Home Internacional Gaza y la cuestión nacional en la lucha palestina

Gaza y la cuestión nacional en la lucha palestina

Desde 1967, cuando Israel asumió el control militar permanente de la Franja de Gaza, el estado judío se deparó con una realidad cuyo coste no estaba dispuesto a pagar. Optó por retirar sus tropas y colonos de dentro de la Franja en 2005 y, posteriormente, la única “solución” encontrada fueron las periódicas incursiones militares, cada vez más violentas, y el cierre casi total de todas las salidas para el exterior.

A partir de 2005, el cerco a Gaza aumentó cualitativamente. Israel retiró algunos pocos miles de colonos de la frontera de la Franja y decretó el bloqueo casi absoluto del área. La colaboración de todos los gobiernos de Egipto, por lo menos desde 1973, ha sido preciosa, sin embargo, nada se compara al claro alineamiento con Israel de la actual dictadura militar egipcia durante la última ofensiva.

Gaza sigue siendo territorio ocupado según el derecho internacional, ya que es totalmente controlado por Israel en todos los aspectos, incluso el acceso por aire, mar y tierra, y hasta el registro civil de las personas. La llamada operación “Margen Protector” marcó la escalada en esta estrategia, pero también significó que el mundo ha empezado a ver qué es el estado sionista.

Apartheid sionista

Israel domina toda la Palestina histórica, desde el mar hasta el río Jordán. Controla las tierras, las fronteras, las carreteras, el agua y la circulación de personas. Asimismo, dicta y ejecuta la ley. Las reservas naturales, el agua y el movimiento de personas también están bajo su control.

Su dominación, incluso en las fronteras del 1948, se basa en diferenciar ciudadanía de nacionalidad. Todos son ciudadanos israelíes, pero la única nacionalidad reconocida es la judía, de donde advienen las discriminaciones. Una de las llamadas leyes básicas del estado (que no posee constitución escrita) es la “ley de retorno”, por la cual cualquier judío tiene el “derecho” de tornarse instantáneamente ciudadano de Israel, mientras que lo mismo no es efectivo para los millones de refugiados y sus descendientes que perdieron sus tierras y propiedades en 1948. Según las distintas resoluciones de la ONU, los palestinos tienen el inalienable derecho de retornar a sus tierras, lo que no cambia se fueron todos expulsados o algunos simplemente huyeron.

La minoría palestina posee el derecho de voto, pero son prohibidos los partidos que cuestionen el carácter judío del estado y apoyen el nacionalismo palestino. Los derechos fundamentales son otorgados de forma preferente – y casi exclusiva – a los judíos. Por ejemplo, las tierras son controladas por la Autoridad de la Tierra (seis de sus 13 directores elegidos por el Fundo Nacional Judío), que prohíbe la concesión de tierras a no judíos y posee más del 93% de la tierra del país. Las instituciones del estado son dominadas por los judíos israelíes que se benefician desproporcionadamente de los recursos presupuestarios e inversiones.

Las instituciones estatales responsables por el planeamiento urbano y por la licencia para las construcciones son, naturalmente, dominadas por los judíos. Casi ningún nuevo barrio o pocas construcciones de casas han sido autorizadas desde 1948, pese a que la población palestina aumentó de 150 mil a 1,5 millones de personas. Por eso, los barrios palestinos son un amontonado caótico de residencias. Frecuentemente, vemos la demolición de casas y obras de ampliación “ilegales”. Cuando los palestinos intentan alquilar o comprar casas en otros sitios, los llamados “Comités de Admisión”, de mayoría judía y con participación de representantes de la Agencia Judía o de la Organización Sionista, pueden legalmente impedir que “personas indeseadas” (sabemos quienes son) osen perforar el bloqueo de las zonas “exclusivas para judíos”. Más sutil que el apartheid, pero con resultados similares. Además, cerca de 100 mil palestinos de Israel viven en pueblos “no reconocidas” por el estado, bajo constante amenaza de erradicación, en particular los beduinos.

Los mejores empleos están reservados mayoritariamente a los judíos (excepto en la medicina), ya que el requisito de haber servido el ejército es un poderoso e insuperable filtro. Lo mismo requisito sirve para los prestamos para viviendas y la educación.

Cuanto a los derechos individuales, la discriminación es constante. Por ejemplo, la ley que prohíbe las reunificaciones familiares en Israel entre ciudadanos israelíes y palestinos de los territorios ocupados. Por otro lado, la actitud de las instituciones del estado frente a los palestinos, particularmente las encargadas de la seguridad, es claramente discriminatoria. Solo con ingresar en el aeropuerto de Tel Aviv o tomar un autobús se puede comprobarlo. En los territorios ocupados, los colonos se rigen por las leyes israelíes y los palestinos por las leyes que remiten al mandato británico. Aparte, hay miles de presos políticos palestinos, muchos sin juicio.

En líneas generales, es lo que se denomina el régimen del apartheid existente en todo el territorio dominado por los sionistas. [1]

Alternativas para Palestina

Independiente del régimen social que se establezca en el territorio de la Palestina histórica (yo defiendo un régimen socialista con pleno gozo de libertades), el problema de la opresión nacional y de los derechos democráticos es una de las tareas que se tienen que enfrentar.

Hay dos corrientes principales cuanto a la forma estatal futura: la que propone dos estados y la que es favorable a un estado único. Los que proponen dos estados sostienen, con variaciones, que se debe obedecer a las fronteras de antes de la guerra de 1967, reconociendo la conquista realizada en 1947-48, cuando los sionistas se apropiaron de un 27% más que la propuesta original de partición, ocupando un 78% del área total.

La solución de un estado considera que lo más correcto es corregir la injusticia histórica de la Partición, constatando también que la expansión de Israel en la últimas décadas no ha dejado otra alternativa práctica.

No tengo dudas que la opción por un estado es la única que puede incorporar la restitución de los derechos retirados a los palestinos en un área ya pequeña y que no lleva a la formación de un pequeño estado inviable, totalmente ofuscado por el vecino poderoso.

Aún se hubiera la posibilidad real de haber dos estados sin que uno fuera un estado-tampón, aquel que tenga la mayoría de judíos no podría ser étnico-religioso, como algunos otros en el mundo. Eso tornaría este estado en algo similar, por ejemplo, a Arabia Saudita e Irán.

Las futuras estructuras estatales necesitan ser rigurosamente laicas, lo que significa que un “estado judío y democrático” como se denomina Israel es un verdadero contrasentido: él solo funciona democráticamente para los judíos y judío para los que no lo son. (2)

También es necesario atentar para el hecho de que en cualquier hipótesis estatal, los refugiados necesitan poder ejercer su derecho de retorno y compensación en las tierras y propiedades originales. No se tratan de derechos excluyentes, ambos se aplican, ya que a la devolución de la propiedad se su suma la indemnización por la perdida en el tiempo, según la propia resolución 194 de la ONU. Es razonable pensar que tras tantos años en la diáspora no todos desearán retornar, especialmente los que viven en países occidentales. Lo opuesto se aplica a los que viven en campamentos en los países vecinos y en Cisjordania y Gaza, así como a los refugiados internos dentro de Israel (los llamados “ausentes-presentes” – más un oxímoron sionista). Estos sectores, necesariamente, tendrían prioridad.

La decisión tiene que ser únicamente de los refugiados, sin presiones y con pleno soporte financiero internacional, como apuntan las organizaciones de refugiados (3). Estudios de un importante investigador palestino, Salman Abu Sittah (4), explican que la mayor parte de las tierras de donde vinieron los refugiados están despobladas hasta hoy, ubicándose lejos de los grandes centros urbanos del actual territorio de Israel. En el caso de un acuerdo más amplio de justicia restaurativa, en los lugares dónde sea imposible que vuelvan a los mismo sitios (donde hayan sido construidas universidades o hospitales, por ejemplo), se puede buscar otras localidades vecinas, si el criterio no es racista.

Tras tantos años, tal vez la urbanización de la sociedad en aquella región torne obsoleta la opción de regreso a las aldeas, pero el derecho y la forma de hacer algunas sustituciones en el propio territorio original y la indemnización por la pérdida son de los mismos refugiados y sus descendientes, y son inalienables.

En las ciudades que fueron “judaizadas” de forma casi instantánea, como Jaffa, Beersheva y Lida, la situación será más complicada, pero siempre hay soluciones, desde que haya voluntad política del estado. Al fin y al cabo, Israel absorbió a un millón de rusos en pocos años en la década de los 90. Un tercio de ellos ni eran judíos según la ley religiosa judía.

Lo que es absolutamente inaceptable son los criterios demográficos racistas manejados por el establishment sionista, lamentablemente compartidos por amplios sectores de la llamada “izquierda sionista”, con conceptos como “bomba demográfica” o de mantener un “estado judío” y similares. No hay ningún problema que por principio impida que haya mayoría o minoría de uno u otro sector en un país.

Los palestinos, aunque no se cuenten los refugiados, ya son cerca de seis millones en la Palestina histórica, número aproximado al de los judíos. La única diferencia es que hoy son brutalmente discriminados por el estado, en distintos grados.

Un plan de ayuda internacional amplio e incondicional (sin intentar imponer condiciones, la administración necesita estar en las manos de la población afectada) debería dar soporte a esta restauración.

Sobre la cuestión nacional

El tema de si la población judía del estado sionista constituyó una nueva nación judío-israelí tras tres generaciones, casi 70 años después, debe ser discutido. Tradicionalmente fueron considerados colonos. De hecho, ellos propios se denominaban de esta forma cuando ocupaban tierras palestinas, muy antes de la ocupación de Cisjordania. Tal vez no más deban ser considerados como los clásicos colonos, sino una nacionalidad opresora, como los blancos en Suráfrica, eso sin aceptar su mitología bíblica, sino con un criterio esencialmente práctico por el tiempo transcurrido, la lengua y la economía comunes.

Se tiene que llevar en cuenta que la mayor parte de la población judía no tendría la opción de los pied-noirs de Argelia de volver a su metrópoli, excepto los que tengan doble nacionalidad o los más ricos, lo que hace el paralelo colonial más débil. Para complicar más el tema, aproximadamente un 50% de los judíos israelíes son oriundos de los países árabes y musulmanes y sus descendientes, que sufren también discriminación fuerte, pese que dentro del marco de que pertenecen a la nacionalidad o etnia con supremacía en el estado.

El poder de Israel y su consolidación como potencia regional y nuclear, apoyada por EEUU y la Unión Europea, hace todavía más importante que un sector importante, incluso sin ser mayoritariamente de la nacionalidad opresora sea ganado para acabar con la estructura sionista que impide cualquier perspectiva de cambio en la situación de los palestinos.

La resistencia palestina en todo el territorio sigue como el motor esencial de esta lucha, y tiene varias formas, en las distintas partes de Palestina y de la diáspora, incluso la resistencia armada, como en el caso de la defensa frente al ataque brutal a Gaza. Como en toda lucha nacional, cobra importancia ganar sectores de la población judía para una opción democrática y no racista. Para ganar más que individuos aislados solidarios, es necesario un programa que consiga movilizar para la lucha conjunta contra el sionismo. Un primero paso en esta lucha, todavía en sus comienzos, es justamente el movimiento BDS, los movimientos de solidaridad contra la ocupación y contra la discriminación a los palestinos dentro de Israel, así como el movimiento de los conscriptos y reservistas que se niegan a servir en el ejército o por lo menos en los territorios ocupados.

Sin embargo, como en toda nacionalidad opresora, los judíos tendrían que ceder sus privilegios derivados de la limpieza étnica y de la estructura etnocéntrica del estado para poder convivir en igualdad de condiciones y disfrutar sus derechos nacionales (derecho a la lengua, cultura, religión, tradiciones, etc.). De cualquier forma, es un tema controvertido y necesita ser mejor analizado.

Sabemos que cualquiera de estas soluciones tendrán inmensas dificultades y resistencia dentro de la población judía. Especialmente de los sectores como los colonos de Cisjordania, que tienen una clara inspiración fanática y fascista, entre aquellos que viven directamente de las subvenciones militares y económicas norteamericanas, por el hecho de tener condiciones superiores a las que tendrían en un estado “normal”. El llamado complejo industrial-militar del país, el cuarto exportador de armas del mundo, será ciertamente una fuente de resistencia encarnizada. En una nacionalidad opresora beneficiada por la dominación brutal, como en el caso, es natural que, en condiciones “normales”, solo una pequeña minoría manifieste su desacuerdo abiertamente. Sobre todo en tiempos de chovinismo y militarismo tan agudizados como durante este nuevo ritual de la matanza en Gaza.

Un índice de las fronteras “étnicas” de los movimientos sociales judío-israelíes, incluso cuando hay explosiones de descontento social, nos fue dado por las grandes manifestaciones de “indignados” de 2011 contra la carestía de vida en la grandes ciudades, cuando se evitó cuidadosamente cualquier referencia a los gastos militares y a los colonos como fuente de los problemas sociales. Sin hablar del gran problema social de Israel, la enorme desigualdad institucionalizada sufrida por la minoría palestina y los millones que viven bajo ocupación. Además, la “salida” que amplios sectores del movimiento reivindicaban para la crisis habitacional en las grandes ciudades era aumentar la construcción de casas subvencionadas en Cisjordania, lo que limitó drásticamente el carácter progresivo del movimiento.

Si las cosas permanecen como están, como parece ser la posición de la aplastante mayoría de los dirigentes sionistas de todas las tendencias y de la gran mayoría de la población judía de Israel, ¿cual es el futuro que tendrán las nuevas generaciones? ¿Un país eternamente militarizado? La continuidad en la inseguridad permanente en que viven, su carácter de paria en el Próximo Oriente, el mantenimiento de la fina flor de su juventud como gendarmes de otro pueblo? ¿Una condena cada vez mayor en todo el mundo? ¿La degeneración racista y chovinista extrema contra los palestinos de Israel o la persecución a los propios judíos que se atrevan a disentir como vimos aflorar con más fuerza que nunca durante la ofensiva a Gaza?

Un nuevo momento político

La ofensiva a gaza abrió los ojos a mucha gente para lo que es capaz el régimen sionista. Grandes manifestaciones se están realizando, como las del día 9/8/20014, en la que hubo 150 mil personas en Londres y 200 mil en Cape Town (Suráfrica), entre decenas de otras más. Muchos se preguntan: ¿qué tipo de régimen tiene la osadía de hacer tamaño exterminio, sin provocar más que una ínfima oposición entre los judíos israelíes? Entre la opinión pública occidental, Israel ha comenzado a perder su aura de progresista y avanzado. En los EEUU, la mayoría de la juventud está en contra de la acción de Israel (51% x 29%), así como los no blancos, mujeres y trabajadores con menor instrucción, aunque en menor proporción, lo que señala un cambio importantísimo.

Las mismas comunidades judías han mostrado fisuras. Un número minoritario, pero creciente, de judíos liberales vienen a juntarse a los antisionistas más antiguos (como es mi caso, hace más de 40 años en esta posición).

Así como en la lucha para derrocar el apartheid, el desequilibrio actual de las fuerzas en la región de Palestina hace fundamental que se ejerza una presión externa para cambiar este estado de cosas. Excluir las instituciones de Israel de las actividades económicas, militares y culturales internacionales, por ejemplo, puede ser un poderoso mensaje a la mayoría judía de que el mundo no tolerará su comportamiento, imponiéndoles pérdidas claras en todos los terrenos, como ocurrió con el régimen del apartheid surafricano. Será un apoyo material y moral a la lucha de los palestinos para derrumbar el muro de la discriminación que cerca Palestina.

 

[1] http://www.cjpmo.org/DisplayDocument.aspx?DocumentID=219.

[2]  http://occupiedpalestine.wordpress.com/2013/03/20/the-laws-that-enshrine-israel-as-a-racist-state/

[3] http://www.badil.org/

[4] http://www.pij.org/details.php?id=1217

Publicado originalmente en el blog convergencia en 15/08/2014: Gaza e a questão nacional na luta palestina

Traducción: Gabriel Huland

Salir de la versión móvil