Socialismo o barbarie. Viene a la mente en esta hora la alternativa indicada por Friedrich Engels hace un siglo y medio, que luego hizo famosa Rosa Luxemburgo en las barricadas de la revolución alemana. Una frase que hemos repetido por décadas y a la que tal vez, al repetirla, casi también nosotros revolucionarios nos habíamos vuelto adictos, haciéndonos perder el sentido profundo de aquellas palabras. Pero estos días dramáticos nos ofrecen una ilustración que no requiere subtítulos para lo que realmente significa: socialismo o barbarie.

El capitalismo con su barbarie es el legítimo padre del coronavirus. Es un sistema que destruye al hombre y el ambiente en el cual vivimos, contrapone la producción con fines de lucro con la salvaguarda del planeta, abriendo la caja de Pandora de la cual escapan nuevas enfermedades, epidemias como esta que está haciendo estragos en Italia y en el mundo.

Este sistema bárbaro, basado en la división en clases de la sociedad, produce monstruos que no puede enfrentar. Al ser un sistema basado en las ganancias de un puñado de multimillonarios, el capitalismo no quiere –y no puede– detener la producción destinada a las ganancias. Por esto, las zonas rojas, naranjas o amarillas y las medidas de los gobiernos burgueses no detienen el contagio: porque a los trabajadores se les pide que no se congreguen después del trabajo y, al mismo tiempo, que se amontonen en silencio en las fábricas y oficinas durante las horas de trabajo.

Por otro lado, Marx ya explicaba que los gobiernos son los «comités empresariales de la burguesía»: su tarea es preservar las ganancias de los patrones, no ocuparse con la salud pública. Para esto agregan insulto a las lesiones: no solo nos han arrastrado a este desastre, sino que ahora lo aprovechan para justificar, en nombre de un virus, la crisis económica de su sistema social y para legitimar nuevas medidas antiobreras, despidos en masa, nuevos cortes, en una espiral del Infierno del Dante.

Al ser un sistema social en el cual la vida de las masas no vale nada, el capitalismo corta la salud pública (unos cuarenta millones desde el comienzo de la crisis económica mundial) para utilizar los recursos para salvar bancos; recorta fondos para hospitales, equipos y personal para alimentar la salud privada y alimentar nuevas ganancias sobre la piel de los proletarios.

Al educar a las masas con la ideología dominante de la ganancia como propósito de la vida, y privar a las conciencias de una visión social y colectiva, el capitalismo también difunde con el virus una concepción individualista, necesaria en un sistema basado en el mercado. Es por eso que es tan difícil incluso aplicar las medidas racionales necesarias (aunque insuficientes en sí mismas) para evitar el contagio. Gobernantes y plumíferos están indignados porque en las horas en que no están concentrados en el lugar de trabajo, los trabajadores no respetan las distancias de seguridad, los jóvenes no quieren renunciar al bar o la fiesta, y muchos se muestran indiferentes al contagio que también es causado por estos comportamientos egoístas. Pero el egoísmo individualista también es un hijo legítimo del capitalismo.

Algunos científicos argumentan ahora que la única forma de detener realmente el virus sería detener la producción y reducir las actividades al mínimo indispensable por quince días. Pero esto no puede hacerse mientras gobierne la burguesía, que no está dispuesta a renunciar a sus ganancias. Es por eso que el coronavirus costará miles, si no más, vidas humanas. La vida de los ancianos (que ya se consideran prescindibles, dado que no producen ganancias) y la vida de los jóvenes (porque a corto plazo el sistema de salud colapsará, al no poder curar incluso otras enfermedades).

Se necesitaría una dictadura del proletariado, es decir, un gobierno de los obreros para los obreros, el único capaz no solo de poner fin a la destrucción del planeta y del hombre, sino también, en esta desastrosa situación, de tomar todas las medidas realmente necesarias en lo inmediato: detener la producción (con la excepción de los de primera necesidad), detener realmente el transporte, interrumpiendo así realmente la cadena de contagio del virus; asignar los miles de millones necesarios para instalaciones adecuadas para tratar a aquellos que ya están enfermos. Un gobierno que inmediatamente encontraría recursos expropiando a los grandes industriales y banqueros.

Un gobierno obrero, el único verdadero gobierno de la “salud pública”, literalmente.

Hoy todo esto parece distante, pero no se trata de un sueño: es una necesidad, que debe involucrar de inmediato a los trabajadores y jóvenes en la construcción alrededor de un programa revolucionario de su fuerza organizada, de su partido mundial de la revolución socialista. En este camino estamos comprometidos como militantes de la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional.

Que no es un sueño lejano sino una pesadilla presente para la burguesía nos lo dicen las imágenes de estos días (que sorprendentemente no están censuradas en las noticias ni son ignoradas por toda la izquierda reformista) de los millones en la plaza en la revolución chilena, de las luchas de masa en tantas partes del mundo. Nos lo dicen, y queremos agregarlo con orgullo, las banderas del MIT, la sección chilena de nuestra Internacional, que ondean sobre las barricadas de Santiago de Chile, como símbolo de un proyecto revolucionario internacional en marcha. Esas pancartas son, para decirlo con Trotsky, las banderas de una posible victoria que se avecina, la única salida posible. Una victoria de las masas proletarias, de ese socialismo sin el cual la humanidad está condenada a la barbarie del capitalismo y a la muerte por sus virus, de este o del próximo. Una victoria que estamos comprometidos a construir en todo el mundo en las luchas diarias de los trabajadores y los jóvenes. ¡Únete a esta lucha!
Socialismo o barbarie.

Artículo publicado originalmente en: informa@alternativacomunista.org
Traducción: Natalia Estrada.