Es innegable que Marx tenía una gran curiosidad sobre el desarrollo de las ciencias de su tiempo, no sólo de las ciencias naturales sino también de las ciencias humanas, hecho que quedó evidenciado en su cuaderno de estudios sobre Lewis Henry Morgan que acabó volviéndola materia prima del libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, escrito el 1884 por Friedrich Engels (1820-1895). Sin embargo, fue el mismo Engels quien más dedicó atención a los problemas de las ciencias y de la relación entre el ser humano y la naturaleza bajo el prisma del materialismo dialéctico, mientras Marx se encontraba absorbido por su investigación en economía política, desvelando los engranajes de la explotación capitalista.
Los dos trabajaron juntos en un proyecto de organización independiente del movimiento obrero, sobre la base de un programa revolucionario, que se manifestó en iniciativas como la elaboración del Manifiesto del Partido Comunista y, posteriormente, en la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT).
Fue un Engels maduro quien escribió Dialéctica de la Naturaleza, obra inacabada que contiene sólo anotaciones y fragmentos de un proyecto de libro nunca concluido. Incluso así, son muy interesantes sus pasajes y notas incompletas sobre cómo la lógica dialéctica puede contribuir sustancialmente en el entendimiento de los procesos naturales a partir de una aproximación de las ciencias a la filosofía, bajo el paraguas de los descubrimientos científicos revolucionarios de los que era testigo.
En el siglo XX esta obra fue muy criticada por autores como Lukács y otros influenciados por la Escuela de Frankfurt. Un ejemplo es el libro El Concepto de Naturaleza en Marx, de Alfred Schmidt, un trabajo de doctorado orientado por Max Horkheimer, en el cual Engels es acusado de caer en una metafísica dogmática y presentar una interpretación de la naturaleza desatada de toda la praxis humana [1]. Engels también fue acusado de «desvíos positivistas», puesto que él – así como los positivistas [2] – buscaba aplicar un método que fuera válido tanto en las ciencias sociales como en las ciencias naturales.
La mayoría de las críticas a Engels están desprovistas de cualquier referencia o conocimiento sobre ciencias naturales. Este hecho, dio lugar a la total imposibilitado de comprender en profundidad las conexiones ecológicas contenidas en su pensamiento y en el de Marx. Los dos no eran ajenos a las ciencias naturales y a las transformaciones tecnológicas de su época.
Schmidt, por ejemplo, cita en varios momentos el concepto de fallo metabólica de Marx. Con todo, lo hace sin bajarlo a tierra, sin relacionar las condiciones materiales naturales y sin explicar el contexto histórico de su surgimiento en el pensamiento de Marx [3]. En realidad, su crítica se basa en abstracciones filosóficas que, en muchas ocasiones, flirtean con el idealismo.
Mientras tanto, en las críticas hechas a la obra de Engels, tanto por autores de la Escuela de Frankfurt como por Lukács, hay también, claramente, un rechazo al positivismo y a su generalización arbitraria de los métodos de las ciencias naturales aplicadas a las ciencias humanas, como fue el darwinismo social- una ideología reaccionaria burguesa que sirvió para «naturalizar» el dominio de los capitalistas y la explotación de l@s trabajador@s. No es que Engels fuera positivista, el problema es que muchos marxistas de la Segunda Internacional fueron muy influenciados por el evolucionismo.
Kautsky, por ejemplo, comprendía la obra de Marx como una síntesis entre marxismo y darwinismo puesto que las dos tenían en común el hecho de ser teorías de la evolución. En su interpretación de Marx, «[…] la evolución social fue así situada en el marco de la evolución natural; el espíritu humano, incluso en sus manifestaciones sociales, era explicado cómo una parte de la naturaleza […]»[4].
El principal teórico de la socialdemocracia alemana entendía que las leyes de la sociedad podían ser definidas por leyes sociales, y el marxismo seria simplemente un medio de revuelta científica de las leyes de la evolución y el movimiento del organismo social.
Plekhanov, el “padre del marxismo ruso”, fue otro autor bastante influenciado por el evolucionismo. Para él, ni la historia ni la naturaleza dan saltos, todo el mundo simplemente se transforma lenta y gradualmente. En su opinión, la lucha de clases dejó de ser el motor de la historia y cedió lugar a la evolución de las fuerzas productivas. «Así como Darwin enriqueció la biología con la teoría de las especies, tan admirable en simplicidad como rigurosamente científica, los fundadores del socialismo científico también nos mostraron, en la evolución de las fuerzas productivas y en la lucha de estas fuerzas contra las formas sociales de producción atrasadas, el gran principio de la transformación de las especies sociales»[5].
Gran parte de este materialismo dogmático fue rescatado por el estalinismo, y el «materialismo dialéctico» se convirtió en una ideología de Estado que sirvió para corroborar una pseudociencia materialista al servicio de una odiosa burocracia que se había apropiado del poder soviético. En cierto modo, el estalinismo creó un positivismo invertido: si el positivismo buscaba extraer de las ciencias naturales una ideología para naturalizar las relaciones sociales, el estalinismo idealizó las ciencias de la naturaleza a partir de la política.
El Caso Lysenko es uno de los más repugnantes episodios de esta idealización de las ciencias a la Unión Soviética. En los años 1930, Lysenko inició una campaña de calumnias contra la genética mendeliana, alegando que no era «dialéctica» ni «materialista» y que incluso poseía desvíos burgueses. Los genetistas soviéticos llegaron a ser llamados «saboteadores trotskistas» que defendían una «ciencia burguesa», el neodarwinismo, es decir, la genética moderna. En su lugar, se promovió una auto-titulada «genética soviética» que negaba la misma existencia de los genes y valorizaba «el medio ambiente», los «factores externos» [6].
El estalinismo transformó el «materialismo dialéctico» en un materialismo tosco disfrazado de «dialéctico» hasta volverlo una cartilla que todos los científicos tendrían que reverenciar y, a menudo, citar algún pasaje del libro de Engels, en busca de una verdadera «ciencia proletaria». Dentro de la Unión Soviética el resultado para las ciencias fue catastrófico, especialmente en el campo de la biología. Por otro lado, fuera de ella muchos científicos se alejaron de la dialéctica al asociarla con las atrocidades científicas cometidas por el estalinismo.
Pero ni Engels ni su libro tienen ninguna responsabilidad en esta deformación grotesca o del hecho de que el estalinismo le imputara normas ideológicas a la indagación científica. En cambio, las anotaciones de Engels son una declaración de guerra contra las visiones mecanicistas y reduccionistas de la naturaleza, no solo contra las formas idealistas de pensamiento contenidas en las ciencias naturales. Contra un materialismo tosco, Engels presenta una visión dialéctica de las relaciones humano-naturaleza y también de la propia manera de ver los procesos naturales. Una visión radicalmente opuesta al reduccionismo, que ve los fenómenos en fragmentos aislados y que, por lo tanto, poseen propiedades que tienen que ser estudiadas aisladamente. «El todo de la naturaleza que nos es accesible – explica Engels – forma un sistema, una totalidad interconectada de cuerpos, y por cuerpos entendemos aquí como existencias materiales que se extienden de estrellas a átomos».
Engels opone al materialismo vulgar a la dialéctica como método heurístico, útil en una visión más refinada de la complejidad de la naturaleza y de las ciencias que lo estudian. No por casualidad, su obra influenció muchas décadas después a toda una generación de biólogos anglosajones, como Stephen Jay Gould, Richard Lewotin, Richard Levins, Steven Rose y Leon Kamin, que polemizaron contra formas actuales de reduccionismo científico, como la sociobiología que explica comportamientos como el racismo y la agresión como determinados genéticamente.
Es importante notar que en la época en que Engels escribió sus anotaciones, el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo, la filosofía y las ciencias naturales avanzaban cada vez más distanciadas entre sí, cristalizándose cada vez más la tendencia a la especialización. Las discusiones filosóficas y alrededor de la ciencia y su obra procuraban movilizar lo mejor de las categorías lógicas de la dialéctica hegeliana para exponer un abordaje filosófico original de los procesos naturales.
Fue en esta obra que Engels combatió su noción de inmutabilidad de la naturaleza y defendió que la materia está en permanente transformación, así como la existencia de cambios abruptos, del tipo «saltos», en el transcurso de los procesos naturales. De ahí su entusiasmo con Darwin, puesto que veía en él alguien que finalmente presentaba una concepción donde la naturaleza tenía un desarrollo histórico. Además, su conocida asertividad respecto a la transformación de cantidades en calidades influenció la noción del desarrollo «por saltos» presente en la teoría del equilibrio puntuado de Stephen Jay Gould [8].
Un ejemplo de la sofisticación de su pensamiento es el hecho de haber sido Engels el primero en ver en la teoría de Darwin una explicación práctica del vínculo interno entre contingencia y necesidad. Así lo explica:
«En su obra que marcó una época, Darwin parte de la base factual más amplia que reposa en la contingencia. Son precisamente las diferencias infinitas creadas entre individuos en el interior de cada especie, diferencias que se acentúan hasta hacer reventar el carácter de la especie y que incluso las causas más inmediatas solo pueden ser demostradas en casos muy raros, que obligan a reconsiderar los cimientos anteriores de cualquier ley biológica: la noción de especie en su rigidez e inmutabilidad metafísica de un tiempo anterior. Pero sin la noción de especie, toda ciencia caería. Ninguna de estas ramas podría ignorar la noción de especie como base: ¿qué serían, sin ella, la anatomía humana y la anatomía comparada, la embriología, la zoología, la paleontología, la botánica, etc.?»[9]
No hay ningún propósito definido en la evolución de la vida. El proceso no transcurre con el objetivo de formar siempre organismos más complejos o más «evolucionados». La selección natural no funciona como un ingeniero que actúa con un proyecto y busca perfección. No hay ningún plan definido.
El surgimiento de nuevas especies está relacionado con la variabilidad de los organismos. Variaciones que ocurren aleatoriamente y que son heredadas por sus descendentes. Estas características se vuelven predominantes en generaciones sucesivas de una población de organismos que se reproducen, a la vez que otras características se vuelven menos comunes y pueden desaparecer.
No hay ninguna forma pre-dirigida por la que la variación se incline hacia características más favorables. Por el contrario, en general las variaciones de nuevos organismos no resultan en ventajas adaptativas al medio, y su destino, inexorablemente, es su extinción. Sin embargo, hay variaciones casuales que pueden resultar en alguna ventaja adaptativa, y este organismo sobrevivirá y pasará sus características a sus descendentes. Cómo afirma Stephen Jay Gould, «la evolución es una mezcla de caso y necesidad, quizás en el nivel de variación, necesario en el trabajo de selección» [10].
Engels, naturaleza e historia
En cuanto a la naturaleza, entendida como procesos biogeoquímicos, Engels compartía la misma visión que Marx. De la ideología alemana ambos criticaron las limitaciones del materialismo estático de Feuerbach, subrayando su incapacidad de aprender el mundo como un proceso, como una materia comprendida en una continua formación histórica, incluyendo la relación de la natura con la vida práctica humana.
Marx y Engels concuerdan con Feuerbach sobre la primicia de la naturaleza externa, que se presenta independiente de la existencia humana, siendo aprendida por nuestra capacidad sensorial. No obstante, los dos pensadores alemanes van mucho más allá. Para Feuerbach, la naturaleza es meramente contemplativa. Él ignora que la percepción sensorial está hecha por hombres históricos reales. Sobre esto, Marx y Engels explican:
“Él [Feuerbach] no ve cómo el mundo sensible que lo rodea no es una cosa dada inmediatamente por toda la eternidad y siempre igual a sí misma, sino el producto de la industria y del estado de cosas de la sociedad. Este hecho tiene sentido, precisamente, como producto histórico, resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales sobrepasaba la precedente, desarrollando su industria y su comercio, modificando su orden social en función de la modificación de las necesidades. (…) Como se sabe, el cerezo, como casi todos los árboles frutales, fue trasplantado en nuestra región por el comercio, hace apenas algunos siglos y, por lo tanto, fue dada ‘certeza sensible’ de Feuerbach solo mediante esta acción de una sociedad determinada en una determinada época.” [11]
De este modo, el propio mundo sensorial ya no existe más en su forma originaria, volviéndose el repositorio de la actividad desencadenada por sucesivas generaciones de seres humanos; es decir, el propio medio, la naturaleza, fue continuamente transformada por la acción humana. Esta naturaleza presentada por Feuerbach, ironizan Marx y Engels “[…] no existe en nuestros días, con excepción, quizás, de una u otra isla de coral australiana de origen reciente […]”.
Desde el surgimiento de la especie humana, por lo tanto, se inició un proceso de transformación de la naturaleza, donde no hay ningún ambiente natural que no haya sido afectado por la historia y por la cultura de las diferentes sociedades que se presentaron al curso de la civilización. Cada formación histórica presentó una forma de relacionarse con la naturaleza. De aquí la famosa frase de Marx, «la naturaleza sin el hombre no es nada», que dista de las frecuentes interpretaciones idealistas.
La naturaleza tiene su propio desarrollo comandado por procesos biogeoquímicos, independiente de la acción humana. Pero desde el surgimiento de la especie humana, nuestra historia se entrelaza con la historia de la naturaleza. Así, defiende Marx, el hombre siempre tuvo delante «una naturaleza histórica y una historia natural».
Años más tarde, Engels retoma esta discusión de una manera todavía más explícita:
“Nosotros no vivimos solo en la naturaleza sino también a la sociedad humana. Esta también tiene su historia de desarrollo y su ciencia, no menos que la naturaleza. Se trata, por lo tanto, de poner la ciencia de la sociedad, es decir, el conjunto de las llamadas ciencias históricas y filosóficas, de acuerdo con la base materialista para reconstruirla a partir de ella. Esto, sin embargo, no fue expuesto por Feuerbach donde permaneció, a pesar de la ‘base’, tomado en los lazos idealistas tradicionales […]” [12]
Engels ecológico
Pero Engels también destacó por sus preocupaciones ecológicas y por la crítica a la destrucción del entorno provocado por la sociedad capitalista. Estas preocupaciones quedaron explícitas en su famoso manuscrito, «El papel ejercido por el trabajo en la transición del mono al hombre», en el cual Engels presenta su comprensión sobre el papel del trabajo en el desarrollo de los seres humanos. Él refuta la visión unilateral que nuestra evolución fue impulsada por un cerebro en crecimiento. El bipedismo permitió el desarrollo del cerebro y de las manos; las manos humanas se liberaron para que los seres humanos pudieran transformar la naturaleza y a sí mismos. El desarrollo de las manos es visto por Engels como parte «de todo un organismo extremadamente complejo». «Aquello que revertía en provecho de la mano, revertía en provecho del cuerpo entero, cuerpo al servicio de la cual esta trabajaba […]» (p. 174).
Hay que hacer algunas correcciones a Engels, que sugiere en su manuscrito nociones lamarckianas como la transmisión de caracteres adquiridos. Solo en el siglo XX la genética mendeliana refutó totalmente estas ideas. Pero no por eso tenemos que dar menos atención a su abordaje dialéctico. La naturaleza es vista como un todo, un complejo de relaciones de intercambios recíprocos, incluso entre los organismos bióticos y abióticos y su íntima conexión, conforme al que Darwin ya había demostrado y que posteriormente fue desarrollado por la propia biología y geología.
Así como Marx, Engels también veía que el trabajo intervenía en la relación del metabolismo entre seres humanos y naturaleza. El proceso de trabajo es condición universal de la relación metabólica ser humano – naturaleza. Pero, a diferencia de otros animales, hay un propósito, una intencionalidad en la realización de un trabajo humano. Si un animal destruye una vegetación cualquiera sin tener conciencia de esta acción, el ser humano destruye una vegetación para sembrar y cultivar el suelo; domestica plantas y animales útiles hasta el punto de dejarlos irreconocibles, y los transfiere de una región a la otra, modificando todo un sistema ecológico, transformando el paisaje, se apropia de territorios. Y, de este modo, establece una coevolución con su ambiente y las criaturas que modifica.
En esta relación, los seres humanos afirman su propia objetividad y subjetividad, modifican el medio ambiente y, al mismo tiempo, a sí mismos. Es por el trabajo que los seres humanos extienden su horizonte, puesto que por su acción cada elemento natural, cada potencial contenido en él, muestra propiedades hasta entonces ignoradas. Solo hay que recordar la ancestral domesticación de plantas o incluso nuestro entendimiento actual de la energía contenida en un átomo de hidrógeno.
Al actuar sobre la naturaleza y transformarla, los seres humanos profundizan los lazos de sociabilidad entre los miembros de la sociedad, multiplican la asistencia mutua, promueven la cooperación y transmiten estos conocimientos a las generaciones futuras. Imagináis, por ejemplo, como fue para los primeros seres humanos la invención de una simple canoa, que superó barreras naturales hasta entonces insuperables y los permitió abrir nuevos horizontes, rompiendo límites geográficos [también] hasta entonces insuperables. Esto transformó totalmente su mentalidad sobre el mundo y su relación con la naturaleza. Pero la invención de una simple canoa, por más rústico y primitivo que haya sido su proyecto, requiere movilizar y coordinar esfuerzos y experiencias de todo un grupo social para construirla: escoger (o reconocer) una madera adecuada, movilizar personas para cortarla, imprimir en ella con el trabajo de la mano humana el que fue pensado por el cerebro, las formas adecuadas para su flotación, que resista las intemperies y las largas travesías, etc.
Fabricar un instrumento como este suscitó aptitudes hasta entonces desconocidas por aquellos hombres y mujeres, transformó las relaciones entre ell@s, transformó al individuo, la sociedad, su visión de mundo, su relación con la natura, el lenguaje, y la propia especie. Del mismo modo, la actividad de la caza o la invención de la agricultura también transformaron a los humanos en más hábiles, inteligentes y astutos.
A pesar de mostrar algunas veces cierto tono «triunfalista» en sus líneas sobre los hechos realizados por la civilización – una cosa típica de su época, que asistía a velocidad avasalladora a nuevos descubrimientos científicos – Engels revela al mismo tiempo una profunda conciencia ecológica identificando los límites de la naturaleza. Tenía plena conciencia que estaba testimoniando grandes innovaciones técnicas revolucionarias que transformarían el mundo. Pero también alertaba sobre problemas ecológicos causados por muchas de estas innovaciones y descubrimientos que, incluso, podrían conducir hacia la desaparición de especies y ecosistemas. En tono de advertencia sobre el supuesto dominio humano de la naturaleza, escribió:
[…] no nos tiremos muchas flores con nuestras victorias sobre la naturaleza. Es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen consecuencias muy diversas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que, en la Mesopotamia, en Grecia, en Asia Menor y otras regiones devastaron los bosques para obtener labrantío, ni siquiera podían imaginar que, eliminando junto con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban asentando las bases de la actual aridez de estas tierras. Los italianos de los Alpes, que destruyeron en las costas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto afecto en las costas septentrionales, no tenían idea que con esto estaban […] privando de agua a los manantiales de sus montañas, y que durante la estación de lluvias se producirían inundaciones todavía más furiosas. […] A cada paso, la naturaleza se venga. […] los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como conquistadores sobre un pueblo extranjero sometido, como alguien que estaría más allá de la naturaleza, sino que le pertenecemos como nuestra carne, nuestro cerebro, que nos zambullimos en ella y que el dominio que sobre ella ejercemos reside en la ventaja que tenemos sobre otras criaturas de conocer las leyes y de poder servirnos de ellas razonadamente [13].
En tiempos en los que la humanidad se ha visto asediada por una pandemia causada por la apropiación mercantil de la naturaleza y por cambios climáticos que amenazan toda la civilización, estas palabras suenan como proféticas e intentan, sí, despertar un justo alarmismo en medio de una sociedad embriagada por la ideología del progreso.
Engels sabía que el desarrollo de las ciencias servía a los señores del capital, incrementando la apropiación de la plusvalía relativa. Pero nunca presentó una visión unilateral reprobando los adelantos de la ciencia, puesto que ella podría servir de vía para la superación de la alienación del ser humano ante la naturaleza: «[…] cuanto más andemos en esta vía, más sentiremos lo mejor y sabremos que nosotros y la naturaleza formamos un todo, y más imposible se volverá la idea absurda y antinatural de una oposición entre el espíritu y la materia, el ser humano y la naturaleza, el alma y el cuerpo […] «[14] .
Pero creer que el desarrollo científico es, por sí solo, capaz de salvarnos de la catástrofe ambiental, permitiendo una relación más regulada con el medio ambiente, es tan ingenuo como responsabilizar al desarrollo científico por los desequilibrios ambientales. Sobre esto, ya alertaba Engels: «[…] para conseguir esta regulación, hace falta algo más que simple conocimiento. Necesitamos de una revolución completa de nuestra manera de producción dominante hasta los días de hoy y, con ella, de todo nuestro orden social existente»[15].
La profunda concepción dialéctica sobre la dinámica de los sistemas naturales está en perfecta consonancia con aquello que Ernst Haeckel denominó el 1866 “ecología”. Pero, como hemos visto unas líneas más arriba, el estudio sobre ecosistemas necesita tener en cuenta el desarrollo histórico de las sociedades. El «factor antrópico» no tiene que ser una mera abstracción de contabilidad sobre el desequilibrio del flujo energético de un ecosistema. Hay que explicar la razón del desequilibrio del flujo energético, que está en la explicación de como una sociedad es estructurada, en las luchas entre clases sociales, en los intereses económicos y en las relaciones de poder que rigen la apropiación realizada por las clases sociales de una fracción de costra terrestre. Al fin y al cabo, ¿quién es el antrophos responsable del calentamiento global y de la destrucción de los ecosistemas en una escala global que ni Engels ni Marx imaginaron?
El desarrollo de nuestra comprensión sobre la naturaleza refuerza la alerta de Engels: «no reinamos sobre la naturaleza como conquistadores«. Pandemias y cambios climáticos provocados por el capitalismo exigen la necesidad de la superación de este sistema basado en la explotación del trabajo y de la naturaleza. Exigen la creación de una sociedad socialista, que revolucione las relaciones sociales y las fuerzas productivas, para que los seres humanos superen su alienación en relación con el producto de su trabajo y se reconozcan como parte de la naturaleza, la cual piensa por sí misma.
Notas:
[1] La mayor demostración de este argumento está en la segunda parte del primer capítulo de la obra de Alfred Schmidt, El concepto de la naturaleza en Marx. Madrid: Ed. Siglo Veintiuno, 1977.
[2] El positivismo es una corriente filosófica que surgió en Francia en el siglo XIX, con Auguste Conde, y fue desarrollado por pensadores como Herbert Spencer y Émile Durkheim. El positivismo alega que la sociedad necesita ser estudiada con un riguroso «método científico imparcial». Por eso, aplica el mismo método utilizado en las ciencias naturales para el estudio de las ciencias sociales. Durkheim, por ejemplo, comparaba la sociedad con un organismo biológico, «un sistema de órganos en el cual cada uno tiene su papel en particular». Ciertos órganos tienen una situación especial y privilegiada, el que es natural para el buen funcionamiento de todo el organismo. De este modo, el positivismo justificaba los privilegios de clase y la orden social establecido. El darwinismo sirvió a esta ideología cuando conceptos como «supervivencia del más apto» fueron importados a las ciencias sociales para justificar el dominio de clases.
[3] Para saber más, leéis: https://www.pstu.org.br/usar-marx-para-entender-e-enfrentar-a-crise-ecologica/
[4] *KAUTSKY, Karl. *Las tres *fuentes del *marxismo. San Pablo: *Centauro, 5° ed., 2002, p. 17.
[5] *PLEJÁNOV, G. V. *Los *Principios *Fundamentales del *Marxismo. Disponible a: https://www.marxists.org/portugues/plekhanov/1908/principios/index.htm
[6] Lysenko despreciaba muchos aspectos de la teoría de la evolución de Darwin, y sugirió un abordaje evolutivo que se apoyaba en las ideas de Jean-Baptiste Lamarck, de inicios de siglo XIX, que era que los organismos podrían adquirir trazos en sus vidas y pasarlos a través de la herencia a sus hijos. Arraigado al argumento que el cambio de genotipo es resultado de las influencias externas, del entorno, Lysenko fue a la guerra contra la genética mendeliana y contra el botánico Nikolai Vavílov, su más notable defensor. Esta teoría, mientras tanto, ya estaba absolutamente superada en aquella época y carecía totalmente de evidencias empíricas. La mayoría de los biólogos evolucionistas, como Vavílov, defendía que en los procesos evolutivos las características de un organismo vivo eran heredadas genéticamente de sus ancestros.
[7] UTZ, Konrad,; SOARES, Marly Carvalho (Org.). A noiva do espírito: naturaleza en Hegel [La novia del espíritu: naturaleza en Hegel]. Porto Alegre: EDIPUCRS, 2010.
[8] Para saber más: GASPER, Phil. “El biólogo dialéctico, Stephen Jay Gould”, en: Marxismo Vivo n.° 6, noviembre de 2002. Disponible a: http://marxismovivo.org/wp-content/uploads/2019/01/primera-epoca/por/mv6/mv6pt/mv06pt.pdf
[9] ENGELS, Friedrich. Dialéctica de la Naturaleza, Lisboa: Ed. *Presença, 1974, p. 230.
[10] GOULD, Stephen Jay. Darwin y los Grandes Enigmas de la Vida, San Pablo: Martins Fontes, s/d, p. 2.
[11] MARX, K; ENGELS, F. La ideología alemana, San Pablo. Ed. Boitempo, 2005, p. 32.
[12] *ENGELS, Friedrich. Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Disponible a: https://www.marxists.org/portugues/marx/1886/mes/fim.htm
[13] ENGELS, Friedrich. Dialéctica de la Naturaleza. Lisboa: Ed. Presença, 1974, pp. 182-183.
[14] ídem, p. 183.
[15] Ídem, p. 184.