Autora:Loubna Mrie
| Traducción: Elisa Marvena
Publicado originalmente en inglés en: Al Jazeera 4/03/2018
Mientras que el número de víctimas mortales en el suburbio damasquino de Guta Oriental alcanza las casi 700 personas en dos semanas, y continúa aumentando, muchas voces consideradas progresistas continúan justificando la carnicería.
Muchos están totalmente convencidos de que el régimen lucha contra al Qaeda en Guta Oriental, que utiliza a civiles como escudos humanos – y de ahí que los cientos de muertos no sean realmente culpa del régimen.
Un gran número de personas de izquierda en Occidente y en Oriente han estado absorbiendo la propaganda del régimen durante años. Desde el académico australiano Tim Anderson, que asegurabaque Bashar al Asad no ha tenido nada que ver con las muertes en masa de civiles y que únicamente estaba siendo demonizado por el Occidente imperial, hasta periodistas británicos o estadounidenses como Robert Fink y Seymour Hersh, que han sostenido que el régimen no usó armas químicas en los diversos ataques sobre civiles. Figuras políticas de izquierda continúan creyendo que la dictadura de Asad es un bastión antiimperialista en la región que debe ser apoyado.
Se niegan a aceptar que han muerto alrededor de 500 mil personas (medio millón) durante la guerra, la gran mayoría a manos del régimen quien, a diferencia de los rebeldes, posee, y usa indiscriminadamente, una fuerza aérea (incluyendo los infames barriles explosivos lanzados desde helicópteros).
Aunque existen razones históricas detrás de estas ideas erróneas sostenidas por amplios sectores de la izquierda, a la luz de la atroz destrucción actual y la pérdida de vidas en Siria, éstas son sencillamente inexcusables.
Personalmente me resulta inconcebible que gente que ha defendido la justicia social y los derechos humanos por todo el mundo, se posicione a favor de un régimen que ha explotado económicamente ytorturado a su población, y asesinado a civiles inocentes de las formas más atroces posibles. O cómo personas que conocen la propaganda de guerra imperial de Estados Unidos, no reconocen el equivalente ruso.
Desde que huí de Siria en 2014, he escuchado dos mitos comunes de la izquierda sobre lo que está ocurriendo en mi país. Seguidamente abordaré ambos.
Es un complot de cambio de régimen contra un gobierno legítimo
Mucha gente que no estaba pendiente de lo que sucedía en Siria en 2011 y 2012, quizás no sean conscientes de que el conflicto actual comenzó como un verdadero levantamiento popular en el país.
En marzo de 2011, los sirios, yo misma incluida, nos unimos a la Primavera Árabe, y teníamos muchas razones para hacerlo.
Soñábamos con un cambio político y socioeconómico, elecciones justas, y un estado que nos respetase a nosotros y a nuestros derechos. Y nadie puede decirnos, especialmente nadie desde el “mundo libre”, que nuestra revuelta no estaba justificada.
El presidente actual, Bashar al Asad, llegó al poder en el año 2000. No, no a través de elecciones o siquiera consultas con los partidos o el consenso de la comunidad y los líderes religiosos. Sencillamente, Bashar “heredó el trono” de su padre, Hafez, tras su muerte.
Tampoco Hafez fue elegido. Llegó al poder en 1970 gracias a un golpe militar.
Los sirios de mi edad, y las tres generaciones anteriores a mí, nunca votamos en toda nuestra vida adulta. La única vez que he votado fue en Arab Idol.
La Siria de mi infancia era un estado policial represor. Crecí creyendo que las parades tenían oídos y que no se podía criticar al régimen, incluso dentro de tu propia casa.
En las escuelas nos lavaban el cerebro a diario. Yo asistí a la escuela baazista, en la que el retrato del presidente adornaba todas las parades. Durante el saludo a la bandera cada mañana, cantábamos por la inmortalidad de Hafez al Asad antes de entrar en clase. Memorizábamos las canciones que lo alababan a él y al partido Baaz, teníamos que recitar sus discursos. Él era nuestro padre y líder. Cuando Hafez murió en el año 2000, yo tenía 9 años. Lloré porque aquél que siempre me habían dicho que era inmortal había muerto como un ser humano corriente.
El país pertenecía a la familia Al Asad. No se podían hacer negocios si no a través de ellos. Los parientes de Al Asad y sus socios cercanos tenían control directo sobre las licencias de importación y los contratos públicos.
El primo de Bashar, Rami Makhlouf, es el hombre más rico de Siria. Makhlouf controla la mayor compañía de telefonía móvil, canales de televisión, periódicos pro-gubernamentales y, antes de la guerra, controlaba la industria del petróleo y el gas del país.
Antes de 2011 no estaban permitidas las actividades políticas, hasta tal extremo que asistir a reuniones políticas podía llevarte a la cárcel y la tortura durante años. Tras la breve “Primavera de Damasco” a principios de los años 2000, cuando nos atrevimos a soñar que las cosas podían cambiar con Bashar, y la consiguiente ola de represión, nos dimos cuenta de que Bashar era igual que su padre.
Sólo que resultó ser aún peor.
Así que en marzo de 2011, cuando vimos a los tunecinos y a los egipcios levantarse y deshacerse de sus dictadores, pensamos que nosotros también podíamos exigir cambio. A pesar de la represión y la propaganda institucional, los sirios nos arriesgamos y salimos a las calles. Personas de todos los colores y orígenes se unieron a las protestas – cristianos, drusos, musulmanes, sunitas, alauitas, ismaelíes, palestinos, circasianos… jóvenes y mayores, hombres y mujeres, pedimos cambio.
Sabíamos que el precio a pagar por el cambio sería alto, pero no teníamos ni idea de que lo fuera a ser tanto. Los manifestantes fueron asesinados con munición real. Perdí a muchos de mis amigos; me dispararon. Pude ver ante mis ojos cómo la policía y los francotiradores disparaban a gente por la espalda. Empezaron a darse desapariciones en masa, personas que nunca volverían; algunos aparecieron muertos tras su arresto. Y fue ése el momento en el que Bashar perdió cualquiera que fuese su legitimidad como dictador.
Así que no, no es un cambio de régimen impuesto por Occidente. Éste es un levantamiento contra un dictador ilegítimo. Aún tenemos toda la razón de exigir un cambio.
Nos nos importa en absoluto dónde se posicionen los EEUU en nuestra lucha. El cambio de régimen, cuando lo pide el pueblo que sufre bajo el autoritarismo, es legítimo. Que diversos poderes, como los EEUU y sus aliados en el Golfo y Turquía, hayan tomado parte en el conflicto (y lo hayan, de hecho, militarizado) no deslegitima nuestra lucha. Y esperamos que los movimientos internacionales de izquierda nos apoyen, no que nos ignoren o se burlen de nosotros.
Los yihadistas se esconden en Guta. El régimen sirio lucha contra ellos
Como en todo conflicto caótico, la radicalización encontró un terreno fértil en la lucha siria. Cuando las personas están expuestas a tremendas presiones e injusticias, trágicamente, algunas se radicalizan.
El hecho de que haya algunos que hayan tomado un camino más radical en los últimos siete años no significa que todos los que somos anti-Assad también seamos terroristas.
En Siria – en Guta en particular – existen grupos armados como Jaish-al Islam, Failaq al Rahman, Ahrar al-Sham o Hay’et Tahrir al-Sham (cuya presencia es muy pequeña, contrariamente a lo que pueda haberte hecho creer Al Asad) entre otros – y todos ellos han cometido violaciones y abusos contra los derechos humanos.
Sin embargo, esto no significa que Guta esté habitada por terroristas. Muchos sirios, no sólo en Guta sino a través de las demás zonas rebeldes, han plantado cara y han resistido al extremismo y la opresión de todas las partes. Un buen ejemplo de ello son las activistas Razan Zeytouneh y Samira al-Khalil, que documentaban en Guta las violaciones de derechos humanos a manos de todas las partes en el conflicto, por lo que fueron amenazadas tanto por el régimen como por los grupos armados de la zona. Razan y Samira fueron secuestradas en diciembre de 2013 y no se las ha vuelto a ver; sus familias señalan a Jaish al Islam como responsable.
Así que en efecto, los grupos armados han cometido violaciones y sí, también han lanzado misiles sobre zonas civiles en Damasco. Pero al mirar los abusos de un solo lado estás ignorando lo esencial: primero, que la población general de Guta Oriental – la que más está sufriendo – no lucha; dos, que el régimen está matando a gran escala. Los ataques de los rebeldes mataron a 64 civiles en toda Siria durante el mes de febrero, mientras que el bombardeo del régimen mató a 852. El régimen también ha arrestado, desaparecido de forma forzosa, torturado y ejecutado a decenas de miles de personas.
Y las acusaciones rusas sobre que los grupos armados mantienen retenidos a los civiles como escudos humanos suena demasiado familiar. Cada vez que Israel bombardea Gaza, se aferran a la misma narrativa; los 1,500 civiles asesinados en el verano de 2014 también eran “víctimas usadas como escudos humanos”. También los EEUU dijeron lo mismo de las cerca de 1,000 personas que perdieron la vida durante la ofensiva sobre Raqqa.
Saudi Arabia, Qatar, Turquía, los Estados Unidos e Israel, todos han tomado parte en el conflicto, pero también lo han hecho Rusia e Irán. Los grupos rebeldes han matado a civiles, y también lo ha hecho el régimen – a gran escala, además. No puedes condenar los crímenes de una parte sin condenar los de la otra y seguir pensando que eres un defensor de la justicia.