Reproducimos a continuación un artículo publicado el 27 de agosto en la web de nuestro partido internacional, la Liga Internacional de los Trabajadores-cuarta internacional (LIT-ci), sobre el atentado en el aeropuerto de Kabul el día previo, y que se suma a la crisis de Afganistán:
El fracaso del proyecto de EEUU en Afganistán gana colores vivos en las dramáticas escenas en el aeropuerto de Kabul, donde millares de extranjeros y afganos se aglomeran para intentar salir del país desde el último 14 de agosto.
Para empeorar la situación, el día 26 una pequeña organización salafista, disidente del propio Talibán, sin enraizamiento social, el ISIS-K [o El-K](Estado Islámico del Khorasan – antigua denominación de parte del centro y el sur asiático), conocida por promover ataques terroristas contra la población civil hazara [minoría chiita, ndt.], promovió dos explosiones criminales en el área externa del aeropuerto de Kabul, que provocaron más de 80 muertes –la amplia mayoría de afganos y 13 militares americanos, los primeros de ellos muertos desde el acuerdo con el Talibán, en febrero de 2020–.
El gobierno americano alertó que podrían ocurrir nuevos atentados hasta fin de agosto, cuando termina el plazo para el retiro de ciudadanos extranjeros y afganos que quieran salir del país, conforme el acuerdo negociado entre el gobierno americano y el Talibán.
La Liga Internacional de los Trabajadores (Cuarta Internacional) repudia ese atentado que va a contramano de la lucha de las masas y está volcado a alcanzar a la población civil.
Una primera y breve evaluación muestra que ese atentado expone por un lado la colaboración entre las fuerzas americanas y el Talibán desde febrero de 2020, que tiende a fortalecerse en este momento. Y, por otro lado, reafirma lo que ya es consenso entre los analistas políticos: la realidad de la derrota americana, que puede tener como consecuencia el fortalecimiento de movimientos antiimperialistas y la ampliación del sentimiento antiguerra entre la población americana, algo como un “síndrome de Kabul”, en referencia a los mismos efectos provocados por la derrota en Vietnam.
A contracorriente de la historia y de la realidad, la gran prensa lamenta que esa derrota llevara a la falta de respeto de los derechos humanos en Afganistán, alimentando la ilusión de que los derechos humanos fueron de alguna forma garantizados durante los 20 años del régimen de ocupación americano.
El mito del imperialismo humanitario
Los Estados Unidos y sus aliados imperialistas no cumplieron ningún papel humanitario en Afganistán. Al contrario, ellos impusieron un régimen de ocupación en el país, garantizado por tropas de ocupación, promovieron bombardeos de aldeas y ciudades, además de masacres contra civiles afganos. Se estima que 47.000 civiles fueron muertos como consecuencia directa de la ocupación americana. Además de estos, otros 66.000 soldados y policías afganos y 51.000 combatientes del Talibán y otras organizaciones. Entre americanos las bajas superaron 6.000 entre soldados (2.400) y terciarizados (3.600).
En 20 años, se gastaron U$S 2,3 billones, lo que equivale a cerca de U$S 300 millones por día. Esos abultados recursos no fueron aplicados en escuelas, hospitales, vivienda u obras públicas para generar empleos. Fueron gastados principalmente en soldados y material bélico, y posteriormente en la formación de las fuerzas armadas y policiales del gobierno títere. Los pocos recursos destinados al desarrollo del país fueron a parar a los bolsillos de la corrupta elite gobernante.
Además, la situación de la mujer afgana no cambió de calidad durante los 20 anos de ocupación. Apenas 25% de las mujeres son alfabetizadas. La mitad de ella se casa antes de los 18 años. El pago de dote para la familia de la novia y la imposición del uso del burka son generalizados, particularmente en las áreas rurales donde vive 75% de la población afgana. El régimen de ocupación nunca se preocupó en aplicar de hecho la ley contra la violencia doméstica.
Otra ley, la que garantiza la inclusión del nombre de la madre en los documentos de identidad de los hijos, solo fue votada hacia finales de 2020.
En realidad, el imperialismo no ocupó Afganistán para “salvar” a las mujeres de la opresión. Al contrario, él esencialmente se acomodó a las prácticas sociales machistas vigentes, con algunos cambios cosméticos (algún recurso para ONGs, la presencia de mujeres en el parlamento del régimen títere, entre otras).
Por fin, la “guerra a las drogas” no salió del papel. El cultivo de la amapola, de la cual se produce el opio y la heroína, creció 200% desde 2001, según el más reciente informe de la ONU, y su procesamiento local se amplió, beneficiando principalmente a los señores de la guerra, parte de la oligarquía rural, además del propio Talibán. Afganistán responde por más de 80% de la oferta mundial de opio y heroína.
En resumen, atribuir a la ocupación imperialista algún papel humanitario oculta la verdadera violencia terrorista contra la población y su alianza con la oligarquía rural y los señores de la guerra.
La invasión soviética “emancipadora”
El mito civilizador americano tiene su contrapartida estalinista. Sectores neoestalinistas defienden que la invasión soviética de 1979 y el régimen que le siguió tuvieron como objetivo garantizar importantes reformas modernizadoras como la reforma agraria y el fin del pago a título de dote nupcial, que es una forma de mercantilización de la mujer.
La verdad de los hechos está muy lejos de eso. En 1973, Mohammed Daoud Khan da un golpe militar, destituye a su primo, el rey Mohammed Zahir Shah, elimina la monarquía y asume el poder con apoyo soviético y de los comunistas locales del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) que están organizados en dos alas: el Parcham (La Bandera) y el Khalk (El Pueblo). A pesar de emplear una retórica de izquierda, nada cambió en relación con el poder de la oligarquía rural. Eso no impidió al Parcham apoyar el nuevo régimen republicano.
En abril de 1978, Daoud Khan manda asesinar a un dirigente comunista –Mir Akbar Khyber– y las dos alas de comunistas se unen y promueven un golpe militar. Daoud Khan es ejecutado y los comunistas asumen el poder. Este movimiento es llamado Revolución de Abril (Revolución del Saur) y se firman dos decretos progresistas: el de la reforma agraria y el fin de la dote nupcial.
Sin apoyo popular en el campo, el nuevo régimen enfrenta la oposición liderada por los propietarios rurales y por los líderes religiosos locales, los mulás ultraconservadores.
Con el advenimiento de la revolución iraní de 1979, la oposición al nuevo régimen se fortalece, a pesar de la represión intensa, y amenaza influenciar a las masas dentro de las repúblicas soviéticas, cuya población vive bajo la opresión del régimen estalinista de Moscú.
Frente a este escenario, el régimen soviético orienta a los comunistas afganos a abandonar la política de reforma agraria y del fin de la dote nupcial. El ala más moderada, el Parcham, liderado por Babrack Karmal, acepta las directrices soviéticas, pero son apartados del poder por el Khalk, liderado por Nur Mohammed Taraki y Hafizullah Amin. Karmal va al exilio y varios de los integrantes del Parcham son presos, una notoria práctica sobre cómo organizaciones estalinistas tratan a sus disidentes[3].
El régimen soviético se aproxima de Taraki y la KGB trabaja para eliminar a Amin, pero es este quien elimina a Taraki y asume el poder. Incluso contrario a la invasión soviética, esta ocurre en diciembre de 1979, en la cual Amin es ejecutado y Babrak Karmal retorna al poder a bordo de los tanques soviéticos.
La invasión soviética amplió cualitativamente la oposición popular, a pesar de las concesiones a las elites agrarias y a los mulás ultraconservadores al retirar la propuesta de reforma agraria y el fin de la dote nupcial. La ocupación soviética recurre a la represión brutal que llevó a la pérdida de algo de alrededor de un millón de vidas. Entre los asesinados está Martire Meena, fundadora de la RAWA (Asociación Revolucionaria de las Mujeres Afganas), asesinada por el servicio secreto del régimen en 1987, por su oposición a la ocupación soviética y a las concesiones a la elites rurales.
Finalmente, varios grupos de guerrilleros islámicos conocidos colectivamente como Mujahiddin, liderados por señores de la guerra, apoyados por el régimen pakistaní, por la CIA, por el régimen saudita, por China y por el Reino Unido, inician una guerra de guerrilla que llevará a la salida de las tropas soviéticas en 1989, y a la caída del régimen liderado por los comunistas, en 1992. Posteriormente, se forma el Talibán en 1994, con el apoyo del régimen pakistaní, de la CIA y de Arabia Saudita, y llega al poder en 1996, de cual será derrocado por la ocupación americana cinco años después.
Al contrario de lo que dicen esos sectores estalinistas, la invasión soviética fue realizada para impedir que los vientos de la revolución iraní llegasen a las repúblicas soviéticas oprimidas y no para promover la reforma agraria y el fin de la dote nupcial, políticas que los estalinistas de Moscú sacrificaron para intentar garantizar su poder.
¿Talibán paz y amor?
En sus primeras declaraciones públicas, representantes del Talibán afirmaron que respetarán la propiedad privada, el derecho de las mujeres dentro de las normas islámicas, la integridad de extranjeros, representaciones diplomáticas y periodistas, además de anunciar la amnistía para los oficiales y funcionarios del antiguo régimen de ocupación.
Es interesante notar que el propio presidente de los Estados Unidos eximió al Talibán del atentado en el aeropuerto y que las fuerzas americanas están trabajando directamente con el Talibán para garantizar la seguridad del aeropuerto.
No obstante, parte de esas declaraciones están en contradicción con los cinco años en los cuales el Talibán estuvo al frente del Estado afgano y con los aliados con que el Talibán se vinculó desde entonces. Vamos a examinar algunas cuestiones.
La primera cuestión es la propiedad de la tierra. En Afganistán, 75% de la población vive en el medio rural. La agricultura y el pastoreo son las principales actividades económicas del país, siendo el opio y derivados el principal producto de exportación. De un lado están los grandes propietarios de tierra. Y del otro lado están los campesinos (pequeños propietarios) y una masa de trabajadores y trabajadoras sin tierra (aparceros y trabajadores estacionales para épocas de plantío y recolección). Según el Banco Mundial cerca de 12% de las tierras son arables. De esta forma, la cuestión de la reforma o revolución agraria es una cuestión clave. La política del Talibán nunca fue la de promover cualquier reforma agraria, sea cuando estuvo al frente del gobierno (1996-2001), sea en el proceso de lucha contra el antiguo régimen de ocupación. Al contrario, buscó acomodarse con las oligarquías rurales y todo apunta a que mantendrá esa orientación. Esta relación explica cómo el Talibán consiguió tomar el país en solo 11 días. Además, hay una cuestión de grillaje de las tierras de familias campesinas, particularmente cuando son lideradas por mujeres (hay dos millones de viudas en el país). Al aliarse con la oligarquía, es razonable suponer que el régimen del talibán cerrará los ojos al grillaje como hicieron los regímenes anteriores. Y frente a las luchas y revueltas campesinas y de trabajadores y trabajadoras sin tierra, que ocurrirán tarde o temprano, el Talibán recurrirá a la represión brutal tal como gobernó el país por cinco anos.
Otra cuestión importante se relaciona con las empresas multinacionales que actúan en el país. Hay estudios que apuntan que la explotación de riquezas minerales puede alcanzar U$S 1 billón. Hoy, una empresa china explota cobre y una indiana explota mineral de hierro. Si el fin de la guerra trajera estabilidad, con certeza vendrán nuevas mineras además de las petroleras interesadas en construir oleoductos y explotar las reservas de gas. Todo indica que el régimen del Talibán se pondrá al servicio de esas empresas. No por casualidad, China fue el primer país en reconocer de hecho el régimen del Talibán y su agenda gira alrededor de actividades económicas (entre ellas la nueva ruta de la seda) y de la represión a los grupos que luchan por los derechos de los Uighures en Xingiang.
Además de China, la cuestión de la represión a organizadores disidentes es de interés de todos los regímenes vecinos (Pakistán, Irán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán), y próximos (Rusia y la India). Algunos de esos regímenes apoyaron el Talibán antes de su ascenso al poder y todas las señales son de integración al orden capitalista regional, aunque el conflicto entre Pakistán y la India pueda de alguna forma dificultar los entendimientos con el régimen indiano.
En cuanto a los derechos de las mujeres, de acceso a la educación, al trabajo, al mantenimiento de sus propiedades, de ir y venir sin ningún guardián masculino, de decidir su vestimenta sin imposiciones, del fin de los castigos crueles como latigazos y apedreamiento, del fin del casamiento infantil y de la dote nupcial, la trayectoria del Talibán siempre consistió en limitar o negar esos derechos. Incluso siendo una sociedad conservadora, el ascenso del Talibán al poder en 1996 representó un retroceso en relación con los derechos de las mujeres. Un ejemplo es el uso del burka, que era opcional y muy minoritario antes de 1996, pero se tornó obligatorio bajo el régimen del Talibán. Por ese motivo, es improbable que el nuevo régimen reconozca esos derechos, aunque pueda hacer algún cambio cosmético. En verdad, estará en manos de la clase trabajadora, de los campesinos, de la juventud y de las mujeres la conquista de cada uno de esos derechos, y en esa lucha enfrentarán el régimen del Talibán aliado a los propietarios de tierra y a los mulás ultraconservadores.
Está incluso la cuestión de las minorías étnicas oprimidas, particularmente los Hazaras, entre otras, con las que el nuevo régimen tendrá que lidiar.
Lo que queda claro es que la tendencia del régimen del Talibán es de “paz y amor” solo con la élite de los propietarios rurales, los regímenes capitalistas vecinos, y las multinacionales. Y tal vez se extienda a los propios Estados Unidos. En cuanto a la sufrida clase trabajadora rural y urbana, los campesinos, las mujeres y las nacionalidades oprimidas, la tendencia no es de paz ni de amor sino de explotación, opresión y mucha represión.
La mayoría de la clase trabajadora afgana apoyó la lucha contra la ocupación y este apoyo fue decisivo para la derrota del imperialismo. Ahora, la clase trabajadora tendrá que aliarse a los explotados y oprimidos dentro y fuera del país para arrancar las libertades democráticas, la reforma agraria, el derecho a una vida digna… lucha que solo terminará con la caída del régimen del Talibán y de todo el orden capitalista en el país y en el mundo.