Desde el inicio de la pandemia estamos anunciando el apartheid de vacunas creado por el imperialismo. La “cuarta ola”, que asola a Europa, y la nueva mutación del coronavirus, llamada Ómicron, prueban que estábamos en lo cierto al afirmar que los gobiernos nacionales, de todos los países, y las grandes multinacionales estaban, y todavía están, más interesados en garantizar sus ganancias que en la vida de la clase trabajadora.
Fue por eso que los países del continente africano recibieron una cantidad muy inferior de vacunas que las que necesitan, haciendo que los porcentajes de población vacunada sean muy bajos.
El camino no es cerrar las fronteras
Además, lo que nos llena de indignación es que, frente al surgimiento de la nueva variante, la reacción de los países desarrollados y subdesarrollados vasallos del imperialismo, como el Brasil, en lugar de desarrollar un movimiento de solidaridad para con los países del África Austral, o sea, del Sur del continente, o una movilización para apoyarlos con vacunas y personal médico, fue cerrar las fronteras a esos países, suspendiendo vuelos y conexiones aéreas.
Las evidencias de que la medida tiene mucho más que ver con la marginalización y la discriminación históricas que cercan al continente africano pueden ser ejemplificadas con dos hechos: por un lado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que no hay sobre la nueva variante informaciones suficientes que justifiquen medidas extremas; por otro lado, hay noticias generalizadas de que la cuarta ola en Europa está muy fuerte e, incluso así, estas conexiones aéreas fueron mantenidas.
En el Brasil, la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) emitió una recomendación al gobierno para la suspensión inmediata de vuelos procedentes de seis países: África del Sur, Botswana, Eswatini (antigua Suazilandia), Lesoto, Namibia y Zimbabue. E incluso sabiendo que la nueva variante (detectada en Bostwana y en África del Sur) también haya sido detectada en Hong Kong, Israel y Bélgica, el gobierno Bolsonaro quiere ahora impedir a los viajeros de cuatro países africanos más: Angola, Malawi, Mozambique y Zambia.
La propuesta del imperialismo y el genocidio de l@s más pobres
Esta variante, potencialmente más contagiosa, fue identificada por científicos sudafricanos, que enseguida compartieron ese conocimiento con el mundo y, en este momento, están siendo castigados. Ahora, la burguesía se dice sorprendida y las Bolsas de Valores cayeron en todo el mundo. Pero el hecho es que esta situación fue desarrollada por las grandes multinacionales.
En noviembre de 2020, la OMS afirmó que haría una distribución equitativa de vacunas por el mundo entero, cuando el Reino Unido y la Unión Europea bloquearon los pedidos de un grupo de países liderados por África del Sur y por la India para que las patentes fueran liberadas, de modo que pudiesen aumentar su producción y aumentar la disponibilidad de vacunas para los países pobres. Pero todo esto no pasó de una nueva mentira.
Cerca del 60% de las vacunas producidas en 2021 está siendo monopolizada por Estados que representan el 16% de la población mundial. Además, el 76% de las dosis aplicadas fueron concentradas en los diez países más ricos del mundo. En números concretos, de las 6.400 millones de dosis de vacunas administradas globalmente, sólo el 2,5% fueron al África, aunque el continente sea responsable por poco más de el 17% de la población mundial.
La solución para la escasez de vacunas propuesta por el imperialismo fue la iniciativa Covax, un programa creado en 2020 por la OMS para la distribución de la vacuna a través de entidades filantrópicas, a la cual adhirieron 72 países. Pero, su meta máxima, en 2021, era inmunizar al 20% de la población mundial, un índice evidentemente insuficiente. Para los países en peores condiciones financieras, se limitaba a redistribuir los excedentes. Es decir, solamente las sobras de los países ricos. Y más: el dinero para el programa para la compra de vacunas es de U$S 2.000 millones, cuando serían necesarios U$S 5.000 millones.
Ni siquiera el objetivo ínfimo de la OMS (de que todos los países vacunasen por lo menos al 10% de su población) fue cumplido. En la práctica, más de 50 países no consiguieron cumplir esa meta, la mayoría de ellos en África, donde solo cerca de el 7% de los habitantes del continente están totalmente vacunad@s, en comparación con el 42% de la población global. Y vale recordar que la meta inicial, que era entregar 620 millones de dosis para África, ahora, bajó a 470 millones, lo que solo alcanza al 17% de la población de África.
Como ya habíamos anunciado: “Esa desigualdad, además de obscena, es inútil para superar la pandemia. Es inútil para algunos países inmunizar al 70% de sus poblaciones si el Covid-19 continúa circulando en otras partes del mundo. Si no fuera erradicado, el virus continuará transmitiéndose y sufrirá mutaciones, creando nuevas variantes que invalidarán la eficacia de las vacunas actuales. Eso es lo que está ocurriendo actualmente”.
Desigualdad obscena y peligrosa
En África del Sur, país que tiene el más alto índice de vacunación en el continente, donde oficialmente más de 90.000 personas perdieron sus vidas, solo cerca de el 24% recibieron las dos dosis. En los demás países, la situación es peor: 18% en Zimbabue; 11% en Mozambique y en Namibia; y solo el 3% en Malawi. La mitad de los 54 países vacunó a menos del 2% de su población. Dos países –Burundi y Eritrea– aún no comenzaron a implementar su programa de vacunación.
Como las patentes de las grandes multinacionales no fueron quebradas, los países con más dificultades económicas quedan atrás en la vacunación, como es el caso de todo el continente africano, mientras la gran industria farmacéutica continúa ganando mucho dinero y teniendo mucha ganancia, poniendo en riesgo el conjunto de la humanidad.
Crecen la miseria y el hambre en el África
La pandemia potenció el sufrimiento, el desempleo, y el hambre del pueblo en el continente africano. El virus, que tiene origen en la ganancia capitalista y en la relación que grandes multinacionales mantienen con la naturaleza, tuvo efectos devastadores en el planeta.
En África, como ya escribimos, el aumento de la pandemia fue gradualmente destruyendo los frágiles sistemas de salud de esos países. Incluso con sub-notificaciones, África tuvo un aumento del 30% en las infecciones e implementó menos medidas de salud pública que cualquier otro continente.
El cierre de fronteras, que nuevamente se lleva a cabo, ha sido perjudicial no solo para el turismo sino también para el sector informal en el África. Un informe de la Oxfam previó que el impacto económico de la pandemia podría atrasar en 30 años el desarrollo de algunas regiones del continente.
Actualmente, la caída de los ingresos familiares en África es el 20% mayor que la verificada en el resto del mundo. Lo que está arrojando a más personas por debajo de la línea de pobreza. En 2019, en todo el continente, 135 millones vivían en esas condiciones. Hacia finales de 2020, el número ya había saltado a 270 millones, lo que representa un aumento del doble.
En África como un todo, el 19% de la población está subnutrida (más de 250 millones de personas). Mujeres y niñas representan más del 70% de las personas que sufren de hambre crónica. La pandemia está afectando sus condiciones alimentarias, familiares y culturales, incluso con el aumento de víctimas de agresiones sexuales.
Ni siquiera existen en los países africanos los disminuidos programas de estímulo social creados por algunos gobiernos imperialistas. Además de eso, en la mayoría de los países africanos, el aprendizaje virtual simplemente no existe y centenas de millones de personas viven en economías informales.
Ni el que está en la línea de frente en el combate a la pandemia tiene vacuna
Esa situación, obviamente, tiende a empeorar con el surgimiento de la variante Ómicron, cuya existencia, por sí sola, preanuncia más sufrimiento y muertes. Basta recordar que, según datos de la Universidad John Hopkins, divulgados por la Agencia BBC News, en julio pasado, cuando la variante Delta comenzó a afectar el continente con más fuerza, hubo un aumento del 40% en el índice de muertes.
Según estudios publicados hasta el momento, la Ómicron puede ser una mutación más infecciosa, agresiva y letal que las anteriores, algo que, lamentablemente, puede comprobarse en la realidad. En África del Sur, el 16 de noviembre, los informes oficiales registraron 273 casos. Una semana después, el número de personas contagiadas subió a 1.275 casos. Y, al día siguiente, se duplicó: 2.465 casos.
Esto, en un contexto en el cual incluso entre l@s profesionales de la salud las tasas de vacunación son terriblemente bajas. Solo el 27% de l@s profesionales de la salud fueron totalmente vacunados en África, en contraste con los más del 80% de l@s profesionales del sector vacunad@s en países de altos ingresos. En solo seis países africanos hubo el 90% de cobertura de vacunas entre l@s profesionales de la salud, y otros nueve vacunaron totalmente a menos del 40% de l@s trabajador@s de la línea de frente en el combate clínico y sanitario.
Quebrar patentes para extender la vacunación
Una tarea de primer orden, urgente, es organizar la lucha para quebrar los derechos de propiedad intelectual, no solo de las vacunas sino de todos los medicamentos y cualquier tecnología médica necesaria para contener el Covid-19.
Las patentes permiten que las industrias farmacéuticas y otras empresas exploten una invención, en el caso, las vacunas, por 20 años, a partir de su divulgación. O sea, es un instrumento jurídico para que las grandes empresas garanticen el monopolio de productos científicos y nuevas tecnologías.
Son estas reglas de “protección intelectual” las que funcionan como barrera para que las vacunas no sean producidas en países que no detentan estas patentes pero tienen capacidad industrial adecuada para hacerlas, incluso estando ociosa en este momento, como Canadá, Brasil, México, Argentina, India, Egipto y Corea del Sur. Solo el Instituto Serum, en la India, es capaz de producir 1.400 millones de dosis por año.
Prueba de que, sin esta barrera, sería posible la producción y el abastecimiento en masa de la vacuna, agilizando su aplicación en todos los países.
Una política clasista y antiimperialista
Precisamos que la clase trabajadora y sus sectores más explotados y oprimidos (por el racismo, el machismo, la LGBTIfobia, la xenofobia, etc.) se pongan al frente de esta lucha. Los procesos de movilización indicados en las revueltas que ocurren en Senegal, Angola, Argelia, Sudán y otros países del continente africano muestran que hay un potencial revolucionario. Pero, para eso, es necesario construir organizaciones de la clase trabajadora internacional que, a través de la democracia interna, puedan centralizar y liderar la lucha de clases, que puedan ser la expresión consciente de este proceso y de los combates en curso, incluso en defensa de la vida frente a la pandemia.
Para eso, es fundamental que los trabajadores y trabajadoras del continente africano, que están a la vanguardia de estas luchas, construyan organizaciones revolucionarias en sus países. No hay otra salida. Caso contrario, nuestros hermanos y hermanas de este vasto país continuarán viviendo esta masacre y este genocidio.