Reproducimos a continuación un artículo de nuestro partido internacional, la Liga Internacional de los Trabajadores-cuarta internacional (LIT-ci), sobre la convocatoria de movilización del pasado 15 de noviembre en Cuba:
La llamada Marcha Cívica por el Cambio, convocada por la plataforma Archipiélago, no se concretó. La Habana amaneció completamente militarizada. Los principales organizadores de la protesta fueron detenidos, desaparecidos, o fueron impedidos de salir de sus casas por cercos policiales acompañados de unos detestables actos de repudio (escraches) de turbas fieles al régimen. En la víspera, el edificio donde vive Yunior García, el dirigente de Archipiélago que había anunciado una “marcha en solitario”, fue rodeado por decenas de policías y una patota oficialista.
El régimen intentó en todo momento pasar una imagen de normalidad, a pesar de los cientos de policías y camiones militares que recorrían los principales puntos de la capital. El gobierno promovió actos con motivo del reinicio del año escolar, los 502 años de la fundación de la Habana y, ante todo, festejos por la reapertura del turismo luego de la pandemia, el principal negocio entre la alta jerarquía de las fuerzas armadas y el imperialismo europeo. Mientras Miguel Díaz-Canel sonreía ante los fotógrafos del Granma, decenas de opositores eran sitiados en sus casas, muchos de ellos detenidos y hasta desaparecidos. El recuento preliminar indica que desde el 3 de noviembre hasta la fecha hubo 56 detenciones, 27 de ellas ocurridas el día la marcha. De esa lista, ocho personas siguen desaparecidas y 21 personas permanecen encerradas. Esos activistas se suman a los más de 650 presos políticos que permanecen recluidos luego de las históricas protestas del 11 de julio.
El régimen logró impedir el 15N, aunque está lejos de haber sofocado el descontento popular y evitar posibles explosiones sociales similares al 11 de julio.
Su único recurso para desactivar el 15N fue la imposición de un auténtico clima de terror. Desde que Archipiélago solicitó autorización oficial, los mandamases cubanos no solo ilegalizaron la protesta, sino que advirtieron que sobre sus organizadores caería todo el peso de la ley. Intensificaron la siniestra campaña de calumnias y amenazas. Apretaron con más fuerza la tuerca de la represión. Pocas semanas antes del 15N, el régimen cubano dictó condenas sumarias de hasta 25 años de cárcel a los manifestantes del 11 de julio. La intención consistía en mostrar “castigos ejemplares”, sembrar miedo. Hubo despidos laborales y todas las formas de intimidación. En el tramo final, los operativos gansteriles frente a las casas de los opositores y la militarización de la capital terminaron por disuadir la marcha.
Sin embargo, como planteamos, nada está perdido. El 11 de julio marca un antes y un después en la vida política cubana. Las penurias materiales y la opresión de la bota dictatorial se hacen cada día más insoportables. Nadie puede descartar nuevos estallidos, nuevas protestas, espontaneas o no, porque la situación objetiva sigue siendo desesperante y porque el pueblo cubano, valiente, supo y sabrá abrirse paso hacia su liberación.
La plataforma Archipiélago, que tiene el mérito de intentar dar continuidad en las calles a la explosión popular del 11 de julio, evidenció haber acusado el golpe de la intimidación y el terrible cerco impuesto por la dictadura. En los días previos fue notable, sobre todo en los principales voceros del grupo, un énfasis en el discurso pacifista. El anuncio de la “marcha en solitario” de Yunior García sujetando una rosa blanca, una acción individual que hubiera tenido un efecto meramente simbólico, causó confusión. Fue interpretado como un “cambio de estrategia”, que probablemente dio margen para una sensación de retroceso y desmovilización. El debate sobre cómo enfrentar una dictadura feroz, dispuesta a todo tipo de violencias contra cualquier oposición, debe ser reforzado entre los activistas cubanos a la luz del balance del 15N.
La LIT-CI apoyó el 15N y seguirá solidarizándose con iniciativas que enfrenten la dictadura capitalista cubana, que promuevan la organización independiente y la movilización popular por conquistar libertades democráticas y mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. Lo hacemos y haremos con la perspectiva de imprimir a esos combates un perfil no solo antidictatorial sino abiertamente socialista y antiimperialista. Por ese motivo, reiteramos nuestro rechazo a cualquier injerencia imperialista en el proceso y alertamos a nuestros hermanos de clase en Cuba sobre los nefastos intereses de Washington y Miami. Ninguna confianza en el imperialismo y sus agentes. Nuestra perspectiva de lucha antidictatorial es parte de la estrategia de una nueva revolución socialista en la isla, que recupere todas las conquistas de 1959.
La tarea inmediata, además de un balance político de los muchos factores que incidieron en el 15N, es redoblar esfuerzos, dentro y fuera de Cuba, por la liberación de todos los presos políticos; la plena garantía de la libertad de expresión, reunión, organización y manifestación; el cese de todos los actos de repudio contra opositores al régimen. La lucha recién comienza. Cada experiencia, democráticamente debatida, debe fortalecer el movimiento que despertó el 11 de julio.