Cual es el drama de lo que está pasando en el debate parlamentario, de no investidura de Pedro Sánchez, pues eso, que es parlamentario.
Primero, solo hablan los «portavoces» no los diputados de a pie, estos se limitan a ser brazos de madera o aplaudidores de lo que el «líder» dice; segundo, los votos están contados previamente, hay disciplina de partido; tercero, se produce en un marco de paz social, por eso, ni Pedro Sánchez, ni Rajoy ni Rivera están preocupados -las caras de los «convidados de piedra» Toxo y Méndez lo dicen todo-. Salga lo que salga, que seguramente serán nuevas elecciones, no cuestionará nada; sera lo que dicen los británicos, el gobierno de la reina y su «leal oposición».
Por Roberto Laxe
Porqué los discursos de la izquierda, admitiendo a Podemos en ese concepto -no lo digo por sectarismo, sino que ellos mismos dijeron en muchas ocasiones que la división «izquierda vs derecha estaba superada»-, no terminan como solo puede terminar un verdadero discurso de izquierdas: llamando a la movilización social contra las políticas de la UE y el régimen, gobierne quien gobierne. Porque hacerlo cuestionaría toda su lógica política, fiarlo todo a unas elecciones que cambien los gestores del sistema, traicionando una de las esencias del 15M: “no son las personas, es el sistema” se gritaba en las plazas, y aunque sepamos que el sistema se hace carne en personas e instituciones concretas, lo que el 15M defendía era que con “mejorar” su gestión no llega.
Un Parlamento es el culmen de la democracia burguesa, formal hasta en las formas: porque no se deja hablar a los y las diputadas de pie, que son los elegidos por la ciudadanía, y solo hablan los portavoces. Pues porque eso sería una verdadera asamblea popular, donde todos los participantes tienen derecho a hablar y no solos los «lideres»; no lo que es, un Parlamento donde las habas están contadas.
Por este motivo, el parlamentarismo burgués es la máxima expresión de la alienación, donde las esperanzas de toda una clase, de un pueblo, se vuelcan en una persona, en el «líder» esclarecido, que se eleva por encima de las masas, ante las que aparece como su «salvador», su «guía»… La única manera que ese «líder» no actuara como tal, sería que su discurso lo terminara llamando a la movilización y organización social contra la UE y el régimen, gobierne quien gobierne.
El parlamentarismo burgués es lo opuesto por el vértice de la autoorganización y a la democracia obrera y popular, que fomenta la discusión y la toma de decisiones desde la base, desde los centros de trabajo, de estudio y de los barrios. Esa era, por cierto, otra de las esencias traicionadas del 15M, la autoorganización de la base.
El parlamentarismo burgués reduce todo a la participación en las elecciones cada cierto tiempo, aunque ahora tengan que repetirse; y una vez después de la «fiesta de la democracia», el día de las elecciones, las masas siguen en sus papel de meras espectadoras ante lo que sucede en el Hemiciclo, o en los ayuntamientos.
La democracia directa no es «escuchar al pueblo» para luego decidir entre cuatro paredes, la democracia directa no es que la gente decida sobre el 20% de los presupuestos, y después el 80% restante se decida entre cuatro paredes.
La democracia directa es que la población trabajadora DECIDE sobre sus necesidades, se organiza en asambleas populares de barrio, plataformas o comisiones obreras, consejos de fábrica y de centros de estudio, o como se les quiera llamar, debate cotidianamente qué medidas son las que responden a sus necesidades, y sus representantes, que son revocables en todo momento, tienen la obligación de llevar adelante las decisiones de la base.
La dinámica de la democracia directa es que la gestión de los asuntos públicos son cosa del publico a través de sus organizaciones de base.
En el Parlamento podremos escuchar muchas verdades, es verdad; podremos escuchar cosas importantes y otras no tanto, o boutades como las «marianadas»,… Pero lo que no escucharemos, salvo que haya diputados y diputadas revolucionarios, es denunciar el mismo carácter del parlamento ni llamar a la movilización social contra las políticas que se van a aprobar en ese Parlamento.
Porque la cuestión no es convertir al estado en una ONG muy grande, destinada a paliar los males del capitalismo, y el parlamento su «mala conciencia», mientras éste sigue haciendo y deshaciendo nuestras vidas; la cuestión es convertir el parlamento en un altavoz para impulsar las movilizaciones y la autoorganización por la transformación de la sociedad.
La tarea de los parlamentarios revolucionarios no es la de ser los «vehículos» de las reivindicaciones sociales, como si en el Parlamento fueran a resolver algo que la burguesía no quiera que se resuelva, sino la de utilizar el altavoz que da la institución para fomentar la movilización social, la solidaridad de clase, la unidad en la lucha por esas reivindicaciones, sin otorgar la menor confianza en ninguna institución burguesa. Esto, obviamente, no tiene nada que ver con la aritmética electoral ni la retórica en pos de un acuerdo de gobierno, lógica con la que, por lo visto y oído, se mueven todos los que hoy están en el Parlamento.
Para avanzar en la transformación social hay que partir de la lógica opuesta: el parlamento solo puede ser una herramienta más, y no la más importante, en ese camino. Y no es la más importante porque si, ni para formar un gobierno de «progreso» llega con la retorica parlamentaria -¿algunos se creen tan inteligentes que convencerán al capital de que se suicide?-, que no será para ir más allá, a la transformación de la sociedad.
Resulta sorprendente que los politólogos del «núcleo irradiador» no se hayan percatado de que si Pedro Sanchez ha preferido seguir las indicaciones de sus «barones», de los dinosaurios de su partido, y pactar con Cs ha sido por la tremenda desmoviilzación social que ellos mismos han fomentado en los dos últimos años.
Habría que ver a Pedro Sánchez y sus cohortes si lo que se anunció con el 22M, con la dimisión del rey, las mareas y demás luchas y movilizaciones, no se hubieran visto frenadas en seco por la deriva electoralista impuesta. Veríamos a un Pedro Sánchez en el papel de muñidor de ese pacto de gobierno con Podemos para buscar la desmovilización. Pero no les fue preciso, mucho antes de las elecciones, esa desmovilización era un hecho. Y Pedro Sánchez / PSOE han tenido margen de maniobra para hacer y deshacer. Está claro que esto no signifca que ese gobierno de «progreso» fuera a hacer cosas muy diferentes de las que hace la misma Syriza, pero no sería el pacto Psoe-Cs.
El parlamentarismo y el electoralismo es un veneno para la movilización independiente de la clase trabajadora, pues pone el centro de su atención en la confianza en que unos individuos, más o menos inteligentes o cultos, les sacarán las castañas del fuego. Por muy inteligentes y cultos que sean, al capital no se le convence de que se suicide; sino que se le combate con la movilización y la autoorganización independiente.
Sin embargo, si lo que pretendes no es la transformación social, sino convertir el estado y sus instituciones (ayuntamientos, etc.) en unas inmensas «onges» filantrópicas, está claro que sobra todo lo que he escrito más arriba, y llega con la aritmética parlamentaria. Pero, y este es el pero final, la crisis económica es de tal calibre que el capital no admite ni tan siquiera «onges» independientes; y sino que se lo pregunten a Varoufakis, cuando en la UE le dijeron: «tienes razón, pero te vamos a machacar».
Los intereses del capital, grande, mediano o pequeño, para salir de la crisis no admite «onges», salvo que sean negocio; no admiten «parlamentarismos» salvo que sea para avalar sus políticas, no admite «veleidades» socialdemócratas: solo admite más recortes, más reformas laborales, más autoritarismo y más represión. Y ante eso no se le pueden oponer discursos bien construidos, sino movilización social.
Esto es lo que hace del actual debate parlamentario un paripé que solo retrasa lo inevitable, la lucha social.