Hace unos meses la Casa Blanca -sí, donde reside Donald Trump- encargó un informe sobre el cambio climático; los periodistas, en la cumbre del G20 aprovecharon para preguntarle su opinión sobre el citado informe, y Trump contestó: «he leído algunas de sus hojas… y no me lo creo».
Esta cuatro palabras («no me lo creo») resumen la lógica introducida en el razonamiento de la sociedad por la pos modernidad, de la que el posmarxismo no es más que una de sus partes,… la más reaccionaria.
El informe que la misma Casa Blanca encarga afirma, por lo que parece, que existe el cambio climático; que es un hecho objetivo, «se lo crea o no Trump». Pero para la sociedad, educada en la critica pos moderna y pos marxista a la existencia de una realidad objetiva, lo que vale; el «argumento» de peso, es la afirmación Trump, absolutamente subjetiva: «no me lo creo». El informe es opinable, lo que va a misa es el «no me lo creo».
Cuando el pos modernismo y el posmarxismo puso en duda los «grandes relatos», como dicen ellos; que el discurso político era una suma de «significantes vacíos», que no tienen raíces sociales (la realidad objetiva). Cuando ambas corrientes, que son una, cuestionaron la existencia de una clase social en sí (realidad objetiva), para sustituirla por «sectores sociales», los famosos movimientos sociales transversales, que no pueden aspirar a construir un «gran relato», sino a una suma de «pequeños relatos» que vayan radicalizando la democracia.
Cuando ambas corrientes sustituyeron la lucha por el «gran relato» del socialismo como alternativa, asumieron como «gran relato» el capitalismo; que lo tiene, no lo dudemos. Pero lo adornaron de criticas al marxismo.
Con esta critica a la realidad objetiva abrieron las puertas de par en par a Trump, Macri, Bolsonaro, Vox, PP, Le Pen… Si no existe una realidad objetiva que confirme o deniegue la corrección de un pensamiento, cualquier pensamiento es correcto; sea el que sea: el pensamiento racional pasa a ser una creencia. No existe, por decirlo con términos que los pos modernos y el pos marxismo puedan entender, la prueba del algodón de un pensamiento.
Hubo un obispo anglicano, Berkeley, que negaba la existencia de hechos objetivos y que todo se reducía a la idea; como la idea tenía que producirla alguien, terminaba diciendo que la idea era producto de Dios. Negar la existencia de raíces sociales de los acontecimientos políticos conduce inexorablemente a conclusiones religiosas; puede ser una religión laica, como el pos modernismo, pero religión al fin y al cabo.
Así, cuando se discute sin «pruebas del algodón», o en términos de Marx, de praxis, todo se reduce a un choque intelectual entre las personas sin raíces sociales. Esas personas, al no ser conscientes de que expresan esos intereses sociales, se enfrentan por «códigos éticos», por «método»; pero no por lo que realmente les hace chocar, diferentes necesidades sociales. Separar la política de las raíces sociales que la motoriza conduce a la secta.
Si no hay raíces sociales, realidad objetiva, ¿cómo una corriente puede demostrar que está en lo correcto frente a otra corriente?; porque lo que es imposible es que en un momento de crisis social aguda, dos polos opuestos puedan tener razón.
Cuidado, no me refiero a polos opuestos en la sociedad, como la extrema derecha y la extrema izquierda (que no es Podemos, por cierto; su programa es del PSOE de Felipe Gonzalez); sino a polos opuestos dentro de la misma opción. Dicho de otra manera; dentro de la izquierda cómo se puede demostrar quien tiene razón. «La vida es la que da y quita razones», pero no en un sentido coyuntural, sino en las perspectivas históricas, que es el marco en el que se mueve la política.
Vox cimentó su campaña apoyándose en ese «no me lo creo» irracional; como los nazis lo hicieron sobre la base del pangermanismo y la supuesta superioridad aria, o Mussolini sobre el fascio romano. Vox no precisaba demostrar nada, con decir «no me lo creo» le bastaba puesto que la sociedad está construida sobre la alienación de las personas, que se manifiesta en las creencias religiosas, en la vuelta al medievalismo (Juego de Tronos, El Señor de los Anillos, Harry Potter,…) o a mitologías pasadas (en Grecia un cierto resurgir del culto a Zeus); en la negación del racionalismo y la modernidad introducida por la Ilustración, de la que el marxismo es su versión proletaria.
El salto que supuso la Ilustración y el racionalismo en la sociedad, ha sido destruido, no por el neoliberalismo y sus versiones ideológicas, sino por quienes desde la izquierda lo negaron; lo rechazaron. De esta manera encontramos en la izquierda no solo la división ideológica histórica (marxismo, anarquismo,…), sino una división social alrededor de identidades particulares, basadas en las opresiones que el sistema capitalista mantiene para mejor explotar a la clase obrera.
El capital mantiene su «gran relato», el de la explotación de la clase obrera y la opresión sobre la mayoría de la sociedad; pero el pos modernismo y el pos marxismo, al negar la existencia de un «gran relato» alternativo ha desarmado a la sociedad, y en concreto a la clase obrera, frente al «gran relato» capitalista.
Para combatir el «gran relato» capitalista, adopte la forma que adopte, fascista, social liberal o neoliberal, es imprescindible arrojar al basurero de la historia la irracionalidad del pos marxismo y el pos modernismo; verdaderos frenos objetivos y subjetivos a la construcción de un «gran relato» alternativo.
La inexistencia de «grandes relatos» convierten a los Trump del mundo y sus «no me lo creo» aunque el mundo se hunda, en las consignas que mueven a amplios sectores de la sociedad.
Los mismos que gritan «alerta fascista», o que ahora quieren unirse contra los Bolsonaro o Trump (PTs, Democratas yankis,etc.), … son los que durante años se han dedicado a desarmar a la única clase social que puede enfrentar a esa extrema derecha en ascenso; puesto que los Bolsonaro, Trump, Vox, Salvini, etc., no son más que manifestaciones del «gran relato» del capitalismo: manifestaciones políticas de la necesidad que tiene capital a nivel mundial de aumentar la explotación de la clase obrera.
Por ello, o construimos ese «gran relato» socialista, alternativo y contradictorio por el vértice con el capitalismo, o vamos a la batalla con la derrota en la cabeza. Y cuando uno entra en una batalla con los métodos del enemigo, tiene todos los boletos para perderla.