Entrevistamos a nuestro compañero Juan Ramos, bombero forestal en Andalucía y activista:
- Estamos viviendo una ola de calor que afecta a toda Europa. ¿Esta ola de calor es un fenómeno puramente natural?
Ni una cosa, ni la otra. Es atribuible a los efectos del cambio climático. En Reino Unido se han alcanzado por primera vez en su historia los 40ºC. Según un estudio del World Weather Attribution (organismo científico de referencia para evaluar el impacto del cambio climático en eventos meteorológicos), la posibilidad de una ola de calor de estas características allí hubiera sido extremadamente bajo o imposible sin los efectos del cambio climático.
- Se habla de la posibilidad de desertificación ambiental del sur de la Península Ibérica, ¿cuáles son las consecuencias de ese proceso a corto y a medio plazo?
No es una posibilidad, es un proceso que ya está ocurriendo. Y no sólo en el sur de la Península, sino en toda ella. El Ministerio de Medio Ambiente incluye a prácticamente todo el territorio español en una situación semi-árida, excluyendo Galicia, la cornisa cantábrica y los Pirineos. WWF cifra en el 75% del territorio que actualmente está en riesgo de desertificación.
La falta de agua tiene un impacto evidente en los ecosistemas naturales. Un ejemplo es la agonía de Doñana, el famoso humedal entre Huelva, Cádiz y Sevilla; afectada por la sequía y la sobreexplotación de su acuífero. Pero también pone en serios problemas a la agricultura o a la disponibilidad de agua para consumo humano, e incluso a la industria. Algunos ejemplos actuales son la paralización de la fábrica de celulosa ENCE o los problemas en la producción de girasol.
- Como bombero forestal, ¿cómo analizas la respuesta de los gobiernos para ese proceso?
Hasta ahora, de manera insuficiente. Los dispositivos de prevención y extinción de incendios forestales no están correctamente adaptados a la nueva realidad emergente que estamos viendo en los grandes incendios forestales.
Por una parte, las labores de gestión forestal preventiva están muy disminuidas, cuando deberían tener muchísima más importancia. Un ejemplo de ello es que une parte importante de las y los bomberos forestales vamos a la calle tras la campaña de alto riesgo de incendios, y no realizamos dicha prevención.
Pero incluso la extinción es precaria (en algunos dispositivos más y en otros menos). El ejemplo más dramático lo tenemos en Castilla y León, con un dispositivo de extinción que sólo funciona al completo durante tres meses, privatizado, sin categoría profesional reconocida, con bajos salarios y repleta de gente inexperta, ya que con esas condiciones la profesión de bombero forestal queda reducida a ser un trabajo esporádico de verano para estudiantes.
El Presidente acaba de anunciar un Real Decreto legislativo sobre incendios forestales, pero no confío en que introduzca cambios estructurales en esta situación.
- Millones de jóvenes salen a las calles para protestar contra la crisis climática. ¿La movilización de los/las estudiantes es un camino a seguir? ¿Cuáles son los límites de estas movilizaciones?
La movilización de la juventud es justa y necesaria, pero no es suficiente. La irrupción de la clase trabajadora es esencial, ya que somos nosotros y nosotras quienes manejamos todas las palancas de la sociedad. Los gobiernos del mundo llevan décadas realizando fastuosas cumbres climáticas sin ningún resultado práctico. La emergencia climática ha seguido agravándose mientras tanto.
Veo la única posibilidad de salida a esta situación en la rebelión social de la clase trabajadora y la juventud, rompiendo con los gobiernos y tomando las riendas en sus manos. Sé que es una posibilidad que puede sonar remota, pero pienso que es la única alternativa realista, así sea difícil, al desastre ecológico.
- Con estas movilizaciones hemos visto aparecer varias posiciones y propuestas para responder a la crisis climática. En tu opinión, ¿cuáles son las medidas inmediatas y las estratégicas?
La única opción para minimizar (que no evitar) los impactos es dejar de quemar inmediatamente combustibles fósiles de manera radical. Es necesario reducir cada año más del 7´5% de las emisiones para mantenernos en un umbral de seguridad. Ello supondría lógicamente una profunda transformación social, incompatible con el capitalismo.
Especialmente, porque no existe ni parece que vaya a existir a corto plazo una fuente energética que los pueda sustituir en su dimensión actual (tampoco las “energías renovables”). Es obligatorio reducir el uso de materiales y energía, planificando la producción para atender a las necesidades sociales. Es importante señalarlo porque el “socialismo” estalinista fue tan destructor del medio ambiente como el capitalismo.
Pero esa reducción global debe tener un apellido según clases sociales. No puede seguir acrecentando la desigualdad, sino todo lo contrario. Siguiendo la estimación calculada por Tim Gore, para que esta política sea posible, el 1% más rico deberá reducir sus emisiones un 97%, mientras que el 50% más pobre de la humanidad aún podría más que duplicar las suyas.