El presente artículo está tomado de la revista Correo Internacional n.° 16, de enero de 2017 que fue enteramente dedicada a analizar la situación de los Estados Unidos en lo económico, político y social tras los dos gobiernos de Obama y el Partido Demócrata, y la llegada a la presidencia de Donald Trump y su política contra los extranjeros inmigrantes y refugiados, los negros, las mujeres y los lgbts, y contra el conjunto de los trabajadores.
De: Correo Internacional – por Alejandro Iturbe
El triunfo de Barack Obama en las elecciones de 2008 generó un gran impacto en todo el mundo: por primera vez en su historia, los Estados Unidos tendrían un presidente negro. El amplio margen con el que ganó se basó en las inmensas expectativas de cambio que en él depositaron los trabajadores y las masas estadounidenses. Ocho años después, esas expectativas han sido frustradas.
En ese momento, el imperialismo estadounidense enfrentaba una situación muy difícil. A nivel mundial, las derrotas de la política agresiva de Bush en Irak y Afganistán lo dejaban a la defensiva, con una relación de fuerzas desfavorable con las masas y con muchas limitaciones en sus posibilidades de intervención militar (el llamado “síndrome de Irak”). En el país se vivían las consecuencias de la profunda crisis económica abierta en 2007-2008.
En ese marco, los sectores más pensantes del imperialismo estadounidense consideraron que, para defender sus intereses, era necesario un profundo cambio de táctica política y, por lo tanto, una figura presidencial adecuada para esa tarea. Esa fue la razón por la que dos importantes dirigentes del Partido Demócrata, el fallecido senador Edward Kennedy y Zbigniew Brzezinski (uno de los ideólogos de la política de “reacción democrática” en la década de 1970) decidieron impulsar la figura del joven diputado negro Barack Obama contra Hillary Clinton, en la primaria demócrata. Lo que debe quedar claro es que Obama nunca fue un “activista negro” cooptado por los demócratas sino, por el contrario, era un hombre del “riñón” de ese partido e impulsado por un ala de su dirección.
A pesar de este carácter burgués imperialista, algunas figuras de izquierda alentaron esto, como fue el caso de Fidel Castro y de Chávez, y lo mismo hizo una parte del reformismo mundial.
Por eso, Obama fue muy útil para la burguesía estadounidense. Por el contrario, no lo fue para los trabajadores de EEUU y del mundo, ni tampoco para el pueblo negro de EEUU. Frente a los difíciles desafíos que se le presentaban como representante del imperialismo, ¿qué logró y qué no logró Obama en sus ocho años de gobierno?
La recuperación económica
Desde el punto de vista burgués, uno de los logros de Obama fue superar el peor momento de la crisis económica. Los ejes para ello fueron las grandes inyecciones de dinero al sector financiero (muchos billones de dólares), acompañadas por una política de tasas muy bajas de la Reserva Federal (banco central estadounidense). Esta política permitió evitar la quiebra del sector bancario-financiero (que, con estas “ayudas”, cubrió sus agujeros y se capitalizó) e impulsó una recuperación que ya dura varios años, lo que redujo la desocupación que, en años anteriores, crecía de modo constante.
Pero, al mismo tiempo, tuvo dos consecuencias muy profundas. La primera e inmediata es que limitó la propia recuperación, calculada en un promedio de 1,4% anual de crecimiento. Mucho mejor que la situación de Europa y Japón, pero una recuperación de “vuelo bajo” (basada en las finanzas y los servicios) que, cada vez que la economía busca acelerar “en subida”, se frena. La segunda es que profundizó el perfil cada vez más financiero-parasitario de la economía estadounidense en detrimento del sector productivo-industrial (cada vez se importan más productos industriales de consumo fabricados en China y otros países).
Con respecto al sector industrial, fue simbólico el caso de la General Motors (GM), uno de los gigantes del sector. La empresa estaba quebrada y, en 2009, fue de hecho estatizada para aplicar un plan de reestructuración con fondos estatales. Eliminó 20.000 puestos de trabajo (cerrando varias fábricas menores) y rebajó el salario de gran parte de sus obreros de 4.800 a 2.400 dólares por mes, así como eliminó o redujo otras conquistas, como planes de salud y jubilación.
El plan aplicado en la GM fue tomado como modelo por muchas otras empresas industriales, que avanzaron en un fuerte ataque sobre el salario y las condiciones laborales y contractuales de sus obreros, con la anuencia de la mayoría de la burocracia sindical.
El resultado de todo el proceso es que si bien la recuperación económica creó nuevos puestos de trabajo y bajó varios puntos el desempleo, los nuevos empleos (mayoritariamente del sector servicios) son con salarios y condiciones mucho peores que los anteriores.
En muchos casos, esos salarios están por debajo de la “línea de pobreza”, lo que queda graficado en que en el país más rico de la Tierra hay 46,7 millones de pobres, alrededor de 15% de la población, mucho más que el porcentaje de desocupados, calculado en menos de 5% a inicios de 2016.[1] Cifras de pobreza que aumentan considerablemente entre las minorías latina y negra, y también entre los jóvenes.
Conclusión: Obama ayudó a salvar de la crisis a grandes empresas y bancos a costa de sacrificios de los trabajadores y las masas.
La represión directa e indirecta
Los gobiernos de Obama mantuvieron y, en algunos casos, profundizaron los mecanismos de represión directa e indirecta contra la población y, en especial, contra los negros y latinos.
Una herramienta de represión indirecta es la llamada “ley de los tres delitos”, votada durante la presidencia de Bill Clinton (1994), por la cual aquella persona que comete su tercer delito “grave” es automáticamente condenada a prisión perpetua. Un criterio que se ve agravado porque el sistema policial-judicial estadounidense muchas veces obliga a los más pobres, aquellos que no pueden pagar un abogado particular (y deben apelar a los sobrecargados defensores públicos), a realizar acuerdos sin juicio aceptando delitos que no cometieron para evitar una condena mayor.
Como resultado de esta legislación y del sistema de conjunto, los Estados Unidos tienen la mayor población carcelaria del mundo: casi 2.300.000 personas (la mayor del mundo en términos absolutos y que representa un 23% de todos los presos del mundo, cuando el país tiene poco más de 4% de la población mundial). Si se realiza una proporción sobre la población, el número de presos en EEUU supera entre 5 y 10 veces a los países imperialistas europeos y a Canadá. En el país, esta proporción presos/población se ha multiplicado por 4,5 desde la década de 1970.
Pero esta herramienta represiva indirecta no afecta por igual a toda la población sino que está dirigida especialmente a las minorías: un 40% de los presos son personas negras y más de 25% son latinas (cifras muy superiores a su porcentaje en la población total, que es de 13 y 14%, respectivamente). Esto significa que una persona negra tiene seis veces más posibilidades de ir presa que una blanca, y una latina más de cuatro veces.[2]
Esta estructura se basa, por otro lado, en una continua violencia y represión policial contra estas minorías que, en muchos casos, deriva en asesinatos policiales de personas inocentes (por el solo hecho de ser consideradas “sospechosas”). Esto es especialmente grave contra la población y la juventud negra, como quedó demostrado desde el asesinato del joven negro Michael Brown en la ciudad de Ferguson (2014) y con muchos otros casos posteriores.
En todos estos casos, los policías estadounidenses tienen de hecho “permiso para matar”, ya que luego son declarados “inocentes”, o, en el peor de los casos, reciben penas muy leves. El resultado es que, según un estudio publicado por la agencia de noticias independiente ProPublica sobre los tiroteos en los que participó la policía, “los negros tienen 21 veces más posibilidades de caer bajo sus balas que los blancos”.[3]
Obama, además, prorrogó la Patriot Act (Ley Patriota) de Bush, que otorga amplias facultades de espionaje interno y detenciones sin mandato judicial, con la excusa del combate al “terrorismo”.
La “máquina” de expulsar inmigrantes
Si en algún aspecto Obama se quitó claramente su “máscara amable” y mostró su verdadero rostro imperialista fue en el tema de los inmigrantes. En EEUU, se calcula que actualmente hay 42.000.000 de inmigrantes, de los cuales cerca de 12.000.000 millones son “ilegales”; es decir, sin ciudadanía estadounidense o permiso de residencia (la famosa green card o tarjeta verde).
En su mayoría son latinoamericanos (especialmente mexicanos) que deben emigrar de sus países empujados por la pobreza y la miseria a que los condena la propia explotación imperialista, buscando alternativas de supervivencia. Para ello, se ven sometidos a los mayores peligros en el ingreso al país y a una vida casi clandestina.
En las últimas décadas, EEUU tuvo siempre una legislación represiva y persecutoria contra los inmigrantes no legalizados. Pero esta legislación se aplica con mayor o menor rigidez según las necesidades del mercado laboral. En épocas de auge se flexibiliza para que estos inmigrantes cubran los escalones más bajos de la estructura laboral y salarial. En épocas de crisis y aumento de la desocupación, se endurece. Así, los gobiernos de George H. W. Bush (2001-2009) más que duplicaron la cantidad de deportaciones del período de Bill Clinton (1993-2011).
En este aspecto, los gobiernos de Obama fueron aún más duros que los de Bush. Veámoslo en datos y cifras. En 2004, Bush centralizó diversas agencias que realizaban esta represión: el Citizenship and Immigration Services (Servicio de Inmigración y Ciudadanía, llamado “migra” por los latinos), la Immigration and Customs Enforcement (Fuerza de Inmigración y Aduana) y la Customs and Border Protection (Protección de Fronteras y Aduanas).
Con Bush, esa unidad tenía 28.000 agentes y un presupuesto de 4.900 millones de dólares. Obama aumentó el número de agentes a 48.000 y subió su presupuesto a 18.000 millones. Un crecimiento que se expresó en la cantidad de deportados, que pasaron de 2.116.690 en el período Bush a 2.768.357 con Obama.[4] ¡Un récord histórico para un presidente! Por eso, algunos medios de izquierda hablan de la“máquina de deportaciones que Obama construyó para el presidente Trump”.
No es casual, entonces, que en los últimos años se hayan desarrollado incipientes procesos de movilización enfrentando estas políticas y sus consecuencias. En un rápido resumen debemos señalar el movimiento Occupy (expresando a la juventud de las grandes ciudades); la lucha por el salario mínimo de 15 dólares la hora (realizada por los sectores más explotados de la clase trabajadora); las movilizaciones contra las deportaciones (como la campaña #Not1more deportation), y las combativas movilizaciones contra la violencia y los asesinatos policiales contra la población negra. Cabría agregar también, las luchas por la defensa de la educación pública.
Navegando aguas turbulentas en el mundo
El otro frente de tormenta que se presentaba ante el gobierno Obama era la situación internacional. Tal como hemos señalado, la derrota militar del proyecto Bush, del “nuevo siglo americano” a través de la “guerra contra el terror” en Irak y Afganistán, dejaban al imperialismo estadounidense con una relación de fuerzas desfavorable con las masas.
Su capacidad de intervención militar en el exterior quedaba limitada. Es el llamado “síndrome de Irak”, que analizamos en otro artículo de esta revista. Sobre esta base, los procesos revolucionarios en el mundo árabe agravaron aún más este cuadro defensivo.
A partir de esta realidad, se retomó a fondo la táctica que hemos llamado “reacción democrática”. Es decir, para frenar los procesos revolucionarios y las luchas en el mundo, se ponen en el centro de la política exterior los pactos y negociaciones (con acciones militares muy limitadas al servicio de esta táctica central). Otro aspecto de esta política es que, en la medida en que las condiciones concretas de un país lo permiten, se utiliza la trampa del sistema electoral-parlamentario y no los golpes de estado.
A diferencia del odiado George W. Bush, Obama (con su imagen de joven negro y su carisma) era la figura perfecta para esa política imperialista, por las expectativas y simpatías que generaba entre las masas. Baste decir, por ejemplo, que su primer viaje como presidente fue a países del África negra, en los que fue recibido con grandes movilizaciones de masas en su apoyo.
Esta política llevada adelante por Obama le permitió lograr varios éxitos, algunos de ellos muy importantes. Por ejemplo: sacó las tropas estadounidenses de la guerra de ocupación en Irak y evitó que la imagen de la derrota fuese tan clara y evidente como en Vietnam. Intenta también salir de Afganistán, donde mantiene una semi-guerra de sostén al gobierno títere de Kabul como apoyo de una negociación tras los bastidores con las fuerzas rebeldes encabezadas por el Talibán.
En la región del mundo árabe-musulmán, profundizó y avanzó en una política de acuerdo con el régimen iraní de los ayatolás, que pasó de ser uno de los integrantes del “eje del mal” de Bush a ser uno de los interlocutores regionales de peso en la política imperialista de intentar evitar que esa región se incendie de modo completo y que avancen los procesos revolucionarios.
Es claro que, por la combinación de la crisis de dirección revolucionaria y la acción contrarrevolucionaria del imperialismo, Putin, y otras fuerzas, los procesos revolucionarios de la región no han avanzado y se estancan, y que incluso algunos, como el sirio, están en una dura encrucijada.
Pero, al mismo tiempo hay que decir que los éxitos del gobierno de Obama solo fueron parciales, que no han logrado revertir la relación de fuerzas en el mundo ni mucho menos tranquilizar la estratégica región del mundo árabe-musulmán e imponer un “orden imperialista”. Tanto Irak como Siria se han dividido de hecho en varios países, configurando un rompecabezas explosivo. Israel se desgasta como herramienta de represión sobre el mundo árabe. Turquía y Pakistán viven situaciones de gran inestabilidad. Puede calificarse la situación regional de diversas formas pero ninguna de ellas podrá ser “tranquilidad”.
Un éxito importante del imperialismo: Cuba
En el marco de esta definición (logros parciales que no revirtieron la relación de fuerzas mundial), uno de los éxitos más importantes del gobierno de Obama en política exterior ha sido la reanudación de las relaciones diplomáticas y comerciales con el régimen castrista cubano, expresada en la visita de Obama a Cuba y su reunión con Raúl Castro. Una política que fue pavimentada y preparada por el papa Francisco (en plena sintonía con Obama).
Estas relaciones estaban prohibidas por leyes estadounidenses votadas a inicios de la década de 1960, cuando el Estado obrero cubano y el propio castrismo eran considerados los principales enemigos en Latinoamérica.
La base para este acercamiento fue la restauración del capitalismo, que la propia burocracia castrista llevó adelante en la segunda mitad de la década de 1990. Esta restauración fue aprovechada plenamente por los imperialismos europeos (especialmente el español) y canadiense, mientras que la burguesía estadounidense se veía imposibilitada de aprovechar el proceso.
Dentro del imperialismo estadounidense se abrió un intenso debate. Por un lado estaba la burguesía gusana anticastrista residente en Miami, con fuertes lazos y mucho peso dentro del Partido Republicano, que ponía dos condiciones para reanudar relaciones con Cuba (y liberar el comercio y las inversiones): la caída del régimen castrista y la garantía de devolución de las propiedades expropiadas por la revolución.
Por el otro lado, otros sectores, mayormente ligados a los demócratas, pero también con expresión dentro de los republicanos, veían cómo se desaprovechaban excelentes posibilidades de negocios en un país tan cercano geográficamente, en áreas como turismo, finanzas, producción agraria, venta de productos industriales, etc. De hecho, algunos ya “hacían trampa” a la legislación vigente en EEUU y realizaban inversiones “camuflados” detrás de empresas canadienses.
El gobierno de Obama cierra este debate: reanuda relaciones diplomáticas e impulsa el camino para la liberación de las inversiones y el comercio. Y gana para esa política a sectores de peso de esa burguesía anticastrista: Marco Rubio, senador republicano por Florida, de origen cubano, participó de la delegación que viajó a Cuba y explicó que “el acuerdo incluye la normalización de los vínculos bancarios y comerciales entre los dos países”.
En su discurso en Cuba, Obama explicó claramente los pilares de su política. Por un lado, dijo:“Queremos ser socios” (todos sabemos lo que esto significa en boca del imperialismo). Por el otro: “El destino de Cuba lo deben definir los cubanos” y “aceptamos la existencia de dos sistemas diferentes”. En otras palabras, en tanto nos garanticen la entrega de Cuba, no cuestionaremos la dictadura de los Castro.
Obama logra así dos éxitos combinados. El primero es que abre esas grandes “oportunidades de negocios” a su burguesía imperialista, a pocos kilómetros de la costa de Miami. El segundo es que el régimen castrista ya no es un “enemigo desestabilizador” y se incorpora (ahora de modo pleno y oficial) como parte subordinada del orden imperialista.
Trump ha vociferado contra esta política de Obama. Pero parece muy difícil que se juegue a revertirla (y, si lo intenta, que lo logre), porque ella responde a intereses económicos y políticos muy profundos de la burguesía imperialista estadounidense.
Algunas consideraciones
Hemos dicho que las grandes expectativas que las masas estadounidenses depositaron en Obama se vieron frustradas, y que ese desgaste de su figura fue una de las bases que permitieron la elección de Trump, por la ruptura de una parte de la base electoral demócrata. Intentamos explicar también las profundas razones de esa frustración.
Pero es necesario dimensionar esta definición. Obama no termina su presidencia odiado por el conjunto de las masas o “quemado” al nivel que lo estuvieron Richard Nixon en 1974, o Bush en 2008. Es posible, incluso, que, si la legislación estadounidense lo permitiese, hubiese derrotado a Trump, aunque con mucho menor margen que el de sus triunfos en las elecciones anteriores.
Es muy posible, entonces, que frente a Trump y las contradicciones que su elección abrió, continúe siendo una figura importante en la política estadounidense (de la misma forma que Bill Clinton). En primer lugar, para ayudar a atenuar e intentar revertir la crisis que se ha abierto en el Partido Demócrata. En segundo lugar, como una figura que puede seguir actuando en la política mundial al servicio de la reacción democrática.
[1] Datos del censo de Estados Unidos 2015, citado por http://oglobo.globo.com/economia/nos-estados-unidos-recuperacao-da-economia-nao-alivia-pobreza-18110311
[2] http://www.eltiempo.com/mundo/ee-uu-y-canada/presos-en-las-carceles-de-estados-unidos/13980050
[3] http://www.semana.com/mundo/articulo/ estados-unidos-continua-la-pesadilla-racista/410745-3
[4] http://www.teinteresa.es/mundo/Obama-presidente-mas-inmigrantes-deportado-deporter_in_chief_0_1687031367.html