“Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia”

Este alegato que Cicerón lanzó contra el conspirador profesional que fue Catilina bajo la república romana puede ser aplicada al debate promovido desde los medios sobre la violencia, a raíz de lo acontecido en Catalunya por la detención de Pablo Hásel. Parafraseando al orador romano, “hasta cuando abusarás, capitalismo, de nuestra paciencia”.
Los orígenes de la violencia política y su monopolio
Las burguesías del Estado español son muy dadas a utilizar un método de debate que lo anula, porque, le guste o no a Hanna Arendt que en su obra “Sobre la Violencia” separaba la violencia de la conservación del poder, ambos elementos están íntimamente ligados, el poder es violento por definición, lo ejerza quien lo ejerza; por ello, para ocultar esta relación, elevan el objetivo de éste, lo amplifican y simplifican de una manera maniquea para disolver la discusión concreta de los acontecimientos y de las causas reales objeto del debate siguiendo el consejo de mientras “el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”.

Si lo que sucedió en Catalunya tras el encarcelamiento de Hásel, o estos días en Vallekas con el acto de VOX, es violencia cómo se calificaría la dictadura franquista que VOX reivindica, lo sucedido con la represión en Francia durante las movilizaciones de los chalecos amarillos, en Chile hace casi dos años o las del Black Lives Matter. O, más cercanamente, ¿cómo calificar la represión del 1 de octubre? Y, extrapolando; ¿cómo calificamos lo que sucede en Palestina, Yemen, Libia o Siria?

Cuando un burgués se pregunta, “qué es la violencia”, la respuesta es más que obvia; la violencia eres tú, y no solo por sus consecuencias sociales e individuales como los desahucios, los despidos o la llamada “pobreza” energética, ni por especial maldad individual de los propios capitalistas. La violencia surge de la propia estructura de explotación económica, según la cual “dios/capitalista” se cree dueño y señor de la vida de los asalariados y asalariadas; a los que les impone incluso la hora de despertarse y dormirse.

Así, ya hablamos de violencia desde que un despertador suena a las 7 de la mañana, rompiendo el ciclo natural de la hormona del sueño (la melatonina), para obligar a una persona a ir a un trabajo que ni le va ni le viene, que es propiedad de otro; para producir para que otra persona se haga más rico. El cuerpo humano está siendo violado por la necesidad de ganarse el sustento: “te ganarás el sustento con el sudor de tu frente”, le dijo Dios a Adán.

Es una violencia social y económica oculta, donde la persona se cree libre para vender su fuerza de trabajo por un salario, es una relación de explotación diferente a otros modos de producción. No es como en el feudalismo o el esclavismo, en los que las personas del siervo o el esclavo eran propiedad del señor, que ejercía la violencia desde fuera de la relación de producción, de una manera directa, física. Por el contrario, uno de los componentes básicos del capitalismo es que la violencia sea autoasumida por el oprimido como precio de su libertad para venderse al capitalista.

Cuando esos oprimid@s constatan en los hechos, en la práctica cotidiana, que autoasumir su papel supone aceptar una situación de violencia cotidiana, y comienzan a tomar conciencia de que solo puede ser libre si se libera de esas falsas ideas, saltan todas las alarmas, pues se puede estar abriendo una situación revolucionaria que pondrá patas arriba todo el orden construido sobre esa violencia cotidiana.

En estos momentos todas las discusiones morales sobre la violencia física se van por el desagüe poniendo de manifiesto que solo existe cuando son l@s oprimid@s los que la ejercen. Por definición los estados no ejercen violencia, “mantienen el orden” y no dudarán en utilizar lo que es una de las prerrogativas del estado burgués, su monopolio de la violencia. Si hay que “fusilar a 26 millones de hijos de puta”, se fusilan; si hay que sacar a la bestia fascista de sus madrigueras, se saca; porque el orden divino del dominio del capital está por encima de todo.

Por otro lado, para evitar que los pueblos se defiendan con todas las armas posibles, es preciso desactivar todo debate sobre la violencia que pueda justificarla en estos casos. Es un dicho muy típico decir que se condena la “violencia venga de donde venga”, pues que comiencen por condenar los actos violentos de las instituciones del estado y después hablamos de violencia. ¡Pero no!; esos actos no son violentos, porque el estado al ejercer el monopolio de la violencia no es violento.
El régimen del 78, la hipocresía elevada a la enésima potencia
Si en cualquier estado burgués este debate es hipócrita, en el Estado español se acaban las palabras para definirlo. El régimen que se atreve tan siquiera a anatemizar a aquellos que queman 10 contenedores, surge de ocultar -ley de secretos oficiales- uno de los actos más violentos del siglo XX, la Guerra Civil y la represión franquista, con más de 120.000  desaparecidos y desaparecidas repartidas por todo su territorio; con un ejército con unos mandos que lo justifican y algunos de la reserva amenazando con “fusilar a 26 millones”.

Si se “condena la violencia, venga de donde venga”, hay que comenzar por condenar a los que provocaron los 120 desaparecidos/as. A la pasada, esta hipocresía se pone de manifiesto cuando las instituciones del régimen homenajean al desaparecido más famoso, Federico García Lorca. Los mismos que lo homenajean se niegan a decir donde está enterrado. ¡Menos homenajes hipócritas, y más decir donde está enterrado!

En el Estado español esta hipocresía y el silencio sobre las consecuencias de la violencia franquista cumple un papel psicológico, decisivo para mantener al régimen sobre sus pies: es un recordatorio a la población que la derrotaron en 1936/39 y que volverían a hacerlo. No es retórica esta frase, por la activa y por la pasiva lo hacen todos los días. Por la pasiva cuando las fuerzas políticas que representan el neofranquismo no condenan la dictadura, reconociendo su legitimidad y la de su violencia contrarrevolucionaria en 1936. Otros van más lejos y se reafirman en que “volverían a hacerlo” cuando amenazan con fusilamientos masivos y no les pasa nada.

Sobre este miedo a una derrota que sigue viva en la memoria de la población española se basa el debate sobre la violencia y se sostiene el régimen del 78, a la que trasladan unas organizaciones de la izquierda, sociales y política, que se niegan sistemáticamente a poner en el centro la lucha contra ese régimen. Al blanquear el neofranquismo desde la Transición se lanzó un mensaje muy claro, el todo queda “atado y bien atado” de Franco, y, hagamos lo que hagamos, tenemos que convivir con la derrota del 39, con la amnistía de torturadores, con los miles de desaparecid@s y con los hipócritas homenajes a García Lorca.
Medios sin fin: la violencia en la decadencia del capitalismo
La violencia no es más que un instrumento no solo en la naturaleza, violenta hasta en lo más simple, sino también del ser humano en su lucha cotidiana por la existencia; no es buena ni mala en sí misma, sino que depende de a qué fines se utiliza, y si esos fines se adecúan a los medios utilizados.

En este sentido hay que afirmar que la quema de contenedores, la ruptura de los escaparates son un “medio” sin un fin. Aunque formalmente muchos digan que son “anticapitalistas” solo expresa una profunda impotencia social para enfrentar las raíces de la opresión y la explotación, de llegar a la clase obrera para combatirlos. Al carecer de una alternativa social a la decadencia del capitalismo, solo queda una visión romántica de la violencia como rechazo del sistema. Dicho de otra manera, es una “enmienda a la totalidad” del sistema que encuentra una justificación teórica en la mitología -las imágenes del fuego y las barricadas- que a su alrededor se construye, pero al carecer de un fin, un objetivo político claro, se queda en eso, en las formas mitológicas sin atreverse a convertir esa “enmienda a la totalidad” en programas y organizaciones que conduzcan a que esa “enmienda a la totalidad” sea algo más, la lucha de la clase obrera consciente de sus objetivos.

Uno de los ejemplos máximos de la explosión de esta impotencia social se dio en el 2005, cuando la juventud de los “banlieue” franceses, hijos y nietos de emigrantes africanos o magrebíes, se lanzaron a la quema masiva de coches de sus propios barrios. Tras el asesinato de uno de ellos por la policía francesa, descargaron todo su odio social sin más perspectiva que la de desahogarse por las condiciones de pobreza, paro y marginación que sufren.

Por contra, años antes, cuando en el mayo del 68 se produjeron las llamadas “noches de las barricadas” en el Barrio Latino no se asaltó ni un comercio, no se rompieron escaparates como norma; la noche fue dura, de barricadas y de enfrentamientos con la policía que arrastró a la clase obrera francesa a la lucha, que hasta ese momento había visto a l@s estudiantes con las lentes de la burocracia sindical, que eran unos “pequeño burgueses” “afeminados”. Cuando resistieron y enfrentaron durante una noche a la policía, con el resultado de 345 agentes heridos, esa percepción cambió, y gracias a un trabajo previo en fábricas y centros de trabajo con el reparto de miles de folletos y panfletos, la clase obrera se sumó a la lucha y lo que era una revuelta estudiantil se transformó en un proceso revolucionario (https://www.sinpermiso.info/textos/el-68-frances-el-estallido-de-mayo).

Un caso semejante de “medios con fin” sucedió en las jornadas de lucha de Chile en el 2019 y comienzos del 2020, con la aparición de la llamada “Primera Línea”, como analiza el MIT chileno:
La enorme revolución que está en curso en Chile tiene un sello distintivo: amplios sectores del pueblo han comprendido que es imposible manifestarse pacíficamente, puesto que el estado, inmediatamente, envía a sus agentes represivos para sofocar todo grito de protesta contra la miseria y la injusticia del sistema social imperante. Por ello, el surgimiento de la denominada “Primera Línea” de la Revolución ha despertado la admiración, el cariño y el respeto de la mayoría del pueblo trabajador. Miles de jóvenes, en su abrumadora mayoría pertenecientes a la clase trabajadora, por estos días exponen sus cuerpos, sus vidas, para garantizar el derecho a la protesta.
“Miren, allá está toda la gente manifestándose, con cánticos, orquestas, gritos y discursos. Allá, por otro lado, en la primera línea, se encuentran quienes permiten que el pueblo de Chile pueda manifestarse”. Así dice un padre con su hijo al hombro en un video viral de Instagram.

Cuando el capitalismo dice que deplora la violencia, hay que contestar claramente, “la violencia eres tú”; pero esto no basta. Hay que dar un paso para superar la mitología del “violencia” como un signo de rebeldía “sin causa”, y convertirla en una herramienta en la lucha por una sociedad socialista que, al destruir las condiciones de explotación y opresión origen de la violencia actual, sí suponga la desaparición de toda violencia social.
La violencia revolucionaria
No hay nada más hipócrita que la burguesía en su fase de decadencia, y esto se manifiesta con esa obsesión que tiene de criminalizar la «violencia juvenil» mientras militariza las sociedades occidentales bajo el manto de lucha contra la pandemia, como en nombre de derechos humanos destruyen naciones enteras o la utilización de dos varas de medir como el caso de Palestina e Israel, al igualar el potencial militar del sionismo con las armas artesanales y las piedras de los palestinos.

En todos estos casos hablamos de violencia contrarrevolucionaria porque va dirigida a mantener el sistema de opresión y explotación actual, a defender los intereses de las grandes multinacionales y la hegemonía mundial de las potencias imperialistas. Su hipocresía se traslada a los libros de historia cuando ocultan que el capital ocupó el papel dominante a través del uso de la violencia, que en aquel momento sirvió para desalojar al esclavismo y al feudalismo del poder. Toda revolución burguesa tuvo un componente violento que confirmó la tesis de Marx, de que violencia “es la partera de la historia”.

Las dos grandes revoluciones europeas tuvieron como partera la violencia revolucionaria, “el terror revolucionario” que sirvió de inspiración al “terror rojo” en la revolución rusa. Tanto Oliver Cronwell y su “ejército de hierro” formado por revolucionarios ingleses, como el “terror” impuesto por el Comité de Salud Pública de Robespierre, en la revolución francesa, utilizaron la violencia para romper la columna vertebral del sistema feudal, el poder absoluto de los estados del “antiguo régimen”. Abrieron con él, fue la “partera de la historia”, el paso al dominio de la burguesía a nivel mundial; dicho de otra forma, sin la violencia revolucionaria ejercida por la burguesía que ahora criminaliza a todo Dios, el mundo no estaría ahora bajo el dominio del capitalismo.

Su hipocresía tiene que ver directamente con la subrogación que el capital hizo en el dominio del aparato del estado como clase explotadora. La burguesía utilizó la violencia revolucionaria para quebrar la resistencia del feudalismo o del esclavismo; pero una vez tomado y estabilizada en el poder se volvieron contra los que les habían servido como herramientas. El destino de Cronwell como el de Robespierre fue sellado cuando la burguesía comprendió que ya no necesitaban de la pequeña burguesía revolucionaria. A partir de ese momento, la violencia que había abierto las compuertas en la sociedad para el desarrollo del capitalismo, se convirtió en contrarrevolucionaria; ya no había compuertas que abrir, ahora había de conservar el poder conquistado, desarrollar las fuerzas económicas que habían creado, el saqueo del mundo a través de los imperios coloniales, y después del imperialismo capitalista.

La democracia capitalista surgió de actos muy violentos, “a sangre y fuego” dijo Marx, y ahora, en cuanto se ve amenazado, recurre a la misma violencia que le dio origen; solo que en un sentido opuesto. La primera vez que la burguesía recurrió a la violencia, ayudó a la humanidad a liberarse de las cadenas del antiguo régimen; ahora sirve para sostener las cadenas con las que oprime a la población trabajadora de todo el planeta.

Ahora cuando el capitalismo está demostrando día a día que es un freno absoluto para el desarrollo de la humanidad, no pueden poner cara de no haber roto un plato en su vida. Sea el estado capitalista que sea, tiene en su historia reciente (el siglo XX) verdaderas atrocidades contra la población; la lista sería interminable y no se salva ni Dios de la quema. Así que no intenten disolver el problema central de la violencia, intentando ceñirla a la rabia de una juventud a la que le robaron el futuro.
El pacifismo
Para la reconstrucción de los fines que den sentido a esa rabia, es imprescindible reconocer que todo acto de lucha contra el sistema, desde una simple huelga hasta la insurrección es un acto violento frente a una violencia superior, la institucionalizada; la que solo sirve para llevar adelante esas atrocidades que frenan el camino de la historia. De la misma manera que la burguesía utilizó la violencia para quebrar al antiguo régimen, la clase obrera va a tener que utilizarla frente a la resistencia de la burguesía a ceder su papel en la historia.

Cuando se dice que la clase obrera “va a tener que utilizarla” significa eso, que es una necesidad impuesta frente a una “violencia superior”. Por ejemplo, la Comuna de París, que surgió en defensa de la ciudad de París al ser abandonada ésta tras una guerra entre burgueses y la francesa fuera derrotada por la alemana, fue ahogada en sangre por esa misma burguesía. La revolución rusa, además de que la insurrección se desarrolló sin un solo muerto, se hizo para parar una carnicería, la que las potencias imperialistas habían organizado con la I Guerra Mundial; y fue la burguesía mundial quien organizó, armó y financió la guerra civil. La guerra civil española comienza cuando la burguesía lanza al ejército contra el pueblo trabajador, y éste, como puede, se defiende.

La violencia revolucionaria que la clase obrera ejerce es totalmente defensiva frente a esa “violencia superior” que el sistema capitalista genera, como vimos, desde lo más cotidiano hasta la represión más salvaje, y ya le gustaría no tener que ejercer violencia de ningún tipo.

No está en su esencia como clase hacerlo, puesto que su papel en la sociedad le relega a ser el receptáculo de toda la violencia social. El punto más bajo, la que sufre todas las violencias es la mujer trabajadora, joven y racializada; sobre ella se construye todo el edificio social, con el punto más alto, el que ejerce toda violencia, la sutil y la física, son los grandes propietarios de los medios de producción, distribución y financieros, dueños de los instrumentos de violencia institucional (policía, ejército, poder judicial).

Para enfrentar y derribar este edificio basado en la violencia de todo tipo es necesario ejercer una gran fuerza política y social. De la misma manera que la aristocracia no abandonó su poder por la persuasión, sino que fue precisa la utilización de la violencia revolucionaria, los grandes magnates /mangantes de las finanzas y la industria no van a ceder su poder por la persuasión; ninguna clase social abandona su papel en la historia pacíficamente.

Frente a ella la clase obrera y l@s oprimid@s son pacífic@s por definición, pero no confundamos “pacífica” con “pacifista”. Una política pacifista frente a la tremenda violencia ejercida por el sistema solo incrementa el sufrimiento social, la historia no se mueve de manera lineal como si fuera siempre para adelante, y solo precisa de “empujones sociales” simbólicos, “acciones” que “eduquen” y “convenzan” a la sociedad de que es mejor avanzar que retroceder.

Esto es una utopía reaccionaria que engaña a las poblaciones de la esencia de la opresión y la explotación. El pacifismo es la otra cara de la moneda de los “medios sin fin”, es la declaración de la impotencia social para una transformación radical de la sociedad y el reconocimiento expreso de que el capitalismo es imbatible.