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Economía: en el principio fue la incertidumbre

El principio de la incertidumbre de Heisenberg viene a decir que cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento lineal y, por tanto, su masa y velocidad.

Ningún razonamiento puede llevar a todos los capitalistas a limitar voluntariamente su producción cuando la demanda supera a la oferta. Ninguna lógica los empujará a conservar en un nivel medio sus inversiones, en el momento en que su producción corriente no pueda ya ser absorbida por el mercado. Para eliminar completamente las crisis habría que suprimir toda la marcha cíclica de la producción, es decir, todo elemento de desarrollo desigual, es decir, toda competencia, todo intento de incrementar la tasa de ganancia y de plusvalía, es decir, todo lo que hay de capitalista en la producción.” (E. Mandel, cap. XII Tratado de Economía Marxista).

La actividad económica es una de las acciones humanas más subjetivas en la sociedad; es a Rockefeller al que, tras la crisis del 29, se le atribuye la frase de que “cuando mi zapatero invierte en bolsa, yo retiro el dinero”. El miedo del “rockefeller” se transforma en pánico en el zapatero, puesto que una caída de la bolsa lo arruinaría frente a un “rockefeller” que, aunque pierda cientos de millones, sigue siendo multimillonario.

Si leemos el informe del FMI de previsiones para 2021 y 2022, dice: «se superan las cifras del informe WEO de octubre de 2020. La revisión al alza refleja un mayor respaldo fiscal en unas pocas grandes economías, la recuperación prevista para el segundo semestre de 2021 gracias a las vacunas, y la continua adaptación de la actividad económica a la reducción de la movilidad. Estas perspectivas están sujetas a gran incertidumbre, relacionada con el curso de la pandemia, la eficacia del respaldo durante la transición hasta que las vacunas faciliten la normalización, y la evolución de las condiciones financieras.” (el subrayado es mío).

Es decir, todas las proyecciones dependen de resolver las causas de la “gran incertidumbre” que ha generado la pandemia y “del grado en que las políticas económicas desplegadas en medio de una gran incertidumbre puedan limitar los daños duraderos causados por esta crisis histórica”. (el subrayado es mío).

En dos párrafos se repite el mismo concepto, “la Gran Incertidumbre”, confirmando la máxima que es tan vieja como el capitalismo, el “capital es miedoso”, y en cuanto ve signos sociales, políticos o, como en este caso, sanitarios de “incertidumbre” que cuestione los beneficios, se retrae bajo su caparazón -los estados nacionales- en busca de protección y seguridad jurídica para sus negocios.

El piloto automático del capitalismo

En realidad, la máxima de que el “capital es miedoso” es relativa, quienes son miedosos son los propietarios del capital, los burgueses y capitalistas; el capital es una relación social objetiva (C=c+v) que tiene unas leyes internas que funcionan en modo automático como las placas de la tierra sobre su superficie moviendo continentes y provocando catástrofes naturales, de acuerdo con sus leyes internas y de manera objetiva.

La ley del valor, la acumulación de capital y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y las fuerzas contrarrestantes, así como su tendencia a la igualación en momentos de desequilibrio, actúan sobre el capital. Que se pueden modificar, minimizar, etc., a través de las políticas de los gobiernos, cierto; pero que esas políticas están determinadas por esas fuerzas objetivas del capital, también.

Por eso, por mucho que una ministra de Trabajo se autocalifique de “comunista” dentro de un gobierno burgués no puede hacer otra cosa que política burguesa; es esta clase, sus miedos, sus “incertidumbres” producto de la actuación de esas leyes del capitalismo las que determinan su quehacer. Podrá adornarlo como quiera, sin embargo, todo lo que haga desde un gobierno burgués será política para la burguesía.

El mejor ejemplo de esta imposibilidad es que todas las políticas económicas de los gobiernos que se autocalifican de progresistas, de izquierdas e incluso comunistas, bajo los regímenes capitalistas, tienen como objetivo recuperar el equilibrio en la economía con el que sueña cualquier burgués. La burguesía como clase odia la inseguridad jurídica de sus negocios que se deriva de la ruptura de los equilibrios económicos.

Desde los clásicos de la economía burguesa como Adam Smith hasta los neoliberales como Hayek, pasando por Keynes, su obsesión -que es la obsesión de los capitalistas- es el equilibrio en los mercados, entre la oferta y la demanda; o dicho en términos jurídicos, “la seguridad jurídica de los negocios”.

Adam Smith lo basaba en el librecambio, en el que el juego “natural” ejercido por la demanda y la oferta es suficiente para el alcance del equilibrio de la economía y la fijación natural de los precios, a través de lo que él llamó metafóricamente la “mano oscura del mercado” (¿“la mano que mece la cuna”?).

Como la época del liberalismo puro desapareció con el imperialismo y los monopolios capitalistas, el neoliberalismo no puede dejarlo todo en manos del mercado, aunque digan que así es, “(von Hayek, von Mises, Pigou, Hawtrey, etcétera) afirman que la crisis se evitaría impidiendo un descenso de la tasa de ganancia durante la fase final del auge (por ejemplo: bloqueo de los salarios; descenso de la tasa de interés demasiado elevada; esfuerzo para evitar toda distorsión de los precios, etc.) (…)”.

“(…) En 1972, Pigou afirmó con seguridad que reducciones draconianas de salario podrían evitar una crisis”. (Mandel, capítulo XII Tratado de Economía Marxista).

En lo que coinciden ambos es en la ausencia del gobierno en labores legislativas referentes al mercado. Para Smith, los mandatarios deben ocuparse de otros ámbitos de control más enfocados a la defensa o la justicia, dejando al mercado a su libre funcionamiento. A lo que los neoliberales añaden una tercera tarea esta vez intervencionista, legislar en caso de necesidad para salvarlos de sus quiebras y contra las condiciones de vida de la clase trabajadora.

Pero el sueño de un equilibrio definitivo es eso, un sueño que no tiene que ver con la realidad de un sistema que vive en la tendencia permanente al desequilibrio fruto de la competencia intercapitalista, ahora agudizada por elementos extra económicos como la pandemia. Solo después de grandes choques de las “placas tectónicas” del sistema, este recupera el equilibrio y puede encarar un periodo de crecimiento.

En deriva de choque

¿Por qué se han agravado las interrupciones en las cadenas de suministro globales?” se pregunta la web, World Energy Trade. A lo que ella se contesta, “(…) influyentes economistas advirtieron respecto de que la combinación de una política monetaria muy acomodaticia, los elevados saldos de ahorro de los hogares, la demanda reprimida y el enorme gasto fiscal aumentaban significativamente el riesgo de inflación”.

Un fenómeno que estamos observando en todas las potencias imperialistas. Por ejemplo, en el Estado español, que no es un imperialismo de primera división, sino periférico, el Banco de España constata un ahorro de las familias de unos 100.000 millones desde que arrancó la pandemia, en marzo de 2020; un ahorro que ahora se está consumiendo.

No obstante, más allá de estos aspectos coyunturales (el ahorro viene y se va), las interrupciones que señala tienen unas causas más estructurales.

El equilibrio entre oferta y demanda que daba seguridad al sistema se manifestaba en la hegemonía norteamericana, que garantizaba una «moneda refugio» que lo estabilizaba. La crisis del 2007 fue el principio del fin de esta estabilidad que la pandemia arrojó por la borda.

Incluso la inflación, que fuera expulsada del sistema económico todos estos años a base de mantener el precio del dinero bajo con el manejo de los tipos de interés, ha vuelto junto con el desequilibrio entre la oferta y la demanda, que se ha unido a la desaparición de la seguridad que daba la hegemonía yanqui y el dólar.

El mundo construido tras la contrarrevolución neoliberal de los 80, en una tendencia que se profundizó en los 90 con la restauración del capitalismo en los estados “no capitalistas”, se basaba en unas cadenas de suministro que tenían como eje el “just in time”; es decir, tender lo menos posible a tener stocks de mercancías almacenadas. Todo basado en la “chinamerica”, donde China aportaba de manera regular productos manufacturados a bajo precio a las potencias imperialistas, que habían deslocalizado el grueso de la producción industrial a China y a otras naciones “emergentes”.

La crisis del 2007-2008 desorganizó el sistema financiero en medio mundo, especialmente en los EEUU, Gran Bretaña y el Estado español; pero China siguió cumpliendo su papel y las “cadenas de suministros”, el “just in time” funcionaba como un reloj.

En el 2016 China deja de ser solo el suministrador de productos manufacturados y entra a jugar en la primera división de la economía mundial, cuando el yuan es admitido por el FMI en la bolsa de divisas refugio en paridad con el dólar, el euro, la libra o el yen. China “se hizo mayor de edad” y el equilibrio en las cadenas de suministros ya no eran lineales, del “productor”·al “vendedor/consumidor”. El productor ahora también era “vendedor-consumidor/suministrador” en competencia con sus antiguos compradores; el mejor ejemplo es la cerrada pugna por el mercado que hay entre las dos grandes de la venta por internet, la yanqui Amazon y la china Alibaba.

A partir de aquí se han sucedido las guerras comerciales, las subidas de aranceles, los insultos y los desencuentros entre la dos grandes potencias que están polarizando al mundo a su alrededor.

En este incremento de la tensión en las guerras económicas y comerciales entre los dos bloques, el anglosajón y el chino ruso aparece un “cisne negro” para la economía mundial: la pandemia. Un “cisne negro” en economía es un acontecimiento extraeconómico imprevisible que sacude todo el sistema, amenazando con derruirlo.

La UE en este panorama es un corcho en la tormenta, puesto que aun siendo un “gigante” comercial, tiene los “pies de barro” políticos; es incapaz de romper con las fronteras nacionales y avanzar en los Estados Unidos de Europa.

La pandemia no solo paralizó tres meses la economía mundial con los confinamientos de miles de millones de seres humanos (la inutilidad del capital para resolver las necesidades sociales y como generador de riqueza quedó harto demostrado), sino que esa parálisis rompió la columna vertebral del sistema en el que se había basado la acumulación de capital a lo largo de los años 80, 90 y 2000: las cadenas de suministro y el “just in time”.

El “just in time” significaba un aumento en el ritmo de rotación del capital desde su fase de producción hasta su puesta en el mercado, con abaratamiento de costes por la inexistencia de almacenaje de mercancía sin vender (capital muerto hasta que no cobra “vida” con su venta). Era el “camina o revienta” llevado a su máxima expresión.

Pero esto suponía una precisión milimétrica en el funcionamiento del sistema, el equilibrio soñado por los economistas clásicos entre oferta y demanda. No podía haber el menor indicio de duda en este equilibrio, porque de lo contrario todo se iba al traste.

El primer torpedo a la línea de flotación de este sistema de equilibrios vino de China, con la entrada en los mercados mundiales de las multinacionales que allí había crecido al calor del capital imperialista. El ejemplo citado de Alibaba no es el único; el banco HSBC, firmas de tecnología como Huawei y la tecnología 5G, y tantos otros, comenzaron a demoler ese “equilibrio” construido sobre una división internacional del trabajo muy preciso: el mundo estaba repartido y no se admitirían nuevos repartos.

En esto estalla la pandemia y coge al sistema haciendo equilibrios para mantenerse sobre sus pies, intentando negociar cómo encajar a los nuevos competidores en un mercado que estaba saliendo del desastre del 2007-2008.

Tres meses de parálisis de la economía mundial demostró que el “just in time” tenía los pies de barro. La inexistencia de stocks de material sanitario, la absoluta dependencia que tiene occidente de la producción en China y Oriente, …, puso patas arriba todo el sistema, demostrando que el “dinero” no sirve para nada ante un acontecimiento del calibre de la pandemia de la Covid-19.

Las tendencias al desequilibrio de la economía mundial se agudizaron hasta el punto de poner en deriva de choque a las grandes potencias, hoy a punto de pasar de las guerras comerciales a las guerras abiertas. El eje euro norteamericano se estrecha, y tras la constitución de la alianza Aukus entre una Gran Bretaña liberada de la disciplina de la UE, los EEUU y Australia, se convierte en el bloque anglosajón contra la cadena encabezada por China y Rusia. La UE a lo suyo, a ser un corcho en la tormenta.

La lucha contra el cambio climático, otro motivo de discordia

Salvo “terraplanistas” y conspiranoicos similares, a nadie con dos dedos de frente se le puede ocurrir negar que el capitalismo conduce al mundo al borde del abismo ecológico añadiendo otro motivo, y de mucho calado, que genera “incertidumbre” en los negocios; no solo por el miedo a un futuro distópico sino por la aparición de sectores en competencia con los viejos conglomerados financieros como sucede con la minería: el carbón vs. las tierras raras, el hierro vs. el litio, etc.

Como buenos capitalistas la reacción no es, ni puede ser, coordinada: la planificación de la economía que supondría la adopción de medidas para acabar con las fuentes del calentamiento global sin que se produzca una catástrofe social se opone por el vértice a la lógica de un sistema basado en la propiedad privada, la competencia y la búsqueda del beneficio como religión.

El fracaso de las cumbres del clima no es más que la crónica de algo anunciado, ningún sector del capital va a renunciar por las buenas a las fuentes de su riqueza. No serían capitalistas si lo hicieran. Pero el problema no viene, solo, por los que se niegan a ceder, sino por los que diciendo que luchan contra el cambio climático, lo alimentan dentro de la lógica depredadora del sistema.

Es intrínseco al capitalismo el que todo avance tecnológico que incremente la tasa de ganancia, al ampliar su base productiva, se convierta en receptor de una avalancha de inversores. Es el comienzo de una burbuja especulativa por el “efecto llamada” que tienen esos nuevos sectores. Esto es lo que está sucediendo con las llamadas “energías renovables”, un verdadero aluvión de inversiones en un nuevo sector productivo en expansión que, como todo en el capitalismo, alcanzará su final cuando la sobre acumulación de capital envíe a la quiebra a muchos de los actuales inversores.

En suma, a las guerras comerciales por el control del mercado en los sectores tradicionales, se suma la guerra por los futuros mercados de los nuevos sectores surgidos de la informatización, creando más incertidumbre entre los capitalistas. La lucha contra el cambio climático se convierte en otro elemento más que alimenta las contradicciones intercapitalistas e interimperialistas.

Un anillo para dominarlos a todos”

Por definición el capitalismo necesita de estabilidad, seguridad jurídica que de continuidad a sus negocios y que los circuitos económicos no estén sujetos a variables que ellos desconocen. La explotación de la clase obrera, que es su negocio fundamental, no se puede realizar en tiempos de incertidumbre y caos, y menos que menos, en tiempos de guerra.

Sin embargo, está también en su lógica interna la competencia y la lucha por los mercados; todo capitalista lleva en su interior un monopolista, pues esa lucha solo se puede resolver con la desaparición de sus competidores en una tendencia a la centralización y concentración de capital.

Esta es la gran contradicción que mueve al capitalismo: odian tanto la guerra como la necesitan, lo que les conduce periódicamente a choques entre ellos; guerras “frías”, comerciales, arancelarias, etc., y cuando esto no basta, guerras “calientes”; porque el capitalismo únicamente conoce una forma de determinar la hegemonía social, la fuerza.

Decía Schumpeter, hipócritamente y racionalizando esta contradicción, que la guerra era “destrucción creativa”, y desde el punto de vista de la producción es cierto. Las reconstrucciones tras una guerra suelen ser momentos de gran acumulación de capital, puesto que no solo obliga a la reconstrucción del aparato productivo, sino que supone una destrucción masiva de fuerzas productivas, con una rebaja absoluta del nivel de vida de los trabajadores y trabajadoras.

El final de este proceso es la toma del control del mercado mundial por una sola potencia, “un anillo para dominarlos a todos”. Fue en el siglo XIX tras las guerras napoleónicas que Gran Bretaña se hizo con ese dominio, fue en el siglo XX, tras el largo periodo de la I y la II Guerra, que los EEUU los sucedieron en control del “anillo”.

La incertidumbre actual viene dada porque hemos entrado en una fase en la que el “anillo” no tiene un claro poseedor, sino que hay una lucha cerrada entre las diferentes potencias capitalistas, y como toda lucha, se sabe cómo comienza más nunca como acaba. Hitler y la burguesía alemana, como Bonaparte y la francesa, no sabían cómo iban a acabar las guerras que desataron porque el final no estaba escrito en ningún lado… Si lo hubieran sabido no lo habrían hecho.

La clase obrera tiene en sus manos acabar con esta incertidumbre que amenaza con hundir a la humanidad en la barbarie, a condición de que retome el camino de la lucha por la transformación socialista de la sociedad y lo que conlleva: la abolición de las raíces de la incertidumbre, la propiedad privada de los medios de producción, distribución y financieros causa de la competencia insana del capitalismo, y su substitución por la planificación democrática de la economía con base en las necesidades sociales (biológicas y espirituales) del ser humano.

En palabras de Marx, pasar del “reino de la necesidad al reino de la libertad”, que es el socialismo.

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