Se está entrando en la recta final del proceso de elecciones presidenciales en el país, con el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden como los principales candidatos. ¿Cuál debe ser la posición de los socialistas revolucionarios?
Numerosas corrientes de la izquierda estadounidense, especialmente la llamada “izquierda demócrata” encabezada por Bernie Sanders y organizaciones que se ubican por fuera de la estructura de este partido, como los DSA (socialdemócratas americanos) y otras llaman a votar por Joe Biden, presentando la elección como una lucha «por la defensa de la democracia» contra la amenaza ultrarreaccionaria y/o fascista que representaría Trump.
No coincidimos con esta posición ni con sus fundamentos, y opinamos que lleva a los trabajadores y las masas a caer nuevamente en la trampa burguesa que representa el partido demócrata. Apoyar al candidato neoliberal del Partido Demócrata no frenará la subida de la extrema derecha. Pero antes de entrar en ese debate, creemos necesario ver el marco más profundo en que estas elecciones se realizan.
El “sueño americano” ha muerto
El “sueño americano” era la ideología de que EEUU era la “tierra de la mil oportunidades”. Que cualquiera fuera el origen social de una persona o de una familia, con trabajo duro y cierta capacidad era posible tener éxito y ascender socialmente. En diversos artículos publicados en esta página, hemos dicho que ese sueño hoy está muerto y que para millones de habitantes de ese país se ha transformado en una pesadilla. Esa “muerte” se evidencia en la combinación de cuatro crisis que golpean a los trabajadores, todas ellas con necesidad de urgente solución.
La primera es la crisis de salud con la pandemia del coronavirus, en que EEUU (a pesar de ser el país con más recursos del mundo) tiene el triste privilegio de encabezar la lista mundial de contagios y muertes. Este impacto se vio agravado por la criminal política del gobierno de Donald Trump, que desnudó la fragilidad del sistema de salud pública y el claro carácter de clase al ser los trabajadores y los sectores oprimidos los más afectados por la pandemia. Ahora, el gobierno y la burguesía están en plena ofensiva con la “nueva normalidad” para retomar los niveles de explotación habituales. Biden no ofrece ninguna salida a esta crisis sanitaria ya que está en contra del plan de seguro de salud universal (Medicare for all), y no ha explicado si y como se van a garantizar tests, tratamientos y vacunas para todos los infectados. Tanto el Partido Demócrata como el republicano, consideran que la salud es un negocio y no un derecho social de la clase trabajadora.
La segunda es la crisis económica y social que ha provocado decenas de millones de desempleados, un brutal aumento de la pobreza, la miseria y el hambre, con muchas familias que deben hacer cola en los comedores comunitarios para acceder a un plato de comida. El plan de gobierno de Biden solo tiene promesas vagas de un grandes inversiones públicas para renovar la infraestructura decadente del país y avanzar hacia la economía verde. No garantiza el derecho a un empleo o ingreso fijo, ni tampoco plantea la prohibición de los despidos y desalojos como sí lo levantan las organizaciones socialistas.
La tercera es la crisis ecológica con un récord de incendios masivos, huracanes y tornados. En el año 2020 ha habido un cambio cualitativo en la emergencia ecológica y la destrucción del medio ambiente: solo en California, se estima que ya han sido destruidas 800.000 hectáreas de bosques. En el único debate entre Trump y Biden quedó muy claro que si bien Biden reivindica a la “ciencia”, sólo toma en cuenta una ínfima parte de las investigaciones de los científicos que aseguran que vamos hacia una destrucción asegurada. Biden defendió abiertamente el fracking y la continuación de una política energética extractivista. Su única “solución” a la crisis del medio ambiente es una lenta transición hacia la energías renovables de la mano de las grande empresas, y no como lo exigen los especialistas un cambio total del modelo productivo.
La cuarta es la crisis provocada la violencia del Estado y su carácter represivo. Especialmente, la violencia policial racista contra la población negra, que cobra permanentes víctimas. Es un reflejo extremo del racismo institucionalizado en la sociedad y en el Estado. Aquí es donde los partidos demócrata y republicans coinciden en desoír los reclamos básicos de la histórica ola de movilizaciones que convulsionó al país: cuando las calles pedían menos recursos públicos para la policía y las prisiones y más para la educación y servicios sociales, así como el fin de las protecciones legales a los cuerpos policiales que les garantizan el derecho de matar, Biden afirmó que él proponía subirle le sueldo a la policía, contratar más policías e invertir más recursos en formación y “protección”. Ambos candidatos aspiran a ser los candidatos de la “ley y el orden.”
Una crisis del régimen político
Todo este cuadro generó una respuesta creciente del movimiento de masas. Su manifestación más notoria han sido las rebeliones antirracistas que respondían a los casos de asesinatos y/o lesiones provocadas por la policía. Movilizaciones que se extendieron por todo el país y en las que hubo fuertes choques con las fuerzas represivas. Su impacto fue tan grande que consideramos que provocaron una crisis en el régimen político y abrieron una nueva situación en el país. Fue un salto sobre los elementos de crisis ya preexistentes, en el marco del deterioro constante del nivel de vida y del escepticismo cada vez mayor de las masas para con el “sistema”.
No son los únicos procesos de lucha: desde el inicio de la pandemia se registró un récord de conflictos y de huelgas en el país, especialmente en el sector de la educación y de los servicios y el comercio. Luchas que surgen desde abajo y reflejan el hartazgo de los trabajadores por la actual situación. “La frustración con los bajos salarios en la industria de servicios y la debilidad de las protecciones de los empleados… en medio del aumento de las muertes por coronavirus” […]. «En esta ola de huelgas, el impulso viene de las bases. Los trabajadores han decidido que han tenido suficiente y están preparados para presionar por el cambio», expresó Dean Baker, economista del Centre for Economic and Policy Research.
Trump no es fascista
Con este contexto, las elecciones representan un intento de la burguesía estadounidense para cerrar el proceso revolucionario y fortalecer el régimen. Para llevar adelante esa tarea, hay dos propuestas distintas.
Trump y los republicanos presentan la propuesta de hacerlo a través de “la ley y el orden”, la represión institucional y la defensa de los policías represores como “héroes”. Pero es necesario ser muy claros: su gobierno es ultrarreaccionario y ataca duramente a los trabajadores y las masas, pero no es fascista ni tiene el proyecto de serlo.
Esto implicaría un cambio cualitativo del régimen democrático-burgués estadounidense. Pero, actualmente, ni los sectores centrales de la burguesía estadounidense ni la cúpula de las FFAA están a favor de un cambio de esta envergadura. La prueba objetiva e indiscutible de que Trump no tiene condiciones ni apoyos suficientes para cambiar el régimen es la ruptura pública que escenificó el Departamento de Defensa en junio, el día después de que Trump declarara la posibilidad de movilizar el ejército para reprimir las protestas. Los altos mandos militares forzaron al Secretario de Defensa, Mark Esper, a salir públicamente al día siguiente para asegurar lo contrario y no participaron en ningún operativo de represión.
En todo caso, si el gobierno Trump fuese realmente fascista o tuviese el proyecto de transformarse en ello, solo se lo podría derrotar en las calles, con la organización y la lucha de los trabajadores y su autodefensa. Nunca se ha parado el fascismo con elecciones burguesas.
Estamos, entonces, en el terreno electoral burgués clásico y el fantasma del fascismo (o el argumento de combatirlo) solo sirve para encubrir la trampa electoral del otro partido burgués imperialista: los demócratas.
Las amenazas al derecho de voto
Esta posición de fondo no significa que subestimemos el aumento del tamaño en afiliados y la actividad de las milicias y los grupos fascistas blancos, como los Proud Boys, que atacan abiertamente las protestas y a los militantes de izquierda. Es una realidad preocupante: a estos grupos no solo hay que denunciarlos: se los debe combatir esencialmente con la autodefensa de las luchas, movilizaciones y huelgas.
Tampoco subestimamos la amenaza de estos grupos de ir a los lugares de votación a «vigilar que no haya fraude». Es decir, a intimidar a los votantes. Llamamos a participar de las movilizaciones que se realicen para defender el derecho al voto, en unidad de acción con los demócratas y la izquierda reformista.
Además, dado el gran número de votantes por correo que habrá en estas elecciones, el conteo final de los votos y la definición de la composición del colegio electoral va a demorar unos días. En ese período de “tierra de nadie” es muy posible que haya movilizaciones de apoyo a Trump y también de los que lo quieren sacar. Llamamos, además, a participar en unidad de acción en las movilizaciones que puedan producirse si Trump y sus apoyadores intentan desconocer un triunfo electoral de Joe Biden.
Nuestras banderas
Llamamos a participar de estas movilizaciones en unidad de acción pero no nos disolvemos en ellas. Participaremos con nuestras banderas, nuestra propuesta y nuestra organización.
En primer lugar, denunciando el carácter antidemocrático del actual sistema electoral estadounidense y su carácter restrictivo para los trabajadores y las masas, un sistema que también defiende el partido demócrata. Nos referimos, por ejemplo, a la exclusión de más de 40 millones de inmigrantes que no tienen la ciudadanía y a los millones que han tenido condenas (con un alto porcentaje de negros y latinos); al carácter antidemocrático de la elección indirecta a través del colegio electoral; al hecho de que los trabajadores deben perder horas de trabajo y salario para inscribirse y votar; o a las grandes trabas para inscribir candidatos independientes de los dos grandes partidos burgueses.
Llamamos a construir una verdadera democracia para los trabajadores y el pueblo estadounidense y a organizarse en los lugares de trabajo y en las comunidades barriales para luchar contra los múltiples ataques que hoy sufren. Debemos apoyarnos en que “Los trabajadores han decidido que han tenido suficiente y están preparados para presionar por el cambio”. En ese camino, llamamos a avanzar en la perspectiva de la lucha por un cambio de fondo de esta sociedad capitalista, una revolución para construir los Estados Unidos Socialistas.
Algunas consideraciones finales
Por todo ello, llamamos a no votar en ninguno de los dos candidatos burgueses. Luchamos contra Trump pero no votamos a Joe Biden ni el “canto de sirena” del partido demócrata que, como muestra toda la experiencia histórica, no ha eliminado el racismo y la violencia policial ni ha resuelto los gravísimos problemas que afectan a los trabajadores y las masas. Quienes se reivindican socialistas no pueden ceder a la presión de llamar a votar el “mal menor” que representaría el burgués imperialista “democrático” Joe Biden, para derrotar al burgués imperialista “fascista Trump”.
En aquellos Estados en los que se presentan candidaturas independientes de la clase trabajadora, como la de Dan Piper del Socialist Resurgence, en Connecticut; o la de Belden Baptiste (Noonie Man), en Louisiana, apoyamos esas candidaturas.
Finalmente, llamamos a votar favorablemente algunas proposiciones que se presentan de modo paralelo a las elecciones presidencial y legislativa. Por ejemplo, en California apoyamos el aumento de impuestos a las grandes propiedades comerciales, para financiar la educación; la restauración del afirmative action (leyes destinadas a corregir efectos de formas específicas de discriminación); y el apoyo a los derechos laborales de los trabajadores de empresas de la “nueva economía”, como Uber y Lyft.