Presentación

Este trabajo trata de exponer un primer estudio y conclusiones sobre la extrema derecha que, sin duda, va a ser necesario continuar y profundizar.

Por: Felipe Alegría

La victoria de Trump en la principal potencia imperialista pone de relieve la pujanza adquirida por la extrema derecha en la esfera internacional, con fuertes posiciones ya conquistadas en Europa y Latinoamérica. El avance de la ultraderecha es un fenómeno global que corresponde al actual momento histórico de crisis del capitalismo. Con amplios vínculos internacionales entre sí, su ascenso se encuentra en pleno desarrollo, muestra expresiones nacionales diferentes y, como fenómeno en transición, presenta finales abiertos que van a depender del curso de los acontecimientos.

La ultraderecha actual es un fenómeno que, teniendo semejanzas, no es el fascismo y nazismo de los años 20-30 del siglo pasado, pues se mueve en coordenadas históricas diferentes. Sin embargo, es necesario considerar los elementos comunes entre ambos fenómenos y su interrelación. Y, por supuesto, tomar en cuenta las lecciones del pasado para combatirlo y derrotarlo.

La ultraderecha se desarrolla con fuerza en los países imperialistas occidentales (EEUU, Europa) y en países semicoloniales como América Latina (Argentina, Brasil, El Salvador…) o India (Indutva), en los que rigen regímenes de democracia liberal en crisis. No es el mismo fenómeno de las dictaduras militares de Asia o África, apoyadas casi exclusivamente en los aparatos estatales de represión. En la Rusia de Putin nos encontramos, a su vez, con un régimen bonapartista autoritario, una dictadura con la que simpatiza una buena parte de la ultraderecha europea, que la ve como un modelo a seguir.

1. Un movimiento que toma fuerza a partir de la crisis mundial de 2008

El crecimiento de la actual extrema derecha es un fenómeno histórico relativamente nuevo, surgido a partir de la crisis capitalista mundial de 2008, es decir, a partir del momento en que, tras casi 30 años de marcha triunfal, la globalización imperialista entró en crisis y dejó en evidencia sus efectos sociales devastadores.

El triunfo de la globalización neoliberal no habría sido tan arrollador si no hubiera estado asociado a la restauración del capitalismo en China, Rusia y el Este europeo. Fue esta restauración la que permitió que la globalización tomara un impulso tan colosal. Aportó enormes áreas nuevas para la acumulación de capital y dio lugar a deslocalizaciones industriales masivas. Apoyándose en la superexplotación de la clase trabajadora china, permitió dar paso en todo el mundo a una reducción general de salarios y a un proceso de liquidación generalizada de conquistas laborales y sociales. Posibilitó avanzar en la fragmentación y tercerización de la fuerza laboral y extendió a extremos desconocidos el trabajo informal y la marginación social de sectores enteros de la clase trabajadora.

Estos logros del capitalismo se apoyaron, además, en el triunfo ideológico alcanzado por el neoliberalismo, que presentó la restauración capitalista como el fracaso histórico del socialismo. A pesar de que los regímenes donde el capitalismo fue restaurado, es decir, China, Rusia y el Este europeo, presentados como socialistas comunistas, no eran sino una lastimosa parodia de socialismo.

Justo al contrario que la revolución rusa de 1917, que abrió entre las clases trabajadoras del mundo la perspectiva y la esperanza de alcanzar el socialismo, la restauración capitalista de los años 80-90 cuestionó esta perspectiva socialista y contribuyó fuertemente a la desorganización de la clase trabajadora.

Este triunfo ideológico neoliberal no ha sido, sin embargo, mérito exclusivo de los ideólogos ultraliberales (y de las iglesias evangélicas asociadas). Han contribuido también decisivamente los partidos socialistas (izquierda burguesa socioliberal), que administraron la globalización neoliberal, así como el posmodernismo, que estas últimas décadas ha sido hegemónico en la nueva izquierda occidental que ha ido surgiendo estos años. Son ejemplos de ello la Syriza griega, el Podemos español, el PSOL brasileño el italiano Refundazione o determinadas corrientes de oposición a las opresiones de género o raza.

Los partidos socialistas primero abandonaron su socialismo evolucionista por el Estado del Bienestar capitalista y luego se pasaron con armas y bagajes al socioliberalismo (su versión particular del neoliberalismo). En el caso de los posmodernos, el marxismo pasó a ser un metarrelato anticuado que debía ser sustituido por un pensamiento escéptico. Para el posmodernismo la realidad no es algo objetivo que se pueda conocer sino una construcción del lenguaje. La sociedad no está basada en el dominio del capital y la explotación y no existe clase obrera sino innumerables opresiones con nuevos sujetos sociales que hay que organizar por separado. El poder está en todos lados y no tiene sentido la lucha por tomarlo. El combate por un régimen socialista carece de sentido y debe ser sustituido por una borrosa batalla por una “democracia radical”.

La ultraderecha apareció como opción política a partir del estallido de la crisis mundial de 2008, apoyada en el descrédito y el resentimiento social provocados por los gobiernosde la izquierda burguesa socioliberal (partidos socialistas)y, por extensión, en el desprestigio alcanzado por los regímenes de democracia liberal en que dichos gobiernos se asentaban.

Su despliegue, sin embargo, tuvo lugar unos pocos años más tarde, después de intensos desengaños populares ante grandes luchas que resultaron incapaces de ir más allá del capitalismo, pues carecían de organización y, sobre todo, de dirección para ello. En el caso de Europa, fue tras grandes revueltas dirigidas por fuerzas que se presentaban a la izquierda de los partidos socialistas pero que nunca aspiraron a romper con el capitalismo ni a salirse del cuadro de los regímenes de democracia liberal. Fue después del fiasco de Syriza, que pasó de constituir la gran esperanza del pueblo griego a ser su verdugo a cuenta de la UE; del de Podemos, que pasó de abanderado de la rebelión popular en el Estado español a socio menor del PSOE; tras el desencanto de la juventud británica con Corbyn o el de la portuguesa con el Bloco de Esquerda, transformado en sumiso socio parlamentario del PS. En Latinoamérica, el despliegue de la ultraderecha tuvo lugar tras el desencanto de la primera ola de gobiernos progresistas (Néstor Kirschner y Cristina, Lula, Dilma…).

Al calor de esos desengaños, la ultraderecha, apoyada fuertemente en redes sociales convertidas en grandes plataformas de desinformación (fake news) y adoctrinamiento paralelas a los grandes media, se ha presentado como el “representante del pueblo contra las élites y el sistema” (dentro del cual ubican en lugar destacado a la izquierda burguesa oficial), ganando un peso considerable en la pequeña burguesía y entre sectores importantes de trabajadores, en particular los más precarios y explotados.

Hoy en Francia, según estudios demoscópicos, Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen tiene el voto del 53% de los obreros del país y es asimismo el partido más votado de Francia. Algo similar ocurre con el Partido de la Libertad austríaco (FPÖ). En Argentina, Milei ha sido elegido presidente en 2023 con un 55,69% de los votos y en Brasil en 2022, Bolsonaro quedó, con el 49,17% de los votos, a 1,66 puntos de Lula (50,83%). En EEUU, Trump ha logrado el apoyo electoral de una parte sustancial de obreros blancos empobrecidos de los estados del Rust Belt (“Cinturón del Óxido”) pero también de importantes bolsas de voto entre los latinos y los negros.

Un factor añadido de fuerte impacto en el ascenso de la ultraderecha, particularmente en Europa, fue la crisis migratoria de 2015, consecuencia de la guerra de Siria, con la llegada de una enorme masa de refugiados. Solo a Alemania accedió más de un millón. El proceso continuó después, tras la invasión rusa, con la afluencia de varios millones de ucranianos en 2022. La angustia de sectores de la población ante este flujo masivo, coincidiendo con las crecientes privaciones de amplios sectores populares, fue explotada a fondo por la ultraderecha europea. Lo mismo que hace Trump en EEUU. La ultraderecha supo también, durante la pandemia de 2020, capitalizar el rechazo de amplios sectores de la población a la confabulación de los gobiernos con las grandes farmacéuticas y a su despotismo.

2. La ideología de la extrema derecha

El ascenso de la ultraderecha se ha asentado en unas bases que aúnan el ultraliberalismo, el conservadorismo extremo, el racismo y la xenofobia, el patrioterismo y una gran pulsión autoritaria.

2.1. Ultraliberalismo

El ultraliberalismo se articuló tras la II Guerra Mundial con intelectuales como Von Hayek, Von Mises, Milton Friedman… Sin embargo, fue solo a partir de los años 70 cuando, desplazando a los neokeynesianos, se expandió y convirtió en la ideología económica dominante en el conjunto de Occidente. En particular desde que Reagan accedió a la presidencia norteamericana (1981-1989) y Thatcher a la jefatura del gobierno británico (1979-1990). Desde entonces, el ultraliberalismo ha sido compañero inseparable de la globalización imperialista.

En EEUU, el ultraliberalismo se combinó con un profundo conservadurismo socioreligioso y un patriotismo imperialista descarnado, dando lugar a una fusión entre el movimiento ultraliberal y el movimiento evangélico. Esa amalgama, ya clara en la época de Reagan, ha continuado y se ha profundizado desde entonces, siendo ahora mismo uno de los puntos de apoyo esenciales de Trump.

Las fuerzas de ultraderecha, cuando hablan de socialismo o comunismo, no se está refiriendo en absoluto al socialismo de Marx y Engels, Rosa Luxemburgo, Lenin o Trotsky. Por el contrario, para la extrema derecha socialismo son las dictaduras capitalistas de Venezuela, Nicaragua o Cuba. Y más allá de eso, socialismo es cualquier intervención del Estado en la economía. Sus ideólogos identifican socialismo con la política socioliberal de los partidos socialistas o del PT de Lula o con la izquierda neo-reformista posmoderna de Podemos, Syriza o Petro en Colombia. Incluso identifican como socialista comunista a una parte de la burguesía, que “depende del Estado”. Han llegado incluso a denunciar como socialista a Biden y al propio Partido Demócrata, genuino representante del gran capital norteamericano. Llegan inclusive a englobar en este amasijo a la misma izquierda revolucionaria.

Resulta aparentemente contradictorio que, apoyándose como lo hacen, en la devastación social causada por el neoliberalismo, la ultraderecha internacional defienda como solución el ultraliberalismo más crudo. Predican un liberalismo utópico que nunca ha existido en la historia, en el que reinaría una libre competencia perfecta, organizada por el mercado y sin ninguna intervención del Estado[1]. Hacen bandera de la lucha contra el Estado, que ha de ser reducido al mínimo, aunque, por supuesto, éste deba mantener el orden público más severo, asegurar un creciente poderío militar y garantizar la más absoluta libertad de empresa frente a toda reivindicación sindical, regulación social o ambiental. Son defensores de la desigualdad social, que consideran madre del progreso y seoponen a todo ideal igualitario. Asumen la necesidad de una tasa natural de desempleo y están por el abandono de las medidas sociales del Estado de Bienestar[2]. La solución, para ellos, es puramente individual y consiste en el “emprendimiento empresarial” de cada cual con el fin de enriquecerse.

Esta ideología reaccionaria se justifica, paradójicamente, en la brutal precarización de los vínculos laborales, una realidad predominante en la que los trabajadores, en particular los más jóvenes, ya no tienen expectativas de empleo fijo ni de cobrar una pensión de jubilación. Entonces difunden la idea de que la solución es convertirse en su proprio patrón, algo cuyo verdadero significado es carecer de todo derecho. Un trabajador esclavo de la aplicación Uber sería un ejemplo. El retroceso generalizado de los servicios públicos de salud, educación y transporte demostraría asimismo que “el Estado no sirve para nada” y que la solución ha de ser individual.

2.2. Ultraconservadurismo

Los evangélicos norteamericanos enlazaron con el ultraliberalismo a través de la llamada teología de la prosperidad, que predica que no hay que preocuparse por el Más Allá sino por prosperar y enriquecerse en este mundo. El enriquecimiento individual sería señal de estar bendecido por Dios. Esta visión se complementa con la teología de dominio que defiende que, cuando logren alcanzar una mayoría socioelectoral, deben imponer un gobierno teocrático, regido por la“ley de Dios”. El movimiento evangélico dispone de una estructura coordinada internacionalmente, con centro en EEUU y un gran peso en Latinoamérica, como los neopentecostales de Brasil, una fuerza de millones, aliada con Bolsonaro y la ultraderecha brasileña.

Según los pensadores de extrema derecha, los socialistas y marxistas hace largo tiempo que han reconocido que no se puede prescindir del mercado capitalista[3] y han convertido el socialismo en la búsqueda del control del Estado sobre la economía y la sociedad, buscando hacer del Estado la única fuente de poder[4]. Para conseguirlo, deben demoler los centros de poder legados por la cultura judeocristiana, es decir, lareligión y la familia tradicional y, del mismo modo deben ir también contra la nación.

La ultraderecha se presenta, por el contrario, como la gran defensora de los valores cristianos: la familia tradicional y la religión.Rabiosamente antifeminista y contraria al derecho al aborto, la extrema derecha es defensora de la familia patriarcal, abanderada del varón oprimido y radicalmente contraria a los derechos LGTB[5].

2.3. Patrioterismo

Desde el punto de vista de los ideólogos ultraderechistas, los “socialistas” buscan destruir la nación promoviendo un supraestado global. Estarían aliados para ello con el capital financiero internacional, que busca la protección del Estado frente a la competencia y un dominio global, por encima de las fronteras nacionales. Odian a los que definen como globalistas, se obsesionan con personajes como el financiero judío Soros y se oponen a la existencia misma de organismos supranacionales como la ONU.

Los discursos de los diferentes partidos de ultraderecha apelando a la patria se parezcan formalmente, pero hay una gran diferencia entre la extrema derecha de los países imperialistas y la de los países semicoloniales. En el primer caso tenemos partidos abiertamente nacional-imperialistas, cada uno a su escala: son los Trump con su Make America Great Again (MAGA), RN, AfD, Reform UK o Vox, alzando sus banderas supremacistas. En América Latina, en cambio, el patriotismo de los Bolsonaro o Milei es de baratija, incapaz de esconder su completa sumisión y entreguismo al amo norteamericano. En Europa, la ultraderecha se declara euroescéptica, cuando no eurófoba. Contrapone la UE a la soberanía nacional de sus países, para los que reclaman un retorno de competencias (“Menos Europa, más patria”). Al mismo tiempo, se dividen entre sí en función de sus intereses nacionales, por ejemplo, en relación a qué política tener ante Putin.

2.4. Racismo y xenofobia contra los inmigrantes

Actualmente, en EEUU y en Europa nos encontramos en una situación explosiva, que combina una intensa presión migratoria y una fuerte degradación de las condiciones de vida de los sectores más pobres de los países de acogida. La presión migratoria viene provocada por situaciones de guerra (incluidas las no declaradas), por el expolio de los países semicoloniales y por la sequía y hambrunas generadas por un calentamiento global del que los pueblos no tienen responsabilidad alguna.

En 2022, según cálculos del Financial Times, los inmigrantes representaban en EEUU el 26% de la población, en Suiza eran el 47%, en Suecia el 31%, en Austria el 30%, en Francia el 27%, en Bélgica el 25%, en Alemania el 24%, en Gran Bretaña el 23% y en España el 17,1%. En 2021, en Francia, el 48% de los inmigrantes eran africanos, de ellos el 62% magrebís. En el Estado español se reparten entre Marruecos y América Latina (con un fuerte crecimiento suramericano estos últimos años), aunque también sube el porcentaje de población negra africana. Alemania es el segundo país del mundo, tras EEUU, en número absoluto de inmigrantes

Estamos en una situación muy diferente de la de los años de ascenso de la economía capitalista. En Europa, hasta 1973, eran los gobiernos de los países centrales quienes promovían la inmigración, siendo los grandes abastecedores España, Italia y Grecia. En EEUU la inmigración era igualmente favorecida. Ahora vivimos la situación contraria, en la que la campaña contra los inmigrantes es la gran bandera de la ultraderecha en EEUU y Europa… y es, al mismo tiempo, la práctica de la gran mayoría de los gobiernos democráticos.

La defensa ultraderechista de la nación, con características supremacistas, se apoya en la teoría conspiranoide del Gran Reemplazo, según la cual la inmigración respondería a un plan globalista para suplantar a la población nativa. En el caso de Europa, este Gran Reemplazo acabaría con la cultura judeocristiana y la sustituiría por una civilización islámica. La solución sería, entonces, la deportación de millones y el cierre de fronteras, como plantean el AfD, otros en Europa y Trump en EEUU.

2.5. Negacionismo climático

Asociada a los lobbies de los hidrocarburos y del agronegocio y envuelta en la bandera de la libre empresa, la ultraderecha[6] cuestiona la existencia misma del cambio climático. En EEUU, Trump ha vuelto con el lema “Drill, baby, drill” (taladra, muchacho, taladra). En Europa, los gobiernos y la ultraderecha se han apoyado en las movilizaciones de los agricultores europeos (mayoritariamente dirigidas por las grandes patronales agrarias, que han utilizado el descontento de los pequeños y medianos agricultores abocados a la ruina) para oponerse a cualquier medida de mitigación climática, incluido el descafeinado “Pacto Verde” europeo. En Brasil, la ultraderecha está asociada al agronegocio que esquilma el país.

2.6. Sionismo

Una de las características llamativas de evangélicos y neopentecostales cristianos es la defensa del Renacimiento de Israel, que consideran una condición para la Segunda Venida de Cristo y la Salvación del Milenio. En base a citas bíblicas, justifican la adhesión incondicional al sionismo y a la política genocida de Israel y exaltan a Netanyahu como reencarnación del bíblico rey David.

Pero, más allá de los evangélicos, son todas las organizaciones ultraderechistas del mundo, sin excepción, las que se alinean de manera absoluta con el sionismo, que cuenta, a su vez, con el apoyo criminal de la abrumadora mayoría de los gobiernos del mundo.

El respaldo incondicional de la ultraderecha al sionismo se da en los partidos que tienen su origen histórico en partidos fascistas (Fratelli d’Italia, el FPÖ o RN) así como en los más recientes, como la extrema derecha holandesa o el propio Milei. Buena parte de estos partidos combinan su plena adhesión al sionismo con un claro trasfondo antisemita, algo que no debería sorprendernos si tenemos en cuenta las históricas coincidencias ideológicas del sionismo y el nazismo y su apoyo político mutuo en los años 30[7].

3. Una reacción burguesa que responde a las actuales necesidades históricas del gran capital

La ultraderecha es la reacción burguesa a la actual crisis capitalista y del orden mundial, en unas circunstancias en las que el grado de oligopolización de la economía mundial es gigantesco, al mismo tiempo que la clase trabajadora ha sufrido considerables retrocesos en sus derechos, conciencia y organización. Los grandes capitalistas no necesitan actualmente, dado el grado de desorganización y la ausencia de partidos revolucionarios con influencia de masas, imponer un régimen fascista de terror como el de los años 20-30 del siglo pasado, en los que la memoria de la Revolución de Octubre de 1917 estaba viva, existían una gran agitación social y política, con grandes partidos y sindicatos obreros de masas, y las burguesías se preparaban para la guerra.

Pero estamos, sin embargo, ante un fenómeno en transición, con finales abiertos, donde, como decía León Trotsky en los años 30 del siglo pasado, no hay muros infranqueables entre semi-bonapartismos, bonapartismos y fascismos. Si las circunstancias cambiaran y entráramos en escenarios prebélicos o bélicos y la crisis y la desestabilización política llegaran a límites fuera de control, los grandes capitalistas podrían plantearse soluciones parecidas a los viejos fascismos. Esto puede ilustrarse, en pequeña escala, en el ejemplo de la organización neonazi griega Aurora Dorada. En 2014-2015, en pleno auge de un poderoso levantamiento obrero y popular en Grecia, este partido era la tercera fuerza del país y actuaba según las pautas clásicas del fascismo, con sus bandas armadas. Sin embargo, en 2020, cuando el ascenso revolucionario había sido derrotado (con la ayuda decisiva de Syriza) y la situación estaba normalizadaAurora Dorada, bajo la bendición de la UE, fue declarada organización criminal e ilegalizada. Posteriormente, ha sido sustituida por organizaciones de ultraderecha no expresamente fascistas como la versión original.

En el momento presente, no estamos ante el desarrollo de movimientos fascistas de masas como en los años 20-30 del siglo pasado, sustentados en el encuadramiento de bandas armadas y métodos de guerra civil. Desde un punto de vista general, en la actualidad, la ultraderecha, apoyada por sectores del gran capital de importancia desigual según el país, y con fuertes apoyos entre policías y militares, se sostiene en el cuadro parlamentario, con el objetivo de utilizarlo y avanzar en la imposición de regímenes autoritarios, bonapartistas, dictaduras con elecciones controladas. Es decir, que amputen libertades políticas y derechos democráticos, impongan retrocesos sustanciales a las conquistas de las mujeres y LGTB, repriman con dureza las movilizaciones obreras y populares e impongan un fuerte control policial, sometan el aparato judicial y los medios de comunicación. Este curso se refleja en la “democracia iliberal” de Orbán en Hungría, en los planes de Bolsonaro, en los de Trump (contenidos, entre otros, en el Project 2025 de la Heritage Foundation). La ultraderecha, actualmente forma líderes, organiza nacional e internacionalmente a un amplio sector militante y moviliza a sectores de masas en contra de la institucionalidad existente y a favor de una pauta reaccionaria.

Con marcadas peculiaridades y ritmos específicos en cada país, esta es la orientación general actual de las organizaciones de la ultraderecha, aunque, tras el asalto al Capitolio impulsado por Trump o las intentonas golpistas frustradas de Bolsonaro, no se debe descartar la posibilidad de tentativas de golpe de Estado para acelerar la implantación de un régimen autoritario.

La estrategia general de la ultraderecha, por lo demás, combina bien con fenómenos de violencia como los pogromos contra inmigrantes de agosto de 2024 en Gran Bretaña, protagonizados por bandas neofascistas y voceados por el partido ultraderechista Reform de Nigel Farage. Estos pogromos han sido uno de los puntos altos de violencia neonazi de los últimos tiempos en Europa, aunque, como vimos en 2017 en Charlottesville (EEUU), o en el asalto al Capitolio, están lejos de ser una experiencia exclusiva.

No carece de importancia, en el cuadro descrito, que organizaciones como el FPÖ, Fratelli d’Italia, AfD , Vox, Milei o el bolsonarismo, que incluyen a neonazis en sus estructuras, promuevan el llamado revisionismo histórico con la finalidad de lavar el pasado fascista o dictatorial de sus países.

3.1. En EEUU y Europa contra los inmigrantes, en Latinoamérica “contra la inseguridad y la corrupción

En EEUU y Europa su gran bandera es la cruzada contra los inmigrantes y refugiados. En Europa, las organizaciones de ultraderecha, supremacistas blancas, promueven la Reemigración, es decir, la deportación masiva de los migrantes, en nombre de la defensa de la “identidad europea” y de los “valores cristianos de Occidente”, amenazados por una supuesta invasión islámica. AfD impulsa la expulsión de dos millones de personas, una parte de ellas con nacionalidad alemana, que considera no asimilados (Conferencia de Potsdam, noviembre 2023). Trump, por su parte, amenaza con la deportación masiva de 15 millones de inmigrantes indocumentados (aunque según cifras oficiales son 11 millones).

En todos los casos, los inmigrantes son acusados de ser responsables de todos los males: la delincuencia, la crisis del Estado de Bienestar, los bajos salarios, el robo de empleos a los trabajadores nacionales y el acaparamiento de los subsidios sociales en detrimento de los nativos

En el caso de América Latina, el estandarte de la ultraderecha cambia a la lucha contra la inseguridad, la violencia y la criminalidad urbana. Esta ofensiva, tiene, sin embargo, un significado preciso, de cruzada contra los sectores más pobres, identificados como delincuentes y bandidos, así como de criminalización de los movimientos sociales del campo y de la ciudad, como indígenas, los negros quilombolas brasileños, los sin tierra o sin casa. Es algo evidente en Argentina (con una tasa de pobreza del 52,9% en el primer semestre de 2024, con 25 millones de pobres), en El Salvador de Bukele o en Brasil.


[1] Una tesis que no es precisamente compartida por personajes relevantes del trumpismo, como Peter Thiel. Este magnate de Silicon Valley, colega de Elon Musk, exponente de la ultraderecha empresarial norteamericana, colaborador del ejército israelí en el genocidio palestino y gran financiador de la campaña electoral de Trump, no duda en proclamar que “la competencia es para los perdedores”.

[2] Algunos partidos de la extrema derecha europea no se expresan en términos tan crudos como Milei, Bolsonaro o la alt-right norteamericana. Rassemblement National (RN), el FPÖ o la AfD alemana defienden que las medidas sociales deben ser “exclusivamente para los nacionales”. Aunque luego, el apoyo de RN a la política de austeridad del gobierno Barnier muestra la falacia de este reclamo, que sirve solo mientras no acceden al gobierno.

[3] Lo que es cierto en el caso de los partidos socialistas, los que provienen de la crisis del estalinismo y los de la izquierda posmoderna. Aunque, claro está, ninguno de ellos se reivindique ni pueda ser considerado marxista. Su política es socioliberal, es decir, una política de cargar la crisis sobre la espalda de la clase trabajadora, pero de una manera más benigna… ¡hasta que no se vean obligados a tomar medidas de choque!

[4] En verdad, justo lo contrario de lo que establece el marxismo, cuyo objetivo histórico, el comunismo, no es otra cosa que la extinción del Estado.

[5] Aunque, como luego veremos, hay lugares en Europa, como los Países Bajos, donde la extrema derecha tiene un enfoque liberal en asuntos como los derechos femeninos o LGTB.

[6] Con la rarísima excepción de algún grupúsculo “ecofascista” en EEUU

[7] Ralph Schoenman, La historia oculta del sionismo