Si estuviera vivo, el escritor argentino Julio Cortázar habría cumplido 90 años, el día 26 de agosto (se refiere al año 2004*). Autor de una obra que rompe las fronteras entre realidad y fantasía, Cortázar es uno de los grandes nombres de la literatura latino-americana y mundial.Por Wilson H. da Silva
En 1967, en un conmovedor texto sobre la muerte de Che Guevara, Cortázar escribió una introducción pidiendo que fuera el mismo Che a conducir su mano en el momento de la dolorosa despedida. Un pedido sobre el cual él mismo afirmó: “Sé que es absurdo y que es imposible, y justo por eso creo que él lo escribe conmigo, porque nadie supo mejor hasta que punto el absurdo y el imposible serán un día la realidad de los hombres.”
Y si es verdad que Che, como todos los revolucionarios, es un ejemplo de aquellos que dedican su vida al arte de transformar aquello que todos consideran absurdo e imposible, Julio Cortázar fue uno de los que mejor supo llevar al arte un universo que desafía a la existencia de fronteras entre la realidad y la fantasía.
Nacido en 1914, en Bélgica, donde su padre ejercía el cargo de diplomático, Cortázar se mudó con cuatro años a la Argentina, donde vivió hasta 1951, cuando dejó el país debido a divergencias con el peronismo. Vivió en Paris hasta su muerte, en 1984, dejándonos una obra considerada heredera del realismo fantástico de Jorge Luis Borges (El Aleph) y de Gabriel García Márquez (Cien años de soledad), mezclada, todavía, con la influencia de los surrealistas franceses y con las concepciones de la filosofía oriental.
Laberintos creativos
Optando por narrativas cortas (una mezcla de géneros que va desde los cuentos a la poesía, pasando por los ensayos teóricos, a veces, presentes, juntos, en un único texto), Cortázar desarrolla una manera de escribir que tiene como principales características la participación activa de los personajes y del propio lector (dándoles el poder de elegir), la exploración del subconsciente y la permanente mutación de la realidad que, casi siempre, nunca es lo que parece ser.
Este es el concepto que penetra en libros como Bestiario (1951), Las Armas Secretas (1959), Los Premios (1960), Rayuela (1963), 62: Modelo para Armar (1968), Octaedro (1974) y Libro de Manuel (1973), entre muchos otros.
Rayuela fue uno de los que más impacto causó. Visto inicialmente como un libro difícil, debido a las innovadoras técnicas que usó Cortázar, es hoy considerado una de las obras maestras de la literatura latino-americana. Descrito como un laberinto literario, el libro de Cortázar, analiza las inquietudes más profundas de la humanidad, sus conflictos, dudas y pasiones en un texto que, para sorpresa de muchos, puede ser leído de diversas maneras, a gusto del lector.
Fundamental en cuanto a la producción y a las ideas del autor, Octaedro es el símbolo de la rebeldía de Cortázar contra un mundo concebido con base en el pragmatismo y la lógica conformista y alienada (o sea, capitalista) impuesta por la monotonía cotidiana. El título del libro deriva no solo del hecho de que el libro contenga ocho cuentos sino más bien de la idea principal que atraviesa cada uno de ellos: vivimos en un mundo que precisa ser visto y vivido a partir de varios ángulos y diferentes realidades, ninguna de las cuales puede ser considerada absurda o más absurda de que la misma realidad en la que vivimos.
Juegos a ritmo de jazz
La dimensión política de la realidad aparece prácticamente en todas las obras del escritor siempre bajo el punto de vista típicamente cortaziano. Así es en El examen (1969), que trascurre en un ambiente absurdamente fantástico: mientras los jóvenes deambulan por las calles de Buenos Aires, asombrados por la presencia de un amigo desaparecido, los políticos tratan de drogar, con palabras sin sentido, a una masa que se comprime en la Plaza de Mayo.
Igualmente intrigante es el mundo que surge de entre las páginas de El libro de Manuel. Escrito cuando el peronismo estaba retomando el poder en Argentina, el libro tiene como foco la América Latina y su situación política. En la historia, empujada de un lado para otro por los sistemas y regímenes distintos, aunque igualmente absurdos, las personas son obligadas a participar en un juego cuyas normas no entienden y mucho menos desobedecen.
Cabe remarcar que los derechos del libro fueron íntegramente donados a los grupos chilenos que resistían el golpe de Pinochet. Ejemplo de que Cortázar, al contrario de la mayoría de intelectuales, no se negó a tomar partido en la lucha de clases (a pesar de sus cuestionables posiciones políticas): fue uno de los primeros en visitar Cuba después de la revolución, participó activamente en organizaciones que luchaban contra las torturas y asesinatos en América Latina (lo que le costó la prohibición de votar en Argentina, mantenida hasta 1983) y donó parte de sus derechos de los derechos de autor de sus libros a los familiares de los presos y desaparecidos y, al final de su vida, a los sandinistas.
Cortázar se volvió contra lo que la literatura podía tener de conformista y conservadora y creó una obra que muchos relacionan con el jazz, por la improvisación y la riqueza de ritmos. El escritor argentino, desde sus primeros libros como Divertimento (1949) y Rayuela (1963), no solo revela lo absurdo que es la realidad actual, sino que también nos recuerda la posibilidad de ser jugadores activos en cualquier situación por más absurda que parezca. Sólo cree en los sueños, como diría Lenin, ya que no hay que olvidar que incluso lo que todos consideramos como imposible puede ser transformado en realidad.
* Texto publicado el 6 de octubre de 2004 con motivo del aniversario de Julio Cortázar.
Traducción: Virginia Quiles y Gabriel Huland