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FRANQUISMO | Los años del terror y el hambre

Este artículo forma parte de la serie El Franquismo no murió con Franco que publicamos a lo largo de 2025 por los 50 años de la muerte del dictador.

Por: Roberto Laxe

I.- LA AUTARQUÍA COMO HERRAMIENTA POLÍTICA

Una frase muy habitual para definir la situación del Estado Español tras la victoria del franquismo ante la república y la revolución, es que fueron los “años del hambre”. De esta manera, generalizando sin señalar a nadie, nos presentan esos años como si fuera un accidente natural o producto de la guerra sin que hubiera responsables de lo que sucedía, y sobre todo, para ocultar lo que esos “años del hambre” significaron para la clase obrera y los pueblos del estado.

Cierto es que los años 40 fueron los de la II Guerra Mundial que desbarató las relaciones entre las potencias y no ayudaba a tener una política abierta; cierto es también, que el régimen de Franco le debía su existencia a la ayuda militar y financiera de Alemania e Italia, sin los que nunca habría ganado la guerra civil; deuda que tenían que devolver no solo en forma de dinero, sino también en forma de suministros y productos para la alimentación de sus ejércitos que empobrecían más a la población española.

La autarquía sobre la que se comenzó a construir el régimen de Franco no buscaba estabilizar la economía tras la guerra, tal y como defienden incluso sectores de la intelectualidad progresista. Al contrario, fue parte de las herramientas políticas para aterrorizar a la población, objetivo central del franquismo en la guerra y la larga posguerra. Al tiempo que se fusilaba masivamente, se encarcelaba a cientos de miles en condiciones de exterminio, etc., el franquismo atacaba todas las conquistas sociales y laborales que la clase obrera había logrado en los años de la república y la revolución, provocando un retroceso de décadas en las condiciones de vida de la población.

La política económica autárquica del franquismo redujo a la nada las condiciones de vida y de la resistencia obrera y popular, mientras, los sectores burgueses y arribistas lumpenes – los defensores de la “patria”- que lo habían alimentado, se enriquecían. Como anunció en 1940 Serrano Súñer, uno de los hombres más poderosos del régimen, el “cuñadísimo” de Franco como se le conocía: «Si fuera preciso, diríamos contentos: no tenemos pan, pero tenemos Patria, que es algo que vale mucho más que toda otra cosa».

Unos sectores sociales que se lanzaron como hienas sobre las propiedades de los burgueses que habían apoyado la república. El saqueo de estas propiedades junto con el estraperlo/contrabando generado por las medidas autárquicas fue una de las formas en que se produjo una especie de acumulación primitiva de capital, y en el origen de muchas fortunas que llegan hasta hoy: la ley de amnistía del 76 no solo perdonó los crímenes de los agentes franquistas, sino también a todos aquellos que se enriquecieron con el trabajo esclavo, el saqueo de riquezas y con el estraperlo.

Los datos de la hambruna

No fueron los “años del hambre”, fue una hambruna provocada por el régimen para disciplinar a una población que contra viento y marea había resistido los embates de todos los fascistas europeos y la “neutralidad” de las llamadas potencias “democráticas”, Gran Bretaña y Francia a la cabeza. Una hambruna que entre 1939 y 1944 provocó la muerte de más de 200 mil personas por inanición o a consecuencia de una alimentación lamentable, dato que algunos historiadores elevan a 600 mil; mientras los millones restantes, más de 20 salvo una minoría burguesa agrupada alrededor del régimen, lo tenían racionado y estaban sub alimentados a través de las cartillas de racionamiento.
Estas cartillas estuvieron vigentes hasta abril de 1952 y, como todo bajo el régimen de Franco, sobre todo en los primeros años, servía para el control de la población. Eran unas tarjetas con cupones, inicialmente familiares, que en 1943 se convirtieron en individuales, lo que permitía al poder de un mayor control. A cada persona se le asignaría una tienda concreta para comprar artículos racionados, cantidad que solía variar según la semana o el mes. La Prensa era la encargada de publicar la ración diaria de cada producto, así como los lugares para conseguirlo.

Había cartillas de primera, segunda y tercera categoría dependiendo del nivel social del consumidor, su estado de salud o su posición familiar. Los hombres adultos podían acceder al 100% de los alimentos -variando según el trabajo-, mientras que las mujeres adultas y los mayores de 60 años recibían el 80% de la ración. Los menores de 14 años, un 60%. Una ración tipo para un hombre
adulto era de 400 gramos diarios de pan, 250 de patatas, 100 de legumbres secas, 10 de café, 30 de azúcar, 125 de carne, 25 de tocino, 75 de bacalao, 200 de pescado fresco y 5 decilitros de aceite.

Sin embargo, esas cantidades nunca se respetaron, puesto que los mismos que la confeccionaban y distribuían, la derivaban al mercado negro y el estraperlo, vendiéndola a precios 200 veces superior. Para tapar a estos grandes estraperlistas ligados al régimen (militares, falangistas, etc.) acusaron a los republicanos y a los sectores pobres de la sociedad que sobrevivían sobre la base del llamado “estraperlo del pobre”, lo que ahora llamaríamos “economía informal”, que no era más que ocultar parte de su propiedad y venderla para así sostenerse.

La autarquía, la política como “economía concentrada”

La situación de España al acabar la guerra civil era la de un país azotado por un conflicto bélico de tres años de duración, durante el que se habían sacrificado una gran cantidad de recursos muy valiosos para un estado como España y que se concretó en:

  • Graves pérdidas materiales. La producción agrícola cayó en un 20%, la cabaña equina descendió un 26 % y la bovina un 10 %. La producción industrial bajó un 30%.
  • Agotamiento de las reservas de oro y divisas.
  • Deterioro de las infraestructuras, principalmente ferroviarias, aunque inferiores a las sufridas por los países beligerantes en la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, en España hubo una pérdida del 34% de locomotoras, mientras que estos porcentajes fueron mayores en Francia (76%), Italia (50%) y Grecia (82%). Igual sucede con la potencia eléctrica instalada que en España bajó el 0.9%, mientras que en Francia fue el 2.8%, Italia el 5.4% y en Grecia el 3.1%.
  • Graves pérdidas humanas. Las pérdidas de población se estima que fueron entre un 1.1% y 1.5% de la población, similares a las sufridas por Italia (0.9%) y Francia (1.4%) durante la guerra mundial, aunque inferiores a Grecia que perdió el 7% de la población.
    La población activa española sin embargo perdió entre un 2.7% y un 4% de la misma, superior a las de Italia (2%) o Francia (3%), aunque también muy inferior a la griega (18%). A los fallecidos durante la guerra hay que sumar los muertos en la posterior represión política, el exilio de unos doscientos mil ciudadanos y el encarcelamiento de otros trescientos mil, bajas que dañaron muy seriamente el capital humano disponible.

En esta situación según Juan Antonio Suances, ministro de Comercio e Industria de la época, primer presidente del INI, y uno de los ideólogos del autarquismo español: «La autarquía es el conjunto de medios, circunstancias y posibilidades que, garantizando a un país por sí mismo su existencia, honor, su libertad de movimiento y por consiguiente, su total independencia política, le permiten su normal y satisfactorio desenvolvimiento y la satisfacción de sus justas necesidades espirituales y materiales».

Esta definición es típica de la retórica nacionalista franquista para ocultar una realidad, España era un estado muy dependiente del capital extranjero que basculaba entre el eje franco británico, y el Eje alemán italiano; por ello, lo cierto es que la autarquía fue una herramienta clave para culminar la derrota militar de la clase obrera a través del hambre y la pobreza.

La clase obrera y los pueblos del estado habían resistido tres años a la maquinaria de guerra nazi, italiana y franquista, en el camino habían abierto una puerta a la revolución obrera cuando el 19 de Julio del 36 frenan el golpe autoorganizandose mientras el gobierno de la república se paralizaba ante el golpe militar. El grueso de la burguesía se situó tras el golpe, que apoyo y financió masivamente. Una vez derrotada la revolución y la república tocaba ajustar cuentas.

Cuando la burguesía decide entregar el poder a advenedizos como los fascistas no busca una victoria parcial en la lucha de clases, que incluso puede mantener algunas de las conquistas sociales del pasado; sino que pretende arrasar con todas las conquistas obreras y populares, sean laborales, políticas o sociales.

El franquismo de la misma manera que en su lucha contra los avances en la igualdad de género de la república derogó toda su legislación y puso en manos del nacional catolicismo (en sus dos versiones, la de la Iglesia y la d la Falange) el aparato ideológico del régimen; en lo social y laboral, buscaba acabar con todo resquicio de los avances anteriores bajo el nombre de la “autarquía”. Para ello no dudaron en hundir los proyectos modernizadores de la sociedad avanzados bajo la república provocando una vuelta al pasado.

El nivel de la renta cayó y no se recuperó hasta mediados de los años cincuenta, el consumo se hundió y los productos básicos de primera necesidad quedaron racionados hasta 1952. La vida cotidiana de los españoles estuvo dominada por el hambre, la escasez de fuentes de energía y las enfermedades.

La evolución de la actividad después de la guerra fue bastante desastrosa, pudiendo calificarse el periodo de más de una década perdida. El crecimiento del PIB durante los años cuarenta fue muy reducido y la renta per cápita no recuperó el valor de 1935 hasta 1953. Este retraso de la economía supuso la ruptura con el proceso de crecimiento pausado pero incesante iniciado en 1840. En el último siglo y medio, España no ha soportado otro periodo de empobrecimiento similar al vivido entre 1936 y 1950.

II:- Las bases del “milagro español”

El franquismo hizo a la manera contrarrevolucionaria lo que la burguesía española fue incapaz de realizar de manera revolucionaria a lo largo del siglo XIX, llevar el Estado Español al capitalismo en todos los aspectos.

La “España” que entra en la guerra civil y la revolución era una “españa” fundamentalmente rural, con un proletariado concentrado en ciertas zonas (Catalunya, Euskadi, Asturias, y ciudades aisladas del resto del territorio); una “españa” donde las relaciones precapitalistas en el campo eran la norma, siendo los terratenientes andaluces y los caciques gallegos -donde predominaba todavía una forma precapitalista de propiedad de la tierra, el contrato foral- los exponentes máximos de estas relaciones.

La revolución industrial que había permitido a las sociedades europeas, principalmente la inglesa y francesa, llevar hasta el final la revolución burguesa, industrializandolas y proletarizándolas, había llegado a la sociedad española de manera muy marginal.

En la Restauración tras la I República, la burguesía española había pactado con la aristocracia decrépita que vivía de las rentas del viejo imperio y había asumido como propios los peores vicios de esta aristocracia, enriquecerse a costa del erario público sin fomentar lo más mínimo la capacidad productiva del sistema: su lema fue definido por un intelectual orgánico de esa burguesía, Miguel de Unamuno, cuando acuño la máxima de que para el español se trata del “que inventen ellos”.

La II República fue el último intento de un sector de la burguesía hispánica de incorporar a “España” al grupo de naciones capitalistas desarrolladas. Pero su debilidad congénita para romper ese pacto con los dueños de la tierra y la Iglesia -también con grandes intereses en la propiedad de la tierra-, la fase del capitalismo en la que se dio, el interregno entre las dos Guerra Mundiales (lo que algunos llaman, las “guerras civiles europeas”) y el preludio de la II, con las contradicciones inter imperialistas agudizadas hasta el extremo, hizo que esa burguesía tomara unos derroteros abiertamente contrarrevolucionarios.

Para abrazar la causa del fascismo en ascenso en toda Europa solo se precisaba la amenaza de la revolución obrera; amenaza que se visualizó el 14 de abril de 1931, se convirtió en realidad en Asturias del 34 y dio un salto cualitativo en febrero de 1936, con la victoria del Frente Popular. La puerta de la transformación socialista de la sociedad estaba abierta, y esto empujó definitivamente a la burguesía a los brazos del fascismo en su forma española, el falangismo y todas las variantes “hispanas”, el carlismo, el tradicionalismo, y demás grupos reaccionarios.

De la autarquía al plan de estabilización

El fin de la II Guerra tuvo un doble efecto, uno, el mundo que salió de ella tuvo un vencedor indudable dentro de los marcos del capitalismo, los EE.UU. que se convirtieron en la potencia hegemónica; dos, se hizo bajo la bandera del “antifascismo”, y el régimen franquista quedó como un apestado en el concierto mundial pues constituía la tercera gran dictadura fascista europea, y la única que no había caído (el caso de la dictadura portuguesa es una excepción, puesto que estaba bajo la “protección” del imperialismo británico).

Los resultados de la II Guerra Mundial se tradujeron en la apertura a nivel europeo y mundial en los años 50, de los llamados “treinta gloriosos” y su correlato social, el “estado del bienestar”. Sobre la recuperación de la tasa de ganancia a caballo de la destrucción masiva de fuerzas productivas que significo la Guerra, los beneficios de la reconstrucción de una Europa devastada (el Plan Marshall)y de un Japón y el Extremo Oriente semidestruidos, y de la caída brutal de las condiciones de vida de la clase obrera de gran parte de Europa y Asia, reducida al mínimo de subsistencia, el capital se estabilizó tras la “larga noche de piedra” fueron los años de la I y la II Guerra.

Sin embargo, la II Guerra tuvo otro vencedor inesperado, que ahora los medios de propaganda europeos y norteamericanos quieren ocultar, la URSS y la expropiación de la burguesía en numerosos países. ⅓ de la población mundial dejó de estar bajo el dominio de la ley del valor y las leyes del mercado; aun de una manera burocrática, en los estados donde fue expropiada la burguesía, el monopolio del comercio exterior y la planificación de la economía permitían que fueran ajenos a la explotación capitalista directa.

Sobre ellos se conformó el llamado “bloque socialista”, con la URSS como referente, que estaba en contradicción abierta con el bloque capitalista encabezado por los EE.UU. y la OTAN.

Estos últimos, tanto por motivos geopolíticos de fortalecerse frente al bloque “socialista”, como económicos, la “España” franquista por sus bajos salarios y la legislación represiva de la dictadura (prohibición de huelgas y organizaciones obreras) era un campo virgen para las inversiones del imperialismo norteamericano, y secundariamente, europeo.

Por otro lado, desde el interior de la propia “España” el capitalismo se estaba recuperando de la devastación de la guerra, un capitalismo que no había dejado de ser imperialista tanto respecto a las colonias africanas, Marruecos, el Sahara, Guinea y Fernando Poo, como en sus relaciones con las ex colonias americanas. Los capitalistas españoles miraban hacia ellos, y bajo la nostalgia del “viejo imperio”, de la “hispanidad”, buscaban una vía de salida a su crecimiento. Se estaban dando las condiciones para que la sociedad española saliera de la autarquía de los años de la posguerra, y se diera el salto al desarrollismo, a la industrialización de la sociedad.

El plan de estabilización del 59

Para encarar estos retos de nada servían las viejas consignas falangistas, tenían que darse un lavado de cara y presentarse ante los organismos internacionales, el FMI y el BM, con unas credenciales de un estado desligado de las viejas alianzas con el fascismo y el nazismo. Había que abrir las puertas al capital internacional y ligar la economía española a la nueva división internacional del trabajo resultante de la II Guerra Mundial. La visita del presidente de los EEUU en 1959, Dwight D. Eisenhower fue el aval que el régimen necesitaba.

Dos años antes, en febrero de 1957 se produce un cambio de gobierno amparado por Carrero Blanco, que supuso una pérdida de influencia de los sectores más nacionalistas del Régimen en los puestos claves de la Administración y la entrada de un grupo de ministros, compuesto por Alberto Ullastres (Comercio), Mariano Navarro Rubio (Hacienda) y de López Rodó como jefe de la Secretaría General Técnica de la Subsecretaría de la Presidencia de quien dependía la Oficina de Coordinación y Programación Económica.

Todos ellos tenían en común su orientación católica, su pertenencia al Opus Dei y su buena preparación intelectual en el campo económico. Estos nuevos ministros tomaron pronto conciencia de lo insostenible que era la situación económica, y empezaron a poner un poco de orden en la política económica comenzando por romper con la política autárquica franquista dominante hasta entonces.

El objetivo más que evidente era incrustarse en el mundo surgido de la guerra. Pero, como este ya estaba repartido con un “jefe” indiscutible, los EEUU, que estaba invirtiendo en la recuperación de sus viejos competidores, Europa y Japón, y dominaba la industria y las finanzas mundiales, al Estado Español no le quedó mas remedio que “venderse” a los inversores como un lugar de bajos salarios, tierra barata y mucho sol.

El plan de estabilización apuntaba justo en ese sentido con cinco puntos centrales:

  • Se anuncia la convertibilidad de la peseta y la elevación del tipo de cambio con el dólar desde 42 hasta 60 pesetas, con el objetivo de dar estabilidad a la peseta. Esto fue acompañado de cuantiosos créditos del exterior de los organismos internacionales y del propio gobierno estadounidense.
  • Elevación de los tipos de interés para captar capitales internacionales, limitación de la concesión de créditos bancarios y congelación de salarios.
  • Fomento de la inversión extranjera con una nueva legislación sobre inversiones exteriores que permitía la participación de capitales extranjeros en empresas españolas.
  • Con el objetivo de limitar el déficit público se propone una reforma fiscal que incremente la recaudación y una limitación del gasto público.
    Tal y como analiza Ramon Tamames en su libro la Estructura Económica de España editado en 1960 la “España” posterior al Plan de Estabilización se asentará en tres pilares, uno, la nacionalización de la industria pesada a través del INI, dos, la inversión extranjera masiva de industria deslocalizada que trabajaba para la exportación, hasta Hollywood traslada a “España” el rodaje de grandes superproducciones, tres, la “creación” de los fundamentos de la economía española ya sin restos del antiguo régimen, la construcción de viviendas y obras públicas sobre la base de la consigna “vamos a hacer un país de propietarios no de proletarios”, y el turismo, que se hará famoso por el lema publicitario de M Fraga de comienzos de los 60, “Spain is different”.

Consecuencias políticas: del fascismo al bonapartismo

La ruptura dentro del régimen entre los “opusdeístas” tecnócratas y los falangistas ideológicos ligados al fascismo, es la principal manifestación de este cambio y la apertura de las fronteras.

La reactivación de la economía, el desarrollo de la industria tanto ligera en manos privadas, como la pesada alrededor del INI, la mecanización del campo que expulsa a millones de personas a las ciudades y a la emigración, hace que resurja un nuevo movimiento obrero no ligado a las viejas estructuras socialistas y anarquistas (la UGT y la CNT), que fueron las principales víctimas de la represión, sino alrededor de nuevas organizaciones que comenzaron a ser conocidas como las “comisiones obreras”; organismos que en sus comienzos fueron toleradas por el mismo régimen, como parte de esa nueva imagen “abierta” que querían dar ante el mundo.

La represión de masas -”los método de guerra civil contra la clase obrera” que Trotski señala como una de las características de un estado fascista- es sustituida por la represión selectiva frente un activismo obrero y estudiantil que crece por momentos. Desaparecen los campos de concentración y de exterminio y la policía política (la BPS) se especializa en reprimir a las organizaciones políticas y sindicales que comienzan a tomar nueva vida, dando golpes duros como el fusilamiento de Julián Grimau. Pero ya no son las matanzas masivas como los años 30 y 40, sino asesinatos selectivos de dirigentes obreros y populares.

El régimen es consciente de que si quiere incorporarse a la incipiente Comunidad Económica Europa tiene que presentar una cara “amable”, no fascista, pues en la población del viejo continente está muy reciente la lucha contra el nazismo y el fascismo. De hecho, si algo galvaniza la solidaridad internacional es la lucha antifranquista. Las movilizaciones en toda Europa de apoyo al antifranquismo son acciones de masas como fueron las manifestaciones de cientos de miles de personas en toda Europa frente al fusilamiento de Grimau.

Por otro lado, la consolidación de la pugna interna entre los sectores del capital “tecnócrata” ligados al OPUS y los viejos falangistas, hace que el régimen, con Franco como figura central, tenga que actuar como mediador entre ambos. Así, al tiempo que el gobierno es copado por los “tecnócratas”, la Falange y la Iglesia siguen controlando los resortes ideológicos y propagandísticos.

El franquismo ya no es una dictadura fascista al viejo estilo apoyado en una pequeña burguesía urbana y rural empobrecida por la crisis social de los años 30; sino que al calor del llamado “desarrollismo” surge una nueva clase media en cuya mesa caen las migajas de ese desarrollismo y que pide nuevos marcos culturales e ideológicos: es el consumista “hombre del 600” y las incipientes conquistas del movimiento obrero en las condiciones laborales como las vacaciones pagadas.

El régimen creado tras la victoria del 39 se adecua a los nuevos tiempos transformándose en una dictadura bonapartista, con una cabeza visible intocable hasta su muerte, el General Franco.

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