¿Por qué la religión, cualquiera que ella sea, laica o creyente, cumple un papel tan importante en la sociedad? El “poder de dar y quitar la vida” reside en dios, nos dicen desde una de las instituciones que expresa una religión, la iglesia católica. Este es el primer elemento que indica por dónde vienen los tiros, el término “poder”: el poder está fuera del alcance del común de los mortales, nos vienen a decir.
La religión es la máxima expresión de la alienación del ser humano, que “transfiere” su impotencia para cambiar el presente a unos seres que sólo existen en su cabeza. Pero como toda ideología, para que tenga fuerza real, tiene que expresarse en organizaciones: las iglesias son las cristalizaciones de las ideas que bullen en la cabeza de los seres humanos. Esa alienación surge de la impotencia o bien frente a la naturaleza, fuerza incontrolable para los seres humanos, o bien, bajo el capitalismo, la economía, la “mano oscura del mercado”, que actúa frente a los seres humanos como cualquier fuerza de la naturaleza, fuera del control de la voluntad humana.
En el capitalismo la alienación se complica con la cosificación de las relaciones sociales, deshumanizándolas hasta el extremo; el mercado es el lugar (¿”paraíso”?) en el que los seres humanos se relacionan, comprando y vendiendo sus mercancías y donde está atrapada la voluntad individual. El extremo al que conduce esta alienación es la reificación, la atribución a las cosas, y especialmente a una, el dinero, de cualidades humanas. “Poderoso caballero es Don Dinero”, decía el poeta.
Este trípode es sobre el que se asienta el poder de la religión actualmente, alcanzando en el capitalismo una profundidad tal que sólo así se puede explicar que una sociedad que es capaz de llegar a la Luna, de resolver la mayoría de las enfermedades que fueron el azote de la humanidad durante siglos. Una sociedad que no hace ni cien años tenía una esperanza de vida de no más de 45 años, y hoy la tiene en los 80. Una sociedad que puede convertir el trabajo humano, la explotación, en una pesadilla del pasado. En una sociedad que tiene ese alto nivel de racionalidad en su desarrollo no ha sido capaz de abolir, de desterrar la superstición, la irracionalidad y la religión de sus vidas.
Es obvio que esta imposibilidad viene dada por la misma estructura de esa sociedad, de donde surge la necesidad de la religión, puesto que ha añadido al carácter incontrolable de la naturaleza, la falta de control total de la economía: las crisis se producen, quieran o no los capitalistas. Está en su esencia vivir a base de crisis de las que desconocen su origen. A partir de este origen “natural” de la religión, enraizada en la propia impotencia humana frente a la naturaleza desatada y la economía incontrolable, las instituciones en las que cristalizan se convierten en aliados naturales de los que controlan la economía. La insistencia en la “debilidad” humana ante poderes -surge la palabra “poder”- que están por encima de él sale en defensa de las clases dominantes.
La inferioridad impuesta por la realidad de la sociedad dividida en clases se superpone a la “inferioridad” inferida de su debilidad frente a la naturaleza, creando un cóctel en las conciencias humanas difícil de superar de manera mecánica. Sólo cuando el ser humano se enfrenta a sus necesidades como grupo social puede sentar las bases para la superación de esa inferioridad, y comenzar a tomar conciencia de que puede haber otras alternativas, otras formas de hacer las cosas.
El protestantismo, al romper con la ligazón “poder-cura-confesión”, y convertir la religión en un asunto meramente individual, dio un paso adelante en este camino de superar la supuesta debilidad humana ante poderes superiores, puesto que estos poderes dejaban de tener, parafraseando a San Agustín, su “ciudad terrenal” (la iglesia y el cura), para ceñirse a la “ciudad espiritual” (dios).
Pero el protestantismo no dejaba de ser una religión, que tendía al laicismo, pero no lo era. Seguía diciéndole a la población que hay fuerzas que el ser humano no puede controlar, y que tienen un nombre, dios (sea el que sea y de la religión que sea). Había abierto la puerta a la racionalidad burguesa, individualista, personal, pero seguía teniendo los mismos límites que cualquier religión; la alienación del ser humano en seres superiores.
Esto nos traslada directamente al sujeto del “poder”. Creer en un dios omnipotente, o transferir el poder de cambiar las cosas a individuos que por el motivo que sea han salido de la pobreza cotidiana, santificándolos (esencia de las religiones laicas actuales, de las que el deporte es su máxima expresión), es la demostración de la impotencia de la sociedad para modificar las condiciones de explotación y opresión.
Nos dicen, “dios es el único que puede dar y quitar la vida”, y con eso nos dicen que nosotr@s no somos más que unas criaturas inferiores, incapaces de hacer nada importante que no sea adorar al dios de turno, o al santo laico, soñando con la vida que ese dios nos promete o esos santos tienen. Pero los “sueños, sueños son”; y mientras esperamos esa vida o soñamos vivirla, la explotación se mantiene.
Marx decía que la religión es el “suspiro del pobre”, y así es; es el sueño de otra vida que no es la gris y macilenta cotidianidad. Pero también decía otra cosa, “es el opio del pueblo”… no en el sentido vulgar que el stalinismo le ha dado, como si fuera algo que simplemente atonta a la gente. Es más complejo, por eso es tan difícil luchar contra la religión, la laica incluida y de la que el stalinismo es una de sus variantes: es el “opio del pueblo” porque es el “suspiro del pobre”. El pobre suspira / sueña a través de la religión con otro mundo, y de esta manera deja de luchar por cambiar este mundo, el que le explota y oprime.
El “poder” de la religión, y sus instituciones, tiene este doble componente; en las mentes de la población construido a partir de las mismas relaciones sociales de producción, y su “poder” concreto como institución ligada, como no podía ser de otra manera, al aparato del Estado, que da “terrenalidad” a lo que aparentemente está en las mentes de los seres humanos. Todo se reduce a la palabra “poder”, y este es único; es el poder de las clases dominantes a mantener su dominación, de la que extraen la riqueza que les define como clase dominante.
Sólo rompiendo con el “suspiro” y el “opio” del pueblo, este verá que el poder puede estar en sus mano; el pensamiento religioso es para un marxista el principal obstáculo en el camino de ganar a la clase trabajadora para la revolución.