Artículo de opinión
Hoy es día de elecciones, ¡estamos en la fiesta de la democracia!, y la población se apresta a con su voto, decidir su futuro… Esto es como Alicia en el país de las maravillas.
Ni la democracia actual es la fiesta del «poder del pueblo» (demos-cratos), ni la población con su voto cambia nada de fondo. No confundamos cambiar los gestores de un sistema con el sistema.
Las elecciones son una conquista, sin lugar a dudas; mejor es poder votar y llamar a votar,… salvo el día de reflexión. Menos para La Razón, a la que no le envían la policía para cerrarlo, primera hipocresía de «nuestra» democracia. Al 15M le envían un ejercito de policías para evitar una reflexión colectiva, mientras La Razón llama a votar abiertamente por el PP.
Esta es la mejor manifestación de que las elecciones democrático burguesas son, además de una conquista, una hipocresía, y de verdadera democracia más bien poco; lo justito para que la población crea que con su voto individual puede cambiar las cosas.
Algunos nos proponen, frente a la «justedad» que suponen las elecciones burguesas, «radicalizar la democracia». Es cierto, dentro de los regímenes democráticos hay grados, no es lo mismo un estado como el español con una derecha neo franquista que ven «comunistas» tras todo aquél que lo más que quiere es «radicalizar la democracia», y que a la primera de cambio sueña con una vuelta a los buenos viejos tiempos de la “placidez” franquista (Mayor Oreja dixit); un régimen que para enfrentar el «desafío» catalán (como gusta de hablar los medios centralistas) solo se le ocurre la prohibición. Un régimen que a regañadientes asume esas libertades conquistadas…
No es lo mismo ese régimen que otros con burguesías asentadas, que no le tienen miedo al voto (la británica resolvió el «desafío» escocés por la vía del voto, la canadiense la del «desafío» quebequés, por dos veces, a través del voto). Eso está claro. Pero si ni siquiera en éstas democracias asentadas el voto sirve para algo más que cambiar cada cuatro años a quienes va a aplicar las políticas de ajuste y austeridad, que no decir en el Estado Español.
Cómo «radicalizamos la democracia» para nosotros que vivimos en un régimen que tiene como base un oxímoron, monarquía/democrática, una contradicción que anula uno de los dos polos: si es democrática no puede ser monárquica, pues ésta se basa en el derecho de sangre para escoger el jefe del estado, dejando a la soberanía popular en cuarentena. Sirve para todos menos para algunos; por lo tanto mejor seria hablar de semidemocracia monárquica.
Radicalizar la democracia en un régimen como éste significa pasar de esa «semidemocracia» a una democracia.
Para muchos de los que hoy se presentan como «radicalizadores de la democracia» ésta contradicción no está en el centro del debate.
Otros han asociado el imaginario colectivo del 14 de abril de 1931 con las candidaturas actuales. Pero esa asociación de ideas parte de una premisa falsa, las candidaturas actuales se definen por la indefinición frente al régimen monárquico; no lo ponen en el centro del debate, ciñéndose a propuestas de cambio locales a problemas concretos. Por el contrario, las candidaturas del 14 de abril, ya en su nombre definían su objetivo político: eran candidaturas republicano-socialistas. Más claro el agua. Por eso, cuando ganaron en la mayoría de las capitales de provincia, el rey lo leyó como la carta de despido del pueblo, y se fue.
Si ahora ganaran mayoritariamente las candidaturas de unidad popular, difícilmente el régimen haría una lectura semejante; porque en la inmensa mayoría de los casos el tema del régimen ha estado ausente del debate político. Y lógicamente, el régimen no tiene por que darse por aludido.
La democracia real es contradictoria con la indefinición y los eufemismos. Una democracia en la que el poder de decisión este en el pueblo, tiene que ser clara en sus objetivos. No sirven aparecer con camisetas republicanas el día de reflexión, mientras a lo largo de toda la campaña no se ha mencionado en ningún momento, no vale hacer asociaciones de ideas con imaginarios colectivos, para después rechazar el problema central, el carácter centralista del régimen.
Pero hay otro aspecto que hace de ésta democracia un monumento a la hipocresía: la forma de las candidaturas, el personalismo del «líder», frente a la decisión colectiva que, se supone, es la esencia de la democracia.
Una campaña se despolitiza, y en esto los medios son unos maestros, cuando en vez de discutir de programas se personaliza en los «lideres». Uno saca la sensación de que en todos los municipios del estado se van a votar a las mismas personas: Rajoy, Sanchez, Iglesias, Garzón,… Las organizaciones locales son meros comparsas, «pegacarteles», de las caras de éstos «lideres».
Las discusiones no son sobre si el centro de la discusión y del programa es enfrentar éste régimen o no, sobre su carácter democrático burgués o no; sobre si las medidas son para acabar con las causas objetivas de la corrupción y la explotación (nacionalizaciones, remunicipalizaciones, derogaciones de leyes regresivas, etc.). No, las discusiones son sobre los «lideres», sobre aspectos formales, si son buenos comunicadores, etc.; no sobre el contenido de lo que dicen.
De ésta manera la democracia queda convertida en un ritual que hay que cumplir cada cuatro años, para renovar las caras dentro del estrecho margen del régimen. Y todo aquél que diga, quiero salir de éste régimen semidemocrático, no solo es condenado al ostracismo, sino que es amenazado por leyes como la ley mordaza.
Alicia en el País de las Maravillas casi termina con su cabeza cortada por la Reina de Corazones; la democracia actual española es como Alicia, tras un juego de espejos de «lideres» viejos y nuevos, y trampas «surrealistas», se esconden el sistema y el poder real del capital financiero.
Las «novedades» en la política no pueden ser un nuevo juego de espejos que oculten bajo eufemismos y «significantes flotantes», lo que es la realidad; mientras el poder real esté en manos de ese capital y sus medios de comunicación, la democracia no será más que un sueño como el de Alicia.