“No se valora una cosa hasta que se pierde” (dicho popular).

Las cartas dirigidas por decenas de militares retirados al rey y a la UE, junto con la amenaza de algunos de que hay que fusilar a “26 millones de personas” para “salvar España”, debería haber provocado un verdadero terremoto social. Porque no son una salida de tono las ideas de ex altos cargos del ejército que no hace mucho tenían mando sobre unidades militares, junto con el silencio del que es su Jefe, el rey; son una amenaza en toda regla a las libertades democráticas que cuentan con portavoces políticos (Vox).

Pues bien, ese terremoto social no se ha producido; las organizaciones que son parte de esos “26 millones”, es decir, las de la clase obrera y los pueblos del Estado, salvo excepciones, han mirado para otro lado como si no fuera con ell@s. Y nada más lejos de la realidad; la universalización de las libertades democráticas son una conquista de los pueblos que le arrancó a la burguesía, tras muchos años de lucha y sufrimiento.

La conquista de las libertades

No pensemos que cayeron de un golpe, el 14 de julio de 1789. Falso. El principal derecho, el voto, ni tan siquiera en la revolución francesa fue universal. Era una democracia muy limitada; lo que la burguesía conquistó fue su derecho al voto; los no propietarios, las mujeres y por supuesto los esclavos, no podían hacerlo.

La lucha contra el voto censitario, por el sufragio universal, fue un largo proceso de más de 150 años, que ha tenido todos los vaivenes propios de la lucha de clases. Fue la lucha por el voto de los obreros, después el de las mujeres; los esclavos fueron liberados, pero no por eso adquirieron automáticamente su derecho al sufragio, debieron luchar y mucho por él, y por los derechos que ello conlleva (reunión, expresión, …) La burguesía sabía que el derecho al voto significaba unas libertades democráticas que ayudarían a l@s oprimid@s a organizarse para enfrentarla, por eso no lo concedía si no era bajo la presión de la lucha social.

En general, desde los años 70 del siglo XX, el voto universal es una conquista en todo el mundo, sólo rota por momentos de dictadura, una forma de “guerra civil interna” que anula esos derechos políticos. La burguesía puede vivir sin ellos; no los necesita más que para dirimir sus diferencias internas, mientras la clase obrera y los pueblos, por el contrario, necesitan este “ecosistema” de libertades para desarrollar su organización y lucha por el socialismo en mejores condiciones; por eso, cada cierto tiempo la burguesía a través de sus instituciones represivas, tienden a recortar su alcance, pues con ello recortan la capacidad de respuesta a sus planes de explotación y opresión.

La conquista de las libertades, como demostraron los franceses estos días atrás cuando salieron masivamente contra los intentos del gobierno de Macron de recortarlas, ayuda a la lucha social; son el “ecosistema” más favorable para el desarrollo de esa lucha.

Economía y libertades

Desde el siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX la burguesía extiende todo su poder por el planeta desde sus orígenes en Europa; junto a la economía capitalista va la “democracia” y las libertades como marco político y legal de organizar la sociedad que influye en todo el mundo. Así, la revolución negra haitiana de finales del siglo XVIII, fruto de la crisis de la Francia feudal, se hace a imagen de la que los blancos de la metrópoli están llevando a cabo. La fuerza de la democracia es que supone la ruptura total y absoluta no sólo con el régimen feudal, sino también con el esclavismo, como se comprobará en la década de 1860 en los EEUU.

La población negra haitiana sigue el ejemplo que le dan los blancos de la metrópoli, porque la democracia, incluso en su forma burguesa, es una manera de organizar la sociedad cualitativamente superior a las jerarquías feudales y esclavistas. Lo mismo pasará en los EE.UU. cuando la burguesía nordista, impulsada por su desarrollo industrial rompe las estructuras esclavistas del sur, liberando a los esclavos. No es un criterio moral el que mueve a Lincoln a liberar a los esclavos, sino bien económico, el obrero “libre” da una rentabilidad económica superior que cualquier otra relación social anterior pues lo implica en el desarrollo social; si para conseguirlo hay que ir a la guerra, a la burguesía no le tiembla la mano. Sobre esa libertad económica se construye todo el discurso democrático de la burguesía

Esta es la superioridad, su carácter revolucionario, del capitalismo sobre cualquier otro modo de producción; el obrero “libre” asocia su calidad de vida a esa palabra, “libre”. No es vendido como una persona, sino su capacidad de producir que al tiempo le convierte en consumidor. Y si eres libre para venderte como asalariado/a, eres libre para organizar como mejor vender esa mercancía (los sindicatos); … de ahí a los derechos políticos solo hay un salto en la conciencia de esos obreros y obreras.

Cuando la burguesía recorta derechos políticos, lo que está limitando es la capacidad de los asalariados y asalariadas para organizarse para mejor vender su mercancía, la fuerza de trabajo. Esto es lo que liga materialmente los derechos sociales y los derechos políticos de la clase obrera y l@s oprimid@s. Es una relación directa, a mayores derechos políticos más derechos sociales y a menores derechos políticos, retroceso en los sociales. Por eso la clase obrera debe ser la primera interesada en defender los derechos políticos; sólo con ellos estará en mejores condiciones para defenderse de los apetitos explotadores de la burguesía.

En un proceso dialéctico, la burguesía al buscar obreros “libres” que explotar se encontró con la lucha por todas libertades del conjunto de la sociedad. Mientras el desarrollo económico del capital se basaba en el “laisser faire”, fue haciendo concesiones a las luchas obreras y sociales por el sufragio universal, las organizaciones obreras, etc.; todo esto se vino abajo cuando el imperialismo capitalista, a comienzos del siglo XX dio sus primeros síntomas de decrepitud y estalló la I Guerra Mundial.

La crisis de la economía capitalista entre 1914 y 1945 supuso la desaparición de las libertades en todo el continente europeo; allí donde surgieran hacia dos siglos. Las dictaduras fascistas que lo atravesaron fueron la respuesta del capitalismo al auge de la revolución socialista, que para frenarla hubieron de destruir las libertades hasta las raíces. En países centrales como Alemania, Japón o Italia, el capital renunció a las libertades democráticas porque vio peligrar el principal derecho que como burgués tiene, el derecho de propiedad.

Tras la II Guerra Mundial, y con el crecimiento económico que significaron los “30 gloriosos”, las libertades democráticas burguesas se impusieron en los principales estados imperialistas: la derrota de los estados fascistas del Eje, Alemania, Japón e Italia, y la constatación de la barbarie que significaron, creó una conciencia “antifascista” con sólidas raíces en casi toda Europa. Los golpes militares, las dictaduras y la represión de masas, como la revolución, se ciñó a los países semicoloniales, donde los imperialismos, comenzando por el yanqui, hacían y deshacían a su antojo en defensa de sus intereses.

En Europa sólo sobrevivieron dos dictaduras del período entre guerras, la portuguesa y la española. La primera fue derribada por la revolución de los “claveles”, y aunque fue derrotada con la reacción democrática, incorporó a la población portuguesa a esa conciencia “antifascista” sólida. El caso español es la excepción que permite entender actitudes que serían inexplicables en el resto de Europa.

La Transición Española fue durante años un “ejemplo” de “reconciliación nacional” entre las clases enfrentadas desde el 36; el fascismo / franquismo, con el aval de la izquierda y de los partidos de la clase obrera, se disfrazaron de “demócratas” y con ello la conciencia antifascista desapareció: las libertades no aparecen como una conquista sino una concesión del régimen franquista y sus herederos, que las vigilan.

La reacción o contrarrevolución democrática: el voto

La revolución portuguesa significó la vuelta de la “revolución” a la Europa imperialista. La clase obrera y el pueblo portugués, entre abril del 74 y noviembre del 75 reintegró el “fantasma del comunismo” en los estados centrales, en un momento histórico de ascenso revolucionario en toda Europa, que había comenzado en el mayo del 68.

La burguesía no podía abrir el melón de los golpes de estado para frenarla, en plena Europa y con la caída de las dictaduras europeas viva (Grecia y Estado Español); lo que en Chile les sirviera contra la revolución, el golpe de Pinochet, en el viejo continente era inviable. Surgió así una nueva política burguesa, que a la larga les ha dado grandes resultados: la contrarrevolución democrática, que otros llaman “de reacción democrática”. Se llame como se llame, el objetivo es el mismo, reintegrar un ascenso de luchas sociales y una crisis política del aparato del Estado, al pantano de la democracia en su versión más limitada, el parlamentarismo.

No es una reacción burguesa que incluya una represión masiva, aunque no excluya golpes de la represión, sino que apoyándose en las organizaciones mayoritarias de la clase obrera, busca legitimar un nuevo régimen por la vía parlamentaria. Combina, y debe combinar para que funcione, la “zanahoria” de ciertas concesiones en derechos democráticos con “el palo”.

En Portugal el “palo” fue la amenaza constante de la OTAN ante la revolución; en el Estado Español, en la transición, fue lo que se ha dado en llamar el “ruido de sables”; la amenaza constante de una vuelta al pasado (tal y como ahora están haciendo los militares en la reserva). De esta manera, una crisis política de gran calibre termina siendo reabsorbida por el sistema a través del voto.

El derecho al voto, que en sus orígenes fue motivo de grandes luchas sociales, es hoy “el mito” alrededor del que se construyen las políticas burguesas para legitimar regímenes reaccionarios. Casi siempre que tienen un problema social en nivel crítico, se produce un llamamiento a unas elecciones; los partidos de izquierda se disciplinan a ese llamamiento, dejando las movilizaciones en un segundo plano. Al final, el voto popular legitima la nueva situación.

Este “cretinismo parlamentario” fue la gran herramienta para derrotar a los pueblos que se levantaron contra la restauración del capitalismo en la URSS y otros estados obreros. Tras la promesa de una democracia a la “occidental”, con el voto como gran conquista democrática, metieron la privatización y desmantelamiento de las relaciones sociales de producción no capitalistas que se mantenían en esos estados.

Las legítimas aspiraciones a las libertades democráticas de esos pueblos fueron transformadas en la lucha por una democracia “de tipo capitalista”, a falta de un partido de “tipo bolchevique” que como si de un cirujano se tratara, hiciera una diferenciación entre libertades y relaciones sociales de producción capitalista. Dicho de otra forma, la única manera de defender las libertades para el pueblo era luchar contra la democracia capitalista que a modo de “espejismo” vendían los medios de comunicación y los burócratas reconvertidos en capitalistas. Un espejismo que tapaba la realidad de lo que sucedió: la vuelta al capitalismo.

Desde la revolución portuguesa, pasando por la transición española, la revolución nicaragüense, hasta las revoluciones árabes, los procesos de lucha en Latinoamérica o la mencionada restauración del capitalismo, las burguesías han utilizado hasta la saciedad y con buenos resultados la llamada “contrarrevolución democrática” como herramienta para desactivar, desviar y derrotar los procesos revolucionarios.

Si en el siglo XIX la lucha por las libertades democráticas respondía a las necesidades de amplios sectores sociales, de la clase obrera, de las mujeres, de los esclavos; hoy, en la decadencia del capitalismo, la democracia capitalista se ha reducido a una palabra: votar. La democracia no son las libertades de expresión, manifestación o reunión, estas pueden ser recortadas sin mayor coste político; la democracia la han reducido al derecho a votar a quien va a legislar contra la clase obrera y los pueblos durante cuatro años.

Por eso esta política precisa del acuerdo y la complicidad de las organizaciones obreras, progresistas y de izquierdas; sin ellas haciendo eje en esa confusión de la democracia con las elecciones y el voto, los trabajadores y trabajadoras, l@s oprimid@s no creerían en la democracia capitalista. Son ellas las que con su cretinismo parlamentario alimentan su indefensión ante las políticas del capital y sus gobiernos.

Las libertades democráticas y la lucha por el socialismo hoy

Antes de la restauración capitalista hasta el reformista más recalcitrante (Berstein, Kautski, Allende, Stalin, Soares o Cunhal, …) ligaba la lucha por las libertades democráticas a la lucha por el socialismo. Para ellos la lucha por la democracia burguesa era una etapa necesaria en la lucha por el socialismo; su traición surgía cuando toda su política se quedaba atada a la pata de la democracia capitalista a través de pactos con la burguesía; llámense Frentes Populares, Unidades Populares, acuerdos con el MFA o directamente acuerdos con sectores del imperialismo.

Todos hacían alarde de la “vía nacional (aquí póngase el país o estado correspondiente) al socialismo”, para justificar esos acuerdos con la burguesía o sectores de ella, quien imponía su programa de democracia burguesa. El final era la derrota de la revolución, ya fuera por vía dictatorial o por la vía de la reacción democrática.

La caída del Muro y la consiguiente campaña del imperialismo sobre la “muerte del socialismo” acabó por desligar la lucha por la defensa de las libertades democráticas de la revolución socialista, de tal forma que “liberadas” de su carácter de herramienta en la lucha revolucionaria, quedan como entelequias que la burguesía interpreta como le da la gana. La democracia ya no es el “poder del pueblo”, sino la obediencia a la ley; como si en las sociedades no capitalistas no hubiera leyes. La diferencia entre una democracia y un régimen autoritario (sea capitalista, feudal, esclavista, etc.) no es la existencia de leyes, que existen por escrito desde el Código de Hamurabi en Asiria; sino cómo se elaboran y dónde reside la soberanía política.

El capitalismo en su decadencia sólo precisa del voto cada cuatro años que legitime el régimen de turno, todas las demás (expresión y reunión) les sobran, puesto que los ataques que tiene que llevar adelante para recuperar la tasa de ganancia, es decir, para aumentar la explotación exigen la pasividad y la desorganización /atomización de la clase obrera.

En este sentido, el neoliberalismo ensalzó las libertades individuales, que la izquierda incorporó como “empoderamiento”, cuando en realidad se resumía en el “emprendimiento” para que cada quién se buscara la vida como pudiera, y votara cada cuatro años. Así, las libertades que tienen implicaciones colectivas, tanto desde el punto de vista burgués como el derecho de reunión o expresión, como de la clase obrera, el de huelga o manifestación, son prescindibles; y desde hace décadas se asiste una verdadera orgía de recortes en estos derechos colectivos. Desde el Acta Patriótica tras el 11 S hasta el intento de Macron de una “Ley mordaza” a la francesa, todos los gobiernos aprovechan cualquier oportunidad, sea un atentado terrorista sea una pandemia, para clavar un clavo más en la tumba de las libertades democráticas.

Las libertades democráticas, con el derecho al voto a la cabeza, sólo adquieren todo su sentido libertador como herramientas de la clase obrera en su lucha por el socialismo; en manos de la burguesía son sólo medios para legitimar su opresión y explotación. El “cretinismo parlamentario” de la inmensa mayoría de las organizaciones llamadas de izquierda les convierte en parte activa del problema, puesto que son ellas las que vehiculizan la confianza de los pueblos en los mecanismos de la democracia capitalista. Hay que reintegrar su defensa en el programa de transición a la revolución socialista, como una herramienta fundamental en esa lucha.