«Se acabaron los debates. Fijadas las posiciones, el próximo minuto de oro será el de cada votante». Ésta es la última frase de la crónica del diario digital elplural.es del debate de ayer entre varias candidatas.

Con ella define meridianamente lo que es la democracia bajo este sistema; una sucesión de mítines, de frases e ideas fuerzas transmitidas por los medios, en los que la participación real de la población se reduce al «un minuto de oro»; el tiempo de echar la papeleta en la urna. Al día siguiente de la llamada «fiesta de la democracia», que en realidad es un minuto, la población deja de tener la menor importancia, y la «política» vuelve a donde les gusta que esté, en los despachos, en los pasillos o en la baratísima cafetería del Congreso de los Diputados.

Vayamos por partes, porque la frase tiene calado

«Se acabaron los debates»…. ¿Entre quién? ¿Cuántas asambleas, cuántos debates entre la población ha habido? Aquí sólo debatieron los candidatos… y como concesión al potente movimiento de mujeres, las portavoces, que no candidatas. La población ha estado al margen, y sólo como mera espectadora de lo que se cuece en los medios.

Son los “líderes” los que hablan, los que fijan posiciones, y los que debaten… convirtiendo la democracia en una “república de sabios” (estirando el concepto de «sabio» hasta el infinito) que para sí quisiera Platón. Esto no es una democracia, es un concilio de aquellos que los medios encumbran. Democracia es justo lo opuesto, es que la población no sólo tenga un “minuto de oro”; sino que participe en el día a día de los asuntos públicos, debatiendo y sobre todo pudiendo revocar a los / as representantes que elijan y no cumplan con lo pactado en el programa político.

Es más; el debate político nunca puede acabarse, porque al día siguiente, el 11N en este caso, los “políticos” tomarán decisiones, harán leyes, etc…, y la población no puede asistir pasivamente ante eso, salvo que el “minuto de oro” sea extenderle un cheque en blanco al que ha votado. Y eso, nuevamente, es lo opuesto a la democracia.

La mejor garantía frente al ascenso de la extrema derecha heredera del franquismo es la profunda politización de la población trabajadora; su organización diaria para enfrentar las medidas que desde los gobiernos se vienen aplicando. Fue Franco el que dijo, “haz como yo, no te metas en política”, y desde los medios de comunicación españoles, incluidos los progresistas, se sigue el consejo: “se acabaron los debates”. ¡No! Abramos los debates de qué hacer tras el 10N.

Esto nos lleva a la segunda cuestión, ya de contenido; se fijaron “las posiciones”. Veamos. Unos, Vox, sobre todo, lo tiene claro… y si tienen éxito es precisamente porque hablan claro, no esconden su cara tras lo “políticamente correcto”, que no es otra cosa que la institucionalización y desactivación de muchas exigencias sociales que quedan desatendidas, pero ante las que todo el mundo pone cara de interés. Vox arrastra porque dice lo que piensan sectores sociales, y no se corta.

La izquierda y el progresismo están ante ellos desarmados, porque atados como están a las formas de lo “políticamente correcto”, no dicen lo único que se puede decir: esas exigencias sociales desatendidas son imposibles de resolver bajo este sistema y este régimen. Al contrario, dicen que si les votas, podrían ser atendidas, con lo que dan aval al régimen que dio cobijo a los de Vox. ¡Ya les vale! Por ejemplo, frente a la claridad política filo fascista de Vox , la respuesta es ponerse de perfil y hablar de las cuestiones sociales. Hemos llegado a una situación de crisis social y política, y no solo en el Estado Español, sino a nivel mundial (desde Chile hasta Hong Kong, pasando por los EE UU o Francia), que ponerse de perfil solo desarma a los que dicen representar, los “de abajo”.

Clinton ganó unas elecciones bajo el lema de “es la economía, estúpidos”. Hoy hay que darle la vuelta a la frase, y decir claramente: “es la política, estúpidos”. Agitar, como hace Unidos Podemos, BNG y otras fuerzas, las “cuestiones sociales” o “gallegas” frente a situación como la actual es actuar como el necio ante el sabio, mira al dedo, mientras este señala la luna.

¡Es la política, estúpidos! porque todas las cuestiones sociales, desde las reformas laborales, de pensiones, privatizaciones, feminicidios, nacionales, etc…, están en un embudo: el Régimen del 78 y los retrocesos en su estructura política y judicial. Mientras agitan las “cuestiones sociales”, el gobierno de la monarquía ha aprobado un decreto para cerrar webs sin orden judicial (¡viva la democracia!). Las cuestiones sociales, como las nacionales, no tienen cabida dentro de este régimen. Vox lo tiene claro, el PP también, a Cs le da igual, está en caída libre; el PSOE es evidente, quiere gobernar para aplicar las medidas que ya ha “fijado” como la mochila austriaca, la represión en Catalunya y demás. Es obvio, que en estas condiciones, cualquier voto es inútil.

Claro que todos fijaron sus posiciones, menos los que tienen como gran objetivo ser parte de un gobierno “progresista” en un régimen ultrarreacionario, que tiene como jefe a un señor que nadie ha votado, y que es heredero de sangre del que puso el dictador. Y esos que no fijaron su posición ante la crisis del régimen, como UP, piden que se les vote para… ¿Para qué? ¿Para que el PSOE tenga un aval de izquierdas para hacer lo que el IBEX 35 y la Unión Europea le dicen que haga? ¿Van a tener más poder ellos que el Ibex y la UE juntos?.

Volviendo al comienzo, ahora desde otra perspectiva. Si la población trabajadora quiere enfrentar la que se viene, gobierne quien gobierne, pues la crisis capitalista no perdona, no debe dar por acabados los debates; antes al contrario, tiene que comenzarlos. Tiene que comenzar a debatir desde los centros de estudio, de trabajo, desde los barrios cómo organizarse mejor para luchar contra esas medidas y el régimen que las impone a golpes judiciales y policiales.

La actitud ante el estado, divisoria de aguas

Los llamados al voto útil que se realizan desde las fuerzas progresistas (que no de izquierdas; el programa del PSOE del 78 era más de izquierdas que el actual de UP), para frenar a la extrema derecha y forzar un giro del PSOE no son más que la expresión de una concepción reaccionaria del Estado. Parte de la confianza en que el estado es una organización para defender a la ciudadanía, que como mucho, lo que hay son políticos corruptos. Como en los filmes y thrillers políticos yanquis («El Informe Pelícano» y sus secuelas), el problema no es el sistema, sino elementos del sistema que se desvían. Unos periodistas honestos -difíciles de encontrar en el Estado Español- y unos jueces independientes -el más difícil todavía- pararán la corrupción.

Esta es la lógica que les mueve, y que mueve a amplísimos sectores de la población trabajadora: esperemos a que políticos, jueces y periodistas honestos frenen a los desalmados de Vox y compañía, que se han desviado de los pactos de la transición, que dieron origen al régimen actual.

Pero el estado, cualquier estado, sean los EE UU, los europeos, y, menos que menos, uno que conserva el código genético de la dictadura, no es neutral; no está por encima de los diferentes sectores y clases sociales. Al revés, por mil hilos familiares, personales y de clase, el estado, sus altos y medianos funcionarios, son miembros o bien de la pequeña burguesía o la aristocracia obrera; sectores sociales que defenderán con uñas y dientes la estabilidad de los negocios de la burguesía que les da de comer.

Todos los días, desde las series de TV, se encargan de propagandizar este carácter neutral del estado, que en el fondo está para “proteger y servir” a los pobres y oprimidos. Pero Chile, que ahora está en el candelero, se encargó de demostrar que, de últimas, y cuando el capital ve en peligro su poder, al estado capitalista le sobran todos los adornos de “servir y proteger”. Si se concibe el estado así, neutral, es natural que se considere “voto útil” a aquellos políticos honestos, que como los periodistas y los jueces de los filmes yanquis, al final encarcelan al corrupto, y hacen buena la frase de que “bien está lo que bien acaba”.

Al llamar a confiar en esos “políticos honestos”, las fuerzas políticas que lo hacen desarman a la población trabajadora, a la que consciente o inconscientemente están engañando. Como demostró Chile en los 70, el Estado es un “destacamento de hombres armados” al servicio de las clases dominantes, y confiar en él es confiar en el enemigo. Esta concepción es la que diferencia una fuerza politica que hace parte del ala izquierda del Régimen y del sistema, y la que se plantea la transformación social como objetivo central.

Chile en la memoria

El Estado del Bienestar construido a lo largo de la postguerra mundial, los “30 gloriosos”, crearon una imagen del Estado que, parecía, venia a destruir las tesis marxistas de que sólo era “destacamentos de hombres armados” al servicio de las clases dominantes. Las conquistas sociales que dieron forma a este Estado, así como las políticas keynesianas por el desarrollado le hacían aparecer ante la población como un aparato destinado a resolver las necesidades sociales básicas como la educación, la sanidad e incluso el trabajo, con lo que las contradicciones sociales quedaban amortiguadas.

La función esencial que el marxismo le había otorgado, de aparato coercitivo de una clase contra otra, habría desaparecido, o como poco se habría amortiguado. Y en esto llegó la revolución chilena, y el golpe de Pinochet. Un ejército que, a diferencia de sus “compañeros” lationamericanos, había respetado a su manera la legalidad democrática (no exentos de matanzas como la escuela de Santa Maria de Iquique), da un golpe militar brutal e impone una dictadura.

El ejército chileno demostró al mundo que esa función esencial, que muchos habían descartado ya, seguía siendo fundamental para el poder de la clase; no sólo porque fue la fuerza militar la que se impuso, sino que esta fuerza militar al derrotar a la clase obrera chilena destruyó el incipiente Estado del Bienestar que estaba cristalizando. Privatizó todos los servicios, menos las pensiones de los propios militares que siguen cobrando del Estado, redujo los salarios a los actuales, y convirtió a Chile en un Estado que sigue el guión marxista al pie de la letra: el Estado son “destacamentos de hombres armados” al servicio de las clases dominantes.

No pensemos que el ejemplo de Chile es del pasado, como diría cualquier adanista pos moderno de medio pelo. La semiinsurrección actual chilena enraíza directamente con aquel golpe, puesto que Chile fue el primer experimento mundial de neoliberalismo, es decir, del capitalismo desmantelando absolutamente todo; las consecuencias políticas y sociales las estamos viendo ahora en las calles chilenas.

Un voto útil que es inútil para lo fundamental

La participación o no en unas elecciones no está escrita en ninguna biblia. Marx, polemizando con los anarquistas, decía que los revolucionarios podían utilizar hasta “los establos del parlamentarismo” para avanzar en el camino de la revolución. Pero, hoy por hoy, el debate no está con los que rechazan rotundamente cualquier participación electoral, sino con aquellos que a caballo de la conciencia democrática de las masas, fruto del retroceso en la conciencia de clase de los últimos 20 /30 años, se creen la fantasía del “voto útil” para evitar los males del sistema.

El peligro para la lucha contra el sistema capitalista y sus Estados son los que confian y llaman a confiar en el “estado neutral”, al que le quitan todo componente de clase; los que de manera oportunista hablan de lo que “interesa a la gente”, de las “cuestiones sociales”, poniéndose de perfil en el mejor de los casos, ante los gravisimos ataques políticos a la población trabajadora. Ataques que sólo buscan establecer los marcos legales, jurídicos y políticos para poder imponer todas las medidas que el capital precisa para salir de la crisis en que se ha metido.

Veamos dos ejemplos recientes. Esta semana el Tribunal Constitucional considero legal el despido por sucesivas bajas por enfermedad aunque fueran justificadas. Al mismo tiempo, el gobierno decretó la posibilidad del cierre de webs, por motivos de “orden público”. Veamos, si alguna organización sindical rompiera la paz social impuesta por las organizaciones mayoritarias y convocara acciones generalizadas contra esa sentencia, el gobierno, invocando su decreto, podría cerrar las webs desde las que se hiciera la convocatoria. El otro ejemplo es la sentencia del “procés” que convierte en delito de sedición la actuación de un piquete, la lucha por impedir un desahucio, o cualquier lucha que impida la aplicación de una resolución judicial.

Pero hablar de política es, tambien, hablar de “economía concentrada”. Son los gobiernos que establecen las leyes mordaza o los cierres de webs sin orden judicial los que, jugando en el terreno legal que ellos han elaborado, decretan reformas laborales, de pensiones o las privatizaciones. Esto es lo que significa la máxima leninista de “la política como economía concentrada”: lo que el capital necesita para salir de la crisis, para recuperar los beneficios, se concentran en leyes y sentencias de los tribunales.

Por ello es preciso que la población trabajadora, que los trabajadores y trabajadoras, la juventud, etc…, no tengan miedo a hablar de política, a sacar la cabeza de su trabajo, del partido de fútbol del fin de semana, del filme de éxito y mirar más allá de lo cotidiano. La Política con mayúsculas es imaginar cómo sería posible cambiar la situación de precariedad, miseria y explotación que se vive todos los días, y luchar por hacerlo.

Si las organizaciones políticas progresistas y los medios de comunicación machacan día sí y día también sobre que la “política” es cosa de los “políticos”; que las “cuestiones sociales” son las que te interesan, etc., que no se quejen después de que los de Vox crezcan como hongos. La gente sólo hace lo que les aconsejan desde la izquierda, “no se metan en política”, utilicen el “minuto de oro” de la democracia para votarme que yo les arreglaré los problemas.

El llamamiento al “voto útil” en estas condiciones de crisis social, política y económica, no sólo española sino internacional, es lo más inútil del mundo; es más, sólo sirve para desactivar la respuesta social forzando la máquina de la confianza en las salidas individuales a la situación; ya sea “el emprendedor” ya sea en la confianza en “líder honesto” que nos salvará de la quema.

El único voto “útil”, en las condiciones actuales, es justo lo contrario de lo que hacen los que agitan como eje “las condiciones sociales”. Lo único útil que hoy se puede hacer es utilizar las elecciones para denunciar “los establos del parlamentarismo” y situar como única salida a la crisis la lucha por la transformación socialista de la sociedad, la ruptura con el régimen del 78 y la UE, y el llamamiento, no al voto, sino a la autoorganización y la movilización sostenida en el tiempo. Porque la tendencia en todos los regímenes democráticos del mundo es reducir la democracia a “ese minuto de oro” que es el momento del voto.

Del resto, ya se encargan ellos.