En el 2018 hubo 583 muertos en accidentes laborales; el pasado viernes, un joven de 17 años murió en el campo andaluz, trabajando en plena ola de calor… El que le ordenó trabajar en esas condiciones, con alerta roja en medio Estado por altas temperaturas es, como mínimo un homicida por imprudencia.
Pero no, «aquí no paga nadie» decía la obra de Dario Fo; y no se refería a los empresarios que obligan a trabajar en unas condiciones en las que el gobierno está recomendando no salir de casa, o evitar las horas centrales del día; como si ir a la fábrica, a la obra, al campo, o a repartir pizzas en esas condiciones no fuera peligroso, más peligroso que hacer turismo en el centro de Sevilla.
Más allá de las responsabilidades de los empresarios y del gobierno, que mira para otro lado, está una ideología que nos han vendido todos estos años, que «la clase obrera no existe». ¿Cómo van a morir obreros y obreras en accidentes laborales, si no existen? Lógicamente si los obreros / as no existen, no habrá crespones negros en los ayuntamientos, ningún cargo publico saldrá a la puerta de las instituciones a denunciar la muerte, … «Nadie se acordará de ellos»… Total era un «no existente», era una persona de una clase social que «no existe»; cómo vamos a visibilizar lo que no existe.
Una lógica que atraviesa no a la derecha, incluido ese partido que dice ser «socialista y obrero», sino a la misma izquierda progresista, incluidos las organizaciones sindicales, atrapados en las redes de la «teoría de la diversidad», que son los que nos la venden adornada con una fraseología aparentemente radical. Unos adornos que solo son una declaración de impotencia para transformar la sociedad desde la raíz: acabar con la explotación de la clase obrera, sean del genero que sea, de la raza que sea o de la nación a la que pertenezcan.
La verdadera transversalidad está en la existencia de esta clase social, y por eso tienen tanto interés en invisibilizarla; en repetir machaconamente que «no existe», que somos clase media, no vaya a ser que tomen conciencia de la explotación que sufren, y les causa a veces la muerte, y dinamiten desde dentro, desde los centros de trabajo, comercios y producción, el sistema que tanto interés se toma en invisibilizarlos.
Esta es la terrible lógica del desprecio de toda la sociedad hacia los 583 muertos (14 más que en el 2017) del pasado año, por eso ni ellos, los progresistas y las organizaciones sindicales, les dedican ni un minuto de silencio a unos muertos que «no existen» en sus cabezas; pero que siguen cayendo fruto de las leyes y reformas laborales que los entregan atados de pies y manos a los empresarios, de unos salarios de miseria que les obligan a hacer jornadas extenuantes en las peores condiciones.
Nunca verás morir un empresario en su jornada laboral, él seguirá las recomendaciones del gobierno, de no salir de casa (o de la terraza), de hidratarse, de evitar las horas centrales del día, … mientras los “no existentes” arriesgarán sus vidas asfaltando, repartiendo, recogiendo fruta, trabajando en la fábrica…
Es la lucha de clases entre la que todo el mundo acepta y reconoce, la burguesía, los que obligan a trabajar en cualquier condición, y hasta le ponen nombre, el “Ibex 35”; y otra clase, la obrera, que todo el mundo rechaza y oculta, pero que es la única que es verdaderamente radical, va a la raíz de todas las opresiones y explotaciones. ¿O acaso liberarse de morir por la explotación, como sería en otra sociedad distinta, no abre la puerta a acabar con las opresiones de genero, de raza o de nación? ¿Que interés podría tener el joven de 17 años en mantener las opresiones, si se liberara del que lo obligó a trabajar a 40 grados a la sombra? Por esto, la verdadera transversalidad está en esa clase que todo el mundo oculta.
Murió un joven trabajador que se vio obligado a trabajar por un sistema que solo conoce una verdad: el que paga, manda. Su género, su nación o su religión, si la tenía, era una decisión individual que lo mejoraba, nada más, ni nada menos.