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El motor del Procés

Si alguien pensaba que el «procés» se había cerrado con el 155, con los presos y los exiliados; con las bandas «quitalazos», esta Diada lo ha desmentido. Más de un millón de personas, no todos independentistas, sino simplemente demócratas y republicanos, clamando por la libertad de los presos y la república catalana.

Enfrente, 140 cargos de Cs en un acto, que si lo hiciera alguien de la izquierda, sería tildado de ridículo. El PP no cuenta ya, con Casado contra las cuerdas. En medio, el gobierno, el PSC y los Comúns, siguiendo las consignas de esa prensa madrileña que ya Unamuno, en 1907, tildaba de «cojonuda»: «Merecemos perder Catalunya. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)».

El «procés» catalán no se cierra porque es la máxima expresión de la crisis del régimen del 78, de la contradicción entre monarquía y república. Por mucho que se empeñe la «prensa madrileña» y sus tentáculos en «provincias», los que ayer estaban en las calles de Barcelona no solo eran independentistas, eran fundamentalmente republicanos y demócratas.

Por eso no se cierra el proces catalán; porque el régimen esta podrido de arriba abajo, en sus instituciones fundamentales. No hace ni dos días, se hicieron la foto de rigor los prebostes de la «justicia» española, con el rey al frente. La foto es un tiro a la linea de flotación de la tan cacareada paridad de genero; de todos los cargos que allí salen, no hay ni una mujer. ¿Casualidad? ¿o es que el régimen es uno de los baluartes de la desigualdad de genero?. Tan baluarte que no son capaces de quitar la ley sálica de la Constitución (preferencia del varón sobre la mujer, en la línea sucesoria de la corona).

Es obvio que no soy monárquico, ni de lejos; pero es un ejemplo de la incapacidad de este régimen siguiera para autoreformarse en lo más nimio. No puede, puesto que tras él están los restos del franquismo en poderosos consejos de administración de grandes empresas, la iglesia y su privilegios, que le reportan 11 mil millones de euros en subvenciones o no pago de impuestos, además del robo de propiedades publicas con la inmatriculación de catedrales y mezquitas; y está un ejercito que sigue estudiando a Franco como un gran general.

Es un régimen que ha tenido que amparar al juez que ha dictado órdenes y contraórdenes contra políticos catalanes, que ha declarado inviolable al «viejo rey», por sus comisiones en los negocios que apadrinaba con regímenes con tanta solera democrática como la teocracia de Arabia Saudí.

Antonio Maura, antiguo político burgués conservador de la 2ª restauración monárquica tras la 1ª república; la primera fue tras la guerra de la independencia, cuando volvió Fernando VII (el que abolió la Constitución de Cádiz y restauró el absolutismo); bien ese político, afirmó que el llamado «problema catalán» «Sólo es cuestión de cincuenta años de administración honrada». ¿Honrada? ¿el régimen del 78?.

Este es el problema del «problema catalán»; que el capital español no es capaz de hacer caso ni a uno de sus próceres más significados. El capital español vive de la corrupción, el ejemplo es el famoso «palco del Bernabeu», donde se reparten la riqueza generada por los trabajadores y trabajadoras de todo el estado, que se replica en todos los palcos de los equipos de fútbol, cada uno a su nivel. El capital español no es capaz de ser honrado ni un minuto; la corrupción es su forma de enriquecerse.

El «problema catalán» es, en el fondo, el problema de la contradicción entre un régimen monárquico en crisis, y la lucha por una federación de repúblicas, que sólo puede resolverse de una manera, a través de un proceso constituyente que rompa con el régimen y tome medidas de emergencia social. En este cuadro, las naciones como Catalunya (Euskadi o Galiza) encararían con garantías democráticas, procesos constituyentes nacionales donde resuelvan la manera en que quieren relacionarse con los demás pueblos.

Esta crisis es el motor del «proces» catalán, y no las ideas de Puigdemont o cualquier otro dirigente.

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