Profundizar en la relación entre el mercado y la planificación es crucial para la reconstrucción de un verdadero proyecto socialista, que enfrente la crisis social global que vive el capitalismo. Pero el debate no es nuevo en el marxismo.
Por Roberto Laxe (2014)
Para la tarea de reconstruir ese proyecto es decisivo hacer referencia a que esta contradicción ya se vivió, y dio lugar a experiencias que atravesaron la revolución rusa, cubana o yugoslava; la primera al calor de la NEP, es decir la reintroducción del mercado en el que era una economía planificada, obligada por la queda de la producción provocada por la guerra civil. En ese debate participaron los principales dirigentes bolcheviques, desde Trotski hasta Bujarin o Preobrajenski.
La segunda se produjo en los años 60, tras lo triunfo revolucionario en Cuba, y tuvo como grandes protagonistas al Che, Mandel y Bettelheim, además de dirigentes de la economía cubana. En Yugoslavia, por su parte, intentaron resolver esta contradicción a través de la propiedad obrera y el control obrero en las empresas, pero que competían entre sí y de esta forma conservar al mercado. En su libro “Contra el mercado” de David McNally responsabilizó la crisis y el colapso del modelo de “socialismo de mercado” no al control obrero sino todo el contrario, a la persistencia del mercado. Así pues:
“Uno puede ver algunos de estos efectos en el caso de la economía yugoslava de los 1960s, 1970s y 1980s. Yugoslavia era el estado estalinista que más seriamente trató de coordinar los elementos de la participación de los trabajadores en la empresa con la regulación del mercado. Y los resultados fueron enteramente consistentes con el análisis que presentamos: tendencias inherentes hacia el desempleo (parcialmente aliviado por un tiempo por la emigración), inflación, el aumento de la desigualdad social, y la concentración y centralización del capital. El caso yugoslavo demuestra que la regulación del mercado impone sus propios imperativos en la empresa respectivamente de su estructura de propiedad o el grado de control obrero (que en el caso yugoslavo era a veces exagerado por algunos)”
Para encarar el debate de una manera concreta, actual, hay que señalar que todos esos ejemplos, Rusia, Cuba o Yugoslavia, se dieron después de la destrucción del capitalismo en esos países; con gobiernos obreros en el poder y con un tercio de la población mundial fuera del mercado. Por el contrario ahora la discusión se da en unas condiciones totalmente contrarias, el mundo es capitalista y desde amplios sectores de la izquierda se levanta la “economía socialista de mercado”, como se autocalifica China o el “socialismo del siglo XXI” defendido en Venezuela, como la alternativa al capitalismo, a sus crisis, intentando la cuadratura del circulo.
La economía de mercado
Desde un punto de vista formal el mercado es el lugar, físico o no, en el que se produce el intercambio de mercancías, virtuales o no, y se da la asignación de recursos y de rentas de acuerdo con las leyes de la oferta y la demanda; actúa en la esfera de la distribución de productos no en su producción. Para el caso tanto da que sea un mercado físico, material, como un virtual, el mercado de valores; la cuestión es el papel que cumple en la economía capitalista.
Para los economistas capitalistas, el mercado tiende al equilibrio entre la oferta y la demanda, a todo vendedor le corresponde un comprador (competencia perfecta); pero como las crisis periódicas del capitalismo -ruptura de este equilibrio- demostraron que eso es simplemente una utopía, surgieron teorías y políticas correctoras de esa competencia perfecta con la que sueñan todos los burgueses.
El marxismo sí ve el mercado como el lugar donde se intercambian mercancías y el papel que le otorgan los capitalistas de equilibrar la oferta y la demanda; pero el mercado tiene otra función fundamental, que a largo plazo es la central; a través de los precios, es el lugar donde el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las mercancías se transforman en su forma monetaria, dinero, al intercambiarse por otras.
Por este motivo, el mercado vive en una tendencia constante al desequilibrio. El aumento de la productividad del trabajo reduce ese tiempo de trabajo, favoreciendo a los capitales “mejor” invertidos – más rentables- y presionando a la concentración y centralización del capital, expulsando (arruinando) a los peor invertidos. De esta manera, la oferta y la demanda no se desequilibran por motivos ajenos al capitalismo -codicia, avaricia, especulación,…-, sino por motivos que enraízan en la competencia intercapitalista a través de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Cada capitalista va al mercado como uno “lobo para los otros capitalistas”, parafraseando a Hobbes, desequilibrando el mercado.
Aunque la voluntad del sistema sea la del “equilibrio perfecto” que le permita la reproducción permanente; la realidad de la competencia obliga a crear constantemente las condiciones para el “desequilibrio”, es decir, las crisis y sus consecuencias para la población de desempleo e inflación. De esta manera, el mercado se convierte no en el estabilizador del sistema, sino en su contrario, el lugar donde los capitalistas se enfrentan unos con otros.
En este sentido es importante señalar que aunque mercado existió a lo largo de la historia, desde que la sociedad se dividió en clases sociales y fue preciso el intercambio de productos por una medida de valor; es sólo en el capitalismo donde esa institución se transforma en el núcleo central de la acumulación de capital.
En el esclavismo y en el feudalismo, la riqueza se acumulaba sobre la base de la conquista militar, del saqueo de otros territorios y de los impuestos, siendo el comercio, el mercado, una manera marginal de enriquecerse. Era manu militari la forma de acumular riqueza; por el contrario, es bajo el capitalismo cuando el mercado se convierte en el motor de la acumulación de capital. Dicho de otra manera, no se concibe capitalismo sin mercado. El capitalismo es la economía de mercado.
Economía planificada
Si la economía de mercado basa la asignación de recursos -eufemismo que encubre el futuro de una aventura empresarial- en unas leyes supuestamente objetivas, las curvas de oferta y demanda, en la que la voluntad del ser humano es “libre” para comprar o vender lo que quiera, la planificación se basa justo en el principio contrario; la asignación de recursos, el futuro y la estabilidad del sistema no puede estar en manos de unas leyes objetivas, sino bajo el control directo de la sociedad.
La planificación introduce la conciencia en la economía. Los que defienden la economía de mercado no explican que es la selva donde el “hombre actúa como lobo para otro hombre” la que determina los acontecimientos; y sí, también actúa la conciencia, la voluntad, del ser humano solo que controlada por fuerzas ajenas como son las leyes de oferta y demanda. El mecanismo del mercado es absolutamente automático y aleatorio, impredecible. Un capitalista pone en circulación una mercancía, la lleva al mercado, en competencia con otros, a unos compradores y estos, suponiendo que actúen libremente, son los que deciden el futuro de esa aventura, no bajo criterios sociales, sino de rentabilidad económica.
El capitalista hizo una apuesta en la que entran no sólo su capital, la maquinaria que adquiriera, sino también incorporó fuerza de trabajo, es decir, otros seres humanos, a los que implicó en esa aventura. La voluntad de un individuo, implica la de otros individuos… que han ir a otro mercado, el del trabajo, compelidos por la necesidad. La historia hay un montón de leyes de vagos y maleantes que obligaban (y obligan) a los pobres a entrar “libremente” en la aventura de un individuo ahora llamado “emprendedor”. Puede que la aventura salga bien, pero en la inmensa mayoría de los casos sale mal, y el final es de todos conocido, la ruina para el “emprendedor”, el paro y la miseria para sus “colaboradores”.
Esta es la tremenda inmoralidad del capitalismo. Las palabras como leyes de mercado, libertad individual, carácter emprendedor, asignación de recursos,… son eufemismos que esconden la realidad de que todo eso esta en función de los beneficios empresariales individuales. Son estos los que determinan, de últimas, la viabilidad de todo el proyecto social.
La planificación de la economía da la vuelta al funcionamiento social. La asignación de recursos no dependen del criterio de la rentabilidad, sino de la necesidad social; no se basa en la mayor o menor productividad del trabajo -aunque en el socialismo esta superara cualitativamente a la del sistema capitalista, al liberarse de las ataduras del interés individual de cada capitalista particular-, sino en la resolución de problemas sociales. Por eso, la planificación de la economía es un salto de calidad en la conciencia social, puesto que la ponen delante de sus contradicciones y la obliga a tomar decisiones colectivas.
Planificación democrática e internacional
Cuando Lenin hablaba de que el Imperialismo abría la transición al socialismo lo decía, evidentemente, porque las grandes multinacionales, la tendencia al monopolio por la concentración y centralización del capital, introducen la planificación de la economía en dos sentidos, uno, la concentración y centralización del capital hace que el mercado “libre” sea sustituido por los monopolios y los oligopolios, dos, en el incluso funcionamiento interno de las empresas. El problema estriba en que esta “planificación” está al servicio de la rentabilidad, de derrotar en la competencia en el mercado mundial a los otros capitales.
Una multinacional, en su interior, utiliza los criterios de la planificación de la economía e incluso el trueque. Las diferentes secciones de la multinacional no se venden entre ellos las partes del producto, sino que lo intercambian sin llevarlo al mercado; desde el centro de la multinacional se planifican los objetivos y se asignan recursos a las distintas ramas de la empresa.
Una multinacional sienta las bases de la planificación; pero al actuar en el marco del mercado mundial, todas sus medidas de planificación chocan con su irracionalidad. Esta es la contradicción que el capitalismo en su fase imperialista es incapaz de resolver, que sólo la revolución socialista podrá hacerlo Para eso hay que introducir en la planificación dos conceptos que escapan por completo a las estructuras capitalistas, uno, el carácter democrático, dos, el aspecto internacional.
Los críticos de la planificación en la asignación de recursos dicen que no hay “criterios” objetivos que permitan hacerlo, mientras que el mercado con sus leyes, a largo plazo, y si funciona correctamente, sí lo hace porque tiende al equilibrio entre el vendedor y el comprador (este es el discurso actual de que no nos preocupemos, el sistema si autorregula y saldremos de esta a poco que lo dejemos funcionar). Desgraciadamente, la realidad demuestra que hay crisis de un calado tal que esa “autorregulación” tiene otro nombre: guerra y destrucción,… tras las cuáles el sistema puede retomar el camino del equilibrio. Pero por el camino quedaron millones de ser humanos y la devastación de naciones enteras; es lo que algunos, hipócritamente, llamaron la “destrucción creativa”.
La irracionalidad del mercado a la hora de asignar recursos esta en la base de esta tendencia a la barbarie en las relaciones capitalistas, por eso la planificación, al introducir la consciencia en esas determinaciones, es cualitativamente superior. Pero para evitar que esta planificación sea una repetición del burocratismo de los estados llamados “socialistas”, o sólo sirva para adoptar medidas correctoras respeto de los excesos del mercado, manteniendo las bases de su irracionalidad natural, tiene que darse dos condiciones
Una, la asignación de recursos que el mercado hace de manera autoritaria, sobre la base de la rentabilidad económica, en la planificación tiene que partir de las necesidades sociales y, por lo tanto, de la decisión democrática de la sociedad. El mercado asigna recursos a posteriori, cuando decide quién es rentable y quien no (por eso es irracional) bajo la mayor o menor productividad; por contra la planificación democrática es apriorística, la población a través de sus autoorganización y democráticamente, decide cuáles son los recursos, donde se va a poner el acento del desarrollo, etc. Es más lento, sin duda, pero más racional, esta claro.
Dos, para que la planificación no tenga ninguna interferencia, debe tener un carácter internacional. Mientras exista mercado mundial a determinación de los precios tendrá la ley de valor como criterio de productividad, y la competencia interferirán sobre la producción y distribución de bienes, incluso sobre aquellos estados que expropiaran a la burguesía, adoptaran medidas de control de comercio exterior y criterios de planificación de la economía. Ningún país es autosuficiente, dado que inevitablemente tiene que acudir al mercado mundial, así sea la pequeña escala, este influye sobre las estructuras no capitalistas, corroyéndolas como el acido.
El carácter burocrático que adquirieron los estados que habían expropiado a los capitalistas y su aislamiento nacional, justificado por la teoría del Socialismo en un sólo país, condujeron a su implosión. Al abandonar la base democrática de la planificación y el carácter internacional del socialismo sentaron las bases para la restauración del capitalismo.
La planificación y el mercado en la transición al socialismo
La utopia del paso directo del capitalismo al “no estado” es eso, una utopia, puesto que la revolución no se producirá al mismo tiempo en todos los lugares. El desarrollo desigual y combinado provoca que los saltos en la historia no tengan un carácter mecánico, uniforme, donde todos los seres humanos den el paso del capitalismo al socialismo al unísono.
La realidad es mucho más compleja, las estructuras económicas, políticas e ideológicas enraízan de manera distinta en los seres humanos. Las más evidentes, las económicas y las políticas son más fáciles de detectar y de suprimir. Las ideológicas, por contra, aparecen como parte de la naturaleza humana, no adquiridas por siglos de división de clases; y no son tan fáciles de detectar y, por tanto, de superar.
El tránsito de una sociedad de clases a una sin clases es un largo camino que interrelaciona las tres transformaciones. Lógicamente el primer paso es barrer las estructuras económicas sobre las que se sustentan todas las demás. Pues bien, incluso estas no caen por tierra al incluso momento: cada estado, cada nación, cada formación social concreta tiene sus propios ritmos de desarrollo y todas se unifican en el mercado mundial. La ruptura de esta cadena en sus eslabones más débiles no provoca su desaparición, como mucho su debilitamiento, por eso durante todo un largo período de tiempo se va a producir una combinación de realidades, una transición.
Acabar con la irracionalidad del mercado sólo será posible cuando desaparezca el mercado mundial, antes toda medida de planificación mantendrá, así sea de una manera secundaria, elementos del propio mercado. La cuestión es sobre que columna se construye esa sociedad en transición, y esa columna se le llama expropiación de la burguesía y construcción de un Estado Obrero bajo otras bases estructurales distintas, que se verá compelido a adoptar medidas correctoras de la influencia del mercado mundial, hasta que este no desparezca con la revolución socialista mundial.
No existe una relación absoluta de medidas, puesto que la realidad es mucho más rica que cualquier esquema apriorístico; pero por la experiencia histórica de las revoluciones que nos precedieron, el criterio se basa en preservar el carácter planificado y consciente de los pasos que se den, limitando en la medida de las posibilidades a influencia corrosiva de las leyes del mercado y la acumulación de capital en manos personales.
Las medidas de transición, que suponen la existencia de un estado que las defienda, son fundamentalmente el monopolio del comercio exterior, la nacionalización de los medios de producción y financieros, la industria y la tierra, el control obrero y popular y la existencia de órganos de planificación central de la economía. Todo eso a partir de la decisión democrática de la población trabajadora.
Son medidas de transición, puesto que a medida que la revolución se extienda y abarque a cada vez más países, la planificación democrática de la economía tomará preeminencia sobre el mercado mundial haciendo posible lo que Marx definiera como comunismo, el paso del “gobierno de las personas a la administración de las cosas”. Mientras que para la asignación de los recursos, es decir, la distribución de los productos y de las rentas haya que acudir a un instrumento aleatorio e impredecible como es el mercado, será preciso el gobierno de las personas, es decir, del estado para poner orden en esa distribución a través del gobierno de las personas (la policía); sólo cuando esa orden este preestablecido a través de la planificación, no será preciso; la sociedad autoorganizada lo que tendrá que hacer es “administrar” las cosas fruto de su trabajo.
Por todo ello, mezclar “mercado” con “socialismo”, sin establecer esa columna vertebral fundamental que es la expropiación de la burguesía y la instauración de un estado obrero es intentar juntar agua con aceite… se rechazan en todos los aspectos, desde lo más simple y estructural hasta lo más complejo e ideológico. No se sostiene desde ningún punto de vista, salvo desde el aspecto más político de evitar que la clase trabajadora reconstruya un programa económico y social independiente de los esquemas burgueses.
Es evidente que muchos sectores sociales, golpeados por la crisis del capitalismo, pero en la inercia del apogeo del neoliberalismo de los 90, tienen que dar muchos pasos en el camino de la reconstrucción de ese programa independiente. Es una de las tareas fundamentales del marxismo revolucionario, en esta fase de la lucha de clases de reorganización y reconstrucción del programa, delimitar las herramientas conceptuales que van a permitir cumplirla.