Gran parte de la votación de Bolsonaro fue un voto contra el PT.
La elección de Jair Bolsonaro, que pasó de ser un candidato con cerca de 20% de intenciones de voto pocos meses antes de las elecciones a vencedor del primer turno con 46% de los votos válidos y, finalmente, presidente electo, sorprendió a casi todos. Hay muchos elementos que explican la adhesión de millones de electores a la alternativa Bolsonaro.
Existe un núcleo duro, formado por buena parte de los 20% iniciales, que apoyan sus posiciones ultrarreaccionarias: defensa de la dictadura militar, de la tortura, de la ejecución de los que califican como bandidos, y de la persecución a comunistas e izquierdistas en general, mujeres, negros, LGBTs, profesores, y un vasto etcétera. Eso, sin embargo, no explica el gran porcentaje de votos que Bolsonaro obtuvo en la clase obrera industrial del Sudeste y del Sur, que tradicionalmente votaba al PT. El PT perdió incluso en sus principales bastiones, como en el ABC paulista. Y no fue por poco.
Las razones más importantes para el ascenso del fenómeno Bolsonaro vienen gestándose en los últimos cinco o seis años. Comienza por la profunda crisis económica que vive el país, producto de la crisis mundial del capitalismo, que se arrastra desde 2008 con altos y bajos, pero sin solución duradera. Esa crisis generó una de las mayores masas de desempleados de la historia, rebajamiento de salarios, trabajos precarios, y crecimiento brutal de la violencia social.
Situaciones críticas como estas irritan la lucha entre las clases. La burguesía brasileña y el imperialismo arrojan el peso de la crisis en las espaldas de la clase trabajadora cortando gastos sociales desde el gobierno Dilma, restringiendo el seguro de desempleo y el abono del Programa de Integración Social (PIS), hasta Temer, que promovió la reforma laboral, la tercerización irrestricta, y los cortes en los presupuestos de salud y educación.
Los trabajadores reaccionaron con movilizaciones, como la huelga general del 28 de abril de 2017 contra la reforma de la previsión, la reforma laboral y las tercerizaciones. En esos embates, los trabajadores consiguieron postergar el ataque a la previsión, pero sufrieron reveses en sus derechos laborales.
La crisis económica, junto con la crisis social, generó otro fenómeno en todo el mundo: una profunda crisis política del régimen de democracia parlamentaria burguesa. Para aumentar la explotación de los trabajadores y controlar las luchas contra esas medidas, el imperialismo y las burguesías han apelado a gobiernos autoritarios o populistas de ultraderecha: Donald Trump (Estados Unidos), Recep Tayyip Erdogan (Turquía), Rodrigo Duterte (Filipinas), Vladimir Putin (Rusia), y otros.
Esa crisis política repercutió de forma particularmente intensa en el Brasil, con la división entre diversos sectores burgueses y con las múltiples denuncias de corrupción que desgastaron profundamente las instituciones del Estado, principalmente el Ejecutivo, el Congreso y los partidos políticos. Divisiones y enfrentamientos entre sectores burgueses, combinados con la pérdida de base social del PT, desembocaron en el impeachment de Dilma Rousseff en 2016, y en los dos años del desastroso gobierno de Michel Temer que, lejos de contener la crisis, la profundizó.
La sociedad vive un impasse que ya duró cinco años y se hizo insoportable para los sectores medios y para la clase trabajadora. Ambos pedían un gobierno fuerte, que tomase medidas contra el desempleo y la falta de seguridad, que no tuviese vínculos con el sistema político y con los viejos partidos, y que barriese a los políticos corruptos. Ese fue el escenario de ascenso de Jair Bolsonaro.
Bolsonaro se presentó como el candidato contra todo lo que está ahí, sin el rabo preso con los políticos. Un fraude completo, ya que estamos tratando de un político que es diputado federal hace 27 años, pasó por nueve partidos y también está metido con la corrupción. La prueba de eso es que hizo una campaña totalmente cuestionada por sospecha de caja 2 para difundir mentiras y rumores. En los primeros días después de elegido, ya confirmó nombres de notorios corruptos para componer su gobierno. Sin embargo, la desesperación popular y una campaña organizada y altamente financiada en los medios digitales, sin olvidar el apoyo de las iglesias evangélicas, facilitaron su victoria.
Errores: la responsabilidad del PT
No obstante, gran parte de la sorprendente votación de Bolsonaro se debió a un voto contra el PT, no solo de parte de la clase media conservadora sino principalmente entre los trabajadores que antes votaban en ese partido. ¿Quién es responsable por ese sentimiento? En nuestra opinión, el propio PT.
La ruptura de sectores de la clase trabajadora con ese partido comenzó en las manifestaciones de 2013. Ellas ya demostraban una revuelta no solo contra el aumento de las tarifas de transporte sino también contra la brutal represión policial, los gastos en las obras de los eventos deportivos, y las promesas no cumplidas en relación con los servicios públicos como salud y educación, que continuaban precarios. No en vano el principal eslogan de las manifestaciones era: “No es solo por 20 centavos, es por derechos”.
Esa ruptura se profundizó con el estelionato electoral del segundo gobierno de Dilma Rousseff, que durante la campaña prometió no tocar los derechos de los trabajadores “ni que la vaca tosiese”. Sin embargo, luego de la elección, nombró a Joaquim Levy, un representante del sector financiero, para aplicar un duro ajuste contra los trabajadores. Al contrario de lo prometido, la primera acción de Dilma en su segundo mandato fue publicar las medidas provisorias 664 y 665, que restringían el seguro de desempleo y el abono del PIS. Al mismo tiempo, reajustó las tarifas de energía eléctrica en 40%; aumentó el precio de la gasolina y de los derivados del petróleo; hizo cortes en la salud, en la educación y en las obras del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC).
Corrupción
Otro elemento fundamental fue el problema de la corrupción. En sus 13 años de gobierno, el PT hizo alianzas con partidos corruptos y de derecha, como PMDB, PDT y PP, colaborando para que estos continuasen en el poder. Los aliados del PT eran y aún son notorios corruptos, como Renan Calheiros, Eunício de Oliveira, Sérgio Cabral y José Sarney. A partir de esas alianzas, el PT se envolvió profundamente en los esquemas de corrupción que existen en el Estado brasileño hace décadas, y se desprestigió totalmente cuando esos esquemas salieron a la luz con la operación Lava Jato.
Ese envolvimiento tiene que ver con la estrategia del PT en relación con el Estado brasileño y su régimen político. Ellos quieren gobernar el Estado burgués así como este es. Defienden el Estado, la Constitución y sus instituciones, como el Congreso Nacional, el Poder Judicial, e incluso las más represoras: las Fuerzas Armadas y la policía.
Preservando la impunidad
Los gobiernos del PT no hicieron nada para juzgar a los militares acusados de crímenes durante el régimen militar y reservaron a la Comisión Nacional de la Verdad un papel meramente decorativo. Crearon la Fuerza Nacional de Seguridad Pública y la usaron para reprimir las rebeliones de los trabajadores de las hidroeléctricas de Jirau, Santo Antônio y Belo Monte en 2011. Dilma sancionó la Ley Antiterror que abrió camino para la criminalización de los movimientos sociales.
El problema es que el Estado y sus instituciones defienden los intereses de la burguesía. Son estas las que aprueban medidas que quitan derechos de los trabajadores y las que los reprimen cuando ellos van a las calles para luchar. Por lo tanto, al defender el Estado y el régimen político brasileño, la dirección del PT causa un enorme daño a la clase trabajadora, pues difunde la idea de que las instituciones burguesas, o sea, de la clase enemiga, trabajan para el bien de todos.
No fue solo en relación con el Estado burgués y las Fuerzas Armadas que el PT hizo retroceder la conciencia y la organización independiente de la clase trabajadora. En primer lugar, el PT priorizó el apoyo a la burguesía nacional e internacional: los grandes bancos, las contratistas, las montadoras de vehículos, el agronegocio, etc., permitiendo que tuviesen enormes ganancias y fortaleciendo, así, al principal enemigo de la clase trabajadora.
Ideología del emprendedorismo
Al mismo tiempo, la dirección del PT reforzó la ideología capitalista del progreso individual por la educación, por el trabajo duro, por el emprendedorismo y por el mérito. Como si eso fuese posible en una sociedad en que menos de 1% acumula una tremenda riqueza basada en la explotación del trabajo del otro 99%, que no reúne, por lo tanto, ninguna condición ni oportunidad para progresar por el mérito.
Convenció a los trabajadores de que la solución de sus problemas pasaba por el voto y no por la lucha permanente contra la explotación. No sería necesario luchar y sí votar al PT. Así, debilitó la conciencia de los trabajadores sobre la necesidad de organizarse y movilizarse para defender sus derechos y sus intereses contra quienes los explotan.
Cooptación
Por fin, promovió un enorme retroceso en la organización de nuestra clase, atado a la CUT, el MST y la UNE al gobierno, cooptando sindicalistas para ser ministros o para millares de puestos de confianza y destinando parte del impuesto sindical a las centrales. El papel de la mayoría de los sindicatos –con excepción de la CSP-Conlutas– pasó a ser el de organizaciones domesticadas que defendían las políticas del gobierno y no los intereses de la clase trabajadora.
En resumen, la propaganda y la acción política del PT llevan a la misma conclusión: el capitalismo sería un sistema nacional e internacional imposible de ser superado. Entonces, restaría a los trabajadores someterse a sus normas y leyes.
Voto castigo
La responsabilidad del PT es explícita: corrupción, traición, ataques a la clase, identificación con el sistema político y confusión en la conciencia de la clase sobre quiénes son sus enemigos. No es de admirarse que los trabajadores hayan votado con el sentimiento de “contra todo lo que está ahí”, incluyendo al PT como parte de ese todo, o sea, como un partido burgués más, como los otros. El hecho de haber votado ilusionados en Bolsonaro o porque no veían alternativa, también es producto de que la mayoría de la izquierda se alineó incondicionalmente detrás del PT.
No obstante, el voto de esos trabajadores a Bolsonaro no es un voto a la dictadura ni a la ultraderecha. Sería un crimen llamarlos de reaccionarios o, peor, de fascistas. El cambio de posición de esos millones de trabajadores dependerá de la futura experiencia concreta con el gobierno Bolsonaro, del resultado de la lucha de clases y, en gran medida, de las condiciones para construir una alternativa al PT.
Traducción: Natalia Estrada.