Acaba de realizarse en Biarritz (Francia) la 45ª cumbre de los jefes de gobierno de los países imperialistas más poderosos. Fue una expresión de la crisis que, en diversos aspectos, vive actualmente el capitalismo imperialista.
El G7 (Grupo de los Siete) comenzó sus reuniones anuales en 1976. Participan los jefes de Estado o de gobierno de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Japón, Italia y el Reino Unido, países que acumulan el 64% del PIB mundial. Evidentemente, el eje es Estados Unidos, la principal potencia imperialista. A ellos se sumó posteriormente el presidente de la Unión Europea. El representante de los gobiernos rusos participaba como invitado desde inicios de 1990 y se integró plenamente entre 1997 y 2014, cuando fue excluido (durante esos años pasó a denominarse G8).
El objetivo declarado del G7 es “discutir los problemas mundiales” y las definir políticas del imperialismo frente a ellos. Es decir, tener una orientación común sobre cómo garantizar la explotación de los trabajadores y pueblos del mundo, por un lado, y cómo enfrentar la lucha de clases y los procesos revolucionarios.
En ese marco, muchas veces el G7 abordó discusiones sobre problemas como el “hambre en el mundo”, el sobreendeudamiento externo de muchos países colonizados y el deterioro del medio ambiente, para aparentar que esos problemas les preocupaban y que estaban dispuestos a “hacer algo”. Los resultados están a la vista.
En 1999, se formó el G20 que, además de los países ya señalados, incorpora los llamados eufemísticamente “emergentes”, como China, Brasil, Arabia Saudita, Corea del Sur, Turquía, Argentina y Sudáfrica, entre otros. Por un lado, buscaba mostrar una falsa “democratización” de las “decisiones mundiales” con la participación de gobiernos de países no imperialistas. Por el otro, su verdadero objetivo era actuar como una especie de “escudo protector” y amplificador de las políticas discutidas por el imperialismo en el G7.
Los “años de oro”
En gran medida, los “años de oro” del G7 (y también del G 20) fueron aquellos en que Barack Obama ocupó la presidencia de Estados Unidos (2008-2016). La principal potencia imperialista (y el imperialismo en general) debía enfrentar dos grandes problemas en el mundo.
El primero era que la derrota militar del “proyecto Bush” en las guerras de ocupación de Irak y Afganistán habían dejado al imperialismo en una situación de gran dificultad para nuevas acciones militares en el mundo y se expandía el proceso de luchas revolucionarias en el mundo árabe. El segundo era la profunda crisis económica mundial abierta en 2007-2008.
En ese marco, Obama apeló con mucha fuerza al G7 y al G20 para así poder implementar políticas mundiales que salvaran al capitalismo imperialista de ambos peligros (su derrumbe económico y la extensión de los procesos revolucionarios) con la participación colectiva de los gobiernos integrantes. Su imagen simpática y bienhumorada ayudaba a “trabajar en equipo”.
Del lado de los “países emergentes”, figuras populares como Lula aportaban el otro componente necesario para la elaboración y la aplicación de esas políticas. En una cumbre del G20, Obama llegó a decir que Lula era “elhombre” y que “lo quería mucho”. Ambos trataban de “vender” la imagen de que se podía “humanizar” el capitalismo.
El G7 (y el G20) tuvieron dos grandes ejes en las orientaciones que impulsaron en esos años. El primero fue la profundización del “libre comercio” a través de la eliminación de aranceles al comercio exterior y de la desregulación de la circulación de capitales por el mundo, a través de los tratados y acuerdos regionales y bilaterales. El segundo fue retomar la aplicación de la política de “reacción democrática” (dejada de lado por Bush) como táctica principal para enfrentar los procesos de lucha de los trabajadores y las masas en el mundo [1]. Nuevamente, para los trabajadores y las masas, los resultados están a la vista. Pero lo cierto es que en esos años, el equipo del imperialismo y sus agentes funcionó.
La política de Trump
La asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos fue el detonante de una profunda crisis en el G7 y en el G20 ya que cuestionó los dos ejes políticos que impulsaban.
Por un lado, expresando los intereses de un sector de la burguesía imperialista estadounidense, impulsó unilateralmente la rediscusión del “libre comercio” en todos los acuerdos que involucraban a Estados Unidos (como el NAFTA o el Tratado del Pacífico) para obtener ventajas aún mayores que las que obtenía esa burguesía imperialista. Junto con esto, abrió una guerra comercial-tecnológica de aranceles con China [2]. Esa política generó lo que los analistas burgueses llaman “enrarecimiento” del comercio mundial y, con ello, del proceso de inversiones y negocios del capitalismo imperialista, ya afectados por la onda expansiva de la crisis abierta en 2007-2008.
Por el otro, Trump dejó de lado algunos logros importantes que había obtenido la política exterior de Obama, a través de pactos y negociaciones, como los acuerdos con los regímenes iraní y cubano. No tiene condiciones de abandonar de modo definitivo la táctica de reacción democrática pero su estilo no es el de privilegiar la negociación sino la de imponer condiciones antes de negociar [3].
En ningún caso Trump consultó a los otros gobiernos imperialistas del G7 (menos aún a los “países emergentes” del G20). Las definiciones y discusiones han comenzado a pasar por otros lados: cumbres con el presidente chino Xi Jinping para discutir las relaciones comerciales, acuerdos con el ruso Putin para intervenir en la guerra civil siria y dividir el país, etc.
Esta política de Trump es la que detona la crisis de ambos grupos. A ello se suma, evidentemente, la personalidad grosera y provocadora de Trump que lo ha llevado a pelearse durante reuniones anteriores con importantes aliados del imperialismo estadounidense, como el primer ministro canadiense Justin Trudeau o la canciller de Alemania Angela Merkel.
Una cumbre de crisis
Pero estos hechos son solo la expresión de la crisis, no su origen. El imperialismo en su conjunto enfrenta problemas muy graves. Por un lado, la amenaza de una nueva recesión en la economía mundial e incluso de una nueva depresión [4] y procesos de ruptura de la Unión Europea como el Brexit. Por el otro, una nueva oleada de procesos revolucionarios y de lucha comienza a extenderse por el mundo como lo muestran Hong Kong, Sudán, Argelia, los chalecos amarrillos franceses, las movilizaciones contra la opresión y la violencia hacia las mujeres y contra la destrucción de la naturaleza, etc.
En ese marco, Trump, el actual jefe del principal país imperialista decide “cortarse solo” y “hacer la suya”, sin trabajar en equipo con las otras naciones imperialistas. Su criterio es que los demás se adapten a su política y acepten sus consecuencias (“America first”).
Por eso, aunque en ella estuvo mucho más medido que en las anteriores, esta también fue una cumbre de profunda crisis. Un buen resumen de lo acontecido fue el título de una publicación española: “Las potencias acuden divididas al G7 de Biarritz” [5]. En ese marco, la corta declaración final solo plantea algunas generalidades [6].
Los incendios de la Amazonia
En ese marco, hubo temas específicos que tomaron gran espacio y difusión. En especial, los incendios intencionales en la Amazonia que son tolerados (de hecho fueron impulsados) por el gobierno Bolsonaro. El proceso de movilización que abrieron en el Brasil y en el mundo, en cierta forma anticipó y mostró en concreto los ejes por los que es llamada en todo el mundo la semana de lucha contra el cambio climático [7].
La respuesta del G7 frente a la magnitud de este desastre fue trágicamente simbólica: ofreces poco más de 22 millones de dólares como “ayuda” para apagar los incendios [8]. Completando el cuadro, el presidente brasileño Jair Bolsonaro rechazó ese dinero hasta que el presidente francés Emmanuel Macron no retirase declaraciones que consideró “insultantes”. Además lo acusó de “querer quedarse con el Amazonas” y dijo que su gobierno estaba “defendiendo la soberanía del Brasil”.
¿Quién es Emmanuel Macron?
Eso abrió un intenso debate en la izquierda brasileña (también en la mundial) con algunos sectores que ubicaban a Macron en el “lado bueno” contra el “lado malo” de Bolsonaro (y su jefe Trump). O, como mínimo, que Macron ahora expresaba el “mal menor” contra el “enemigo principal” y debía tomarse como un aliado (al menos circunstancial).
El debate específico sobre el papel de ambos en el tema del Amazonas es abordado en un excelente artículo de Jeferson Choma en el que se muestra que hay dos proyectos del capitalismo imperialista para apropiarse de esta región y deteriorarla [9]. No hay lado bueno.
Aquí queremos profundizar un poco sobre quien es Macron. Él es el actual jefe del imperialismo francés que, en su historia, tiene sangrientos procesos de colonización en diversas regiones del mundo, sangrientas guerras colonialistas para defender su imperio, como las de Indochina y Argelia, En el terreno de la ecología, es corresponsable de la creciente destrucción de la naturaleza.
Frente a la crisis de las alternativas burguesas clásicas del régimen político francés (la derecha y la “izquierda”), apareció como una “tercera vía”, apoyándose en su imagen de hombre joven, educado y culto. Pero la vida desnuda rápido estas mentiras y su política de ajuste económico al servicio de la burguesía imperialista francesa comenzó a ser enfrentada, a menos de dos años de haber asumido, ´por la lucha de los “chalecos amarillos”, que reflejamos en numerosos artículos de este site [10], a los que reprime con extrema dureza.
Su gobierno quedó profundamente debilitado y Macron trató de aprovechar el protagonismo que le daba el hecho de que la cumbre se realizara en Francia para recuperar protagonismo y espacio político nacional e internacional. Por ejemplo, propuso para esta cumbre el eje de “combatir la desigualdad” y lo mismo con la cuestión del Amazonas. Algo así como “soy el capitalismo bueno” frente al “malo” de Trump y Bolsonaro. Pura hipocresía. Tal como vimos, existen roces y diferencias entre los diferentes gobiernos imperialistas pero, reiteramos, no hay “lado bueno” en ninguno de ellos para los trabajadores y las masas.
Algunas conclusiones
La crisis y la falta de respuesta del G7 indican claramente dos cosas: las divisiones entre las potencias imperialistas, por un lado, y la imposibilidad del capitalismo imperialista de resolver los graves problemas del mundo, desde el creciente empeoramiento de la situación de las masas hasta la destrucción de la naturaleza.
De ambos bloques solo podemos esperar más ataques y deterioro, aunque uno de ellos parezca más “amable”. El verdadero internacionalismo que actúe para salvar a la humanidad y la naturaleza solo podrá venir de los trabajadores y las masas y de la revolución obrera y socialista.
Notas:
[1] Sobre este tema, ver: https://litci.org/es/menu/lit-ci-y-partidos/publicaciones/correo-internacional/la-reaccion-democratica-del-sindrome-de-vietnam-al-sindrome-de-irak/
[2] Sobre este tema, ver: https://litci.org/es/menu/mundo/asia/china/armas-de-guerra/
[3] Ver artículo “Los dilemas del imperialismo” en la revista Correo Internacional 21, publicación de la Liga Internacional de los Trabajadores, mayo 2019, San Pablo, Brasil.
[4] https://litci.org/es/menu/economia/estamos-ante-inicio-una-nueva-recesion-mundial/
[6] https://mx.ambafrance.org/G7-Declaracion-de-los-Jefes-de-Estado-y-de-Gobierno
[7] Ver declaración de la LIT: https://litci.org/es/menu/ecologia/20-27-setiembre-semana-global-lucha-cambio-climatico/
[8] Es interesante ver en este sentido la declaración de la organización Greenpeace en https://es.greenpeace.org/es/sala-de-prensa/comunicados/balance-de-greenpeace-de-la-cumbre-del-g7-promesas-pero-poca-accion-vinculante/