Publicamos este texto de Perry Anderson sobre los orígenes del neoliberalismo como idea y después como programa económico-político de la burguesía imperialista mundial para recuperar las tasas de ganancia que habían sido corroídas por la crisis mundial iniciada a principios de los años 70 cuando terminan los llamados «30 años gloriosos» que sucedieron a la II Guerra Mundial.
Primero, examinaremos los orígenes de lo que se puede definir como neoliberalismo, como corriente estrictamente diferente del liberalismo clásico del siglo XIX. Después, estableceremos el balance del neoliberalismo en el poder. Finalmente, extraeremos algunas lecciones para la izquierda.
Por Perry Anderson
Construcción de una vía única
El neoliberalismo nace después de la Segunda Guerra Mundial en el oeste de Europa y en Norteamérica. Esta corriente surge como una vehemente reacción teórica y política contra el intervencionismo de Estado y contra el Estado de bienestar social. Friedrich August von Hayek publica en 1944 The Road to Serfdom (La ruta hacia la servidumbre). Esta obra constituyó, de alguna manera, la carta de fundación del neoliberalismo, y desarrolló un ataque apasionado contra toda limitación impuesta por el Estado al libre funcionamiento de los mecanismos del mercado. Las trabas del Estado son denunciadas pero, a su vez, la obra contiene una mortal amenaza contra la libertad económica y política. En esa época, el blanco principal de von Hayek es el Partido Laborista inglés. Se acercan las elecciones en Gran Bretaña y este partido las va a ganar en julio de 1945, llevando a Clemente Attlee al puesto de Primer ministro. El mensaje de von Hayek puede ser resumido así: a pesar de sus buenas intenciones, la moderada socialdemocracia inglesa conduce al mismo desastre que el nazismo germano, a la servidumbre moderna.
Compañeros de Mont-Pèlerin
Tres años más tarde, en 1947, cuando los fundamentos del Estado Social se ponen efectivamente en marcha en la Europa de postguerra, von Hayek convoca a quienes comparten su orientación ideológica y los reúne en una pequeña estación de veraneo helvética, en Mont-Pèlerin, abajo de Vevey, en el cantón de Vaud. Entre los célebres participantes de esta reunión se encuentran no sólo determinados adversarios del Estado Social en Europa sino también feroces enemigos del New Deal americano. Dentro de la selecta asistencia, reunida en abril de 1947 en el Hôtel du Parc, se destacan Maurice Allais, Milton Friedmann, Walter Lippman, Salvador de Madariaga, Ludwig von Mises, Michael Polanyi, Karl Popper, William Ranpard, Wilhelm Röpke y Lionel Robbins. Al final de este encuentro se funda la Societé du Mont-Pèlerin (Sociedad de Monte Peregrino), una especie de francmasonería neoliberal, bien organizada y consagrada a la divulgación de las tesis neoliberales, con reuniones internacionales regulares.
El objetivo de la Societé du Mont–Pèlerin es, de una parte, combatir el keynesianismo y toda medida de solidaridad social que prevalezca después de la Segunda Guerra Mundial y, de otra parte, preparar para el porvenir los fundamentos teóricos de otro tipo de capitalismo, duro y libre de toda regla.
Durante este período, las condiciones para tal empresa no eran muy favorables. En efecto, el capitalismo –que algunos años después será denominado neocapitalismo– entra entonces en una gran onda de expansión que habría de representar su edad de oro. El crecimiento es particularmente rápido y continuo a lo largo de las décadas de 1950 y 1960. Por esta razón, las advertencias de los neoliberales contra los peligros que representa cualquier control del Estado sobre los mercados aparecían poco creíbles. No obstante, la polémica más específica en torno encontrar una regulación social tiene una gran repercusión. Entonces, von Hayek y sus amigos argumentan contra el nuevo igualitarismo –muy relativo– de ese período. Para ellos, tal igualitarismo, promovido por el Estado-Bienestar es destructor de la libertad de los ciudadanos y de la vitalidad de la competencia, dos cualidades de las que depende la prosperidad general. Los animadores de la Societé du Mont-Pèlerin defienden las ideas y teorías oficiales de la época. Pretenden que la desigualdad es un valor positivo -de hecho indispensable como tal- del que tienen necesidad las sociedades occidentales. Este mensaje permaneció en estado teórico por más de veinte años.
El giro de 1974
Todo cambió desde la eclosión de la gran crisis del modelo económico de postguerra ocurrida en 1974. Los países capitalistas desarrollados entran en una profunda recesión. Por primera vez se combinan una baja tasa de crecimiento y una elevada inflación, dando lugar a la estanflación. Favorecidas por esa situación, las ideas neoliberales comienzan a ganar terreno. Así, von Hayek y sus camaradas afirman que las raíces de la crisis se encuentran en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y, de manera más general, en el movimiento obrero. Según ellos, los sindicatos han minado las bases de la acumulación de la inversión privada con sus reivindicaciones salariales y sus presiones orientadas a que el Estado aumente sin cesar los gastos sociales parasitarios.
Estas presiones han recortado los márgenes de ganancia de las empresas y han desencadenado procesos inflacionarios (alza de precios), lo que no puede más que terminar en una crisis generalizada de las economías de mercado. Desde entonces, el remedio es claro: mantener un Estado fuerte, capaz de romper la fuerza de los sindicatos y de controlar estrictamente la evolución de la masa monetaria (política monetarista). Este Estado debe ser frugal en el dominio de los gastos sociales y abstenerse de intervenciones económicas. La estabilidad monetaria debe constituir el objetivo supremo de todos los gobiernos. Para este fin, es necesaria una disciplina presupuestaria, acompañada de una restricción de los gastos sociales y la restauración de una llamada tasa natural de desempleo, es decir, de la creación de un ejército de reserva de asalariados -batallones de desempleados- que permita debilitar a los sindicatos. Por otra parte, deben introducirse reformas fiscales a fin de estimular a los ´agentes económicos‘ a ahorrar e invertir. En otras palabras, esta propuesta implica –simplemente- una reducción de los impuestos sobre los ingresos elevados de las personas y sobre las ganancias de las empresas.
De esta manera, una nueva y saludable inequidad reaparecerá y dinamizará las economías de los países desarrollados enfermos de estanflación, patología resultante de la herencia combinada de las políticas inspiradas por Keynes y Beveridge, basadas en la intervención estatal anticíclica (dirigida a amortiguar las recesiones) y la redistribución social, pues el conjunto de estas medidas ha desfigurado de manera desastrosa el curso normal de la acumulación de capital y del libre funcionamiento de los mercados. Según esa «saludable inequidad», el crecimiento se logrará naturalmente cuando se alcance la estabilidad monetaria y la aplicación de las principales políticas (reforma fiscal, reducción de cargas sociales, desregulación de controles estatales, y otros).
Margaret Thatcher, Ronald Reagan y los otros
La hegemonía del programa neoliberal no se impuso de un día para otro; demandó algo más de un decenio. En los primeros tiempos, la mayoría de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) intentó aplicar remedios keynesianos a la crisis desatada por la recesión generalizada de 1974-1975. Sin embargo, desde el fin de los años 70 –más exactamente en 1979– una nueva situación política se configuró. En este año comenzó el régimen de Margaret Thatcher en Inglaterra. Este fue el primer gobierno de un país capitalista avanzado que se comprometió públicamente a poner en práctica el programa neoliberal. Un año más tarde, en 1980, Ronald Reagan fue elegido a la presidencia de Estados Unidos. En 1982, Helmut Kohl y la coalición demócrata-cristiana CDU-CSU derrotaron a la socialdemocracia de Helmut Schmidt. En 1982-1984, en Dinamarca, símbolo del modelo escandinavo del Estado providencial, una coalición claramente derechista tomó las riendas del poder. Por consiguiente, casi todos los países del norte de Europa occidental, a excepción de Suecia y Austria, dieron un giro a la derecha. La oleada derechista de esos años permitió reunir las condiciones políticas necesarias para la aplicación de las recetas neoliberales, consideradas como salida a la crisis económica.
En 1978, la ‘segunda guerra fría‘ se endureció luego de la intervención soviética en Afganistán y de la decisión estadounidense de instalar una nueva generación de cohetes nucleares (misiles de crucero Pershing II) en Europa occidental. Dentro del abanico de las corrientes procapitalistas de postguerra, la escuela neoliberal siempre ha integrado como elemento central un virulento anticomunismo. El nuevo combate contra el ´imperio del mal‘ -la más completa esclavitud humana, a los ojos de von Hayek- refuerza inevitablemente el poder de atracción del neoliberalismo en tanto que corriente política. La hegemonía de una nueva derecha en Europa y en Norteaméricana se consolidó. De esta manera, en el curso de los años 80 asistimos al incuestionable triunfo de la ideología neoliberal en los países capitalistas avanzados.
El neoliberalismo en el poder
En términos prácticos, ¿cuáles son las realizaciones de los gobiernos neoliberales de la época? El modelo inglés es el más puro y constituye a la vez una experiencia pionera. Los diferentes gobiernos dirigidos por la señora Thatcher refrenaron la emisión de la masa monetaria, elevaron las tasas de interés, redujeron drásticamente los impuestos sobre los ingresos más altos, abolieron los controles sobre los flujos financieros (entrada y salida de capitales), elevaron fuertemente la tasa de desempleo, aplastaron las huelgas, pusieron en vigor una legislación antisindical e impusieron recortes en los gastos sociales. Finalmente se lanzaron –con un retardo sorprendente si se consideran las prioridades en el dogma neoliberal– a un amplio programa de privatizaciones, comenzando por los alojamientos públicos y afectando después a sectores de la industria básica, tales como el acero, la electricidad, el petróleo y la distribución de agua. Este conjunto de medidas constituyó el proyecto más sistemático y ambicioso de todos los experimentos neoliberales en los países capitalistas avanzados. La variante norteamericana es diferente. En Estados Unidos, donde no existe un Estado Social similar al de Europa, el presidente Reagan y su administración dieron prioridad a la competencia militar con la Unión Soviética. Esta fue considerada como una estrategia orientada a minar la economía soviética y, por esta vía, subvertir el régimen en vigor en la URSS.
En el plano de la política interior es preciso revelar que también Reagan redujo los impuestos en favor de los ricos, elevó las tasas de interés y aplastó la única huelga importante decretada durante su mandato, la de los controladores aéreos. Sin embargo, Reagan no respetó la disciplina presupuestal; al contrario, se lanzó en una carrera armamentista sin precedentes que implicó enormes gastos militares, provocando un déficit en las finanzas públicas superior a todos los conocidos bajo los otros presidentes. Además, ello significó una subvención directa e indirecta a un vasto sector industrial. Se recurrió a una especie de keynesianismo militar y este desenfreno no fue imitado por los otros países. Sólo Estados Unidos, a causa de su peso en la economía mundial, puede pagarse el lujo de un déficit masivo de la balanza de pagos inducido por tal política.
En el continente europeo, los gobiernos de derecha de esa época –frecuentemente de origen demócrata-cristiano- pusieron en marcha el programa neoliberal con un poco más de moderación. Insistieron más en priorizar la disciplina monetaria y las reformas fiscales y menos en los recortes drásticos de los gasto sociales. No buscaron deliberadamente el enfrentamiento con los sindicatos. No obstante, la distancia entre esas políticas y aquellas dirigidas por la socialdemocracia en el curso de los períodos anteriores es grande.
En tanto que la mayor parte de países del norte de Europa eligieron gobiernos de derecha que aplicaban diversas versiones del programa neoliberal, al sur del continente –es decir, en los países donde reinaba Franco, Salazar, De Gaulle y los coroneles griegos– llegaron por vez primera al poder gobiernos de izquierda. Se habló entonces de eurosocialismo. Esta fue la época de François Mitterrand en Francia, Felipe González en España, Mario Soares en Portugal, Bettino Craxi en Italia y Andreas Papandreus en Grecia. Todos se presentaron como una alternativa progresista, frecuentemente apoyados por el movimiento obrero y popular, y en oposición a las orientaciones reaccionarias de los gobiernos de Reagan, Thatcher, Kohl y otros del norte de Europa. En efecto, en un primer período, por lo menos François Mitterrand y Andreas Papandreus se esforzaron en realizar una política de redistribución, de ´pleno empleo‘ y de protección social. Esta tentativa se inscribía en la perspectiva de crear en el sur de Europa un modelo análogo al establecido en al postguerra por la socialdemocracia del norte de Europa.
No obstante, el proyecto del gobierno socialista francés se desvaneció desde finales de 1982 y fue abiertamente suspendido a partir de marzo de 1983. Esta administración, bajo la ´presión de los mercados financieros internacionales‘, cambió radicalmente de curso económico. Se empeñó en una orientación muy próxima a la ortodoxia neoliberal, con prioridades tales como la estabilidad monetaria, el control del déficit de las finanzas públicas y las concesiones fiscales a los detentadores de capitales. El objetivo del ´pleno empleo‘ fue abandonado. A finales de los 80, el nivel de desempleo en Francia era más elevado que en la Inglaterra conservadora, lo que la señora Thatcher se complacía en subrayar.
En España, el gobierno de Felipe González jamás buscó realizar una política keynesiana o redistributiva. Por el contrario, desde el comienzo del régimen del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el monetarismo estuvo en el puesto de comando. Muy ligado al capital financiero, favorable a la política de privatizaciones, el gobierno del PSOE manifestó asimismo una cierta pasividad frente al desempleo que, rápidamente, llegó al 20% de la población activa, un récord en Europa.
Del otro lado del mundo, en Australia y en Nueva Zelanda, el mismo esquema neoliberal fue aplicado con una fuerza brutal. Los diversos gobiernos laboralistas superaron a las fuerzas conservadoras de derecha en la aplicación de programas neoliberales radicales. Nueva Zelanda representa ciertamente el caso más extremo. Allí el Estado Social fue desarticulado de manera más completa y feroz que en la Gran Bretaña de la señora Thatcher.
Alcances y límites del programa neoliberal
Estas experiencias demuestran la hegemonía del neoliberalismo como ideología. Al comienzo, sólo los gobiernos de derecha se arriesgaron a poner en práctica las orientaciones neoliberales. Después, diversos tipos de gobiernos, incluidos los que se autoproclamaban de izquierda, rivalizaron con los primeros en fervor neoliberal.
El neoliberalismo había comenzado por declarar a la socialdemocracia como su principal enemigo en los países capitalistas avanzados, lo cual provocó una reacción de hostilidad por parte de las fuerzas socialdemócratas. Por consiguiente, los gobiernos que se reclamaban socialdemócratas eran los más resueltos en aplicar las políticas neoliberales. Hay algunas excepciones. Al final de los años 80, en Austria y en Suecia, se manifiesta una cierta resistencia frente a la marejada neoliberal en Europa.
No obstante, en lo esencial de los países de la OCDE, las ideas de la Societé du Mont-Pèlerin habían triunfado plenamente. Desde entonces, convendría formular una pregunta: ¿Cómo se concretó efectivamente la hegemonía neoliberal en los países industrializados en el curso de los años 80? ¿Ha mantenido el neoliberalismo sus promesas? Para responderla, tracemos un panorama de conjunto. La prioridad más inmediata del neoliberalismo se dirigía a contener la inflación de los años 70. En este campo tuvo éxito. La tasa de inflación pasó en los países de la OCDE de 8.8% en los años 70 a 5.2% en los años 80. Esta tendencia a disminuir se confirmó en el curso de los años 90. La baja inflación, a su turno, debía crear las condiciones para recuperar las ganancias. En este aspecto, el neoliberalismo también consiguió logros reales. La tasa de ganancia industrial de los países de la OCDE, que durante los años 70 fue de 4.2%, aumentó a 4.7% en los 80. Tal elevación de la tasa de ganancia fue más impresionante si la comparamos a la Europa occidental como un todo, que disminuyó de 5.4% a 5.3%.
La razón principal de esto residió, sin duda, en la derrota del movimiento sindical, que se tradujo en el dramático retroceso del número de huelgas y en la congelación o reducción de los salarios. Esta nueva situación del movimiento sindical -en la que la moderación es cada vez más manifiesta- fue resultado, en gran parte,de la tercera victoria obtenida por el neoliberalismo, es decir, la elevación de la tasa de desempleo, conocida como un mecanismo natural y necesario para el funcionamiento eficaz de toda economía de mercado. La tasa media de desempleo en los países de la OCDE, que se situaba en 4% durante los años 70, por lo menos se dobló durante los 80. Tal resultado ha sido considerado como satisfactorio desde el punto de vista de los objetivos de los neoliberales.
En fin, la inequidad en los ingresos -otro objetivo muy importante para los neoliberales- se han profundizado. Puesto que el poder de compra de los salarios se ha estancado o reducido, según los países, los valores de la Bolsa vieron triplicar o cuadruplicar su cotización. Por lo que se refiere a sus objetivos -baja de la inflación, los empleos y los salarios, y aumento de la tasa de ganancia- podemos decir que el programa neoliberal ha triunfado. Pero en tanto que todas esas medidas fueron concebidas como instrumentos para alcanzar el objetivo histórico de reactivar las economías capitalistas desarrolladas a escala internacional y restaurar las tasas de crecimiento estables que existían antes de la crisis de los años 70, en estos aspectos, el fracaso es manifiesto. No cabe duda alguna al respecto. Entre los años 70 y 80, y aún más al comienzo de los años 90, no se ha producido un cambio significativo en las tasas medias de crecimiento. En el conjunto de países de la OCDE, la reactivación ha resultado débil y vacilante, muy alejada de los ritmos conocidos durante la onda expansiva de los años 50 y 60.
Crisis y tregua
¿Por qué resulta esto paradójico? A pesar de todas las nuevas condiciones institucionales puestas en vigor en favor del capital, la tasa de acumulación, es decir, la inversión efectiva neta en el dominio de los bienes y equipos de producción, ha aumentado poco durante los años 80, reduciéndose si se la compara con los niveles de los años 70; en el conjunto de los países capitalistas avanzados, las tasas de inversión productiva han evolucionado anualmente en promedio así: 5.5% durante los años 60, 3.6% en los 70 y sólo 2.9% durante los 80. La curva es claramente declinante.
De ello surge un interrogante: ¿Por qué razones la recuperación de las tasas de ganancia no ha conducido a una recuperación de la inversión? De una parte, se puede encontrar un importante elemento de respuesta en la desregulación de los mercados financieros (libertad de movimientos de capitales, de compra y venta de obligaciones, creación de nuevos productos financieros y otros). Esta desreglamentación hacía parte integrante del programa neoliberal. Pero ella ha conducido a que las inversiones financieras, llamadas especulativas, sean más rentables que las inversiones productivas. Así, durante los años 80 hemos asistido a una verdadera explosión de operaciones en los mercados de cambio internacionales; las transacciones monetarias han tomado tal vuelo que se han multiplicado frente a los intercambios comerciales basados sobre bienes reales. El aspecto rentable, parasitario del funcionamiento capitalista, se ha acentuado fuertemente en el curso de estos años.
Por lo demás, y esto constituye un fracaso para el neoliberalismo, el peso financiero del Estado de Bienestar no ha disminuido considerablemente, a pesar de todas las medidas tomadas para contener los gastos sociales. En los países de la OCDE su participación en el producto interno bruto (PIB) ha permanecido estable o incluso aumentado durante los años 80. Esta situación se explica por dos razones de fondo: el crecimiento de los gastos sociales debidos al desempleo, que aumentan en miles de millones de dólares los presupuestos sociales de los Estados, y el ascenso de los jubilados entre la población, lo que también contribuye a elevar los gastos sociales. En el curso de los años 90, los programas de seguridad social han sido el blanco de las nuevas medidas neoliberales.
En fin, cuando el capitalismo entró en una nueva y profunda recesión en 1991, se pudo constatar con cierta ironía que el endeudamiento público de casi todos los países occidentales alcanzó niveles alarmantes, inclusive en Gran Bretaña y Estados Unidos; además, el endeudamiento privado de las familias y las empresas alcanzó un nivel sin precedentes desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Con la recesión de comienzos de los años 90, todos los índices económicos en los países de la OCDE se han mostrado más negativos. Se cuentan 38 millones de personas sin empleo, lo que representa casi dos veces la población actual de toda Escandinavia.
En estas condiciones de crisis aguda, era de esperar una fuerte reacción contra el neoliberalismo desde comienzos de los años 90. Pero, al contrario, aunque pueda parecer extraño, el neoliberalismo tuvo entonces un segundo aire en su tierra natal, Europa. El ‘thatcherismo‘ sobrevivió a la señora Thatcher con la victoria de John Major en las elecciones de 1992. En Suecia, la socialdemocracia, que resistió el asalto neoliberal de los años 80, fue abatida por un frente unido de la derecha en 1991. Los socialistas franceses sufrieron una derrota humillante en 1993. En Italia, Silvio Berlusconi llegó en 1994 al poder, a la cabeza de una coalición que incluye una fuerza neofascista. En Alemania, el gobierno de Kohl fue despedido y en España José María Aznar, a la cabeza del Partido Popular, derrotó al PSOE.
América Latina, un laboratorio
El impacto del triunfo neoliberal en Europa del Este se hizo sentir en otras partes del globo, particularmente en América Latina. Esta es la tercera gran región de experimentación de las políticas neoliberales. De hecho, aún cuando en ciertos países de Europa oriental se aplicaron algunas privatizaciones masivas después de las de los países de la OCDE, el continente latinoamericano ha sido el epicentro de la primera experiencia neoliberal aplicada de forma sistemática. Me refiero a Chile, bajo la dictadura del general Pinochet, tras el golpe de Estado septembrino en 1973. Ese régimen tiene el ´mérito‘ de haber anunciado el desencadenamiento del ciclo neoliberal en la presente fase histórica. El Chile de Pinochet aplicó su programa inmediatamente, bajo las formas más duras: desregulación, desempleo masivo, represión antisindical, redistribución de la riqueza en favor de los ricos, privatización del sector público… Todo lo cual comenzó justo un decenio antes del gobierno de la señora Thatcher.
En Chile, la inspiración teórica de la experiencia del general Pinochet fue más directamente norteamericana; Milton Friedman era entonces una referencia más directa que el austríaco von Hayek. Es preciso subrayar que la experiencia chilena de los años 70 interesó mucho a los consejeros ingleses de la señora Thatcher. Por lo demás, se tejieron excelentes relaciones entre los dos regímenes durante los años 80. El neoliberalismo chileno, bien entendido, presuponía la abolición de la democracia y la puesta en vigor de una de las dictaduras más sanguinarias de la postguerra.
La democracia, como tal, cual repite sin cesar von Hayek, nunca ha sido un valor central del neoliberalismo. La libertad y la democracia, según explicaba, pueden fácilmente volverse inconciliables si la mayoría democrática decide interferir los derechos incondicionales que cada agente económico tiene de disponer como quiera de su propiedad y sus ingresos. En este sentido, el señor Friedman y von Hayek pudieron admirar la experiencia chilena sin sucumbir a una incoherencia de orden teórico y sin comprometer sus principios. Ellos pudieron justificar aún más su admiración porque la economía chilena conoció un ritmo de crecimiento relativamente rápido bajo el régimen de Pinochet, a diferencia de las economías capitalistas de los países avanzados sometidos al programa neoliberal. Ese ritmo ha sido, por lo demás, perseguido por los regímenes de la era post-Pinochet, que han aplicado, en esencia, la misma orientación económica.
Si Chile representa una experiencia piloto para el neoliberalismo de los países de la OCDE, América Latina también ha servido de campo experimental de los planes que se aplicarían al Este. Aquí hago alusión a las ´reformas‘ aprobadas en Bolivia desde 1985. Jeffrey Sach, el joven gurú económico norteamericano, puso en vigor su tratamiento de choque en Bolivia antes de proponerlo en Polonia y en Rusia. En Bolivia, la imposición de un plan de ajuste estructural no necesitaba de la derrota de un movimiento obrero pujante, como sí fue el caso de Chile. Acabar la hiperinflación era el primer objetivo declarado. El régimen político que aplicaba el plan de Jeffrey Sach no tomó la forma de una dictadura; se situó dentro del marco de la herencia del partido populista que había dirigido la revolución de 1952.
Chile y Bolivia han servido, pues, de laboratorio a los experimentos neoliberales. Pero hasta el fin de los años 80 fueron excepciones en América Latina. El viraje hacia un neoliberalismo perfilado comenzó en México, en 1988, con el arribo del presidente Carlos Salinas de Gortari. Y se prolongó con la elección de Carlos Ménem en 1989 y con el comienzo, ese mismo año, de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; finalmente, con la elección de Alberto Fujimori a la presidencia del Perú en 1990. Ninguno de estos gobiernos hizo conocer a la población, antes de su elección, el contenido de las políticas que habrían de aplicar. Por el contrario, Ménem, Pérez y Fujimori prometieron exactamente lo opuesto a las medidas antipopulares que aplicaron en el curso de los años 90. En cuanto a Salinas, es de conocimiento público que no habría sido elegido si el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no hubiera organizado un fraude electoral masivo.
De las cuatro experiencias, tres han conocido un éxito inmediato sobre la hiperinflación –Méjico, Argentina, Perú– y una fracasó –Venezuela. La diferencia es importante. En efecto, las condiciones políticas necesarias para una deflación -la desregulación brutal, el aumento del desempleo y las privatizaciones- se han hecho posibles gracias a la existencia de ramas ejecutivas del poder estatal que concentran un poder aplastante. Éste siempre ha sido el caso en México, gracias al sistema de partido único del PRI. Al contrario, Ménem y Fujimori debieron innovar, instaurando legislaciones de urgencia, reformas constitucionales u organizando el autogolpe de Estado. Este tipo de autoritarismo político no ha podido aplicarse en Venezuela.
Sería arriesgado concluir que en América Latina sólo los regímenes autoritarios pueden imponer políticas neoliberales. El caso de Bolivia, donde todos los gobiernos elegidos después de 1985 –el de Paz Zamora o el de Sánchez de Losada– han aplicado el mismo programa, demuestra que la dictadura, como tal, no es necesaria, aún cuando los gobiernos «democráticos» hayan tenido que tomar medidas antipopulares de represión. La experiencia boliviana suministra una enseñanza: la hiperinflación, con el efecto pauperizador que cotidianamente trae para la gran mayoría de la población, puede servir para hacer ´aceptables‘ las brutales medidas de la política neoliberal, preservando formas democráticas no dictatoriales. En 1987, un economista brasileño miembro de una institución financiera internacional y admirador de la experiencia chilena de Pinochet, confesaba que el problema crítico del Brasil, en ese momento presidido por Sarney, no residía en una tasa de inflación muy elevada, como pregonaban los funcionarios del Banco Mundial. Por el contrario, él sostenía que la tasa de inflación era muy reducida y proclamaba abiertamente: «Esperamos que los diques se rompan». ¿Por qué? Su respuesta era simple: «En Brasil necesitamos de una hiperinflación para crear las condiciones que empujen a la población a aceptar el tratamiento deflacionario drástico que necesita el país.» La hiperinflación brasileña ha comenzado reuniéndose así las condiciones para iniciar un programa neoliberal sin instrumentos dictatoriales.