Cuentan siempre los viejos morenistas, aquellos que compartieron una parte de su vida política y personal con Nahuel Moreno (uno de los mayores dirigentes trotskistas internacionales después de la muerte de Trotsky), que el “viejo” o “Hugo” era de tal o cual manera. Que si reía muy alto, que si era grande y corpulento, que si era muy atractivo, que si, por otra parte, era una enciclopedia humana, era humilde en comparación con los grandes dirigentes trotskistas de su época, o era especialmente autocrítico.
Anécdotas que por lo general, tienden a apabullar a todo aquel que no llegó ni a conocerlo. Hay quien, como es el caso de un servidor, no sólo no llegó ni a nacer cuando él estaba vivo. Tampoco cuando existió el viejo MAS (Movimiento Al Socialismo, la organización trotskista más grande del mundo) y cuando su organización internacional, la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (LIT-CI) pendía de un hilo y eran pocos los cuadros que aún defendían su existencia. Al final, todos somos hijos de la historia y vivimos e interpretamos el período histórico que nos toca vivir. Algunos sacan unas conclusiones más o menos acertadas, otros se dejan llevar por el espíritu del momento y hacen del impresionismo su filosofía política, y otros se agarran a la teoría y las lecciones de los viejos maestros, como quien se aferra a un salvavidas en una tormenta.
Pero el legado teórico Marx siempre prevalece cuando se terminan las modas políticas de turno y nunca ha sido tan palpable su afirmación de que la realidad es testaruda, y al final podemos ver que todo acaba chocando con ella de manera inevitable.
Entonces un joven trotskista hoy, nacido en la década del derrumbe y la capitulación, en la década del viraje oportunista de prácticamente todas las organizaciones de la izquierda, en la década del rearme del capitalismo y la claudicación a la democracia burguesa, se pregunta: ¿Qué fue de los viejos morenistas? ¿De aquellos que contaban incontables anécdotas de “Hugo”?
Hay quien los ve por la calle Corrientes en Buenos Aires el 25 de enero (fecha de su muerte), dando panfletos reivindicando su figura histórica y organizando una visita al cementerio de Chacarita para dejar la ofrenda floral de cada año.
También se los ve mencionando en algún repaso histórico de su organización, la influencia que tuvo su legado, pero al mismo tiempo, rechazando categóricamente elementos centrales de su pensamiento político.
Hay quienes lo recuerdan con mucho cariño como su maestro político, pero que se abocan a otra meta política totalmente distinta y centrada en la realidad exclusiva de su país.
Luego estamos los jóvenes que sólo conocimos a Moreno a través de los libros. Que fuimos aprendiendo sobre trotskismo en gran parte gracias a su gran obra y a su discusión permanente con Ernest Mandel. Y me atrevo a decir que para un joven hoy, es hasta cómodo leer a Moreno, porque supone ver una interpretación trotskista y ortodoxa con el marxismo revolucionario sobre los hechos más recientes de la historia. Hechos y discusiones que aún a día de hoy están presente en el debate en las organizaciones de izquierda. Pero claro, aquellos que sólo lo conocimos por los libros, tendemos a ser bastante cautos a la hora de hablar de Moreno, especialmente a la hora de hablar con aquellos que compartieron mates, charlas e infinidad de encuentros personales con él. Uno se educa en aquello de “mejor no hablar de lo que uno no vivió” y al final tiende a no meterse mucho en la discusión con estos sectores.
Hasta que un día, pensando y discurriendo, llega a la conclusión de que ya llegó de dejarse impresionar con los viejos morenistas. Por la misma razón por la que Trotsky señalaba cuál era la obra más importante de su vida, que no fue ni su papel en la Revolución Rusa, ni su papel creando y organizando al ejército de obreros que derrotó a 14 potencias imperialistas que venían a acabar con el triunfo histórico del proletariado ruso. Trotsky decía que la obra más importante de su vida era la construcción de la Cuarta Internacional, una organización que no llegaba ni a los 5000 militantes en todo el mundo, y que vivía sofocada por el triunfo del stalinismo y del nazismo.
Y esa fue su mayor obra, precisamente porque priorizó, por encima de todas las demás la construcción de una organización internacional, su principal objetivo.
¿Y acaso con Moreno no pasa lo mismo?
Es importante reivindicar su figura histórica y su legado político, pero aún más importante es reivindicar la necesidad primaria de todo partido trotskista, la internacional. Y fue precisamente la LIT-CI el legado más importante que nos dejó Nahuel Moreno, que lejos de querer proclamarse una “Internacional” en sí misma, como hacen algunas organizaciones, se puso como objetivo primario la reconstrucción de la Cuarta Internacional. ¡Y resulta que la obra y el legado más importante de Moreno fue salvada por los pelos por un puñado de militantes!
Para un trotskista hoy, y más si se considera morenista, se hace muy importante escuchar a todos sus viejos alumnos, pero más allá de todo impresionismo con respecto a su figura, se hace más importante aún defender su principal obra y la tarea prioritaria y fundamental de toda organización trotskista.
La realidad, como decíamos, es testaruda. Hoy, precisamente por la inexistencia de una Internacional, vemos cómo la mayoría de las organizaciones trotskistas acaban cayendo el el nacional trotskismo (la construcción de un partido trotskista simplemente en un país), capitulando a las presiones de las nuevas organizaciones reformistas de la burguesía, dejándose influír por la nefasta influencia del castro-chavismo o directamente se dejan llevar por las presiones del stalinismo y su insultantemente simple reducción del análisis político a un campo progresivo “bueno” y un campo malo.
Sin el rigor de una Internacional, no sólo se hace casi imposible no acabar dejándose llevar por las presiones del momento, presiones de los movimientos sociales o presiones de otras organizaciones políticas, sino que, en última instancia, se hace directamente imposible llegar a la máxima “proletarios de todos los países, uníos!”. Que es, sin duda, la principal y más reconocida proclama de Marx.
Y la pregunta es muy simple, ¿cómo se van a unir si no existe ninguna internacional?