“Solo en nombre de los derechos universales de la sociedad puede una clase determinada arrogarse el dominio universal. La energía revolucionaria y la conciencia moral del propio valor no bastan solamente para tomar por asalto esta posición emancipadora y, por tanto, para el agotamiento político de todas las esferas de la sociedad en el interés de la propia esfera. Para que coincidan la revolución de un pueblo y la emancipación de una clase particular de la sociedad burguesa; para que un estado de la sociedad se haga valer por todos, todas las faltas de la sociedad deben encontrarse, a su vez, concentradas en otra clase; un determinado estado debe ser el estado contra lo cuál es dirigido el ataque de todos, lo que incorpora la traba impuesta a todos; una particular esfera social debe aparecer como el delito conocido de toda la sociedad, así que la emancipación de esta esfera aparezca como la emancipación universal cumplida por obra propia. Para que una clase determinada sea la clase liberadora por excelencia, otra clase debe, por tanto, ser la clase evidentemente opresora. El valor general negativo de la nobleza y del clero franceses determinaba el general valor positivo de la burguesía, que era una realidad y se contraponía a aquellos”.
Por Roberto Laxe
Cuando Marx, en la Introducción a la Critica de la Filosofía del Derecho de Hegel, habla de “estado” se refiere, no al aparato institucional estatal, sino a sectores sociales que componen una nación. Recordemos que esta obra esta escrita bajo el influjo directo de la Gran Revolución Francesa, que comienza cuando el “Tercer Estado”, la burguesía y pequeña burguesía, rompen con los “Estados Generales” convocados por el rey, donde los otros dos “estados” son la aristocracia y el clero. La liberación del “tercer estado” suponía la revolución, como se concretó en la Convención que convocaron en el Juego de Pelota, para elaborar lo que fue la Primera Constitución burguesa de Francia: la Declaración Universal de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
La burguesía, en 1789, habló en nombre de los “derechos universales de la sociedad”, lo que a lo largo del siglo XIX significó el fin del feudalismo, la abolición de la servidumbre y la esclavitud en todo el mundo, la reforma agraria y la conquista de las libertades democráticas y la separación de la religión/estado. Pero como “todo lo que existe, merece perecer”, a más de 200 años de esa gran revolución, la burguesía se transformó en su contrario; de hablar en nombre de los “derechos universales de la sociedad”, pasó a hablar en nombre de sus intereses de clase, cada vez más estrechos y enfrentados a los “derechos universales de la sociedad”, a la que ponen el borde del abismo.
Recambio en el sujeto social del cambio
La burguesía asumió ese papel revolucionario no por una cuestión moral, voluntarista, sino porque con sus medidas que surgían de sus relaciones sociales, significaban una revolución frente a la anquilosada estructura feudal y las sociedades pre capitalistas con las que convivió; que eran freno objetivo para el desarrollo de la humanidad enviadas al vertedero de la historia por la burguesía con su revolución.
De la misma manera que la caída del Imperio romano arrastró al esclavismo, forma fácil y barata de acumular riqueza, pero que por eso incluso no ayudaba en nada al desarrollo práctico de los inventos que ahorraban tiempo de trabajo. El esclavo, a diferencia del obrero actual, no tenía ningún interés subjetivo en la mejora tecnológica, puesto que el desarrollo no le mejoraba en nada sus condiciones de vida; al fin y al cabo él mismo era una propiedad más del dueño de la tierra, y tan prescindible cómo cualquier animal o herramienta que hubiera en la propiedad.
De la misma manera que la incapacidad del feudalismo, durante siglos, para dotarse de una verdadera estructura unificada, nacional, permitió el desarrollo de una burguesía comercial asentada en las incipientes ciudades (burgos), que más tarde o temprano chocarían con las formas caducas de la producción feudal basadas en la rapiña militar y la economía de subsistencia.
De esta manera, la burguesía sentó las bases del recambio en el sujeto social, al chocar con esas estructuras anquilosadas de propiedad de la tierra improductiva y grandes masas campesinas a las que se les extraía la sangre a través de impuestos, ya fuera en especies (cualquiera de las variantes de los contratos forales) o por la servidumbre directa, que los ataba a la tierra.
El capitalismo supera la forma militar del enriquecimiento, y lo transforma en una forma económica. Al liberar a los esclavos del propietario, al liberar al siervo del aristócrata, al liberar a la tierra de la producción para la subsistencia y ponerla al servicio del mercado, los capitalistas se apropiaron de las dos fuerzas productivas fundamentales, la fuerza de trabajo del ser humano y la tierra.
Pero lo hace, por decirlo a la manera «conspiranoica», de una manera muy sibilina. El contrato de trabajo es una relación supuestamente “libre” entre el propietario de la fuerza de trabajo y el propietario del capital, que establecen una relación que, dicen, beneficia a los dos. Y en algún sentido es cierto; todo desarrollo tecnológico objetivamente permite favorecer la liberación de la necesidad de trabajar, puesto que aumenta la capacidad productiva del sistema. De esta manera el trabajador o la trabajadora intuye que, a pesar de ver en la máquina un enemigo, de últimas, podría favorecerle en sus condiciones de vida si fuera él quien controlara las máquinas y no estuvieran al servicio del lucro capitalista.
Por eso el problema del avance tecnológico no es “asexuado”; la tecnología, los avances científicos, cualesquiera que sean, no son ni buenos ni malos en si mismos. Por ser abiertamente polémico con los que quieren ponerle puertas al mar del conocimiento humano, desde la nanotecnología hasta los transgénicos, desde la energía nuclear hasta el grafeno, cualquier avance tecnológico puede ser (acaso olvidamos ya la diferenciación aristotélica de “en potencia” y “en acto”) una bendición para la humanidad. Dicho de una manera gráfica, alguien puede criticar por reaccionaria a Marie Curie por descubrir la radiactividad o a Einstein por sentar las bases de la energía nuclear. Quien piense así, tiene más de Torquemada, así sea adornado por el ecologismo o decrecimiento, que de Copérnico o Galileo.
La burguesía, con su revolución, abrió estas puertas al desarrollo tecnológico del ser humano; pero lo hizo cómo propietaria de los medios de producción, por lo que sustituyó a las clases dominantes previas, aristocracia en algunos casos, esclavistas en otros, en el dominio de la sociedad. Fue una revolución en las formas, pero reacción en su contenido de clase que con el tiempo ha ido tomando el dominio de la contradicción. En la fase imperialista del capitalismo esta contradicción entre unas formas revolucionarias y un contenido explotador se resolvió a favor de esta última, conllevando la propia destrucción de la naturaleza.
Otro cambio de sujeto social
El capitalismo actual es un freno al verdadero desarrollo de las fuerzas productivas, pero no en el sentido economicista que le imprimió el stalinismo, confundiendo “fuerzas productivas” con aparato industrial; sino en el sentido humanista que siempre tuvo en Marx y el propio Engels, como capacidad productiva del ser humano. Cuando Marx y Engels decían que las dos fuerzas productivas más importantes eran “el ser humano y la tierra” no se referían, obviamente, a la vulgarización stalinista; sino que resaltaban el papel de trabajo humano en el desarrollo de la sociedad: “el metabolismo del capitalismo” al que se refería Marx.
Por eso, cuando hablan del choque entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción habitualmente se hace tabla rasa de que tanto uno cómo el otro, hablan de ser humanos. Que autores supuestamente marxistas como Michael Löwy simplifiquen esa contradicción, para justificar el ecosocialismo, esta avalando las mentiras de los medios burgueses contra el marxismo, reduciéndolo a una teoría económica, que además, nos dicen, demostró su fracaso en los “estados del socialismo real”.
El choque entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción se puede reducir a un choque entre capacidades humanas, “el ser humano” y su capacidad para producir valores de uso que mejoran sus condiciones sociales; lo que incluye por principio, la propia continuidad de la especie, de ahí que la ecología sea parte indisoluble y hoy central de la lucha por el socialismo: no existe socialismo que no sea ecológico, y las relaciones que esos ser humanos establecieron para producirlas en un momento histórico concreto.
El capitalismo, al tiempo que sentaba las bases para el desarrollo humano liberando las fuerzas del esclavismo y la servidumbre -esto es lo que significa en un momento histórico concreto “hablar en nombre de los derechos universales de la sociedad”-, sentaba las bases de su contrario, pues los ponía en función de sus intereses particulares, de la propiedad privada de los medios de producción y distribución. Cuando este período histórico cambia, y el capitalismo se libera de las trabas precapitalistas, deja de “hablar en nombre de los derechos universales”, para hablar de “sus” derechos particulares.
En 1917 una nueva clase comenzó a hablar “en nombre de los derechos universales de la sociedad”, la clase obrera. Y lo hizo con una fuerza que estremeció al mundo. En la clase obrera todos los oprimidos, desde los pueblos saqueados hasta las mujeres, encontraron el vehículo para sentar las bases de su liberación. Esto es lo que significa “hablar en nombre de…”, ¿o acaso son casualidad que en 6 meses, la dictadura del proletariado en la URSS tomara medidas a favor de los oprimidos más profundas y radicales que todos los gobiernos burgueses, hasta los más democráticos, hasta hoy, cien años después?.
¿No es casualidad que en 1917 se tomaran medidas de respeto al derecho a la independencia de los pueblos, de conquistas para las mujeres que ni en sueños se exponían en aquel momento (y ahora se están perdiendo), para los homosexuales fue el primer estado en despenalizarlo, en contraste con la Cuba postrevolucionaria que la mantenía penalizada, y, lógicamente, para la clase obrera? La revolución de Octubre fue, parafraseando a Marx, “el valor positivo del proletariado” frente al “valor general negativo del capital y la burguesía”. Y de la misma manera que ésta lo hace en nombre de toda sociedad frente a la aristocracia y el esclavismo, ahora es la clase obrera la que habla en nombre de toda la sociedad.
La base material de este recambio en el sujeto social
En 1917 la clase obrera levantó la bandera de “los derechos universales de la sociedad”; la degeneración stalinista, que culminó en una restauración del capitalismo destruyó esta bandera, y sus trozos cayeron en cabeza, no de los responsables de la destrucción de todas las conquistas de la clase obrera, la burocracia stalinista, sino de muchos de los que la levantaban denunciando a esa burocracia.
Todo un sector de la izquierda revolucionaria, autocalificada de marxistas, se fue tras las concepciones burguesas que criticaban un supuesto economicismo y productivismo marxista, tras las teorías del fin de la historia, de la superación de la lucha de clases por el trabajador difuso o las multitudes. En una degeneración intelectual del marxismo, se confundieron las partes con el todo; o para ser más precisos, desapareció el todo, la clase obrera como clase revolucionaria que “habla en nombre de los derechos universales de la sociedad”, y quedaron las partes: los sectores oprimidos de la sociedad capitalista. Cada uno de ellos se ofreció cómo alternativa al vacío provocado por la degeneración estalinista del primer Estado que representó a esa clase social.
Estos sectores, como buenos críticos parciales, tienden a la metafísica en sus criticas al marxismo, a Marx y a Engels, a Lenin y Trotski, a Rosa Luxemburgo o al mismo Gramsci, y lo que es peor, tienden a la metafísica histórica en las criticas a los estados surgidos de esas revoluciones, cuando les critican el productivismo y el industrialismo.
Vamos a ver…es aberrante justificar los crímenes de las burocracias stalinistas, por los desaguisados industriales que cometieron, comenzando por el aumento de los sufrimientos de la propia clase obrera a través del stajanovismo; promovidos por una conducción burocrática y contrarrevolucionaria de la economía. Pero no se puede olvidar, so pena de caer en el otro extremo reaccionario de la abstracción, que venían de sociedades que estaban saliendo, en ocasiones, del neolítico, el nomadismo, el sistema de castas, o de estados industrializados en muy pequeña medida, siempre al servicio de los intereses de potencias imperialistas. Desde la Rusia zarista hasta el Vietnam de los 70, estamos hablando de sociedades donde la clase obrera era minoría, y aun así, encabezaba revoluciones.
En sus criticas a los marxistas clásicos se vuelve a caer en el mismo método reaccionario por metafísico, sacarlos de contexto histórico: su vida se desarrolla, especialmente en el caso de Marx y Engels, en un contexto en que el capitalismo es cosa de dos: Gran Bretaña y Francia, a la que progresivamente se van incorporando EEUU, Alemania, Italia, más tarde Japón,… Donde los desastres ecológicos del capitalismo aún son limitados y aun así denunciados por Engels y Marx, cuando se refieren a las condiciones insalubres de los barrios obreros de la gran potencia industrial, Gran Bretaña, o del empobrecimiento de la tierra por la entrada del capitalismo en la propiedad agraria.
Los críticos que leyeron a Marx tienen que reconocer que es justamente el análisis de la acumulación de capital, la lógica del beneficio por encima de todo y la tendencia a la mercantilización de la sociedad, lo que está en la base de los desastres ecológicos actuales. Pero como a estos sectores se les cayó en cabeza los restos de las banderas rojas de la URSS, tiraron la parte humana de esa lógica capitalista, la explotación de la clase obrera como eje necesario de la acumulación, de la lógica del beneficio y la tendencia a la mercantilización que se llama alienación, cosificación y reificación.
Al perder de vista esta base material del “estado” que puede hablar en nombre de los derechos universales de la sociedad, su critica aparentemente progresiva queda en un análisis economicista, que no levanta una alternativa global a la sociedad, sino un parcheo sectorial.
A estas alturas de la crisis del capitalismo, social, económica, ecológica y por donde se mire, que nos pone al borde del abismo, el problema no está en preguntarse cuáles son los males del sistema, que son más que evidentes… La pregunta es qué clase social puede galvanizar los “derechos universales de la sociedad”, de los desastres ecológicos, de la opresión de la mujer y las minorías raciales, de los pueblos, etc.
Porque el planteamiento de Marx en la Introducción a la Crítica a la Filosofia del Derecho de Hegel es bien hegeliana, solo que en una perspectiva materialista; el todo es superior a la suma de las partes; pero es una superioridad dialéctica, no aritmética. No es la suma de todos ellos lo que convierte un programa en revolucionario; sino que ese programa es revolucionario cuando va a la raíz del problema, cuando es radical en sentido etimológico de la palabra. Todo el mundo reconoce, y en eso se hay unidad, que es la propiedad privada de los medios de producción, distribución y financieros la que está en la raíz de la explotación y la opresión.
Vamos ahora a la segunda parte de la proposición de Marx para definir una “clase” como revolucionaria. “(…) para que un estado de la sociedad se haga valer por todos, todas las faltas de la sociedad deben encontrarse, a su vez, concentradas en otra clase”; así, de la misma manera que “El valor general negativo de la nobleza y del clero franceses determinaba el general valor positivo de la burguesía, que era una realidad y se contraponía a aquellos”, la explotación de la clase obrera, comenzando por sus sectores más oprimidos como las mujeres trabajadoras de los estados semicoloniales (maquilas, fábricas de las multinacionales deslocalizadas…) concentran todas las faltas de la sociedad, desde la explotación de clase hasta la opresión como mujeres, o el vertedero de la industria más contaminante en que han convertido a los estados semicoloniales.
La clase obrera, en su explotación, concentra y combina todas las opresiones de la sociedad burguesa; por eso no le costó ningún esfuerzo a la clase obrera rusa adoptar las medidas que adoptó en el seis meses que siguieron a la toma del poder… Estaban hablando en nombre “de los derechos universales de la sociedad”, que en la decadencia del capitalismo tiene un nombre, socialismo. Por eso, intentar evitar por cualquiera vía intelectual o política, el reconocimiento de que el todo de clase obrera es superior a la suma aritmética de las partes oprimidas, solo conduce al neoreformismo, a intentar buscar soluciones parciales.
El programa de la transformación socialista de la sociedad es el programa que habla en nombre de esos derechos universales, donde hay que integrar con toda su plenitud las partes que lo integran. El todo no anula las partes, solo las integra y les da una coherencia en su lucha.