Cuando en diciembre de 1991 se declaraba la disolución de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) se inició un debate, que continúa actualmente, sobre las causas de esta caída y el significado histórico y político de este hecho.
Hubo cuatro criterios para su interpretación. El más difundido fue el que presentaron el imperialismo y sus medios: se trataba de un triunfo del capitalismo sobre el socialismo porque aquel habría demostrado ser un sistema económico más eficiente y, además, podía otorgar “democracia” (entendida como el mecanismo electoral burgués). Las masas de los “países socialistas” habrían comprendido esta superioridad y, por eso, derribaron la URSS y restauraron el capitalismo, así como en 1989 habían derribado el Muro de Berlín.
En numerosos artículos hemos rebatido esta supuesta superioridad del capitalismo y no vamos a reiterar en este esos debates. Sin embargo, basta ver la durísima realidad mundial (aumento permanente de los niveles de pobreza, miseria y hambre; destrucción de la naturaleza; “normalización” de las pandemias…) para comprender el verdadero significado de ese “triunfo”.
Por su parte, el estalinismo (expresión política de la burocracia que gobernaba la ex URSS), que partía de una valoración opuesta de la del imperialismo sobre la realidad objetiva, acababa llegando a la misma conclusión: tanto la caída de la URSS como la restauración del capitalismo eran, en última instancia, culpa de las masas.
Cuando debe explicar por qué sucedió esto, el estalinismo tiene que apelar a una lógica bizarra. Porque dice que sin bien el “socialismo real” tenía problemas, el proceso iba avanzando[1]. Sin embargo, las masas fueron ganadas por la “propaganda imperialista” y actuaron contra sus propios intereses. Tal explicación antimarxista remite a la frase de una canción de Silvio Rodríguez que, en otro contexto, dice “Nos lo ha podrido el enemigo”.
Este razonamiento está destinado a ocultar el papel de la burocracia estalinista de la ex URSS en todo el proceso. Por un lado, el gran debilitamiento del Estado obrero que su política provocó. Por el otro, como la cuestión central, que fue la propia burocracia estalinista la que restauró el capitalismo.
La transición al socialismo
Frente a esta explicación simétrica del imperialismo y el estalinismo, nosotros reivindicamos los análisis, criterios, definiciones y pronósticos realizados por el revolucionario ruso León Trotsky en la década de 1930, en especial en su libro La revolución traicionada[2]. En ese trabajo, Trotsky plantea, como una de las alternativas del futuro de la URSS, que la burocracia estalinista restauraría el capitalismo si no era echada del poder por la clase obrera. ¡Este pronóstico fue realizado casi 60 años antes de la caída de la URSS! Por eso, lo consideramos el único análisis marxista de lo que sucedió, es decir, un análisis científico y ajustado a los hechos de la realidad.
Marx había previsto que la revolución socialista comenzaría por los países capitalistas más desarrollados de la época y que, necesariamente, debía extenderse en nivel internacional. Porque una sociedad socialista sería una sociedad superior, desde el punto de vista económico y cultural, a la más avanzada de las sociedades capitalistas.
A partir de esa premisa, él consideraba que, luego de una corta transición de reordenamiento de la economía, según las nuevas pautas de funcionamiento, comenzaría la fase socialista de la sociedad que, luego del gran desarrollo que esta permitiría, se llegaría a la fase del comunismo.
Sin embargo, una combinación de circunstancias históricas hizo que la primera revolución de este tipo que se consolidó se diese en Rusia, un país relativamente atrasado. Esto representaba una realidad nueva, no prevista por Marx: la existencia de un período más extenso de transición al socialismo, en el que, por las limitaciones del desarrollo económico nacional, las normas socialistas no podían aplicarse de modo pleno y subsistirían ciertos criterios capitalistas de distribución desigual de la riqueza producida.
Como se distribuía estaba condicionado por cuánto se producía. Esto determinaba que la subsistencia del Estado obrero y su aparato superestructural serían necesarios durante todo ese período y no podían irse extinguiendo gradualmente en sus funciones, como había previsto Marx en el marco del avance hacia el comunismo.
Para Lenin y Trotsky, la única resolución posible para esta limitación, y para la profunda contradicción que ella representaba, era la extensión de la revolución en nivel internacional, a los países capitalistas más avanzados. Por eso, pusieron sus mayores esfuerzos en la construcción de la III Internacional. En esos años, la mirada estaba puesta especialmente en el impulso a la revolución en Alemania.
La degeneración del Estado obrero
Sin embargo, la revolución fue derrotada en Alemania y también en otros países de Europa, por razones que no desarrollaremos aquí. La joven URSS quedó aislada y sometida a condiciones extremadamente difíciles. Un marco en el cual se fue consolidando una burocracia dentro Estado obrero que, finalmente, logró el control completo del aparato del Estado.
No fue un proceso pacífico sino una verdadera contrarrevolución que asesinó o persiguió a la mayoría de los dirigentes del partido bolchevique y a miles de cuadros y militantes de los años de la revolución de 1917. Trotsky y sus seguidores combatieron duramente ese proceso de burocratización y, por ello, fueron duramente perseguidos. Trotsky fue expulsado del partido, condenado al exilio, y finalmente asesinado en México, en 1940.
Cuando hablamos de burocratización nos referimos a dos procesos íntimamente ligados. Por un lado, el surgimiento de una capa privilegiada y parasitaria que tenía un nivel de vida muy superior al del conjunto de la clase trabajadora y las masas de la URSS. Por el otro, que, para defender esos privilegios, construyó un aparato de represión y control político sobre las masas.
Sin embargo, el principal crimen que cometió la burocracia estalinista fue abandonar la lucha por la revolución internacional y marchar de modo creciente hacia la “coexistencia pacífica” con el imperialismo, con la reaccionaria teoría de que era posible construir el “socialismo en un solo país”. Basado en esa concepción, el estalinismo traicionó numerosas revoluciones en Europa y en todo el mundo.
El pronóstico alternativo
Es con ese marco del triunfo de la burocracia estalinista que Trotsky escribe La Revolución Traicionada para analizar lo que había sucedido, definir en qué se había transformado la URSS, y cuáles eran sus perspectivas.
De un análisis muy profundo, concluye que la URSS todavía era un Estado obrero porque las bases económico-sociales que había construido la Revolución de Octubre aún existían. Que la burocracia estalinista “a su manera y con sus métodos” todavía las defendía. Esas bases, aunque no permitían superar al imperialismo (como pretendía el estalinismo) generaron un importante desarrollo económico, de ritmos superiores a los del imperialismo que, después de la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra, hicieron que llegase a ser la segunda economía del mundo.
Por eso, Trotsky comienza su libro refiriéndose a estos avances y concluye que la eficacia de la economía estatal centralmente planificada había demostrado su validez no en los libros sino en una experiencia viva de la realidad.
Pero, luego de esta constatación, Trotsky no se engañaba con el significado de estas cifras que el estalinismo exhibía orgullosamente en defensa de su teoría. Por un lado, él era consciente de la profunda superioridad productiva que mantenía el imperialismo. Por el otro, analizaba las profundas contradicciones y diferenciaciones sociales que existían y crecían al interior de la URSS: en especial, los privilegios de la burocracia frente al nivel de vida de la clase obrera, pero también el surgimiento de otros sectores pequeñoburgueses.
En ese marco, en el que considera que si bien la burocracia estalinista todavía defendía las bases económico-sociales del Estado obrero, al mismo tiempo, con sus métodos y su política, las erosionaba de modo constante y las iba debilitando.
Para definir esta combinación altamente contradictoria de la subsistencia de las bases económico-sociales construidas por la Revolución de Octubre con una superestructura estatal controlada por la burocracia estalinista, Trotsky se ve obligado a crear una nueva categoría: la URSS de Stalin era un Estado obrero degenerado (o enfermo).
Él consideraba que esa combinación era altamente inestable y que su destino futuro (si avanzaría hacia el socialismo o retrocedería al capitalismo) no estaba definido de antemano. Sobre esta base, Trotsky concluye dando un famoso pronóstico alternativo: o la clase obrera derrocaba a la burocracia estalinista del poder (es decir, realizaba una revolución política) y reconstruía una superestructura estatal sana, sin contradicciones con las bases económico-sociales de ese Estado y “abría el camino al socialismo”, o la burocracia acabaría restaurando el capitalismo porque, para defender sus privilegios, querría darles un carácter permanente solo asegurado por el “derecho de propiedad privada”.
Fue un pronóstico genial que, lamentablemente, se verificaría, décadas más tarde, en su variante más negativa. Porque eso es lo que sucedió en China bajo la dirección de Deng Xiaoping, en 1978, con las “Cuatro Modernizaciones”; en la URSS con la Perestroika de Mijail Gorbachov, en 1986; y en Cuba, con el Período Especial llevado adelante por la dirección castrista, en la década de 1990.
La burocracia había dejado de defender las bases económico-sociales a las que nos hemos referido y comenzaba el proceso de restauración del capitalismo. Según los propios criterios señalados por Trotsky en los materiales referidos (“el carácter de clase de un Estado se define por el tipo de propiedad que defiende”), esos países habían dejado de ser Estados obreros y se habían transformado en Estados capitalistas, aunque el régimen político controlado por los PCs siguiese siendo el mismo. Por eso decimos que esta elaboración central de Trotsky ha pasado la prueba de la historia.
En resumen, no fue la acción de las masas sino la burocracia estalinista encabezada por Gorbachov (asociada al imperialismo) la que inició la restauración del capitalismo, en 1986. Esto significa que cuando, años después, la superestructura política de la URSS fue disuelta ya no era un Estado obrero sino un Estado capitalista, aunque tanto la explicación del imperialismo como la del estalinismo unifiquen el significado de ambos hitos del proceso.
Un error de Trotsky
Sin embargo, junto a su brillante análisis, para nosotros Trotsky incurre en un error de pronóstico cuando afirma que, para restaurar el capitalismo, la burocracia estalinista debería llevar adelante necesariamente una contrarrevolución contra las masas, porque éstas saldrían a defender las bases económico-sociales del Estado obrero y las conquistas que representaban. La realidad, evidentemente no fue así.
Para nosotros, ese error de pronóstico se debe a que Trotsky no sacó la conclusión de que –dado que la contrarrevolución estalinista realizada entre la segunda mitad de la década de 1920 y 1936 (año en que escribe La Revolución Traicionada) había significado una dura derrota para l@s trabajador@s y las masas soviéticas– la burocracia tenía la correlación de fuerzas necesaria para restaurar el capitalismo, si así lo definía.
Desde ese año hasta 1986 se produjeron diversos acontecimientos y procesos, como la invasión de los ejércitos de la Alemania nazi y otros países del Eje, en la Segunda Guerra Mundial (una contrarrevolución que, de haber triunfado, hubiese destruido a la URSS), y la repuesta heroica en defensa del Estado obrero por parte de las tropas y las masas soviéticas, a pesar de que toda la política previa de Stalin llevaba a una terrible derrota[3]. Después hubo un período de reconstrucción.
Luego de la muerte de Stalin (1953), con Nikita Kruschov, la burocracia amagó algunos cambios cosméticos en el régimen político, que luego quedaron en la nada. Con su sucesor, Leonid Brezhnev, quedó claro que la política aplicada era lo que algunos analistas definieron como “inmovilismo”[4]. Inmovilismo del que, con el ascenso de Gorbachov, la burocracia saldría con la política de restaurar el capitalismo.
En todo el proceso, el aparato represivo y de control político del movimiento de masas creado por el estalinismo se mantenía esencialmente intacto. Al mismo tiempo, en las fábricas y empresas se desarrollaba una permanente negociación de hecho entre los directores y l@s trabajador@s para el cumplimiento de los planes, por un lado, y la obtención de algunos beneficios adicionales si estos se cumplían, por el otro.
L@s trabajador@s y las masas comprendían que las bases económico-sociales se expresaban en determinadas conquistas que no existían en el capitalismo, como el derecho a tener un trabajo o los buenos niveles de salud y educación públicas y gratuitas. A cambio de ello, toleraban la falta de democracia y los privilegios de la burocracia, más aún luego de la derrota de los procesos de revolución política en Europa del Este (Berlín, 1953; Hungría, 1956; Checoslovaquia, 1968; Polonia en la década de 1970) . Esta combinación es lo que varios autores denominaron el homo sovieticus[5].
En ese marco, l@s trabajador@s consideraban, con total justicia, que el aparato estatal de la burocracia les era ajeno: un lugar “allá arriba” donde se decidían los planes y las directivas que luego ellos verían cómo incidían en su trabajo y en su vida cotidiana. Estaban acostumbrad@s a que, cada tanto, esos planes y directivas sufrieran virajes. A sus ojos, la Perestroika de Gorbachov aparecía entonces como uno más de esos virajes “allá arriba”, sin percibir que se trataba de algo mucho más profundo: un cambio del carácter de clase del Estado y el inicio del proceso de restauración.
Cuando comprendieron que ese cambio les perjudicaba y que, al mismo tiempo, el régimen político represivo seguía intacto, salieron a luchar contra ello, en especial luego de la caída del Muro de Berlín (1989). Ese proceso de lucha derribó el régimen político construido por el estalinismo pero no pudo revertir la restauración del capitalismo.
Nuestra confusión
El error parcial en el pronóstico de Trotsky generó una confusión en las organizaciones trotskistas, a partir de finales de la década de 1970: habían comenzado a producirse cambios en el carácter de clase de los Estados llamados “socialistas” y procesos de restauración del capitalismo que no se percibieron porque no estaban acompañados por una contrarrevolución contra las masas por parte de la burocracia.
La LIT-CI también sufrió esa confusión durante varios años, incluso en vida de su fundador Nahuel Moreno. Por ejemplo, no comprendimos el significado de las Cuatro Modernizaciones aplicadas por Deng Xiao Ping en China, a partir de 1978, y la definimos como “una NEP dirigida por Bujarin”[6]. Esta interpretación luego se extendió también a la Perestroika de Gorbachov.
Este error nos llevó a otra confusión política posterior. Cuando se produjeron las movilizaciones que derribaron el Muro de Berlín y la rebelión de la Plaza Tiananmen (ambas en 1989), las caracterizamos como el inicio de las revoluciones políticas contra los regímenes burocráticos de los Estado obreros (previstas por Trotsky) y no como lo que realmente eran: una lucha contra dictaduras capitalistas.
Desde finales de la década de 1990, se realizaron diversas elaboraciones que superaron esta confusión y nos permitieron comprender lo que había ocurrido y ajustar nuestra posición política ante la realidad actual de países como Rusia, China y Cuba[7].
Pero, incluso con la consideración de ese error parcial (y de la confusión que tuvimos al mantenerlo), reafirmamos que la elaboración y los pronósticos de Trotsky en La Revolución Traicionada son el único análisis marxista, científico, y ajustado a los hechos de la realidad sobre lo que sucedió.
Notas:
[1] Ver, por ejemplo, el documental “La caída de la URSS: el mito del colapso económico”
[2] Sobre este libro, en especial su capítulo IX (“¿Qué es la URSS?”), tomamos la versión de https://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/La%20revolucion%20traicionada.pdf. Es interesante también leer el artículo “¿Ni un Estado Obrero ni un Estado Burgués?” en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/dm/37.htm
[3] Sobre este tema recomendamos leer al artículo: https://litci.org/es/la-naturaleza-de-la-segunda-guerra-mundial-ii/
[4] Ver, por ejemplo, La Dinámica del Inmovilismo. El Sistema Soviético entre Crisis y Reforma, de Peter W. Schulze, en https://static.nuso.org/media/articles/downloads/1331_1.pdf
[5] Ver, entre otros materiales, (1986). Homo sovieticus de Aleksandr Zinóviev (Ed. Grove/Atlantic, 1986) y El fin del Homo sovieticus de Svetlana Aleksiévich (Ed. Acantilado, 2015).
[6] La NEP (siglas en ruso de Nueva Política Económica) fue aplicada en la URSS, a partir de 1921, por propuesta de Lenin. Consistía en la autorización de funcionamiento de criterios capitalistas de propiedad en el campo, el comercio y la pequeña industria. A partir de 1923, se fueron perfilando alas en el partido bolchevique sobre su aplicación. El ala izquierda, encabezada por Trotsky, estaba a favor de su continuidad pero alertaba de los profundos riesgos que implicaba, en especial el enriquecimiento de los propietarios rurales (los kulaks). El ala derecha, expresada por Nicolai Bujarin, por el contrario estaba a favor de impulsarlo con la consigna “kulaks enriqueceos”.
[7] Ver, por ejemplo el artículo “China, mito y realidad” (2001) en https://litci.org/es/china-mito-y-realidad/; el “Debate de la LIT-CI con los dirigentes cubanos” (2001) en https://litci.org/es/debate-de-la-lit-ci-con-los-dirigentes-cubanos-2001/ y el libro El veredicto de la Historia, de Martín Hernández (Ed. Sundermann, Brasil, 2008).