La condición de ser mujer te expone en este mundo injusto sustentado por preconceptos como el machismo y el patriarcado heteronormativo a vivir episodios que te recuerdan constantemente que eres mujer. Esa mujer, que según la definición para gran parte de este mundo es: Un ser “débil”, “sensible”, “frágil”, al que hay que “proteger y cuidar”.
Por Pilar León
Cuando me pongo a pensar en mis vivencias, empiezo a descubrir momentos vividos, que en un principio y fundamentalmente por la edad, crees que “son así” o que es lo “normal”, aunque no los entiendas.
Recuerdo episodios en mi etapa de desarrollo, cuando aún siendo una niña, mi cuerpo, a ojos de los demás, empezaba a ser el de una mujer. Entonces, las mujeres de mi entorno me fueron enseñando las pautas de comportamiento y me decían: “Una señorita ya no se puede sentar así, tienes que ser más recatada”, pero lo que más me marcó fue aquello de: “A partir de ahora tienes que tener cuidado con los hombres, ellos como hombres tienen sus ‘instintos’, sus ‘necesidades’, así que compórtate.”
De verdad, que conseguían meterme el miedo en el cuerpo con estos “consejos”, me sentía como una presa que constantemente tiene que medir sus pasos para no ser cazada, porque en cualquier momento, en cualquier descuido, podría mandar un mensaje “equivocado” y peor aún, era yo la culpable. Y lo fui, fui culpable, no sé bien en qué me descuidé y pasó… Algo hice que desperté sus “instintos”. Entonces avergonzada por la culpa, “porque fue mía”, me impuse “el silencio”.
El silencio estuvo presente en mi vida durante muchos años, desde los diez años hasta casi los veintitrés. En mi mundo de silencio me cobijé, nadie sabía en realidad quién era, qué sentía, qué pensaba, eso sólo lo sabía yo. Para los demás yo era una chica introvertida, extraña, poco sociable, a veces con momentos de furia. — “Está loca” me decían y lo escuché más de una vez.
Soy lesbiana
Sí, soy lesbiana, me gustan las mujeres… ¡Pero qué complicado! Con lo fácil que sería estar en la “normalidad” con un novio con el que salir a pasear de la mano, del que hablar a la familia, con el que previsiblemente me casaría, lo NORMAL. Ay… casi lo intenté, pero al final pensaba, da igual Pili, me quedaré sola, lo prefiero, no quiero vivir como es debido, quiero vivir como yo decida y si eso me lleva a estar sola, lo prefiero. ¡Ya cuidaré yo de mí!
Por suerte o por casualidad conocí a una chica igual de anormal que yo. ¡JA! Qué gusto da saber que no estás sola.
Todos eran hombres
Las únicas mujeres que había en la empresa éramos: Rosa, la secretaria, y yo, la jardinera. Rosa realizaba un trabajo propio de mujeres, pero yo, según mis compañeros, estaba “fuera de lugar”.
— ¿Y tú vas a poder con esa carretilla llena de piedras?, ¡mira que no es de juguete! (Los ocho apoyados en la pared, mirándome con gesto de pena, se reían). Yo en silencio, sacando la fuerza de dónde no había e intentando que mi cara no reflejara lo mucho que me costaba y pensando dentro de mí…: por supuesto que puedo asquerosos.
Todos los putos días tenía que demostrar que sí podía, porque todos los putos días se me cuestionaba: — ¿Serás capaz? Deja que te ayude, mejor te quedaras en tu casa viendo la novela.
El día en que te hartas
Llega ese día, ese día en el que dices, ya no más silencio. Ese día en el que piensas, ¿Miedo a qué? Mi miedo es tu victoria. JA, “se acabó” como diría María Jiménez.
No sé qué pasará cuando levante la voz, cuando me enfrente a los machos, a la familia, a la gente… No lo sé. Solo sé que prefiero luchar, prefiero perder habiendo luchado, habiéndolo intentado.
Levanté la mirada, caminé con paso firme, alcé mi pancarta y grité: ¡Soy mujer!, ¡Soy lesbiana! y ¡Viva la clase obrera!