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¿Existen mercancías inmateriales?

En medio del camino tenía la mercancía. Leonardo Gomes de Deus”.

Por: Gustavo Machado, para Teoria & Revolução

Planteando el problema

En los días de hoy y en las elaboraciones más recientes, en particular en aquellas de academia, se olvida hasta incluso qué es una mercancía. Se habla mucho de las mercaderías inmateriales. Así, por ejemplo, un profesor sería productor de una mercancía inmaterial llamada “consulta”, el cantor de la mercancía “show”, y así sucesivamente. Las confusiones presupuestas en esas elaboraciones son múltiples; veamos algunos casos.

La situación más común es confundir la mercancía con su efecto útil, ya sea que esa mercancía sea una fuerza de trabajo o un producto cualquiera. Por ejemplo, la venta de la fuerza de trabajo como mercancía por un profesor es confundida con el efecto útil de la mercancía vendida: el conocimiento y las informaciones provistas. La venta de la fuerza de trabajo de un artista, con el placer estético que su usufructo ofrece (o no). Pero también productos como un CD, un DVD son confundidos con su efecto útil: las percepciones audiovisuales. En todos esos casos se confunde el valor de uso con valor. El valor, una determinación social que las mercancías poseen al ser hechas a partir y para el mercado, con la satisfacción individual y subjetiva que ellas propician a aquellos que las consumen.

Ora, todo producto produce efectos útiles –subjetivos e individuales– en sus respectivos consumidores, sea él producido bajo la forma de mercancía o no. Haya sido producido hoy o hace tres mil años atrás. Lo que hace de un producto mercancía no es su determinación útil de producir sea lo que fuera en sus consumidores individuales, sino su determinación social: la forma, el modo por el cual son producidos por la sociedad.

Confundir el efecto útil de la mercancía con la propia mercancía es un error de muerte para comprender la sociedad capitalista. Por ejemplo, en los manuales vulgares de marxismo, se acostumbra decir que el centro de la explotación está en el hecho de que el trabajador cambia una fracción de tiempo de trabajo por un salario. Tesis indefendible. El trabajador no vende su trabajo, menos aún el tiempo de trabajo, él vende la capacidad para trabajar, la fuerza de trabajo. El trabajo es su efecto útil. Es justamente de esa disociación que surgen todas las mistificaciones de la sociedad capitalista.

Un caso actual cuyas elaboraciones rayan lo ridículo es, sin duda, el de la informática. El hecho de que un software o un programa de computador no esté necesariamente asociado a un único dispositivo físico, hardware, llevó a muchos a la asombrosa constatación de que el software es inmaterial. Este caso es particularmente interesante porque refleja una serie de confusiones concentradas. En especial, las siguientes:

  1. También en este caso se confunde la mercancía, o software, con su efecto útil, su uso o ejecución. Principalmente porque la percepción sensible producida por el software en uso es muy diferente de su configuración física, almacenada en un dispositivo de memoria. Configuración esa inaccesible directamente a los sentidos, sin embargo no por eso inmaterial. Si fuera así, tendríamos que asumir que los átomos, base de las teorías materialistas desde la Antigüedad, son inmateriales.
  2. Se confunde la mercancía, o software, con la articulación lógica abstracta que lo constituye, como si este no precisase ser material y físicamente implementado por un programador.
  3. El hecho de que el software pueda ser replicado ilimitadamente en distintos dispositivos de memoria hace que muchos confundan su derecho o posibilidad de uso con su propiedad. Es como confundir el vender una casa con su alquiler. Vender una mercancía por su valor, con alquilarla por medio de fracciones de valores que confieren solo el derecho de uso a un individuo, manteniéndose el mismo propietario.

Como se ve, es muy importante la cuestión sobre lo que viene a ser una mercancía. Problema ese que, a nuestro entender, está en la base de buena parte de los equívocos en los análisis sobre los trazos específicos del capitalismo en nuestros tiempos, particularmente aquellas que tratan del tema de “trabajo inmaterial”, del papel ocupado por los servicios, y así sucesivamente.

Entre los marxistas esas querellas comúnmente implican en elaboraciones que minimizan el papel de las actividades productoras de mercancías en la sociedad capitalista de hoy, en especial la clase obrera. En algunos casos extremos, redundan en la conclusión de que vivimos otra época histórica, marcada por el predominio de lo inmaterial, de lo subjetivo, del individuo, apartado de cualquier base social objetiva. Es en ese camino, por ejemplo, que Zygmunt Bauman denomina el mundo de hoy como una Sociedad de Consumidores (BAUMAN, 2008, p. 38). Y de ahí concluye que la modernidad actual es líquida, leve, fluida y más dinámica que la modernidad ‘sólida’ que la precedió.

La categoría Mercancía en Marx

En realidad, tales formulaciones ya eran conocidas por Marx y a ellas reservaba una profunda ironía y, para decir la verdad, ni siquiera las consideraba dignas de ser tomadas en serio. Veamos unos de los pasajes en que Marx comenta sobre los productores de las supuestas mercancías “inmateriales”:

“Según Storch, el médico produce salud (pero también enfermedad); profesores y escritores, las luces (pero también el oscurantismo); poetas, pintores, etc., buen gusto (pero también mal gusto); los moralistas, etc., las costumbres; los curas, el culto; el trabajo de los soberanos, la seguridad, etc. (pp. 347-350). Por igual podría decirse que la enfermedad produce los médicos; la ignorancia, profesores y escritores; el mal gusto, poetas y pintores; el libertinaje, moralistas; la superstición, los curas; y la inseguridad general, soberanos” (MARX, 1980, p. 269).

En los cuadernos preparatorios de El Capital de 1861-1863 vemos un pasaje análogo:

“Un filósofo produce ideas, un poeta, poemas, un pastor, sermones, un profesor, compendios, etc. Un criminal produce crímenes. Considerándose más de cerca la ligazón de esta última rama de producción con los límites de la sociedad, entonces se abandonan muchos preconceptos. El criminal no produce solo crímenes sino también derecho criminal y, con eso, también el profesor que profiere cursos sobre derecho criminal y, además de eso, el inevitable compendio con el cual ese mismo profesor lanza sus conferencias como “mercancía” en el mercado general. Con eso ocurre aumento de la riqueza nacional, prescindiendo todo placer privado que el manuscrito del compendio proporcionó a su propio autor […]” (MARX, 2010, p. 355).

Y Marx prosigue con su ironía por dos páginas más, situando al criminal como uno de los trabajadores más productivos de la sociedad. Esta es la manera cómo el autor de El Capital trata a los adeptos del “trabajo inmaterial”. Observen que, a pesar del tono jocoso, de todo el conjunto de consecuencias “producidas” por la acción del criminal, apenas la producción del compendio de derecho criminal será tratado como aumentando la riqueza nacional. Observen aún que el término mercancía, aplicado a las clases que el profesor de derecho criminal ofrece, aparece, irónicamente, entre comillas. Al final, la fuerza de trabajo de un profesor de cualquier materia, ingeniería o teología, es una mercancía, pero su actividad no produce mercancía alguna, no importa la utilidad que pueda tener para la sociedad. Veamos la cuestión en sus pormenores.

Marx inicia El Capital afirmando que la “riqueza de las sociedades en que domina el modo de producción capitalista aparece como una inmensa colección de mercancías”. Ora, siendo la mercancía la forma elemental de la riqueza, la exposición comienza por ella, en un famoso pasaje que dice:

“La mercancía es, antes que todo, un objeto externo, una cosa que, por medio de sus propiedades, satisface necesidades humanas de un tipo cualquiera. La naturaleza de esas necesidades –si, por ejemplo, ellas provienen del estómago o de la imaginación– no altera en nada la cuestión. Tampoco se trata aquí de cómo la cosa satisface la necesidad humana, si directamente, como medio de subsistencia [Lebensmittel], esto es, como objeto de fruición, o indirectamente, como medio de producción” (destacado nuestro) (MARX, 2013, p. 113).

Es un gran enigma que muchos autores hayan visto en ese párrafo inicial deEl Capital la justificación de que las mercancías puedan ser materiales y también “inmateriales”, dado que las necesidades que ella satisface pueden originarse del “estómago o de la imaginación” o, según otras traducciones, “de la fantasía” o “del espíritu”. No es tanto una cuestión de interpretación, sino de gramática. No son las mercancías las que pueden ser “fantasía”, “imaginación” o “espíritu” sino las necesidades que ellas satisfacen.

Así, una televisión, un libro, un DVD, un videogame, etc., satisfacen el espíritu y no el estómago. El pasaje afirma lo contrario, que la mercancía, forma elemental de riqueza, es una cosa, un objeto externo. En tanto objeto externo ella no puede ser un conjunto de valores y conocimientos internos a los individuos, sino que se encuentra fuera de ellos, como algo que trasciende a los individuos y sus respectivas capacidades, ligándose solo exteriormente a ellos.

No obstante, de hecho, ese es apenas el modo en que las mercancías aparecen. Ya sean ellas determinadas únicamente por su materialidad y por la satisfacción de las necesidades humanas, serían mercancías incluso aquellos objetos de algún modo útiles que encontramos listos para el consumo en la naturaleza. O aquellos que un campesino produce para el propio consumo o el de su familia. Para ser una mercancía no es suficiente, tampoco, el hecho de ser un producto del trabajo humano. Si ese fuese el caso, ella no sería la forma elemental de la riqueza capitalista, sino de toda y cualquier forma de sociedad. Antes de eso, para “tornarse mercancía es preciso que el producto, por medio del intercambio, sea transferido a otro, a quien va a servir como valor de uso” (MARX, 2013, p. 119).

Este es el concepto más preciso y determinado de mercancía presente en un apéndice de Engels al primer libro de El Capital. No basta ser una cosa material, antes de eso, la mercancía es unidad de valor de uso y valor y, como tal, un valor de uso social, o sea, por medio del intercambio en el mercado, ella es un valor de uso para otro que aquel que la produjo. La mercancía es, así, especificada frente a los productos del trabajo en general como una forma social particular de estos. En suma, Marx supera la forma unilateral y abstracta en que la mercancía fue inicialmente considerada. No porque su aspecto de objeto externo fue suprimido, sino porque, además de un producto del trabajo y, como tal, valor de uso, ella es también valor, esto es, una relación social, no una simple cosa, sino una relación social que se efectiviza en y a través de cosas.

Por eso Marx dice que la mercancía es una cosa “sensible-suprasensible”, o como prefiere la traducción de la Abril Cultural, una cosa “física-metafísica”. Al final, cuando “es valor de uso, en ella [la mercancía] no tiene nada de misterioso, sea que se la considere desde el punto de vista de que satisface necesidades humanas por medio de sus propiedades, sea desde el punto de vista de que ella solo recibe esas propiedades como producto del trabajo humano” (MARX, 2013, p. 146). Ya en cuanto al valor, una mercancía es expresión de una relación social que le atribuyó un valor a partir de la equiparación del conjunto de las mercancías en el mercado.

Una mercancía-mesa, por ejemplo, no se constituye únicamente por sus propiedades materiales y útiles, “ella se transforma en una cosa sensible-suprasensible” (MARX, 2013, p. 146). Esto es así porque su determinación de valor no es palpable ni accesible a los sentidos, no por ser algo inmaterial, sino por contener una propiedad social, establecida por una dada forma de relación entre las personas, que parece ser algo que la mercancía tiene por naturaleza.

Podemos dar vuelta y volver a dar vuelta la mercancía-mesa como queramos y no encontraremos su valor. Para tal, el análisis debe dirigirse al “carácter social peculiar del trabajo que produce mercancías” (MARX, 2013, p. 148). De ahí su aspecto enigmático, oscuro, en las palabras de Marx, casi teológico o metafísico. Seamos más directos. Marx dice que una mercancía es algo sensible-suprasensible no por el hecho de que puedan ser “inmateriales” sino porque poseen una propiedad que no es perceptible por los sentidos, la propiedad social de ser valor, o más precisamente, por el hecho de que el valor es “apenas una relación social determinada entre los propios hombres que asume aquí, para ellos, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas” (MARX, 2013, p. 147).

Numerosos pasajes podrían mencionarse en este sentido; esto es, a pesar de no definirse por el mero atributo de ser material, la mercancía presupone estas cosas materiales y sensibles como soporte de sus propiedades sociales. Por ejemplo, aún en el Libro Primero de El Capital, Marx hace la siguiente citación de Jean-Batiste Say: “No es la materia que forma el capital, sino el valor de esas materias” (MARX, 2013, p. 229). Otra citación, particularmente interesante, teniendo en cuenta nuestros propósitos, se encuentra en las Teorías de la Plusvalía, donde dice:“Mercancía –en lo que la distingue de la propia fuerza de trabajo– es cosa que se contrapone materialmente al ser humano, de cierta utilidad, y donde se fija, se materializa cantidad determinada de trabajo” (MARX, 1974, p. 143). Como se ve, mercancía es una “cosa que se contrapone materialmente al ser humano”. Excepto la fuerza de trabajo, las mercancías son, por lo tanto, de dos tipos:

  1. Objetivas: cosas, objetos externos sensibles que sirven de valor de uso para otros por medio de intercambio. Esto es, unidad de valor de uso y valor. Una cosa social o una relación social que posee estas cosas materiales, los productos del trabajo, como soporte.
  2. Subjetivas: la fuerza de trabajo.

Con eso, nuestra exposición marcha rumbo a otro tipo específico de mercancía presente en la sociedad capitalista: la fuerza de trabajo.

La mercancía fuerza de trabajo

Como se sabe, el modo capitalista de producción presupone el desarrollo y la generalización de una mercancía en particular: la fuerza de trabajo. Esto significa que el individuo que trabaja no está más ligado directamente a una comunidad, como en las sociedades primitivas, ni ligado directamente a un señor y a la tierra, como es el caso de la servidumbre, ni es él mismo mercancía, como en la esclavitud, sino que vende en el mercado su capacidad para un tipo dado de actividad o trabajo. La fuerza de trabajo es una mercancía porque satisface las dos determinaciones que constituyen su naturaleza social: posee un valor de uso, el trabajo, y, en cuanto algo existente para el intercambio, posee, también, un valor, medido por el tiempo socialmente necesario para reproducir la fuerza de trabajo como tal. En resumen, “la mercancía se evidencia trabajo pretérito, objetivado y que, por eso, si no aparece en la forma de una cosa, solo puede aparecer en la forma de la propia fuerza de trabajo” (MARX, 1974, p. 151).

Aun cuando la fuerza de trabajo tenga como soportes materiales a los individuos de ella portadores, ella misma es una mera potencia para la realización de algo. Mera capacidad para efectivizar un tipo determinado de trabajo. Siendo así, ¿por qué en aquella definición inicial Marx caracteriza la mercancía como un “objeto externo”, una cosa exterior a los individuos, si la fuerza de trabajo es exactamente aquello que los individuos poseen en sí mismos, algo subjetivo, y, como tal, no materializada en algo externo?

Ocurre que, a pesar de ser mercancía, la fuerza de trabajo no es una forma elemental de la riqueza y no constituye la inmensa colección de mercancías que configura la riqueza del modo de producción capitalista. Aunque sea valor y, como tal, corresponda a la suma global de valores de la sociedad, ella no valoriza inmediatamente el capital, ni corresponde a la riqueza que este tiene como base. En primer lugar porque la fuerza de trabajo jamás es propiedad del capital, sino del trabajador que la vende. El capitalista paga el valor de la fuerza de trabajo para recibir, como en todo intercambio de mercancías, apenas su valor de uso. Es el valor de uso de la fuerza de trabajo, esto es, el trabajo, que produce riqueza y valor, incluso el plusvalor que el capitalista se apropia de modo de acumular capital. Es el consumo de la fuerza de trabajo que produce riqueza, tanto para el capitalista como la parte que afluye al trabajador en la forma de salario. De ahí el carácter absolutamente específico de mercancía fuerza de trabajo, que puede hasta ser una riqueza para el individuo poseedor de ella pero no para el capital.

Por lo tanto, en lo que hace al consumo de la fuerza de trabajo y su papel más general en la sociedad capitalista, ella puede dividirse en dos tipos: actividades productoras de mercancías y actividades no productoras de mercancías. En el primer caso, se crea valor. En el segundo caso, en la medida en que los medios de producción son consumidos en el proceso de trabajo sin que este redunde en una mercancía, solo se consumen los valores existentes. En el primer caso tenemos creación de plusvalía. En el segundo, tenemos transferencia de valor que puede o no ser, en seguida, apropiado en la forma de plusvalía, pero no su creación. Lejos de ser un mero detalle, la diferencia entre actividades que producen o no mercancía es abismal. En cualquiera de los casos, puede volcarse y darse vuelta como se quiera, jamás se encontrará un mercancía inmaterial.

Referencias

MARX, KARL. O Capital – Livro I. Rio de Janeiro: Boitempo Editorial, 2013.

MARX, KARL. Teorias da Mais Valia. História crítica do pensamento econômico. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira,1974. v. 1.

MARX, KARL. Teorias da Mais Valia. História crítica do pensamento econômico. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira,1980. v. 2.

MARX, KARL. Para a crítica da economia política. Manuscrito de 1861-1863 (cadernos. I a V). Terceiro Capítulo – O capital em geral. Belo Horizonte: Autêntica Editora, 2010.

BAUMAN, Zygmunt. Vida para Consumo: a transformação das pessoas em mercadorias. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2008.

Traducción: Natalia Estrada

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