Home A debate La cumbre financiera del G-20: ¿Cómo salir de la “tormenta”?

La cumbre financiera del G-20: ¿Cómo salir de la “tormenta”?

Acaba de terminar la cumbre de los ministros de Economía y Finanzas y presidentes de los bancos centrales de los países miembros de G-20, realizada en Buenos Aires. Una consecuencia inmediata de sus conclusiones fue la baja de las Bolsas de Europa y Japón.

Por: Alejandro Iturbe

Como presidente del país anfitrión, Mauricio Macri realizó el discurso de cierre de la reunión. En él, utilizó un lenguaje que un diario argentino opositor, ligado al kirchnerismo, calificó de “climático/náutico/aeronáutico”, lleno de términos como “tormentas”, “turbulencias” y “aguas agitadas” [1].  En realidad, se trató de un discurso mucho más destinado al “mercado interno”, para explicar por qué su gobierno no tiene culpas en la desastrosa situación actual de la economía argentina, que a realizar aportes al debate que habían hecho los economistas presentes. Sin embargo, los términos que utilizó describen bien la situación actual de la economía mundial (“tormentosa” o “turbulenta”).

El documento final emitido por la cumbre también se refiere a esta realidad y a sus consecuencias, con el lenguaje a la vez críptico y “neutro” que usan los economistas burgueses en estos casos:

“El crecimiento ha sido menos sincronizado recientemente y los riesgos de corto y mediano plazo han aumentado. Estos incluyen las crecientes vulnerabilidades financieras, el aumento de las tensiones comerciales y geopolíticas, los desbalances globales, la desigualdad, y el crecimiento estructuralmente débil, particularmente en algunas economías avanzadas” [2].

¿A qué se refieren? Sin nombrarla, el centro de la declaración es la “guerra comercial” que ha iniciado el gobierno de Donald Trump al gravar con aranceles la importación de una cantidad de mercancías que importa EEUU, en especial, productos industriales de origen chino. El gobierno chino respondió con la medida de arancelar la importación de productos agrarios estadounidenses, como la soja y sus derivados.

La batalla entre ambos países (los grandes socios comerciales del mundo en las últimas décadas) tiene la dinámica de agravarse. Al mismo tiempo, pueden abrirse otros frentes, ya que la política de aranceles de Trump comienza a afectar varios países y amenaza hacerlo aún más (como gravar los autos de origen alemán, japonés o coreano), con la posibilidad de respuestas simétricas por parte de ellos. En otras palabras, si el frente de tormenta ya existente continúa creciendo amenaza llevar la economía capitalista a una especie de “guerra mundial comercial”.

Una nueva división internacional del trabajo

Las medidas de Trump son las que desatan la actual tormenta. Pero la “acumulación de nubes” y factores que inciden en ella y la potencian son mucho más profundos y gestados en las últimas décadas.

El primer proceso comienza con la profunda crisis económica mundial de finales de la década de 1960 e inicios de 1970, que marcó el fin del “boom económico de posguerra”. Una de sus expresiones, en 1971, fue la decisión unilateral por parte del presidente Nixon de terminar la paridad oro-dólar vigente desde los acuerdos de Breton Woods (1944), base de la estabilidad económica mundial de esos años. El dólar siguió siendo de hecho la “moneda mundial”, pero los mercados monetario-financieros se hicieron más frágiles y volátiles.

Otra expresión fue el fuerte aumento del precio del barril de petróleo, impulsado por la OPEP (Organización de Países Exportadores e Petróleo) para obtener una parte mayor de la renta petrolera. Esto generó un aumento del costo de la energía que utilizaba la industria y llevó a los países imperialistas a trasladar la producción de las industrias más contaminantes y de mayor consumo de energía (como el acero y el aluminio) hacia los países periféricos.

También comenzaron a “emigrar” diversas ramas industriales, como textiles, pequeña metalurgia y montaje de productos electrónicos, a países con salarios muchísimo más bajos y condiciones laborales más duras, como los Tigres de Asia (Malasia, Singapur, Taiwán y Hong Kong) y la India.

Este proceso da un salto en la década de 1990, con una catarata de inversiones imperialistas a China, país en el que el capitalismo ya había sido restaurado en 1976 y donde la dictadura del Partido “Comunista”, luego de derrotar la rebelión de Tiananmen, garantizaba una sólida “estabilidad” y un altísimo nivel de extracción de plusvalía. China se fue transformando en la “fábrica del mundo” con productos cada vez más complejos, como celulares, computadoras, automóviles, maquinaria de construcción y trenes, que se exportan a todo el mundo, especialmente a Estados Unidos.

Se diseñó así una nueva división internacional del trabajo. Hasta ese proceso, los países imperialistas concentraban la industria y los países semicoloniales proveían las materias primas, el combustible y los alimentos. Ahora sigue habiendo países semicoloniales que cumplen esta función proveedora, pero el grueso de la producción industrial se hace en China y otros países asiáticos (o en las maquilas latinoamericanas). Mientras tantos, los países y empresas imperialistas siguen controlando el proceso, a través de la producción de tecnología y la cadena de comercialización, y así obtienen la parte del león de la plusvalía. La economía mundial era impulsada por lo que hemos llamado el “tándem EEUU-China”, con el primero como locomotora dominante y la segunda como subordinada.

Veamos dos ejemplos: en 2008, la cadena estadounidense de supermercados Walmart controlaba cerca de 15% de las exportaciones chinas (casi 225.000 millones de dólares anuales), con una producción de artículos industriales de consumo, a través de diversas empresas “chinas” (como pequeños cuatriciclos para cortar el césped), que luego vendía en los locales de su cadena mundial. Un IPod de la marca Apple se comercializaba internacionalmente en unos 200 dólares. Este y otros productos son fabricados en China por la gigantesca empresa Foxconn. Pero en ese país solo queda un 4% de ese valor; el resto es apropiado por el imperialismo a través del control de la tecnología y la cadena de comercialización [3].

Una parte importante del funcionamiento de esta nueva división internacional del trabajo era el “libre comercio” sin trabas arancelarias, establecido a través de acuerdos como la Unión Europea, el Nafta, el Tratado del Pacífico, el Mercosur, y acuerdos bilaterales.

Este proceso mundial se reflejó en la “contabilidad macroeconómica” estadounidense a través de un muy alto déficit estructural y crónico en la balanza comercial con China. Al mismo tiempo, perjudicó a algunos sectores burgueses de EEUU y de otros países imperialistas (que no se habían subido a la “globalización productiva”), que vieron dramáticamente reducido su espacio en el mercado. Como consecuencia también se vio perjudicado un sector de la tradicional clase obrera blanca estadounidense, ligado a estas industrias.

El crecimiento de la especulación y el parasitismo

El tándem EEUU-China se completaba porque parte importante del saldo comercial favorable que obtenía China era invertido por su gobierno en la compra de bonos del Tesoro estadounidense, para tener reservas monetarias internacionales. Por parte de EEUU, la venta de sus bonos a China y otros países (aumento de su deuda pública) tenía un doble objetivo combinado. Por un lado, le servía como “aspiradora de plusvalía” de todo el mundo; por el otro, permitía bancar los gigantescos “déficits gemelos” (comercial y fiscal) sobre los que funcionaba la economía estadounidense.

Esta era la base sobre la que se acrecentaba la tendencia del capitalismo imperialista estadounidense (y de todo el mundo) a ser cada vez más especulativo y parasitario. Una operación real (como la compra de petróleo o de cereales) se transformaba en una operación especulativa (las “compras a futuro”) aumentando artificialmente la demanda y apostando al aumento de los precios. Sobre la base de otra operación real (la construcción y venta de inmuebles y el crédito hipotecario para financiar la compra) se montaban numerosas “operaciones derivadas” que, de conjunto, llegaban a decuplicar la base real.

Así se formaban “burbujas” que eran parte de la construcción de un “edificio financiero” artificial, en gran medida formado por capital ficticio (que no refleja nuevo valor producido) pero que disputa con los otros capitales la plusvalía extraída en la producción. Inicialmente, este proceso alentó la demanda y la dinámica de la economía, pero esta pasó a estar sostenida sobre una base mucho más frágil y volátil. En un punto, una burbuja se “pincha” y comienza a “desinflarse” y, con ello, comienza a temblar todo el edificio. Fue lo que ocurrió al pincharse la burbuja del mercado inmobiliario de EEUU en 2007, iniciando así la crisis económica internacional cuya influencia aún vivimos.

La crisis agrava todo

La crisis no estalló solo por causas económico-financieras “puras”. Tuvo como marco la derrota del proyecto del “Nuevo Siglo Americano” y de la política de la “Guerra contra el terror” de George W. Bush, en Irak y Afganistán. Esta derrota generó, en el terreno político, lo que los analistas han llamado “el síndrome de Irak”, cuya expresión en el terreno financiero es la “falta de confianza inversora” de la burguesía mundial.

La crisis había entrado en una dinámica de “bola de nieve en un plano inclinado” y amenazaba con la quiebra de todo el sistema bancario-financiero mundial. La respuesta de los gobiernos imperialistas y de otros gobiernos nacionales fueron los “megapaquetes” de ayuda al sector financiero (las famosas “inyecciones de liquidez”). Actuaron como compañías de seguro cubriendo las pérdidas de los grandes especuladores. Pero lo hicieron comprometiendo sus reservas monetarias y sobreendeudándose.

Es cierto que así lograron evitar la quiebra del sistema bancario-financiero mundial y frenaron la dinámica de plano inclinado. Pero lograron este objetivo manteniendo intacto (mejor dicho, recomponiendo) el exceso de capitales que había estado en el origen de la crisis y así preparan otras nuevas y superiores (hoy se habla de la “burbuja del endeudamiento”). Al  mismo tiempo, gastaron gran parte de la “munición” que hoy necesitarían para enfrentar un nuevo episodio abierto y agudo de la “tormenta”.

Por otro lado, los gobiernos y las empresas realizaron durísimos ataques al empleo, los salarios, las condiciones de trabajo, y los servicios públicos. Con estos ataques han conseguido muchos triunfos y el nivel de vida de los trabajadores y las masas desciende de modo constante. Pero no han conseguido derrotar su lucha y su resistencia permanentes a esos ataques. Esta lucha no solo desgasta y erosiona a los gobiernos y regímenes burgueses de todos los colores sino que le ha impedido a la burguesía lograr el nivel de explotación que necesita para obtener una masa de plusvalía suficiente para valorizar satisfactoriamente el creciente volumen de capitales existente.

Es cierto que el capitalismo imperialista consigue, a veces, que se vea un pedacito de cielo y algún rayo de sol; entonces, proclama a los cuatro vientos que “lo peor ya pasó”. Pero, la verdad es que el frente de tormenta abierto en 2007 sigue muy presente y amenaza expresarse de formas mucho peores.

El factor Trump

En ese marco aparece Donald Trump como presidente de EEUU, el país más poderoso del mundo. El acceso de tal personaje a ese cargo tan importante se debe a una combinación de razones que analizamos en la revista Correo Internacional No 15 (enero de 2017) y en numerosos artículos publicados en esta página [4].

Entre otros factores, él expresó a sectores de la burguesía estadounidense que han perdido peso en la nueva división internacional del trabajo y se ven desplazados. No fue el único caso: lo mismo se expresó en los sectores burgueses británicos que impulsan el “brexit” o el crecimiento de los partidos burgueses de derecha “euroescépticos”.

En el caso de Trump, planteó que EEUU se “estaba debilitando frente al mundo” y que “otros países se aprovechan de eso”. Era el momento de superar esa “debilidad”; para ello, había que reformular la nueva división internacional del trabajo y restringir el libre comercio con trabas arancelarias a los productos que importa el país.

Pero esas medidas de Trump van contra las actuales tendencias más profundas del capitalismo imperialista en general y del estadounidense en particular. En especial, contra las grandes empresas multinacionales que tienen fábricas directas o asociadas en China. También contra la política y la dinámica de otros sectores y países imperialistas [5].

Por eso, actúa como “un elefante en un bazar” en el seno de los principales dirigentes del imperialismo y sus agentes más importantes, no solo en el terreno económico sino también en el político. Sus propuestas y medidas, sumadas a su grosería personal, han conseguido que se enemistara con todos aquellos que deberían ser los aliados naturales del imperialismo estadounidense, como la alemana Angela Merkel, los gobiernos británicos, el gobierno chino, el premier canadiense…

Podemos decir que el imperialismo vive una “crisis de dirección” con su cúpula (los gobiernos de los países que integran el G-7) dividida y con Trump abriendo una “guerra comercial” como la futura “tormenta perfecta” en la economía mundial.

Comienza a instalarse un clima de “sálvese quien pueda”. A finales del año pasado, Alemania repatrió una parte del stock de oro que estaba depositado en EEUU “por si acaso” (los Países Bajos y Austria siguieron su ejemplo) y teme el riesgo de aranceles a la importación de automóviles alemanes (la principal fuente de ingresos del país). Alemania también está sacando el oro depositado en Francia [6]. El gobierno de Putin vendió 85% de sus bonos del tesoro estadounidense (pasó de un stock de 95.000 millones de dólares a 15.000) [7]. Y todo va en esa dinámica.

Algunas conclusiones

Esta realidad se reflejó de modo atenuado en la declaración emitida por esta reunión del G-20. Luego del análisis de la realidad, la declaración dice que no tienen mucho para hacer salvo “monitorear” las consecuencias y tratar de atenuarlas. Dice, al mismo tiempo, que continuarán los ataques al empleo, los salarios, las condiciones laborales y la reducción del gasto en servicios públicos.

Es necesario que los trabajadores redoblemos la lucha contra estos ataques. Debemos aprovechar a nuestro favor la crisis y la división de nuestros enemigos para luchar con más fuerza y derrotarlos.

Notas

[1] https://www.pagina12.com.ar/130274-macri-el-oso-carolina-de-la-economia-mundial

[2] http://www.ambito.com/928232-estos-son-los-13-puntos-del-documento-de-la-cumbre-de-finanzas-del-g20

[3] Sobre este tema, ver: https://litci.org/es/menu/mundo/asia/china/certezas-e-interrogantes-que-plantea-la-crisis-economica-en-china/

[4] Ver, por ejemplo: https://litci.org/es/menu/mundo/norteamerica/estados-unidos/trump-y-la-burguesia-estadounidense/

[5] Ver: https://litci.org/es/menu/mundo/norteamerica/estados-unidos/las-sanciones-comerciales-trump-china/ y https://litci.org/es/menu/economia/esta-detras-la-amenaza-guerra-comercial-trump/

[6] https://www.hispantv.com/noticias/economia/351492/alemania-retirada-reservas-oro-extranjero

[7] https://www.cronista.com/finanzasmercados/Putin-ordena-vender-el-stock-de-bonos-del-Tesoro-de-Estados-Unidos-20180723-0012.html

 

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