquierda socialista rusa, dándoles «justificaciones para poner misiles y bases militares a lo largo de nuestras fronteras«[3], para impulsar un indecente rearme.
La justificación de que Ucrania es un «régimen nazi» es un delirio
Mientras Putin, el gran amigo de la extrema derecha internacional, utiliza los métodos que utilizó la Wehrmacht de Hitler, la propaganda rusa, reproducida por organizaciones de origen estalinista, ha pretendido justificar su agresión en “el carácter nazi” del régimen ucraniano, presidido, por cierto, por un personaje judío y de habla rusa. Exhiben para demostrarlo fotos del Batallón Azov, fuerza paramilitar integrada mayoritariamente por militantes de las organizaciones de extrema derecha ucraniana como Pravy Sector ySvoboda.
De todos es sabido que las grandes mentiras, para que tengan alguna credibilidad, deben tener ingredientes de verdad. Claro que hay organizaciones de extrema derecha en Ucrania, incluso que se reivindican nazis y en no pocas ocasiones mantienen o han mantenido vínculos con sectores del Ejército y con oligarcas. Ucrania no ha sido una excepción en Europa y también aquí la extrema derecha hizo acto de presencia. Sin embargo, es preciso reconocer que su influencia social y su peso político son muy inferiores al de muchos países europeos. La Coalición Nacional de la extrema derecha que se presentó a las elecciones generales del 2019 obtuvo el 2,15% de los votos y no consiguió ningún escaño; en las últimas elecciones presidenciales el candidato de Svoboda, Koshulynskyi, se quedó en el 1,6%. Por lo demás, si aplicáramos esta regla del tres, el estado español, Francia, Italia o Alemania serían supernazis
La propaganda pro Putin silencia, además, la presencia de combatientes de extrema derecha y nazis confesos en las milicias prorrusas del Donbass, como el célebre Batallón Vostok, donde participan monárquicos rusos nostálgicos del imperio zarista, militares que exhiben tatuajes nazis, ex miembros de la Legión Extranjera francesa o voluntarios de la extrema derecha serbia y otros lugares de centro Europa.
Estos grupos pronazis, los de un lado y los del otro, están vinculados desde su origen a diferentes oligarcas surgidos del saqueo mafioso de la economía del país. cuando el capitalismo fue restaurado bajo la iniciativa del antiguo partido estalinista. Esos oligarcas, al mismo tiempo, estaban enfrentados entre sí por sus negocios, orientados unos hacia Rusia y otros hacia la UE. Es el caso de los prorrusos Rinat Ajmétov, magnate del acero y la minería del Donbass, y de Viktor Medvedchuk, padrino de una hija de Putin, financiadores de los grupos paramilitares prorrusos del Donbass. O el de Igor Kolomoiski, de origen judío y reconocido sionista, cofundador del Privat Bank, con activos en el sector del petróleo y gas y dueño de los grandes medios de comunicación, financiador del grupo fascista Pravy Sektor.
Pretender justificar la agresión militar a Ucrania en nombre del combate al nazismo, como hacen Putin y sus corifeos, es un insulto a la inteligencia, una repugnante banalización de la barbarie que representó el régimen nazi y un insulto a los millones de víctimas rusas y ucranianas que lo sufrieron.
La invasión rusa de Ucrania no es una guerra entre potencias imperialistas
No faltan tampoco corrientes que, repudiando la agresión de Putin, la acaban justificando porque “la OTAN ha provocado a Rusia”. Sentencian entonces que estamos ante un enfrentamiento entre potencias imperialistas, ante lo cual se declaran «neutrales«, mientras claman «por la paz».
Por supuesto, nadie puede negar que la OTAN es, entre otras cosas, un instrumento de expansión del imperialismo norteamericano y europeo hacia el este de Europa, con afanes de rapiña. Del mismo modo, la pretensión de Putin con su agresión a Ucrania es negociar con las grandes potencias imperialistas occidentales una ubicación favorable para el capitalismo ruso en lo que considera su espacio vital. La agresión rusa no es, por otro lado, sino un reflejo de la profunda crisis del orden mundial imperialista, que ha estallado precisamente en su eslabón más débil.
Pero, siendo esto así, no es de recibo disolver la brutal guerra de agresión nacional contra Ucrania en una abstracción geopolítica mundial. Estamos ante una guerra de agresión nacional absolutamente desigual entre la segunda potencia militar del mundo y una nación oprimida y mucho más débil . Y esto significa que la primera tarea internacionalista, sobre la que se asientan todas las demás, es tomar partido por el pueblo ucraniano y ayudarlo a derrotar la agresión militar rusa. Sin eso, toda proclamación de repudio a la invasión y de defensa de la paz son palabras vanas.
No es legítimo confundir una guerra de agresión nacional con un conflicto militar entre potencias imperialistas por repartirse el mundo. Si hubiera sido así, como fue el caso de la Primera Guerra Mundial, no nos alinearíamos con ninguna de las potencias en conflicto y, tal como hicieron Lenin y los internacionalistas, lejos de permanecer neutrales, defenderíamos el derrotismo revolucionario («la derrota del propio imperialismo es el mal menor«) y lucharíamos por «transformar la guerra interimperialista en guerra revolucionaria de clases«.
No vale decir que se está contra la agresión militar rusa y no tomar partido por la resistencia ucraniana. Ni tampoco hablar de apoyo al pueblo ucraniano y oponerse a que se envíen armas a la resistencia para defenderse
Hay un importante sector de lo que conocemos como izquierda que dice que repudia la agresión militar y pide la retirada de las tropas rusas. Sin embargo, mientras hablan de solidaridad con el pueblo ucraniano masacrado, se niegan a tomar partido por el bando de Ucrania y por la derrota de la potencia agresora, mientras las tropas rusas siguen asediando ciudades y matando a su gente.
Un aspecto especialmente polémico es el del envío de armas a la resistencia, al que esa izquierda se opone frontalmente, mientras manifiesta su indignación porque los gobiernos de la UE resolvieron finalmente enviar armas a los ucranianos.
Es verdad que Ucrania no recibe el mismo trato que los palestinos, bajo la barbarie sionista, o que las víctimas del genocidio del régimen sirio. Y es una aberración humana la discriminación a los refugiados ucranianos de origen africano y asiático en las fronteras de la UE. Es cierto también que el envío de armas es fruto de un cálculo estratégico interesado de los gobiernos de la UE: lo hicieron efectivo cuando la inesperada resistencia ucraniana derrotó la guerra relámpago que todos preveían, cuando el salvajismo ruso provocó una ola de indignación popular en sus países y cuando olieron la derrota estratégica de Putin y quisieron colocarse en buena posición para luego apropiarse de los recursos de Ucrania (sin olvidar los de Rusia).
Hay, sin duda, dos pesos y dos medidas y una enorme hipocresía entre los gobiernos de EE.UU. y la UE. Ahora bien, utilizar esta indignidad para negar el envío de armas a un pueblo que está siendo masacrado por la segunda potencia militar del mundo, lejos de corregir una injusticia solo la universaliza. Lo que hay que hacer es lo contrario: denunciar la hipocresía de los gobiernos y exigir el envío de armas a los palestinos, a los rebeldes birmanos o a los combatientes saharauis.
La hipocresía de gobiernos no tiene límites. Un ejemplo claro de ello es el gobierno español de coalición de Sánchez, que justifica su alineamiento con la OTAN en la defensa de la soberanía nacional ucraniana y, al mismo tiempo, sacrifica de manera descarnada la soberanía nacional del pueblo saharaui para entregarla a la reaccionaria monarquía marroquí. Sánchez ha hecho también mucho ruido con el envío de armas a Ucrania pero éstas no solo han sido escasas sino de dudosa eficacia: lo mejor que ha enviado, 1370 lanzagranadas C-90, son un arma antitanque de un solo uso. La otra arma expedida, un número indeterminado de ametralladoras modelo Ameli, se atasca y de ahí que el ejército de tierra la haya retirado. Lo que hay que exigir es más y mejores armas para la resistencia ucraniana.
Por supuesto, estamos hablando del envío incondicional de armas para que el pueblo ucraniano se defienda de la agresión. Armas que deben ser enviadas incondicionalmente y que, más allá del ejército ucraniano, deben asegurar el armamento generalizado de los trabajadores y la población civil. Nos oponemos frontalmente, al mismo tiempo, al envío de tropas de la OTAN, ya que su presencia solo puede servir para convertir a Ucrania en una semicolonia militar y despojarla de su soberanía.
En los años 30 del siglo pasado, León Trotsky, polemizando sobre una hipotética entrega de armas de la Italia de Mussolini a la insurgencia argelina contra el imperialismo francés, no tenía duda alguna que debía ser apoyada, sin que ello significara aflojar ni un milímetro la batalla contra el fascismo italiano. De eso se trata ahora también.
Tras la decisión del gobierno español de enviar armas a Ucrania, la dirección de Podemos -que forma parte de dicho gobierno- la criticó públicamente en nombre de «la defensa de la paz«, contraponiendo la «vía diplomática« al «ardor belicista», por supuesto, sin tomar partido por el pueblo ucraniano. Sin embargo, Podemos -durante algún tiempo el gran referente de la «nueva» izquierda europea- lleva más de dos años formando parte de un gobierno que pertenece a la OTAN, alberga bases americanas, tiene tropas destacadas en misiones de la OTAN y no ha parado de vender armas a las dictaduras más detestables como Arabia Saudí. Hasta ahora no había dicho esta boca es mía. Tampoco tuvo recelo alguno cuando integró en primera línea al exJefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y exresponsable del armamento español en la OTAN. Por supuesto, como es costumbre entre los dirigentes podemitas, «solo expresaban una opinión«, pues «la política exterior es responsabilidad del Presidente«. Ante todo salvaguardar los sillones.
Llama la atención, sin embargo, que algunas fuerzas de izquierda de Madrid, entre ellas alguna considerada de la izquierda radical y algún sindicato alternativo, estén llamando a constituir una Asamblea Popular contra la Guerra reproduciendo el pacifismo vacío de Podemos.
Las sanciones económicas tienen que ser para los oligarcas rusos y su gobierno
Hay dudas entre los que se oponen a la agresión rusa sobre si apoyar las sanciones económicas que están aplicando EE.UU. y la UE, que están teniendo un alto coste social y no sirven para detener la maquinaria de guerra de Putin.
El precio que están pagando los trabajadores en Rusia es muy elevado: caída del rublo, fuertes aumentos de precios, escasez, dinero caro. Y es solo el principio, porque acaba de comenzar un proceso generalizado de cierres de empresas.
Por otro lado, los oligarcas, a quienes Putin representa, a pesar de la propaganda falaz de nuestros gobiernos, no se ven realmente afectados en los bienes que han saqueado. Y es ahí, sin embargo, donde Putin puede y debe ser golpeado para hacerlo retroceder.
Según diferentes estudios[4], los grandes oligarcas rusos han depositado en países occidentales una riqueza equivalente al 85% del PIB ruso. Sin embargo, los gobiernos de las potencias imperialistas no se apoderan de ellos porque influyentes empresarios y políticos occidentales comparten negocios con ellos y porque hacerlo significa atacar a las grandes instituciones financieras que lavan su dinero, del mismo modo que lo hacen con el de los magnates occidentales, apoyados en la misma legislación permisiva.
En lugar de castigar al pueblo trabajador ruso, exigimos a los gobiernos de EE.UU. y la UE la incautación de las grandes fortunas de los oligarcas y su puesta a disposición para armar al pueblo ucraniano y reconstruir su país y para devolverlas al pueblo trabajador ruso.
Repudiamos asimismo las represalias que determinadas instituciones están tomando en países e la UE contra ciudadanos rusos por el solo hecho de serlo, como por ejemplo clausurando sus exposiciones de arte.
Hay que impulsar y apoyar las acciones internacionales de boicot emprendidas por los trabajadores. Construir un movimiento de solidaridad material con los trabajadores ucranianos
En paralelo, tenemos que impulsar y apoyar las acciones de boicot que tomen los trabajadores a través de sus organizaciones. Por ejemplo, en la refinería Ellesmere, en Cheshire, Inglaterra, donde rehusaron descargar petróleo proveniente de Rusia, replicando lo que habían hecho los trabajadores de la terminal de gas de Kent y en puertos de Países Bajos.
Al mismo tiempo, tenemos que construir una solidaridad material directa con los trabajadores que resisten en Ucrania y con los refugiados ucranianos, sin importar su origen. Llamamientos como el de Yuri Petrovich Samoilov, presidente del Sindicato Independiente de Mineros de Krivoy Rog, son un paso esperanzador en este sentido. Por eso apoyamos resueltamente la campaña de solidaridad emprendida por la LITci y otras organizaciones respondiendo a dicho llamamiento.
Para la OTAN, EEUU y la UE la soberanía e integridad de la nación ucraniana son solo piezas en sus juegos de poder. No se les puede enfrentar ni denunciar su hipocresía si no es desde las trincheras de la resistencia ucraniana
Sabemos que para la OTAN, EE.UU. y la UE, las vidas del pueblo ucraniano son solo una pieza en sus juegos de poder. No se nos escapa que no van a dudar en sacrificar las reivindicaciones nacionales ucranianas en el tablero de sus intereses geopolíticos. Las negociaciones protagonizadas por Zelenski apuntan a un acuerdo en ciernes en este sentido.
Sabemos que la OTAN ha sido y es el brazo militar del imperialismo para avanzar hacia el este europeo, preservar su orden mundial y sofocar las revueltas que lo cuestionen. No hay un solo ejemplo histórico donde la OTAN haya jugado un papel libertador. La exYugoslavia, Iraq, Siria o Afganistán son buena muestra de ello. La clase trabajadora y los pueblos de Europa no están más seguros ni protegidos por esta alianza militar y menos aún con el rearme que están poniendo en marcha. Es todo lo contrario: la expansión de la OTAN significa una mayor militarización de Europa y mayores riesgos de guerra.
No queremos tropas de la OTAN en suelo de Ucrania ni en ningún otro lado, rechazamos la carrera armamentista desencadenada por los gobiernos imperialistas y exigimos la disolución de la OTAN, el cierre de sus bases, el desmantelamiento del arsenal nuclear y del resto de armas de destrucción masiva.
No nos cabe duda que la OTAN y la UE por un lado, y Rusia por otro, quieren colonizar Ucrania. Pero no se pueden confundir los tiempos. Lo que tenemos ahora no es una invasión de la OTAN sino de la Rusia de Putin, ante la cual tenemos que apoyar al pueblo ucraniano. Es solo tomando partido al lado de la resistencia ucraniana como podremos desenmascarar las mentiras y la hipocresía de la OTAN y sus gobiernos. No hay otra manera.
Sin olvidar que, al final, Ucrania, una gran nación europea encajonada entre el capitalismo imperial de Rusia de un lado, y la OTAN y la UE imperialistas del otro, con ambos bandos mucho más fuertes e interesados en someterla y controlarla, no logrará recuperar ni mantener de manera duradera su integridad y su soberanía nacional más que como parte una unión libre de pueblos libres de Europa o, lo que es lo mismo, de unos Estados Unidos Socialistas de Europa levantados sobre los escombros de la UE y del capitalismo ruso.
No se puede combatir la política proimperialista de Zelenski si no es desde el campo militar ucraniano
Del mismo modo que no podemos desenmascarar a la OTAN sin colocarnos en el campo ucraniano, tampoco podemos combatir políticamente a Zelenski y a los oligarcas ucranianos sin comprometernos de lleno en la defensa de Ucrania frente a la agresión rusa.
Hay quien dice que no podemos apoyar a la resistencia ucraniana, y menos aún defender el envío de armas, porque el gobierno de Zelenski es proimperialista. Es un razonamiento profundamente equivocado.
Es verdad que Zelenski es proimperialista, que está asociado a los oligarcas prooccidentales, que es partidario de entregar el país a la OTAN y a los capitalistas de la UE y que antes de la invasión su gobierno defendía el plan del FMI que empobrecía a la población e incluía la venta masiva de tierras al capital extranjero para pagar la ilegítima deuda ucraniana. Pero es igualmente verdad que es el gobierno Zelenski quien dirige la defensa frente a las tropas rusas y que no hay otra manera de desenmascararlo y construir una fuerza socialista victoriosa si no somos «los mejores combatientes» frente a la agresión rusa. De lo contrario, todo son proclamas vacías que benefician al agresor.
Es así, por otra parte, como actuaron los trotskistas durante la Guerra Civil española, donde nos colocamos en el campo militar de la República y defendimos, frente a la política de «No intervención» de Francia e Inglaterra, que se enviaran armas. Y lo hicimos cuando el gobierno republicano se dedicaba a desmantelar las conquistas revolucionarias del inicio de la guerra. Solo siendo los mejores soldados podíamos denunciar la política proburguesa del gobierno republicano, luchar para ganar a la mayoría y, entonces sí, poner en su lugar un gobierno revolucionario.
[1] El socialismo y la guerra, 1915
[2] Sobre la guerra chino-japonesa, carta a Diego Rivera, 23 de setiembre de 1937
[3] https://jacobinmag.com/2022/03/russia-ukraine-antiwar-socialism-communism-opposition
[4] Novokment, Piketty y Zucman