La Marcha Mundial por el Clima de este año ocurre bajo la luz del nuevo informe del Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC), publicado en agosto. El documento destaca que la temperatura de la Tierra está subiendo más rápido que lo esperado. También trae avisos alarmantes sobre las consecuencias de la catástrofe climática para toda la humanidad. Reproducimos el artículo de nuestro compañero de la LIT-ci (Liga Internacional de los Trabajadores-cuarta internacional) sobre la necesidad de luchar contra este fenómeno:

El informe da evidencias abundantes de que hay cambios sin precedentes en millares de años en el clima y destaca que parte de ellos ya están ocurriendo, como el aumento del nivel del mar, que no podrá ser revertido en siglos.

El IPCC demostró que la temperatura media de la superficie del planeta subió cerca de 1.2 °C desde 1880, siendo que la mayor parte del calentamiento ocurrió a partir de los años 1970. Más aún, en su último informe evaluó que el planeta podrá cruzar el límite de 1.5 °C hasta 2040, y eso tendrá consecuencias devastadoras para toda la civilización, desertificando inmensas regiones del planeta, produciendo hambre, escasez hídrica y millares de refugiados climáticos.

Cada vez más obvio

Los cambios son evidentes. En 2021, olas de calor afectaron Europa y América del Norte causando incendios forestales. En Canadá la temperatura registró 49 °C, y en la ciudad siberiana de Verkhoyansk llegó a 38 °C.

Brasil será uno de los países más afectados. El calentamiento amenaza transformar la Amazonía en una sabana degradada, la Caatinga[1] en un desierto, y amenaza el abastecimiento de agua de las principales ciudades del país. Además, es muy probable que la actual crisis hídrica actual esté directamente relacionada con los cambios climáticos y la devastación de la Amazonía.

Gran aceleración hacia el abismo

El uso de combustible fósil es lo que viene provocando el calentamiento global. En los últimos 150 años, esa matriz energética movió los engranajes del capital, mundializando ese modo de producción y extendiendo la destrucción de la naturaleza por todo el planeta. Entre 1900 y 2013, la extracción de petróleo aumentó 207 veces. Fue después de la Segunda Guerra Mundial que la penetración del petróleo en los sistemas de energía fue masiva. En 1913, el petróleo proveía 5% de la energía mundial. En 1970 era responsable por 50%. De ahí se explica la llamada “gran aceleración” que aparece en los gráficos como un exponencial aumento de la temperatura media de la Tierra, y de concentración de dióxido de carbono (CO2) a partir de los años 1950.

Fue a partir de ahí que la matriz fósil, más abundante y barata, se tornó la base de la compleja cadena de producción de valores de uso que forman parte de nuestro día a día.

Un punto de no retorno

El calentamiento global puede desencadenar “puntos de ruptura”, o sea, accionar verdaderas bombas-reloj que ya no podrán ser desactivadas. Es el caso de la Amazonía. Se estima que la deforestación de 25% puede impedir que la selva produzca lluvias, esenciales para el abastecimiento hídrico del centro-sur del Brasil y de América del Sur.

Otro ejemplo es el derretimiento del permafrost, un tipo de suelo permanentemente congelado que existe en el norte de Rusia y del Canadá. Su descongelamiento liberaría el CO2 contenido en el suelo, que es el doble de la cantidad existente hoy en las atmósfera. Todo eso tendría un efecto dominó en el sistema climático de la Tierra y aceleraría el fin del Holoceno.

Transición: socialismo y revolución de las fuerzas productivas

Muchos científicos defienden que estamos en el fin del Holoceno, la época geológica con cerca de 13.000 años que fue marcada por la estabilidad climática y posibilitó el desarrollo de la civilización. Otros califican la nueva era de Capitaloceno, o sea, una nueva era creada por el capitalismo en su saña desenfrenada por la ganancia y que pone a la humanidad frente a la amenaza de colapso socioambiental.

El capitalismo no puede impedir la catástrofe que provocó. Un cambio radical de la matriz energética implica menos gasto de energía, incluso porque las fuentes renovables (eólica y solar) no pueden sustituir la matriz fósil integralmente, debido a sus límites.

Pero gastar menos energía es algo imposible para el capitalismo, pues eso afecta directamente la tasa de ganancias y todo el proceso de acumulación. Es por ese motivo que todas las cúpulas climáticas fracasaron hasta hoy.

Las salidas individuales, tan propagadas por los medios, tampoco van a resolver la crisis. Eso porque es el propio capitalismo que fomenta ideologías y modos de vida consumistas, y produce bienes superfluos y descartables.

No es posible enfrentar la catástrofe climática haciendo algunas reformas en el capitalismo, como lamentablemente defiende parte de la izquierda. Para garantizar la transición energética es preciso poner fin a este sistema y construir una sociedad socialista, pautada en una relación racional y ecológica con la naturaleza.

Solo una sociedad socialista puede planificar democráticamente la transición energética, comenzando con la nacionalización de todas las fuentes, incluso de las matrices fósiles, que deben pasar al control de los trabajadores. Solo en el socialismo es posible revolucionar las fuerzas productivas, cuyo desarrollo está limitado a sus condiciones naturales y, por lo tanto, al gasto de menos energía.

Sin romper el ciclo expansionista de la acumulación y usar bienes comunes como medios para atender las necesidades colectivas de la sociedad, la civilización caminará hacia la catástrofe.

La edición de la revista Correo Internacional presenta artículos que profundizan sobre todos los problemas que el sistema capitalista está produciendo para la vida en el planeta, hace un rescate de la visión marxista sobre la cuestión ambiental y de la elaboración de Marx y Engels.