(Extracto del artículo publicado en Marxismo Vivo nº7)

¿Qué es exactamente el patriarcado?

Hemos heredado, principalmente del feminismo radical de los años ’70, el uso de los vocablos “patriarcado” y “patriarcal” para referirnos a todo aquello que oprime o manifiesta la opresión a las mujeres como tales en la sociedad pero, cuando se usa, muy pocas veces alguien tiene una idea clara de lo que se trata o puede dar una definición exacta. El término “patriarcal”, que se usa muy a menudo como sinónimo de machista, o sexista, o incluso de “masculino”, no es simplemente un término descriptivo de una realidad muy obvia (la opresión de las mujeres en tantas esferas de la vida cotidiana), sino que contiene un componente teórico: el patriarcado es la sociedad donde los hombres como grupo ejercen un control y una dominación sobre las mujeres, porque son los hombres los que tienen el poder. Es decir, lo que queda implícito en el hecho de definir a una sociedad en su conjunto como un “patriarcado” es que se trata de una sociedad donde las relaciones de poder están puestas al servicio de los hombres, o del sexo masculino en su conjunto, y de sus intereses, que las relaciones de poder son principalmente relaciones antagónicas de sexo o género.

Pero esa definición de patriarcado sigue siendo bastante vaga y general. Y la realidad es que no encontramos dentro de la producción política y teórica de las feministas radicales, materialistas o “socialistas”, una definición única, común y coherente de patriarcado, sino que el patriarcado es a menudo una categoría presupuesta, una imagen del “todo social que hay que cambiar”, pero no siempre muy bien definida. Las distintas variantes de la ideología feminista corresponden a distintas interpretaciones de qué es esa estructura social que llaman patriarcado y cómo abolirla….Y lo propio de la teoría, por lo menos para los marxistas, es precisamente lo opuesto a operar con referencias vagas e implícitas: se trata de explicitar los conceptos, establecer su origen, su historia, sus fundamentos, se trata de clarificar y precisar para ver cómo un concepto proviene de y se ajusta a la realidad histórica y cambiante…..A nosotros los marxistas nos parece que huirle a la precisión teórica y conceptual no tiene nada de feminista o progresista, sino que es más bien un obstáculo político para la lucha. El no tener una teoría clara para la revolución socialista y la liberación de las mujeres nos condena a mantenernos en el nivel de la ideología dominante y del impresionismo, y eso no tiene nada de útil ni emancipador. No podemos hacer de nuestro carácter de explotados, oprimidos, subalternos y dominados una virtud y un refugio para huir de los debates teóricos y políticos que se nos presentan a la hora de luchar y organizarnos.

No obstante, podemos hacer una clasificación preliminar, incompleta e inestable de los distintos usos que las feministas han dado al concepto de patriarcado en sus elaboraciones escritas, intentando establecer las diferencias y los puntos comunes para comprender qué problemas quisieron resolver las teorías feministas de patriarcado, y qué respuesta les damos desde el marxismo. Para algunas feministas radicales o socialistas, el patriarcado es meramente una superestructura ideológica (Juliet Mitchell), o política, localizada en la ley y el Estado (Carole Pateman, Zillah Eisenstein); para otras se trata de la simple suma de las manifestaciones de opresión en los distintos ámbitos y niveles sociales (Kate Millett), o del resultado de la evolución tecnológica de la sociedad y de la relación entre diferencias biológicas que consisten en el control de la capacidad reproductiva de las mujeres o de su sexualidad (Shulamith Firestone, Susan Brownmiller).[5]

Finalmente, en el mejor de los casos, hubo un intento de referir o integrar en el análisis del patriarcado elementos de la teoría marxista en las llamadas corrientes materialistas, socialistas o marxistas del feminismo….En este caso, el feminismo marxista o socialista ha intentado reconceptualizar y repensar conceptos claves de la teoría marxista (como el de la división social del trabajo, el trabajo productivo, el trabajo reproductivo y el concepto mismo de producción) para pensar la condición social y material de las mujeres en las sociedades de clases, y en particular en el capitalismo. Y, por lo tanto, dedicaremos un artículo especial a debatir estas teorías que establecen un diálogo más estrecho con la tradición marxista.

Vemos, pues, que de haber alguna teoría del patriarcado no habría una sino muchas. Lo importante y distintivo de estas teorías del patriarcado, del sistema de poder de los hombres, no es que sean las únicas que explican la existencia de desigualdades sociales entre hombres y mujeres, sino que son teorías que afirman que la división jerarquizada entre hombres y mujeres es una división que establece un antagonismo estructural en la sociedad. O, dicho de otra forma, que la principal relación de poder que estructura la sociedad patriarcal o el patriarcado, es la de dominación de las mujeres por los hombres.

Entonces, pese a las diferencias entre las diferentes teorías del patriarcado que se desarrollaron en la década de 1970, que sitúan al patriarcado en ámbitos muy diferentes de la vida social, todas afirmaron con contundencia que el elemento determinante que jerarquizaba y dividía la sociedad en dos era una relación de opresión y subordinación de las mujeres por los hombres. Para algunas variantes más “radicales”, como las de Delphy o Federici, el patriarcado es también, o sobre todo, un sistema de “explotación” de las mujeres por los hombres, lo que las ha llevado a hablar de patriarcado capitalista. En este último caso, lo que dichas teorías dejan entender es que detrás de lo que percibimos como “capitalismo” (y que Marx definió como tal) existe una estructura más profunda y antigua, una estructura que Marx y Engels por ser hombres no llegaron a analizar, y esta estructura establece la doble relación de explotación y opresión que es el patriarcado. El patriarcado, capitalista o no, sería en todos los casos lo que revela la esencia de la sociedad, ya que establece la relación más estructural y fundamental de todas, la que está por detrás y explica el resto de las relaciones sociales. Es decir que, incluso las feministas marxistas o socialistas que quieren combinar ambas teorías (marxismo y feminismo), reivindican el feminismo y la teoría del patriarcado como base. Si bien es cierto que en sus análisis, que son más sofisticados que los de las feministas radicales, las feministas socialistas logran “combinar” las relaciones sociales del capitalismo (relaciones de clase) con las relaciones patriarcales (de sexo), la dominante es, para estas teorías, la patriarcal. Por eso, tiene sentido que antes de abordar el detalle de las feministas socialistas y marxistas, dediquemos un poco de espacio para entender el concepto de patriarcado compartido en la década de 1970 y elaborado por el feminismo radical.

De la familia patriarcal a la sociedad patriarcal

Los primeros libros en promover el concepto de patriarcado en ese sentido tan amplio de “sistema” o “estructura” social fueron los de las feministas radicales estadounidenses Kate Millett con Sexual Politics (Políticas sexuales, 1969) y Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex, the Case for a Feminist Revolution (La dialéctica del sexo, por una revolución feminista, 1970). Fueron obras que tuvieron un gran impacto en un sector social amplio de la clase media y el estudiantado norteamericanos. Lo que lograron implícitamente, tanto Millett como Firestone y las feministas que las siguieron, fue reconceptualizar el término de patriarcado. Antes de la década del ’70 del siglo pasado (y de toda la prolífica literatura feminista que acompañó el movimiento de lucha de las mujeres), “patriarcado” era un término propio a la ciencia antropológica que definía un tipo de familia en el desarrollo de las sociedades humanas, y así lo encontramos utilizado, por ejemplo, en la obra de Engels.

Más adelante, en Economía y Sociedad (1968), el sociólogo Max Weber definió el patriarcado, o más exactamente el “patrimonialismo”, como una forma de gobierno basada en el poder de los padres de familia, propia del largo periodo feudal en Europa, es decir, como una forma de organización social donde el poder de la monarquía patrimonial es una proyección agrandada de los múltiples patriarcados (o estructuras familiares) en los que se sostiene.[7] Es importante señalar que Weber solo analizó la superestructura de la sociedad, pero en ningún momento conectó esa organización política con el sistema de explotación del trabajo campesino que representaba el modo de producción feudal. Ese uso weberiano del término es el que ha circulado más en los ámbitos universitarios de la posguerra, y ha servido como punto de partida para Millett y otras teóricas y activistas feministas.

La teoría marxista hizo desde sus inicios un uso muy cuidadoso del término patriarcado, intentando apoyarse en las investigaciones de los antropólogos. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Engels, como el resto de los antropólogos de su época, usa el término “patriarcal” para caracterizar un tipo de familia, en un época donde las familias eran comunidades, por eso Engels habla en un momento de “comunidad familiar patriarcal”. En el análisis materialista de Engels, más específicamente, la familia patriarcal es una forma transicional de la familia que surge entre las familias fundadas en el derecho materno, o lo que Engels llama el “matriarcado” (pero que conviene más describir como familias matrilineales o matrilocales), y la familia monogámica, que es la forma de la familia que sigue hoy, transformada por el capitalismo. La familia patriarcal es la familia que surge, según la hipótesis de los antropólogos, cuando la filiación femenina y el derecho materno son reemplazados por la “filiación masculina y el derecho hereditario paterno,” por lo que el padre se convierte en el jefe de familia, y se constituye a su alrededor una gens paterna….Pero para Engels (como para Morgan), esta familia permanece en un estadio relativamente corto de la historia humana porque el mayor cambio que va a cristalizar la opresión de las mujeres aún está por producirse….Lo que va a surgir muy rápidamente, con el desarrollo de las fuerzas productivas, es la aparición de la sociedad de clases, y por lo tanto de un nuevo tipo de familia fundada en el matrimonio monogámico, donde el hombre reduce a su esposa a una propiedad y asienta así una autoridad firme y generalizada en el sistema social….

El cambio cualitativo para Engels es, pues, el surgimiento de la propiedad privada de la tierra, de los bienes, y por lo tanto también de las mujeres y los hijos, que pasan a ser percibidos como la propiedad del padre de familia. Este cambio de las relaciones sociales y la emergencia de clases es el que modifica el carácter de las relaciones de poder que ya existían en la familia, dando una base material y estabilidad a las relaciones de dominación. La familia monogámica, también la unidad social básica de producción en esa época, se basa en la propiedad privada y establece una clara jerarquía de los sexos, ya que:

se funda en el predominio del hombre; su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre.

Para Engels, el gran cambio de la historia, que institucionaliza la opresión de la mujer, no es simplemente el establecimiento de la ley del padre, o la preferencia paterna a la hora de establecer el linaje, sino las relaciones sociales dentro de la familia, que pasan a ser con la familia monogámica, por primera vez en la historia, relaciones de clase:

Tal fue el origen de la monogamia, según hemos podido seguirla en el pueblo más culto y más desarrollado de la antigüedad. De ninguna manera fue fruto del amor sexual individual, con el que no tenía nada en común, siendo el cálculo, ahora como antes, el móvil de los matrimonios. Fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva, originada espontáneamente. Preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que solo pudieran ser de él y destinados a heredarle: tales fueron, abiertamente proclamados por los griegos, los únicos objetivos de la monogamia. [9]

Es claro que para los marxistas, desde Engels y Marx, son las relaciones sociales de propiedad privada, y por ende la “propiedad” de las mujeres y la apropiación del trabajo ajeno, las que sientan la base material de la opresión de la mujer.

El patriarcado según las feministas radicales

Es muy obvio que no podemos entender bien las teorías feministas sobre el patriarcado sin entender el contexto social y político de luchas de donde surgieron. La historiadora Alice Echols sitúa el desarrollo del feminismo radical en EEUU entre 1967 y 1975, aunque su impacto político en otros países se haya alargado en el tiempo. [10]

            …. Sus elaboraciones sobre la opresión de la mujer se hicieron al calor de las luchas de los Negros, y del movimiento Black Power. Frente a la dificultad de lograr que se aceptaran sus reivindicaciones en la National Conference for New Politics en 1967, donde participó Firestone, un grupo de Chicago publicó un manifiesto, “To the Women in the Left” (A las mujeres en la izquierda), abogando por la “secesión” de las mujeres del sistema patriarcal masculino, de la misma manera que el ala radical del movimiento negro reivindicaba la autodeterminación frente al Estado norteamericano.[12] Desde su inicio, pues, el feminismo radical ha estado asociado, en su estrategia política, al separatismo y la lucha de un sexo contra el otro para acabar con el sistema de dominación llamado patriarcado, abogando por una revolución feminista.

El feminismo radical se pensó a sí mismo como una corriente de la Nueva Izquierda, que quería desmarcarse tanto de las posiciones reformistas liberales como del estalinismo, del llamado “socialismo realmente existente” (que injustamente asociaron con el marxismo y el socialismo en general). Frente a la llamada “izquierda tradicional”, que había considerado el problema de la mujer como algo secundario que se solucionaría automáticamente con la llegada al socialismo, y que reproducía dentro de sus organizaciones relaciones de opresión, el feminismo radical argumentó que las relaciones de poder, que permitían el sometimiento de las mujeres a los hombres, no se podían reducir a simples reflejos o instrumentos para preservar la explotación económica, que eran distintas y debían ser pensadas con conceptos propios….los que reivindicamos el marxismo revolucionario estamos de acuerdo con el hecho de que las relaciones de opresión no son solo “medios” para explotar o dividir a la clase trabajadora, que tienen una existencia social propia y semi-autónoma y por eso diferenciamos el concepto de opresión del de explotación…..no estamos de acuerdo con la subsunción inversa que quiere operar el feminismo radical (reducir la explotación y las relaciones de clase a la opresión entre sexos) ni con la idea de que ambas relaciones tengan hoy una significación igual a la hora de organizar la sociedad; si bien son diferentes y están combinadas, los marxistas afirmamos que son las relaciones de clase las que emergen como dominantes, es decir, las que deciden en última instancia, qué opresiones son necesarias y cuáles son prescindibles, y qué dimensión pueden tomar.

La mayoría de las mujeres norteamericanas que en la década del ’70 iniciaron y dirigieron la segunda ola de luchas por los derechos de las mujeres y se identificaron como “feministas” eran activistas que habían participado en las luchas masivas contra la guerra en Vietnam y por los derechos civiles, muchas de ellas desarrollando una conciencia contra el “sistema” o el “capitalismo” pero, como explica una de ellas, Robin Morgan:

Mientras pensábamos que estábamos involucradas en la lucha por crear una sociedad nueva, fuimos cayendo en cuenta lenta y tristemente que estábamos haciendo el mismo trabajo dentro del Movimiento que afuera: escribir a máquina los discursos que iban a pronunciar los hombres, hacer el café pero no la política, ser los accesorios de los hombres cuya política iba supuestamente a reemplazar el Antiguo Orden. [13]

Echols explica que el impulso que reunió a estas activistas e intelectuales de la izquierda norteamericana a articular un feminismo radical, superador del feminismo liberal y del marxismo, fue una diferenciación clara frente a aquellas activistas que eran llamadas “políticos”, en un sentido despectivo, porque “atribuían la opresión de la mujer al capitalismo y su principal lealtad era hacia la izquierda”, mientras que las feministas radicales quisieron firmemente “oponerse a la subordinación de la liberación de las mujeres a la izquierda organizada” que consideraba que “la dominación masculina era un simple epifenómeno del capitalismo”.[14] Por lo tanto, el eje político y programático que definió el feminismo radical fue “que las mujeres constituían un sexo-clase, que las relaciones entre mujeres y hombres tenían que ser pensadas en términos políticos, y que el género, y no la clase, era la principal contradicción.”[15]

Y de ahí surgió la necesidad de dar una base teórica a una ubicación social y a un proyecto político, que resultó en la elaboración de las distintas teorías del patriarcado. Pero el feminismo radical no se quedó ahí, en la jerarquización de las relaciones de sexo sobre las de clase, sino que afirmó que las relaciones de dominación patriarcales son anteriores no solo al capitalismo sino al surgimiento de la explotación, y que por lo tanto su origen no tiene nada que ver con la sociedad de clases. Y esta “radicalidad” teórica del feminismo será la fuente de muchos debates internos y debilidades. Su mayor dificultad fue y sigue siendo dónde ubicar entonces el origen de la opresión sin volver a la biología y, por lo tanto, a un esencialismo naturalista. De hecho, una de las mayores tensiones teóricas internas dentro de las feministas radicales tiene que ver con la relación que establecen entre la biología o naturaleza humana y el patriarcado.

El materialismo y el marxismo fueron de hecho las primeras teorías en rechazar cualquier tipo de esencialismo o la idea de que el hombre, la mujer, o la humanidad en su conjunto tenga “destino biológico alguno”.

No existe una “esencia humana”, sino que lo humano –y todas sus categorías– es una construcción social e histórica en constante mutación. Lo que el marxismo afirma, a diferencia del constructivismo, es que no basta con decir que el sexo o el género (como la raza, etc.) son categorías socialmente creadas, es decir, no basta con hacer un trabajo crítico contra la naturalización de las opresiones. Lo que preocupa a los marxistas es explicar cómo se generaron o formaron relaciones de sexo o género cristalizadas de opresión y por qué, para poder pensar cómo cambiarlas y luchar contra ellas, es decir, elaborar una política y una estrategia de liberación que implique la transformación real, material, de la sociedad, más allá del importante y necesario trabajo crítico e intelectual.

Aún así, podemos subrayar tres elementos teóricos comunes en las distintas formulaciones del feminismo radical que merecen una discusión: el carácter ahistórico y estructuralista del concepto de patriarcado, la cooptación e inversión del marco marxista de análisis, y el individualismo utópico contenido en el popular eslogan del feminismo radical: “lo personal es político”. ….

No sabemos muy bien según el libro de Millett cuándo surge el patriarcado como tal, pero esto no es problema solo de Millett sino de la mayoría de las teóricas feministas radicales. De hecho, el carácter a-histórico del patriarcado que parece haber existido “desde siempre” es una de las principales críticas que va a recibir el feminismo radical por parte de los marxistas y otras alas más radicales del feminismo.

La relación contradictoria con el marxismo como marco teórico, aunque invertido, para pensar la emancipación es muy clara y explícita tanto en Firestone como luego en Delphy o MacKinnon. Todas ellas recurrieron, cada una a su manera, a la teoría marxista para pensar y desarrollar una teoría feminista del patriarcado, tomando prestados los conceptos, pero invirtiendo su jerarquía, produciendo casi una teoría marxista negativa, como en un negativo fotográfico. Todas ellas partieron de la reducción falsa y abusiva del marxismo a un economicismo, a una teoría reduccionista que subordina todos los conceptos y fenómenos a meras variaciones o reflejos de las relaciones de explotación, que son las únicas “verdaderas” e “importantes.”

El tercer punto que es importante subrayar es la ideología política contenida en el eslogan “lo personal es político”, que sitúa al individuo, y no al sujeto colectivo, como el agente y el objetivo estratégico del cambio.

Pero el eslogan para el feminismo radical derivó en muchos casos a apuntar una estrategia, y no una simple táctica: el feminismo se pensó como un proceso político que debía culminar en una transformación personal, en particular un cambio de la conciencia, una politización de la vida personal, donde el individuo era a la vez el punto de partida y de llegada de ese proceso, y las dinámicas colectivas (las marchas, los grupos de autoconciencia, la división del trabajo militante, la vida en comunas feministas, las acciones directas) eran solo una mediación para alcanzar esa transformación personal, que se pensaba a sí misma como contagiosa. En ese ámbito, el feminismo radical tomó prestada la estrategia del socialismo utópico de Owen o Fourier….

Una crítica marxista a las teorías del patriarcado del feminismo radical

El problema general de las teorías del patriarcado es que si bien ubican la totalidad de las manifestaciones de la opresión en todos los ámbitos de la existencia humana, no reconocen que la opresión ha surgido históricamente y se ha mantenido estable durante siglos hasta hoy, porque se combina con la explotación, que es la base material que la sustenta. Proponen una concepción abstracta y anti-histórica de la opresión como estructura, fuera de la división social del trabajo e indiferente al cambio histórico de los modos de producción. Su método anti-histórico no puede explicar, por lo tanto, cómo surge (el origen) y se consolida una relación de opresión, a nivel social, y cómo esta se cristaliza como autónoma con la aparición de la sociedad de clases y del Estado, que cambia la naturaleza social de las relaciones familiares.

El principal problema del feminismo radical es que su generalidad e imprecisión teórica se convirtió en un obstáculo político para desarrollar la lucha por la liberación de las mujeres combinada con la lucha de clases. El feminismo radical propone una estructura que solo reconoce dos sujetos sociales enfrentados: hombres y mujeres. Al no lograr explicar cómo se combina la opresión de la mujer con la explotación, no pudo articular la lucha por la liberación de la mujer con la lucha por el socialismo. El resultado es que el feminismo radical buscó sistemáticamente contraponer ambas luchas, argumentando que la lucha de los sexos era anterior y más profunda que la lucha de clases, en lugar de integrarlas en una estrategia común de revolución y liberación como pretende hacerlo el trotskismo, como heredero del marxismo revolucionario.

En ese sentido, si el feminismo radical ha logrado ser uno de los motores ideológicos que animaron las luchas que han logrado grandes conquistas democráticas (como el derecho al divorcio, al aborto, a los derechos reproductivos y una sexualidad más libre), también ha constituido un obstáculo fundamental para que las mujeres trabajadoras se organicen independientemente de la burguesía y lleven a los lugares de trabajo y a los barrios obreros las reivindicaciones democráticas. Es decir, fue obstáculo para que el poderoso movimiento de mujeres hiciera una lucha política en los espacios sociales donde se encontraban la clase trabajadora y los sectores populares, con mujeres y hombres.

Las teorías del patriarcado presentan una visión simplista, unilateral de la sociedad, pero las relaciones entre hombres y mujeres no se pueden pensar “en general”, en una sociedad de clases, como categorías fijas abstraídas del mundo social, porque todo depende de en qué clase (y adicionalmente también qué “raza” o etnia) se sitúan estos hombres y mujeres, en qué momento de la lucha de clases estamos, etc.

En lugar de postular que los hombres de la clase trabajadora son aliados potenciales, y que a través de un duro combate al machismo en las organizaciones obreras, estudiantiles, populares y en las luchas, tenían que ser educados y ganados para la liberación de las mujeres, porque en última instancia, el socialismo revolucionario (que abarca en su programa la lucha contra todas las opresiones) es una lucha común, el feminismo radical con sus teorías del patriarcado puso a los hombres como los enemigos sistemáticos de las mujeres y abogó por una estrategia de separación y confrontación entre hombres y mujeres.

¿Dónde ubicar el famoso “patriarcado” o las relaciones de opresión? El análisis marxista ha mostrado que el desarrollo del capitalismo industrial se apoyó y transformó la familia monogámica, que ya era una unidad institucionalizada de relaciones de opresión y explotación, y que las revoluciones burguesas institucionalizaron la condición desigual de la mujer en el Estado y el derecho burgués. Pero si nos mantenemos solo a nivel del derecho y de la ley burguesa no logramos entender la especificidad de la opresión de las mujeres bajo el capitalismo, que es una opresión marcada por la estructura de clases. Tanto el análisis de Marx, como el de marxistas contemporáneos, han mostrado que con el desa rrollo del capitalismo y la socialización de la producción en una escala mayor, la familia dejó de ser una unidad productiva, y ese cambio exógeno a la familia reforzó de nuevo la opresión de la mujer, que fue progresivamente encerrada en el espacio doméstico, excluida de una participación igual en la esfera pública (sin igualdad de derechos) y encadenada al trabajo “invisible” pero necesario de reproducción de la fuerza de trabajo. La superestructura burguesa (el Estado, las leyes, la ideología, etc.) hizo todo lo posible para mantener la discriminación hacia la mujer y no otorgarle la igualdad de derechos que reivindicaron las mujeres en la época de las revoluciones burguesas. El capitalismo se ha apoyado en una superestructura sexista y machista, que algunos llaman “patriarcal”, que discrimina a las mujeres, y ha hecho lo posible para asegurar su sobreexplotación y su exclusión de la vida política.

En ese sentido, el instinto teórico del feminismo radical, de ubicar la opresión de la mujer más allá del ámbito individual, privado y doméstico, más allá de la familia, fue correcto, como también lo fue el intuir que combatir el origen de la opresión no era meramente una cuestión de reformas legales como lo pretendía el feminismo liberal o burgués. La intuición de que la condición de subordinación y sobreexplotación tenía raíces más profundas que sus manifestaciones en la superestructura burguesa fue también acertada.

Pero las distintas teorías del patriarcado no lograron explicar el proceso histórico y la base material e institucional que sustenta esas relaciones de dominación, desigualdad y abuso. Si bien no están arraigas solo en la familia y en el Estado, su origen no está en la biología ni en la ideología sino en la sociedad de clases y, hoy en día, en el único motor que alimenta a la sociedad burguesa: la búsqueda de beneficios capitalistas a todo y cualquier precio.

El feminismo radical acabó tratando al marxismo como un enemigo casi igual o análogo al patriarcado, porque partió de la base de que las principales organizaciones y sociedades que se reivindicaban “marxistas” eran verdaderas “aplicaciones” del socialismo marxista. Su frustración con el machismo y la homofobia del estalinismo y las burocracias sindicales, y su alejamiento de la clase trabajadora, les llevó a operar con una caricatura muy grosera, mecánica y poco dialéctica del marxismo. El resultado fue la producción de teorías del patriarcado a-históricas, abstractas, con poca base material social para explicar la opresión, muy “radicales” –si se quiere– pero muy poco dialécticas y, sobre todo, la formulación de un fundamento “teórico” a la estrategia separatista de los movimientos de mujeres y la “guerra de los sexos”, una estrategia que hasta hoy no ha logrado acabar con el “patriarcado”, y menos aún arrastrar a la mayoría de las mujeres trabajadoras.

Notas:

Consulta el Marxismo Vivo nº 7 (2015)