En febrero de 1917 estalló la Revolución Rusa. EL Zar había embarcado al país en la I Guerra Mundial donde miles de soldados eran masacrados. Los latifundistas explotaban a los jornaleros en condiciones medievales. El gobierno era extensamente odiado por la dura represión a la que sometía cualquier conato de protesta. Las minorías nacionales se veían subyugadas bajo el nacionalismo ruso. En mitad de una crisis económica rampante, la situación de penuria y miseria se extendía velozmente entre la población trabajadora. Una verdadera sacudida de movilización popular sacudió el país, poniendo en fuga al Zar.
Por J. Parodi
Para sustituirlo, se conformó un gobierno provisional de alianza entre “liberales” y “socialistas moderados”. Un gobierno que se proclamaba “de progreso” o “de cambio”; primero bajo el mando del Príncipe Lvov, después con el socialista Kerensky como jefe. Tras la larguísima autocracia rusa, la Revolución y el nuevo gobierno fueron recibidos con ferviente entusiasmo popular.
La totalidad de la izquierda, incluidos los bolcheviques, prestaron su apoyo para ese nuevo gobierno, como un necesario paso gradual hacia un horizonte de mayor democracia, paz y justicia social. Sin embargo ese nuevo gobierno, aunque con diferentes caras públicas, seguía siendo un gobierno íntimamente ligado a los capitalistas. A pesar de las promesas, la verdad es que no solucionó ninguna de las causas que habían llevado a la población a insurreccionarse, y mantuvo en lo fundamental el mismo estado de las cosas.
La llegada de Lenin
Lenin se encontraba exiliado en el momento de estallar la Revolución. Desde lejos, se desesperaba con la posición tomada por su partido respecto al nuevo gobierno. Un mes después pudo por fin volver a Rusia y lo primero que hizo fue exponer sus famosas “Tesis de Abril”.
A pesar de la extendida confianza popular, Lenin creía que el “gobierno de cambio”, al mantenerse respetuoso a las normas del juego capitalista, no iría a cambiar nada. Aunque era consciente de estar claramente en minoría, estableció como elemento central de la política del Partido Bolchevique el distanciarse tajantemente de ese nuevo gobierno, sabiendo que no tardaría en defraudar las expectativas populares.
A medida que los meses pasaban y la población seguía sin sentir en nada tangible ese “cambio” que escuchaban en los discursos del nuevo gobierno, paso a paso fue retomando la movilización. Para el mes de julio ya volvía a haber una situación de luchas generalizadas y el Partido Bolchevique de Lenin crecía sin parar.
Los soviets y el poder
Durante todo el proceso revolucionario habían nacido por doquier unas asambleas obreras (Soviets), verdaderos parlamentos donde los trabajadores, los campesinos y los soldados debatían sobre política y preparan protestas y huelgas. Ante la falta de respuestas del “gobierno provisional”, finalmente los soviets reunidos en un Congreso Estatal decidieron nombrar un nuevo gobierno y arrestar al anterior.
Ese nuevo gobierno puso en marcha inmediatamente las medidas largamente deseadas: salida de Rusia de la I Guerra Mundial, Reforma Agraria para quitar la tierra a los latifundistas, control obrero de las empresas, cargos políticos inmediatamente revocables con salario de trabajador, disolución de los cuerpos represivos, nacionalización de los bancos, abolición de toda desigualdad de las mujeres, derecho de autodeterminación para los pueblos.
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